Читать книгу El grupo de los sueños de Martha Müller - David Fernández Sifres - Страница 5

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LAS SIGUIENTES DOS SEMANAS fueron extrañas. A lo largo de esas noches, Martha soñó con otros compañeros de clase. No eran sueños espectaculares, ni mucho menos. Por lo general, simplemente hablaban en una especie de habitación mal iluminada, como si fuera una sala de interrogatorios, pensaba. En ocasiones tomaban un refresco en una mesa de un bar, aunque ni había bar, ni más mesas, ni camarero; tan solo los refrescos sobre la mesa y sus sillas, y una especie de ventana inmensa por la que se veían edificios desdibujados de Berlín. Solo alguna vez, en sus sueños, se encontraba con sus amigos por la calle. Todos iban agarrados de las manos de sus padres. También ella. Y las calles de la ciudad estaban desiertas. Y era de noche.

Marienetta, su madre, trataba de tranquilizarla.

–Todo eso es normal, mi vida. Los sueños son así: raros. Si no, no serían sueños. Lo importante es que sueñas, y que no sueñas cosas malas, mi niña; que ya no sueñas con el accidente. ¿Ves como sí era posible volver a soñar normal?

Pero algo más resultaba extraño. Perturbador incluso.

Invariablemente, y por alguna razón que nadie alcanzaba a entender, la mayoría de las personas con las que Martha acababa de soñar se dormían a los pocos minutos de sentarse en el pupitre y empezar la clase. Otros, los que se mantenían despiertos, no daban pie con bola cuando la profesora les preguntaba algo, y eso que algunos eran de los que estaban en el grupo secreto de los empollones. Todos terminaban castigados.


Nadie se percató al principio, pero pronto sus compañeros empezaron a relacionar ambas cosas, y también los arañazos y el pelo con arena.

–A lo mejor es una bruja –llegó a sugerir uno de los chicos.

–No digas tonterías. Las brujas no existen –la defendió otra.

–Lo que está claro es que esto no es normal.

–Martha siempre ha sido muy rara. ¿Quién puede fiarse de una chica que no sueña?

–Ahora ya sueña.

–Pero antes no.

–Ya.

Muchos comenzaron a unirse a este tipo de conversaciones, aportando argumentos de lo más variopinto.

–Creo que la familia entera es rara.

–¿Por qué?

–No sé, pero a mí me parecen raros.

–Ya, es verdad. Sus padres casi no salen de casa, dicen.

–Eso.

Algunos intentaban poner un poco de cordura, pero servía de poco:

–Es que son herreros. Tienen el taller en el sótano. Es un sótano inmenso, con hierros y eso.

–Da lo mismo. Son raros igual.


Los rumores corrieron como la pólvora y no hizo falta mucho más para que se crearan dos nuevos grupos, también secretos, por supuesto: uno a favor de Martha y otro en contra.

Poco después, Klaus Brueske, uno de los niños que habían liderado la elaboración de las listas, se acercó a ella en medio del recreo.

–Escúchame bien –le dijo–: No quiero que sueñes conmigo. ¿Me has oído? Que no se te ocurra soñar conmigo.

–Ni conmigo.

–Ni conmigo.

De repente, empezaron a salir voces de todos los rincones, y Martha estaba entre perpleja y asustada.

–¡Pero yo no puedo hacer eso! ¡No sé con quién voy a soñar!

–¡Pues no sueñes nada! –Klaus le apuntaba a la nariz con el dedo índice. Muchos niños les hacían corro.

–¡No sé hacer eso! –protestó la niña. Era como si le pidieran que estornudase con los ojos abiertos.

Klaus Brueske frunció el ceño antes de hablar, sin bajar el dedo.

–Claro que sabes. Llevabas tres años sin hacerlo.

Olga apareció por allí en ese momento y le bajó el dedo al chico de un manotazo.

–¡Vete de aquí, imbécil! Martha puede soñar lo que le dé la gana, ¿sabes?

Erich se acercó también. Tenía un carácter más tímido y apocado.

–¡Eso! –apostilló, y era bastante para tratarse de él.

También Rudolf, Dieter, Lutz, Werner y todos los demás que habían aparecido en los sueños de Martha se pusieron de su lado. Aunque pareciera increíble, los que habían sido castigados por la profesora fueron quienes la arroparon. Klaus los miró.

–Estáis todos locos –masculló antes de irse.

El grupo de los sueños de Martha Müller

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