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ОглавлениеCapítulo 2
Misión y liberación
Jeremías 29.1–32
Introducción
Jeremías (Yahvé exalta, Yahvé derriba o Yahvé establece), que provenía de la aldea de Anatot (localizada 5 o 6 km al noreste de Jerusalén), formaba parte de una familia sacerdotal. Profetizó desde su llamamiento en el año decimotercero del reinado de Josías (626 a.C.) hasta la caída de Jerusalén (587 a.C.)8 e incluso unos años después (cf. Jer 40–44). Fue llamado para perturbar a los que tenían en sus manos el poder político, religioso y económico: “Mira que te he puesto en este día sobre naciones y sobre reinos, para arrancar y para destruir, para arruinar y para derribar, para edificar y para plantar” (Jer 1.10).
Cumplió su ministerio profético inmerso en los eventos públicos de su tiempo. Cuando fue llamado para ser profeta habían ocurrido, en el antiguo Cercano Oriente, eventos sociales y políticos que rediseñaron el escenario político regional. El imperio asirio se había desintegrado, y Egipto y Babilonia, las dos potencias que emergieron en esa coyuntura histórica, luchaban entre sí por el predominio político regional. Jeremías fue testigo presencial de situaciones políticas críticas que culminaron con la derrota militar de Judá durante el reinado de Sedequías, la destrucción de Jerusalén y el desplazamiento forzado de cientos de judíos que fueron llevados cautivos a Babilonia (Jer 39.1–10, cf. Jer 52.1–30; 2Cr 36.11–21). Jeremías no fue llevado cautivo a Babilonia, y después de la destrucción de Jerusalén, continuó su ministerio profético entre sus compatriotas que no fueron condenados al exilio y que permanecieron en Jerusalén.
Jeremías 29.1–32, un pasaje en el que se registra la carta que el profeta envió a los cautivos en Babilonia9, delinea varios temas clave relacionados con la misión del pueblo de Dios en una realidad de violencia y desarraigo, cautividad y desesperanza. ¿Cuáles son las lecciones que se derivan de este pasaje bíblico para la misión del pueblo de Dios en realidades históricas de violencia, desarraigo, desplazamiento forzado, cautividad social y política, y crisis de esperanza? ¿Es la liberación una experiencia humana que necesaria e inevitablemente tiene que responder a la violencia de los opresores con la violencia de los oprimidos? ¿Es la violencia la única salida que tienen los oprimidos?
Misión en un contexto de violencia
En su carta a los exiliados en Babilonia, Jeremías se sitúa en el contexto histórico concreto (594 a.C.) y aborda directamente la situación de desplazamiento forzado y desarraigo violento en el que se encontraban sus compatriotas en Babilonia, el centro del imperio dominante de ese tiempo: “Así ha dicho Jehová de los ejércitos, Dios de Israel a todos los de la cautividad que hice transportar de Jerusalén a Babilonia…” (Jer 29.4). Esta carta a los cautivos fue enviada desde Jerusalén (Jer 29.1) y en la misma, entre otros temas, se subraya la soberanía de Dios (“…que hice transportar de Jerusalén a Babilonia”), bajo cuya autoridad están las personas y los pueblos, incluso los pueblos paganos y los opresores.
La carta a los cautivos confrontaba y desnudaba públicamente a los falsos profetas; así había hecho Jeremías con Hananías cuando le dijo “…Ahora oye, Hananías: Jehová no te envió, y tú has hecho confiar en mentira a este pueblo” (Jer 28.15). Estos falsos profetas, a diferencia de Jeremías, aseguraban que el cautiverio duraría dos años y que los judíos regresarían pronto a la tierra de la que fueron arrancados con violencia (Jer 28.1–2). En la carta a los cautivos, Jeremías precisó además lo siguiente sobre los falsos profetas:
…así ha dicho Jehová de los ejércitos, Dios de Israel: No os engañen vuestros profetas que están entre vosotros, ni vuestros adivinos; ni atendáis a los sueños que tengáis. Porque falsamente os profetizan ellos en mi nombre; no los envié, ha dicho Jehová (Jer 29.8–9).
Las palabras de Jeremías iban a contracorriente de lo que afirmaban los falsos profetas que prometían que la liberación de la cautividad estaba cerca. Puede afirmarse entonces que Jeremías fue un profeta anti-sistema; es decir, un profeta que no acomodó su mensaje a las aspiraciones del pueblo cautivo, un profeta que no habló para congraciarse con las “masas” que anhelaban que termine el cautiverio para regresar a su terruño. Jeremías no fue como los falsos profetas que buscaban el aplauso de los cautivos, que afirmaban ser voceros autorizados de Dios y que le mentían a los cautivos en Babilonia, sembrando en ellos falsas esperanzas (Jer 29.8–9, 21, 31).
¿Cuál fue el mensaje de Jeremías a los cautivos en Babilonia? ¿Qué les planteó a los cautivos, como agenda de misión inmediata, en una realidad de desplazamiento forzado, desarraigo y violencia social y política? Además de distanciarse del mensaje de los falsos profetas y de confrontar su falso optimismo, Jeremías en su carta a los cautivos afirmó que Dios les encomendaba la siguiente agenda de misión:
Edificad casas, y habitadlas; y plantad huertos, y comed del fruto de ellos. Casaos, y engendrad hijos e hijas; dad mujeres a vuestros hijos, y dad maridos a vuestras hijas, para que tengan hijos e hijas; y multiplicaos ahí, y no os disminuyáis. Y procurad la paz de la ciudad a la cual os hice transportar, y rogad por ella a Jehová; porque en su paz tendréis vosotros paz (Jer 29.5–7).
Parece un contrasentido al amor y a la justicia de Dios lo que se les planteaba a los cautivos como agenda de misión para una realidad de crisis, desplazamiento forzado, desarraigo y violencia. Pero no era así. La cautividad duraría 70 años y, por esa razón, los cautivos tenían que responder a esa realidad asentándose en Babilonia y procurando la paz del pueblo que había arrasado con Jerusalén y asesinado y arrancado de su patria a cientos de personas y familias. Tenía que ser así, aunque se tratara de una realidad violenta y traumática, tal como describe el Salmo 137:
Junto a los ríos de Babilonia, allí nos sentábamos, y aún llorábamos, acordándonos de Sion. Sobre los sauces en medio de ella colgamos nuestras arpas. Y los que nos habían llevado cautivos nos pedían que cantásemos, y los que nos habían desolado nos pedían alegría, diciendo: Cantadnos algunos de los cantos de Sion. ¿Cómo cantaremos cántico de Jehová en tierra de extraños?… Hija de Babilonia la desolada, bienaventurado el que te diere el pago de lo que tú nos hiciste. Dichoso el que tomare y estrellare tus niños contra la peña (Sal 137.1–4, 8–9).
Jeremías en su carta, como un mandato de parte de Dios, les pidió lo siguiente a los cautivos en Babilonia:
En primer lugar, les pidió a los desplazados y desarraigados, que sean residentes. Las víctimas de la violencia de un desplazamiento forzada y de un desarraigo violento, aunque les resultase difícil en las condiciones sociales y políticas en las que se encontraban como cautivos en tierra extraña, tenían que aprender a orar por la paz y la estabilidad de la ciudad de sus victimarios. Esta demanda, por supuesto, no era ni es un mensaje popular: no produce aplausos, no genera ganancias personales, ni tiene la aprobación de quienes anhelan ser libres de toda opresión. Para nuestro caso, esta demanda misionera implica que tenemos que aprender a ejercer la ciudadanía plena en todos los campos de la vida humana, sabiendo que no siempre harán caso a nuestras demandas y que la injusticia institucionalizada frenará todos intento de cambiar la corrupción y la quiebra del derecho instalada en todos los frentes de la vida social y política. Aun así, conociendo esa realidad de injusticia, se tiene que ejercer responsablemente la ciudadanía plena. Como en el caso de los cautivos en Babilonia, hacerse residentes en tierra extraña no tenía como correlato la aceptación pasiva de la violencia de los opresores ni un llamado a la inacción o a la parálisis social. La esperanza en la liberación que Dios operaría en la historia tenía que jalonar toda la vida personal y pública. Hacerse residente constituía una forma de resistencia activa al poder de los opresores.
En segundo lugar, les pidió a quienes fueron desplazados forzadamente que se conviertan en misioneros en una tierra extraña. Les pidió que se establezcan formando familias y que se preocupen por la paz de la ciudad en la cual se encontraban cautivos. La misión en esa realidad de desplazamiento forzado y desarraigo tenía una demanda o exigencia bastante clara y directa: “Y procurad la paz de la ciudad… rogad por ella a Jehová; porque en su paz tendréis vosotros paz” (Jer 29.7). La construcción de la paz, como en este caso, exige un compromiso personal y colectivo, un compromiso que se expresa en una acción militante por la estabilidad social y política de la realidad en la que el misionero se encuentra como agente de la Gracia y Justicia de Dios. La paz que se busca y procura para todos no es solamente ausencia de guerra o de conflictos sociales, sino plenitud de vida para todos, sean ciudadanos de esa tierra o migrantes voluntarios o forzados. La misma demanda se nos hace a nosotros: Paz para todos, Vida plena para todos, Justicia imparcial para todos, Inclusión social sin retaceos.
En tercer lugar, les pidió a las víctimas de la violencia de la guerra que sean visionarios, es decir, que aprendan a mirar más allá de la realidad actual de desarraigo y que sean jalonados por la esperanza. De acuerdo a Jeremías, la condición de desplazados forzados y de desarraigo violento no sería eterna, para el caso de los cautivos en Babilonia duraría 70 años (Jer 29.10), y luego regresarían a la tierra añorada y evocada continuamente. Para los cautivos de Babilonia, y también para nosotros, dejarse amordazar y paralizar por la condición de víctimas del sistema predominante, como si éste tuviera la última palabra en la historia, además de aquietar las ansias de liberación y de secuestrar la esperanza, nos roba lo más precioso que tenemos —así estemos o no en situación de cautividad— la voluntad de transformar la prisión actual en un terreno de libertad, y la capacidad de soñar e imaginar una nueva realidad. Una nueva realidad en la que la paz se abrace con la justicia, y toda forma de impunidad y de injusticia sea desterrada de las relaciones humanas y de la vida social y política cotidiana.
Los falsos profetas y el pueblo cautivo
Aprovechando la situación de incertidumbre, inquietud, desesperanza y crisis que se vivía en esos días, los falsos profetas, tanto en Jerusalén como en Babilonia, proclamaban el fin del exilio, convencidos de que Babilonia estaba a punto de caer (Jer 28.1–4; 29.8–10, 21, 31). Así lo expresó Hananías:
Así habló Jehová de los ejércitos, Dios de Israel, diciendo: Quebranté el yugo del rey de Babilonia. Dentro de dos años haré volver a este lugar todos los utensilios de la casa de Jehová, que Nabucodonosor rey de Babilonia tomó de este lugar para llevarlos a Babilonia, y yo haré volver a este lugar a Jeconías hijo de Joacim, rey de Judá, y a todos los transportados de Judá que entraron en Babilonia, dice Jehová; porque yo quebrantaré el yugo del rey de Babilonia (Jer 28.2–4).
Es interesante notar cómo a través de estos personajes, los falsos profetas, la mentira se institucionaliza, con el propósito de aquietar y amordazar a las víctimas de la violencia de la guerra y a los inmigrantes forzados, sembrando falsas esperanzas.
Jeremías no se quedó callado, no eludió el problema, no evadió la confrontación directa con los falsos profetas. Denunció públicamente, como vocero de Dios, la práctica mentirosa de los falsos profetas:
…así ha dicho Jehová de los ejércitos, Dios de Israel: No os engañen vuestros profetas que están entre vosotros, ni vuestros adivinos, ni atendáis a los sueños que soñáis. Porque falsamente os profetizan en mi nombre; no los envié, ha dicho Jehová (Jer 29.8–9).
A los cautivos se les pidió que no se dejaran engañar por estos falsos profetas y que no tuvieran en cuenta sus falsas afirmaciones y promesas. Y se subraya que profetizaban falsamente, utilizando el nombre de Dios para validar sus afirmaciones. Más aún, Jeremías acotó que estos falsos profetas no habían sido comisionados por Dios ni tenían su aprobación:
Así ha dicho Jehová de los ejércitos, Dios de Israel, acerca de Acab hijo de Colaías, y acerca de Sedequías hijo de Maasías, que os profetizan falsamente en mi nombre: He aquí los entrego yo en manos de Nabucodonosor rey de Babilonia, y él los matará delante de vuestros ojos (Jer 29.21).
El juicio justo, imparcial e inapelable de Dios llegaría sobre aquellos que utilizaban su nombre en vano para justificar y legitimar su mensaje de falsa esperanza y de mentira institucionalizada. Y, como en este caso, Dios puede utilizar incluso a los no creyentes para sancionar ejemplarmente a los que utilizan a Dios y a la religión como mercancía y como instrumento para posicionarse en los espacios de poder como mediadores autorizados de lo divino. La sanción decretada contra Semaías, uno de los falsos profetas que hizo de la mentira un instrumento de poder político-religioso, da cuenta de la justicia divina y expresa que Dios no es amigo de la impunidad, la mentira y la injusticia:
…Así ha dicho Jehová de Semaías de Nehelam: Porque os profetizó Semaías, y yo no lo envié, y os hizo confiar en mentira; por tanto, así ha dicho Jehová: He aquí que yo castigaré a Semaías de Nehelam y a su descendencia; no tendrá varón que more entre este pueblo, ni verá el bien que haré yo a mi pueblo; porque contra Jehová ha hablado rebelión (Jer 29.31–32).
Como se subraya en este pasaje, los falsos profetas (Ajab, Sedequías, Semaías) utilizaban la mentira como instrumento para sembrar en el pueblo falsas esperanzas. Sin embargo, Dios conocía esa realidad; él no avalaba ni avala la mentira, y la impunidad no formaba ni forma parte de su presencia activa en la historia humana. Dios en su justicia, imparcial y ejemplar, como lo hizo con estos falsos profetas, sancionará a quienes utilizan su nombre para granjearse la simpatía del pueblo que vive confiando en el engaño de los que se presentan a sí mismos como voceros autorizados de Dios.
La cautividad física o la esclavitud mental, como ocurrió con los judíos desterrados en Babilonia, continúa siendo un problema real en el mundo contemporáneo. Los falsos profetas todavía están activos y la mentira sigue siendo su instrumento favorito para mantener cautivo al pueblo de a pie. Cautivo de una religión vendida al poder político, secuestrada por quienes están en el poder, y de una religión instrumentada por los poderosos para continuar oprimiendo y explotando a quienes se dejan seducir por un lenguaje religioso que parece revelación divina, pero solo es falsedad disfrazada de piedad o hipocresía adornada con lenguaje religioso.
A los falsos profetas se les tiene que confrontar y denunciar públicamente, como lo hizo Jeremías en su tiempo. Jamás se les debe hacer concesiones, nunca se tiene que ignorar sus pretensiones mesiánicas y siempre se tiene que denunciar sus mentiras adornadas con lenguaje religioso. Para esta tarea, que es permanente, siempre serán necesarios tanto el discernimiento como el coraje, así como la capacidad de indignación y una palabra que no se negocia ni se subasta. Sobre todo, cuando la religión se enlaza con la política o viceversa.
Una esperanza que se teje desde la cautividad
Dios habla y Jeremías actúa. La acción profética de Jeremías incluyó la denuncia pública de los falsos profetas y un llamado a los cautivos para que confíen en la palabra de Dios. Los cautivos tenían que confiar en la promesa de liberación que Dios les hacía a través de la palabra profética de Jeremías. Una confianza que se tenía que traducir en obediencia activa, a pesar de que las condiciones sociales y políticas en las que se encontraban los cautivos en tierra extraña no les eran favorables ni les aseguraban estabilidad personal y familiar en el corto plazo. Una realidad que parecía conspirar contra una confianza en la promesa de liberación.
Dios no solo promete liberar a los cautivos para que regresen a la tierra evocada y anhelada, dándoles la fecha precisa (Jer 29.10). Les da además a los cautivos en Babilonia señales claras de su presencia en la historia, desnudando la falsa esperanza de liberación que transmiten los falsos profetas que él no ha enviado ni comisionado, y precisando que serán sancionados debido a la mentira con la que crearon falsas esperanzas y por haber utilizado su nombre para validar esa mentira. De esta experiencia de los cautivos en Babilonia, queda claro que no habrá impunidad para quienes utilizan la mentira como herramienta político-religiosa con el fin de imponer un punto de vista contrario a la voluntad de Dios, y para quienes utilizan el nombre de Dios en favor propio o de intereses políticos y religiosos subalternos.
Los cautivos en Babilonia tenían que afirmarse en la esperanza de liberación en un contexto de desesperanza, mentira institucionalizada y desarraigo violento de la tierra de sus ancestros. Desde allí tenían que tejer una esperanza firme confiando solo en la promesa que el Dios de la Vida les hacía y que cumpliría en el tiempo señalado:
Así ha dicho Jehová: Cuando en Babilonia se cumplan los setenta años, yo os visitaré y despertaré sobre vosotros mi buena palabra, para haceros volver a este lugar (Jer 29.10).
Para personas que lo habían perdido todo (libertad, tierra, familia, posesiones) y cuyo futuro era incierto en el destierro forzado en una tierra extraña, tener paciencia y esperanza en un contexto de creciente desesperanza, tuvo que ser una decisión y una acción difícil. ¡Tenían que esperar casi dos generaciones para el retorno a la tierra de sus ancestros! Pero esa era la promesa y esa era su esperanza.
Dios cumpliría su promesa (como en efecto sucedió en el tiempo señalado). Sin embargo, los cautivos tenían que obedecer su mandato haciéndose residentes en el imperio que los había arrancado violentamente de su tierra, tenían que ser agentes de la paz de Dios en la ciudad en la que estaban cautivos, y tenían que aprender a mirar más allá de las circunstancias adversas actuales. Todo esto no era un encargo fácil de obedecer. La paciencia tenía que ir acompañada de la esperanza en la promesa de liberación. Paciencia y esperanza que parece reflejarse en las palabras del Salmo 126:
Cuando Jehová hiciere volver la cautividad de Sion, seremos como los que sueñan. Entonces nuestra boca se llenará de risa, y nuestra lengua de alabanza; entonces dirán las naciones: Grandes cosas ha hecho Jehová con éstos. Grandes cosas ha hecho Jehová con nosotros; estaremos alegres. Haz volver nuestra cautividad, oh Jehová, como los arroyos del Neguev. Los que sembraron con lágrimas, con regocijo segarán. Irá andando y llorando el que lleva la preciosa semilla; mas volverá a venir con regocijo, trayendo sus gavillas (Sal 126.1–6).
¿Cómo tener esperanza en un clima social y político de violencia militar, desplazamiento forzado, desarraigo brutal y mentira institucionalizada? ¿Cómo confiar en la palabra de Dios, su promesa de liberación, cuando todo parece resquebrajarse y no existen indicios de una acción directa de parte de Dios para cambiar radicalmente el clima de violencia en el cual nos encontramos?
Siguiendo el surco por el que tuvieron que transitar los cautivos en Babilonia, tenemos que aprender a construir la esperanza desde abajo, desde la periferia del mundo, desde la cautividad física y mental, desde el desarraigo y la indefensión. Jamás tenemos que dejar que la mentira oficial secuestre nuestra capacidad de indignarnos y de soñar con un mundo de justicia, sin violencia, en el que la paz sea la alfombra común para toda la familia humana sin ninguna restricción política, religiosa o cultural. La paciencia tiene que ser jalonada por la esperanza. Una esperanza firme, no en los proyectos de factura humana que son precarios y efímeros, sino en la esperanza del reino que exige amar la vida y la justicia aquí y ahora y, por eso mismo, defenderla de todas las violencias y desenmascarar sin miedo la injusticia institucionalizada. ¡Tenemos esperanza!
8 Jeremías ejerció su ministerio profético durante los reinados de los cinco últimos reyes de Judá: Josías (640–609 a.C.), Joacaz (609 a.C.), Joacim (609–597 a.C.), Joaquím (597 a.C.) y Sedequías (597–587 a.C.).
9 Es posible que en el capítulo 29 estén presentes cuatro cartas circuladas entre Jerusalén y Babilonia: una carta de Jeremías a los exiliados (Jer 29.1–15, 21–23), una carta de Semaías en Babilonia a Sofonías (Jer 29.25–28), una carta de Jeremías a Semaías (Jer 29.4), y una segunda carta de Jeremías a los exiliados (Jer 29.31–32).