Читать книгу La magia de pensar en grande - David J. Schwartz - Страница 9
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Cúrese de la “excusitis”,
enfermedad del fracaso
Cuanto más piense usted en el éxito, más estudiará a la gente. Usted la estudiará con mucho cuidado para descubrir por qué es exitosa y luego aplicará los principios del éxito como recompensa a su vida. Y así usted deseará comenzar en seguida.
Profundice en su estudio y descubrirá que la gente infortunada sufre la enfermedad de una mente con el pensamiento estrecho y anquilosado. Nosotros llamamos a esta enfermedad, excusitis. Cada fracaso mantiene esta enfermedad en su forma avanzada. Y el mayor promedio de personas tiene por lo menos una leve imitación de ella.
Usted descubrirá que la “excusitis” explica la diferencia entre la persona que se va ubicando y el sujeto que escuetamente mantiene su propia situación. Encontrará que cuanto más afortunado es el individuo menos inclinado es a proferir excusas.
Pero el sujeto que no ha ido nunca a ninguna parte y no tiene ningún plan a desarrollar en lugar alguno, siempre tiene un arsenal de razones para explicar por qué. Las personas de alcances mediocres siempre explican por qué no tienen, por qué no hacen, por qué no pueden y por qué no son.
Estudie las vidas de las personas afortunadas y descubrirá que todas las excusas aducidas por los sujetos mediocres podrían serlo, pero no lo son por las personas prósperas.
Nunca he conocido ni he oído hablar de una personalidad altamente lograda en los negocios, como jefe militar, vendedor, profesional o líder en cualquier campo, que pueda no haber encontrado una o más excusas de entre el montón, ocultas tras ellas. Roosevelt las pudo haber ocultado tras sus piernas carentes de vida. Truman podía haber alegado su “falta de educación universitaria”, y Eisenhower pudo haberse agazapado tras sus ataques al corazón.
Como cualquier enfermedad, la “excusitis” empeora si no se le trata convenientemente. Una víctima de esta enfermedad del pensamiento atraviesa este proceso mental: “No lo estoy haciendo tan bien como debiera. ¿Qué puedo alegar como coartada para que me ayude a salvar las apariencias? Miremos: ¿falta de salud?, ¿carencia de educación?, ¿demasiado viejo?, ¿demasiado joven?, ¿mala suerte?, ¿infortunio personal?, ¿esposa?, ¿el camino que mi familia quiso imponerme?
Una vez que la víctima de esta dolencia del fracaso ha seleccionado una buena “excusa”, se apega a ella. Luego, confía en ella para explicarse a sí mismo y a los demás por qué no está saliendo adelante. Y cada vez que la víctima formula la excusa, ésta llega a verse embebida más profundamente dentro de su subconsciente. Los pensamientos positivos o negativos, se fortalecen más a medida que se ven alimentados con la repetición constante. En principio, la víctima de la “excusitis” reconoce que su coartada es más o menos una mentira. Pero cuanto con mayor frecuencia la repite, llega a ser mayor el convencimiento de que es completamente verdadera, que la coartada es la razón real para que no haya tenido el éxito que debería tener.
En consecuencia, el procedimiento número uno en su programa individual de pensar por sí mismo en el éxito, debe ser vacunarse usted mismo contra la excusitis, que es la enfermedad de los fracasos.
La “excusitis” aparece bajo una amplia variedad de formas, pero los peores tipos de esta enfermedad son: “excusitis” de salud, “excusitis” de inteligencia, “excusitis” de edad y “excusitis” de suerte. Veamos cómo podemos protegernos a nosotros mismos de estos cuatro achaques comunes.
Las cuatro formas más comunes de “excusitis”
1. – Mi salud no es buena. La “excusitis” de salud recorre todo el camino del “no me siento bien” crónico, al más específico “me han pasado tales o cuales cosas”.
La “mala” salud, bajo mil formas diferentes, es usada como una excusa para malograr que una persona haga lo que desea hacer, impedirle aceptar grandes responsabilidades, privarse de ganar más dinero, obstaculizar que alcance el éxito.
Millones y millones de seres padecen de la “excusitis” de salud. Pero ¿es en muchos casos una legítima excusa? Piense por un momento en todas las elevadas personalidades que usted sabe que podrían –pero no lo hacen– usar la salud como excusa.
Muchos amigos médicos y cirujanos me dicen que el tipo perfecto de la vida adulta no existe. Hay alguna cosa que físicamente no anda bien en todo el mundo. Muchos se rinden total o parcialmente a la “excusitis” de la salud, pero la gente que tiene la idea de éxito no lo hace.
Dos experiencias me ocurrieron en una tarde, que ilustran la actitud correcta y la incorrecta hacia la salud. Acababa de dar una conferencia en Cleveland. Después de ella, un sujeto como de treinta años me solicitó que hablásemos en privado unos minutos. Me felicitó por mi charla y me dijo inmediatamente: “Tengo miedo de que sus ideas me puedan hacer mucho bien”. Vea usted –continuó– “me ha tocado un corazón malo y me ha mantenido en jaque”. Acabó por explicarme que había visto a cuatro doctores pero no pudieron encontrar su mal. Y me preguntó lo que yo le sugería que hiciese.
“Muy bien –dije–. Yo no sé nada acerca del corazón, pero como un lego a otro, he aquí cuatro cosas que yo haría. Primera, visitar al médico especialista de corazón que pudiese encontrar y aceptar un diagnóstico definitivo. Usted ha consultado ya cuatro doctores y ninguno de ellos ha encontrado nada en particular en su corazón. Deje que el quinto doctor diga la última palabra. Podría ser que usted posea un corazón perfectamente sano. Pero si usted persevera en preocuparse por ello, definitivamente podrá tener una enfermedad seria. Buscando, buscando y buscando una dolencia a menudo ésta sobreviene en realidad.
La segunda cosa que le recomiendo es que lea el gran libro del doctor Schindler, Cómo vivir 365 días en un año. El doctor Schindler demuestra en este libro que tres de cada cuatro camas de hospital, las ocupan personas que padecen IEE –inducción emocional a la enfermedad–. Imagine, tres de cada cuatro personas que se hallan enfermas en este momento se sentirían bien si hubiesen aprendido cómo manejar sus emociones. Lea el libro del doctor Schindler y desarrolle su programa para ‘el manejo de las emociones’.
Tercera: dígase a sí mismo: ‘Estoy resuelto a vivir hasta que muera’”.
Seguí explicando a aquel amedrentado sujeto algunos saludables consejos que recibí muchos años antes de un amigo abogado que sufría de un caso latente de tuberculosis. Este amigo sabía que debía llevar una vida regulada, pero esto no le impidió practicar las leyes, procrear una hermosa familia y gozar realmente de la vida. Mi amigo, que en la actualidad tiene 78 años, expresa su filosofía en estos términos:
“Voy a vivir hasta que muera y no voy a buscar que vida y muerte se confundan. Mientras permanezca en esta tierra me propongo vivir. ¿Por qué vivir tan sólo a medias? Cada minuto que una persona malgasta pensando que debe morir, es un minuto en que el sujeto pudo también haber estado muerto”.
Debí dejar este punto porque tenía que tomar un avión para Detroit. A bordo del aeroplano ocurrió la segunda experiencia, mucho más interesante. Después del estrépito del despegue, percibí un denso rumor. Más bien asustado, miré al individuo que estaba sentado junto a mí, porque el sonido me pareció que emergía de él. Sonrió con amplia sonrisa y dijo: “No crea que es una bomba. Se trata simplemente de mi corazón”. Obviamente quedé sorprendido, y así procedió a contarme lo que le había sucedido.
Exactamente 21 días antes había soportado una operación consistente en aplicar una válvula de plástico a su corazón.
El rumor sordo podría continuar –según me dijo– durante varios meses hasta que creciesen nuevos tejidos sobre la válvula artificial. Le pregunté qué se proponía hacer.
-“¡Oh! –repuso–. Tengo planes en grande. Voy a estudiar leyes cuando regrese a Minnesota. Espero algún día trabajar para el gobierno. Los doctores me dicen que debo tomarlo con paciencia durante unos meses, pero después voy a quedar como nuevo”.
Aquí tienen ustedes dos caminos para hacer frente a los problemas de la salud. El primer sujeto, sin estar siquiera seguro de que hubiese en él alguna falla orgánica, se encontraba preocupado, deprimido, en el camino de la derrota, deseoso de que alguien secundase su indicación de que no podía seguir adelante. El segundo individuo, después de soportar una de las operaciones más difíciles, se sentía optimista, ansioso de hacer alguna cosa. ¡La diferencia entre los dos, consiste en cómo pensó cada uno en cuanto a la salud!
He tenido varias experiencias directas con la “excusitis” de salud. Soy diabético. Apenas descubrí que padecía este achaque (unas 5.000 inyecciones hace tiempo) me advirtieron: “La diabetes es una condición física, pero sus perjuicios mayores resultan de una actitud negativa hacia ella. Preocúpese al respecto y podrá verse en un apuro serio”.
Naturalmente, a raíz del descubrimiento de mi propia diabetes, he tenido oportunidad de saber de otros muchos diabéticos. Me permito hablarles a ustedes de dos extremos. Un sujeto que padece un caso leve pertenece a esa fraternidad de la muerte en vida. Obsesionado con el miedo al tiempo, se le ve por lo regular ridículamente arropado. Le invade el temor a una infección y así evita a cualquiera que emita el más ligero resuello. Le amedrenta el esfuerzo excesivo, en consecuencia no hace casi nada. Gasta la mayor parte de su energía mental conjeturando acerca de lo que puede ocurrir. Atosiga a los demás contándoles “cuán pavoroso” es su problema. Su padecimiento real no es la diabetes. Más bien es una víctima de la “excusitis” de salud. Tiene piedad de sí mismo por el hecho de ser un inválido.
El otro extremo es el de un gerente de división de una gran compañía publicitaria. Su caso es severo: toma cerca de treinta veces más insulina que el sujeto mencionado anteriormente, pero no vive para estar enfermo. Vive para gozar en su trabajo y sentirse divertido. Un día me dijo: “De seguro que es una inconveniencia, pero así se minimiza el mal. Por qué habría de pensar en limitarme a mí mismo. Cuando me inyecto el remedio, no dejo de elogiar a los tipos que descubrieron la insulina”.
Un buen amigo mío, ampliamente conocido como educador de la secundaria, regresó de Europa sin un brazo. A pesar de este obstáculo, John sonríe constantemente y siempre ayuda a los demás. Es casi tan optimista como el que más lo es de la gente que yo conozco. Un día, él y yo sostuvimos una larga conversación acerca de su defecto.
“Es exactamente un brazo –dijo–. Seguro que son mejor dos que uno. Pero se limitaron a cortarme el brazo. Mi espíritu se encuentra cien por ciento intacto. Estoy muy agradecido por ello”.
Otro amigo amputado es un excelente jugador de golf. Un día le pregunté cómo le era posible desarrollar tal estilo casi perfecto con un solo brazo. Mencioné que muchos jugadores de golf con los dos brazos no podían hacerlo tan bien. Él me dijo: “Mi experiencia es que con la actitud correcta y un solo brazo le ganarán a la actitud incorrecta y a los dos brazos a la vez”. La actitud correcta y un solo brazo le ganarán a la actitud incorrecta y a los dos brazos a la vez. Piénselo durante un rato. Contiene la verdad no sólo en lo que concierne al golf sino a cualquier faceta de la vida.
Cuatro cosas que usted puede hacer para vencer
la “excusitis” de salud
La mejor vacuna contra la “excusitis” de salud son estas cuatro dosis:
1 Rehusar conversaciones respecto a la salud. Cuanto más hable de un achaque, inclusive de un resfriado común, parece que es peor lo que se consigue. Hablar de la mala salud se asemeja a fertilizar las semillas. Además, hacerlo es una mala costumbre. Aburre a la gente. Le hace aparecer a uno centrado en sí mismo. La gente que piensa en el éxito desecha esta tendencia natural a hablar de su “mala” salud. Uno puede (y permítanme enfatizar la palabra puede) merecer una pequeña simpatía, pero no respeto y lealtad, siendo un quejumbroso crónico.
2 Rehúse preocuparse acerca de su salud. El doctor Walter Álvarez, consultor emérito de la famosa Clínica Mayo, escribió: “Siempre rogué a los preocupados que ejercitasen el control de sí mismos. Por ejemplo, cuando vi a ese hombre (un sujeto que estaba convencido de que tenía la vesícula biliar enferma aunque ocho exámenes por separado de rayos X demostraron que el órgano estaba perfectamente normal) le supliqué que se liberase del temor obteniendo unos rayos X de su vesícula. He rogado a centenares de hombres enfermos del corazón, que se liberasen haciéndose tomar sus electrocardiogramas”.
3 Sentirse genuinamente agradecido porque su salud es tan buena como es. Hay un viejo aforismo valioso, que se repite muy a menudo: “Me siento disgustado conmigo mismo porque he destrozado zapatos hasta que di con un hombre que no tenía pies”. En lugar de quejarse acerca de “no me siento bien”, es mucho mejor estar contento porque es tan saludable como es. Precisamente estar agradecido por la salud que usted tiene, es una poderosa vacuna contra el desarrollo de nuevos dolores, molestias y enfermedades reales.
4 Recuérdese a sí mismo a menudo que: “Es mejor gastar que enmohecerse”. La vida es de usted, para gozarla. No la derroche.
2. Sin embargo usted tiene capacidad para el éxito. La “excusitis” de inteligencia o “Yo carezco de cerebro” es común. De hecho, es tan común que quizá tanto como el 95 por ciento de la gente que nos rodea la padece en distintos grados. A diferencia de la mayor parte de tipos de “excusitis”, la gente afectada por este tipo particular de la enfermedad, sufre en silencio. No son muchos los que admiten abiertamente que piensan carecer de la inteligencia adecuada. Más bien lo sienten en lo más profundo de su fuero interno.
La mayoría de nosotros incurre en errores básicos respecto a la inteligencia:
1 Subestimamos nuestro propio poder cerebral.
2 Sobreestimamos el poder cerebral de los demás.A causa de estos errores, son muchos los que se venden barato. Fracasan en cuanto a afrontar situaciones riesgosas porque ello “requiere de inteligencia”. Pero a la larga, quien surge es el sujeto a quien no le inquieta la inteligencia y obtiene el empleo.Lo que realmente importa no es cuánta inteligencia tiene usted sino cómo emplea la que tiene. El pensamiento que guía su inteligencia es mucho más importante que la cantidad de su poder cerebral. Permítame repetir, porque ello es de vital importancia: el pensamiento que guía su inteligencia es mucho más importante que cuánta inteligencia pueda usted tener.Contestando a la pregunta: “¿Debería su hijo ser un sabio?”, el doctor Edward Teller, uno de los más eminentes físicos de la nación, dijo: “Un niño no necesita tener una mente veloz como el relámpago, para ser un hombre de ciencia, ni tener una memoria milagrosa, ni es preciso que obtenga los más altos grados en la escuela. Lo único que cuenta es que el pequeño posea un alto grado de interés por la ciencia”. ¡Interés, entusiasmo, son los factores críticos, inclusive en la ciencia!Con una actitud positiva, optimista y de colaboración, una persona con un equivalente intelectual ganará más dinero, merecerá más respeto, y realizará mayores progresos que un individuo negativo, pesimista, no cooperador con un equivalente intelectual. Un sentido lo bastante ponderado para persistir en algo que hacer, como una tarea, un proyecto hasta que haya finalizado, tiene mucho mejor remuneración que la loca inteligencia, aun cuando esta loca inteligencia, sea del calibre del genio.Porque la persistencia es en un noventa y cinco por ciento habilidad.En una fiesta de despedida celebrada el último año me encontré con un amigo de colegio al que no había visto desde hacía diez años. Check fue un magnífico estudiante, graduado con honores. Su meta cuando yo dejé de verle era contar con su negocio propio en el oeste de Nebraska. Pregunté a Check qué clase de negocio estableció finalmente. “Bueno –confesó–, no me adentré en el negocio por mí mismo. No habría dicho esto a nadie hace cinco años ni siquiera un año atrás, pero hoy estoy dispuesto a hablar de ello.Cuando miro el pasado y mi educación universitaria, veo que llegué a ser un experto en el porqué la idea de un negocio no logra desarrollarse. Supe de todas las dificultades concebibles, todas las razones por las que se podía fracasar: ‘¿Dispone usted de capital suficiente?’ ‘¿Está seguro de que el ciclo de los negocios es favorable?’ ‘¿Existe gran demanda de lo que usted ofrecerá?’ ‘¿Se halla estabilizada la industria local?’, mil y un motivos por investigar.Lo que más me hería es que varios viejos amigos de primaria que nunca parecieron tener mucho que ver con el baile y ni siquiera fueron a la secundaria, se ven hoy bien establecidos en sus propios negocios, mientras que yo me limito a salir adelante interviniendo en fletes de embarque. Si me hubiera instruido más acerca de por qué un pequeño negocio puede llegar a tener éxito, hoy yo estaría mejor en todos los sentidos”. El pensamiento que guió a la inteligencia de Check fue más importante que el valor de su inteligencia.¿Por qué fracasan algunas personas brillantes? He vivido muchos años cerca de una persona calificada de genio, que posee una alta inteligencia abstracta, y es Phi-Beta-Kappa. A pesar de su muy alta inteligencia nativa, es una de las personas menos afortunadas que conozco. Desempeña un trabajo mediocre (tiene miedo a la responsabilidad). No se ha casado nunca (cantidad de matrimonios acaban en divorcio). Cultiva pocas amistades, (la gente le aburre). Nunca invierte en propiedades de ninguna clase (podría perder su dinero). Este hombre emplea su gran poder cerebral en demostrar por qué razones puede no rendir en su trabajo, más que en dirigir su potencia mental a alcanzar por qué medios puede tener éxito.A causa del pensamiento negativo que guía su gran reserva mental, este sujeto contribuye poco y no produce nada. Mediante un cambio de actitud podría realmente hacer grandes cosas. Posee cerebro para obtener un tremendo éxito, pero no el poder del pensamiento.Otra persona que conozco bien fue incorporada al Ejército poco después de titularse como doctor en filosofía en una destacada universidad de Nueva York. ¿Cómo utilizó estos tres años en el Ejército? No como un oficial o como un especialista de equipo. En lugar de eso, durante años manejó un camión. ¿Por qué? Porque se hallaba imbuido de actitud negativa hacia sus compañeros soldados (“Soy superior a ellos”), hacia los métodos del Ejército y sus procedimientos (“Son estúpidos”), hacia la disciplina (“Eso es para los demás, no para mí”), hacia todas las cosas, incluyéndose a sí mismo (“Soy un necio por no imaginar una vía de escape a este golpe”).Éste no se ganó el respeto de nadie. Todo su vasto almacén de conocimientos permaneció enterrado. Sus actitudes negativas hicieron de él un ser rastrero.Recuerde, el pensamiento que guía su inteligencia es mucho más importante que cuánta inteligencia puede usted tener. ¡Nada de raro hay en que un graduado en filosofía invalide este principio básico de éxito!Hace varios años llegué a ser amigo íntimo de Phil F., uno de los antiguos directores de una gran agencia de publicidad. Phil era quien dirigía la búsqueda de mercados para la agencia y realizaba un trabajo de primera clase. ¿Era Phil un “cerebro”? Lejos de eso. Phil, no sabía casi nada de investigación técnica. No sabía casi nada de estadística. No era un graduado de carrera (aunque toda la gente que trabajaba para él, lo era). Phil no pretendía conocer el lado técnico de la investigación. ¿Qué era entonces lo que hacía posible a Phil devengar $30.000 dólares al año en tanto que ninguno de sus subordinados ganaba $10.000?Phil era un ingeniero “humano”. Phil era cien por ciento positivo. Él podía inspirar a los demás si se sentían abatidos. Era entusiasta. Generaba entusiasmo; comprendía a la gente porque podía en realidad ver lo que les hacía abatir, les gustaba. No era la inteligencia de Phil, sino cómo los manejaba. Esto lo hizo tres veces más valioso para su compañía, que los hombres clasificados como más altos en la escala del cociente de inteligencia.De cada cien personas matriculadas en un colegio, menos de 50 se gradúan. Sentí curiosidad al respecto y pedí al director de admisiones de una gran universidad una explicación.“No es cosa de inteligencia insuficiente –me dijo– . No admitimos a los que no poseen suficiente capacidad. Ni es cuestión de dinero. Todos los que desean sostenerse a sí mismos en el colegio, pueden hacerlo. La razón real son las actitudes. Le sorprendería a usted –agregó–, a cuántos jóvenes no les agradan sus profesores, los temas a desarrollar o sus compañeros estudiantes”.La misma razón, pensamiento negativo, explica por qué la puerta de las posiciones ejecutivas sobresalientes se halla cerrada para muchos jóvenes ejecutivos. Las actitudes agrias, negativas, pesimistas, despectivas, más que la inteligencia insuficiente, estorban a millares de estos jóvenes. Así un ejecutivo me dijo: “Es un caso raro que salgamos de un joven colega porque carece de cerebro. Casi siempre se debe a su actitud”.Una vez fui contratado por una compañía de seguros para esclarecer por qué un tope de 25 por ciento de sus agentes estaban vendiendo sobre el 75 por ciento de los seguros, mientras un fondo de otro 25 por ciento de agentes vendía solamente un 5 por ciento del volumen total.Muchas personas fueron cuidadosamente examinadas. La investigación demostró más allá de cualquier pregunta que no existía ninguna diferencia significativa en la inteligencia nata. Es más, las diferencias de educación no explicaban la diferencia en el éxito de las ventas. La diferencia entre los muy afortunados y los muy infortunados se redujo finalmente a las actitudes o diferencias en el manejo del pensamiento. El grupo tope se preocupaba menos, era más entusiasta, contaba con el agrado de la gente.No podemos hacer mucho por cambiar el monto de la capacidad innata, pero podemos cambiar el modo que tenemos de usarla.El conocimiento es poder –cuando usted lo usa constructivamente. Estrechamente aliado con la “excusitis” de inteligencia existe algún pensamiento incorrecto respecto al conocimiento.A menudo oímos decir que el pensamiento es poder, pero esta afirmación es sólo una verdad a medias. El conocimiento es solamente poder potencial. El conocimiento es poder únicamente cuando podemos usarlo y es entonces solamente cuando su uso es constructivo.Se cuenta que al gran científico Einstein le preguntaron una vez cuántos pies hay en una milla. La respuesta de Einstein fue: “No lo sé. ¿Por qué llenarme el cerebro con hechos que puedo encontrar en dos minutos en cualquier libro estándar de referencia?”Einstein nos dio una gran lección. Sintió que era más importante usar la mente para pensar que usarla como archivo de hechos. Una vez Henry Ford se halló envuelto en un pleito por difamación con el Chicago Tribune. La Tribune había llamado “ignorante” a Ford, hombre de gran respeto, y él dijo: “Pruébenlo”.La Tribune le pidió cuentas de preguntas sencillas tales como: “¿Quién fue Benedict Arnold?”, y otras muchas, a las cuales Ford, que no tenía gran educación formal, no pudo responder.Finalmente, se exasperó y dijo: “No sé las respuestas a esas preguntas, pero puedo encontrar dentro de cinco minutos a un hombre que las sepa”.Henry Ford no se hallaba interesado en misceláneas informativas. Sabía lo que todos los grandes ejecutivos saben: la capacidad de saber cómo conseguir datos es más importante que usar la mente como almacenamiento de ellos.¿Cuánto vale un hombre-enciclopedia? Recientemente pasé una tarde muy interesante con un amigo que es presidente de una empresa manufacturera joven pero de rápido crecimiento. La televisión por casualidad sintonizó uno de los programas de concurso más populares. El sujeto que era interrogado llevaba varias semanas ganando. Podía contestar preguntas de toda clase de temas, muchas de las cuales parecían absurdas.Después que el sujeto contestó una rara pregunta relativa a algo de una montaña en la Argentina, mi huésped me miró y dijo:“¿Cuánto piensa usted que debería pagar a este tipo para que trabajase para mí?”“¿Cuánto?” – pregunté. “Ni un centavo más de $300 dólares. No cada mes, ni cada semana, sino por toda la vida. He analizado que este experto no puede pensar. Solamente puede memorizar. Es simplemente una enciclopedia humana, y me imagino que por $300 dólares puedo comprar un bello acervo de enciclopedias. De hecho, puede que sea demasiado. El 90% de lo que sabe este tipo lo puedo encontrar en una enciclopedia de las más baratas. Las personas que yo deseo a mi alrededor –prosiguió–, son aquellas que puedan resolver problemas, que puedan producir ideas. Personas que puedan soñar y desarrollar luego sus sueños de una forma práctica; un hombre de ideas puede ganar mucho dinero conmigo, un hombre-enciclopedia no podría”.Tres medios para curar la “excusitis” de inteligenciaHe aquí tres maneras fáciles de curar la “excusitis” de inteligencia:Nunca subestime su propia inteligencia ni la inteligencia ajena. No se venda barato. Concéntrese en sus ventajas. Descubra sus talentos superiores, recuerde que lo que importa no es cuánto cerebro posee usted, sino más bien, cómo lo usa. Maneje sus deseos en lugar de preocuparse por el cociente que ha alcanzado.Recapacite varias veces al día: “Mis actitudes son más importantes que mi inteligencia”. En el trabajo y en su casa practique actitudes positivas. Vea las razones por las que pueda hacerlo, no las razones por las que no puede. Desarrolle una actitud de “estoy venciendo”. Lance su inteligencia al uso creador positivo. Úsela hasta encontrar los medios de vencer y no para demostrar que va a perder.Recuerde que la capacidad de pensar es de mucho mayor valor que la capacidad de recordar hechos. Use su mente para crear y desarrollar ideas, hasta hallar cosas nuevas y mejores que hacer. Pregúntese a sí mismo: “¿Estoy usando mi capacidad mental para hacer historia o estoy usándola meramente para recordar la historia hecha por los demás?”3. –Eso no sirve. Soy demasiado viejo. (O demasiado joven). La “excusitis” de edad, la enfermedad del fracaso por no tener nunca la edad correcta, se presenta bajo dos formas identificables: “Soy demasiado viejo” y “Soy demasiado joven”.Usted ha escuchado centenares de personas de todas las edades explicar su mediocre realización en la vida con algo parecido a esto: “Soy demasiado viejo (o demasiado joven) para irrumpir ahora. No puedo hacer lo que deseo o estoy incapacitado para hacerlo porque mi edad lo obstaculiza”.Realmente, es sorprendente cuán pocas personas se hallan en la “edad correcta”, la edad acertada. Y esto es desafortunado. Esta excusa ha cerrado la puerta a grandes oportunidades a miles de individuos. Piensan que su edad no es adecuada y por ello ni se molestan en intentarlo.La variedad “soy demasiado viejo” es la forma más común de “excusitis” de edad. Esta enfermedad se extiende por medios sutiles. En televisión se han producido programas relacionados con el gran ejecutivo que pierde su empleo a causa de una fusión de empresas y no puede encontrar otro porque es demasiado viejo. El señor ejecutivo busca meses enteros, pero no halla lo que busca y al fin, después de considerar el suicidio durante un rato, decide razonar que es agradable estarse arrinconado.Son populares las comedias y artículos de revista acerca del tópico, “¿Por qué ha fracasado usted a los cuarenta?”, no porque representen hechos verdaderos, sino porque interesan a muchas mentes preocupadas por buscar una excusa.Cómo manejar la “excusitis” de edadLa “excusitis” de edad puede ser curada. Hace pocos años mientras dirigía un programa de adiestramiento en ventas, descubrí un buen suero que al mismo tiempo cura esta enfermedad y le vacuna a usted contra su renuncia a obtener el mejor trabajo.En este programa de adiestramiento había un participante llamado Cecilio, quien tenía cuarenta años, deseaba cambiar de situación hasta constituirse como representante de una empresa, pero pensaba que era demasiado viejo. “Después de todo –explicaba–, tengo que comenzar por partir de la línea y soy demasiado viejo para ello ahora. Tengo 40 años”.Conversé con Cecilio varias veces acerca de su problema de la “demasiada edad”. Empleé la antigua medicina: “Usted tiene solamente la edad que siente tener”, pero me di cuenta de que no iba a ninguna parte. (Con excesiva frecuencia la gente contesta: “¡Pero me siento demasiado viejo!”)Por fin descubrí un método que lo trabajó. Un día después de una sesión de entrenamiento, lo intente con Cecilio. Le dije: “Cecilio, ¿cuándo comienza la vida productiva de un hombre?”Meditó unos dos segundos y repuso:“Oh, cuando anda por los 20 años, me figuro”.“Muy bien –dije–. Ahora, ¿cuándo termina la vida productiva de un hombre?”“Bueno –respondió Cecilio–, si permanece en buena forma y le gusta su trabajo, opino que un hombre es todavía muy útil a los 70 años, o algo así”.“Perfectamente –añadí–, una gran cantidad de sujetos son altamente productivos después que han cumplido los 70, pero permítame convenir en lo que acaba de decir, los años productivos de un hombre abarcan de los 20 a los 70. Esto es, un intervalo de 50 años o medio siglo. Cecilio –proseguí diciendo–, usted tiene 40 años. ¿Cuántos años de vida productiva ha consumido?”“Veinte” –contestó.“¿Y cuántos le faltan?”“Treinta”.“En otros términos, Cecilio, no ha alcanzado siquiera el punto medio. No ha agotado sino el cuarenta por ciento de sus años productivos”. Miré a Cecilio y me di cuenta de que había dado en el blanco. Cecilio estaba curado de la “excusitis” de edad. Él vio que aún tenía muchos años por delante colmados de oportunidades. Conectó su pensamiento del “soy ya viejo” al “soy todavía joven”. Se dio cuenta que no es importante cuán viejo sea. Es la actitud hacia la edad la que hace de ella una bendición o una barricada.Curarse de la “excusitis” de edad, a menudo abre puertas a oportunidades que parecen herméticamente cerradas. Un conocido mío llevaba años haciendo diferentes cosas –vendiendo, administrando su propio negocio, trabajando en un banco–, pero nunca acertaba a encontrar lo que en realidad más deseaba hacer. Finalmente, concluyó que lo que deseaba más que ninguna otra cosa era ser sacerdote. Pero cuando pensó en ello, encontró que era demasiado viejo. Después de todo, tenía 45 años, tres hijos pequeños y poco dinero.Pero, por fortuna recobró toda su firmeza y se dijo a sí mismo: “Cuarenta y cinco años o no, voy a ser sacerdote”.Con toneladas de fe y un poco más, se alistó en un programa de instrucción sacerdotal de cinco años en Wisconsin. Cinco años más tarde fue ordenado sacerdote y formó parte de una escogida congregación de Illinois.¿Viejo? Desde luego que no. Tenía ante sí todavía veinte años de vida productiva. Hablé con este hombre no hace mucho y me dijo: “Sepa usted que de no haber tomado esta gran decisión cuando tenía 45 años, habría malgastado el resto de mi vida volviéndome viejo y amargado. Ahora me siento en todo instante tan joven como lo fui hace 25 años”. Y casi lo parecía también.Cuando usted vence la “excusitis” de edad, el resultado natural es ganar el optimismo de la juventud y sentirse joven. Cuando derriba sus temores de limitaciones de edad, usted añade años a su vida tanto como al éxito.Un antiguo colega mío de la época de la universidad, muestra un ángulo interesante de cómo fue destruida la “excusitis” de edad. Bill se graduó en Harvard en su veintes. Después de 24 años en el negocio de corretaje de existencias, durante los cuales ganó una modesta fortuna, Bill decidió que deseaba ser profesor de instituto. Sus amigos le advirtieron que iba a tener que excederse a sí mismo con el rudo programa de enseñanza que tenía delante.Pero Bill estaba decidido a alcanzar su meta y se inscribió en la universidad de Illinois a la edad de 51 años. A los 55 había conseguido el grado. Hoy es presidente del Departamento de Economía en un acreditado instituto de profesiones liberales. Es también feliz. Sonríe cuando dice: “He conseguido no alejar de mí un tercio de mis buenos años”.La vejez es un mal del fracaso. Derrótela evitando que lo limite.¿Cuándo es demasiado joven una persona? La variedad “Soy demasiado joven” de la “excusitis” de edad hace mucho daño también. Hace cerca de un año, un muchacho de 23 años llamado Jerry, vino a mí con un problema. Jerry era un joven distinguido. Había sido paracaidista durante el servicio y luego fue al instituto. Mientras iba a él, Jerry mantuvo a su esposa y su hijo vendiendo en una compañía de mudanzas y almacenaje. Realizaba muy buen trabajo tanto en el colegio como en su compañía. Pero hoy Jerry se hallaba preocupado.-Doctor Schwartz –manifestó–. Tengo un problema. Mi compañía me ha ofrecido un empleo de promotor de ventas. Esto me haría supervisor de unos ocho vendedores.-Mis felicitaciones, ¡esa es una noticia maravillosa! –dije–. Pero parece usted preocupado.-Bueno –continuó–. Los ocho hombres que debo supervisar son de 7 a 21 años mayores que yo. ¿Qué piensa usted que debo hacer? ¿Puedo manejarlos?-Jerry –repuse–. El gerente general de su compañía piensa obviamente que usted es suficientemente maduro, o de lo contrario no le habría ofrecido el puesto. Recuerde solamente estos tres puntos y todas las cosas trabajarán bien: primero, no sea consciente de su edad. Allá en la granja un muchacho llegó a ser un hombre porque demostró que podía hacer el trabajo de un hombre. Su número de cumpleaños no tuvo nada que ver con ello. Y esto es aplicable a usted. Cuando demuestre que es capaz de manejar el empleo de jefe de agentes, será automáticamente lo bastante mayor.Segundo, no se aproveche de su nueva “barra de oro”. Manifieste respeto con los vendedores. Pídales sus sugerencias. Hágales sentir que están trabajando para un capitán de equipo, no para un dictador. Hágalo así y los hombres trabajarán con usted, no contra usted.Tercero, no vacile en tener personas mayores trabajando para usted. Los dirigentes en todos los campos pronto encuentran que son más jóvenes que la gente que supervisan. No dude en emplear gente mayor que trabaje para usted. Ellos le ayudarán en cantidad durante los años venideros cuando aún se desarrollen oportunidades más grandes. Y recuérdelo Jerry, su edad no debe ser un obstáculo a menos que la convierta en tal.Hoy Jerry se desenvuelve bien. Adora el negocio de transportes y ahora planea organizar su propia compañía dentro de unos pocos años.La juventud tan sólo es una desventaja cuando lo es el pensamiento. Usted a menudo oye decir que cierto empleo requiere “considerable” madurez física, en ocupaciones parecidas a la venta de valores o seguros.Que debe tener cabello gris o ninguno para ganar la confianza de un inversionista es un completo disparate. Lo que realmente importa es qué tan bien conoce usted su oficio. Si usted sabe su oficio y comprende a la gente, está lo suficiente maduro para manejarla; la edad no tiene ninguna relación real con la capacidad, a menos que usted se convenza a sí mismo de que los años solamente le darán el carácter que necesita para realizar su fin.Muchos jóvenes sienten que no se les prefiere, a causa de su juventud. Desde luego, es verdad que otras personas en una organización que es insegura o que las asusta el trabajo, pueden tratar de bloquear su camino hacia delante, valiéndose de la edad o de cualquier otra razón. Pero la gente que realmente cuenta en la compañía no lo hará. Le darán tanta responsabilidad como usted les haga sentir que puede asumir bien. Demuestre que posee capacidad y actitudes positivas y su juventud será considerada como una ventaja.La cura de la “excusitis” de edad es:Mire positivamente su edad actual. Piense “soy joven” no “soy viejo”. Practique el mirar hacia nuevos horizontes y gane el entusiasmo y el sentir de la juventud.Contabilice cuánto tiempo productivo ha dejado. Recuerde, una persona de treinta años tiene aún el ochenta por ciento de su vida productiva delante de ella. Y el de cincuenta años cuenta todavía con un amplio cuarenta por ciento –el mejor 40 por ciento– de sus años de oportunidad abandonados. ¡La vida es, de hecho, más larga de lo que mucha gente piensa!Invierta su tiempo futuro en hacer lo que realmente desea hacer. Solamente es demasiado tarde cuando usted permite que su mente sea negativa y piensa que es demasiado tarde. Deje de pensar “debí haber comenzado hace años”. Esto es pensar en el fracaso. En lugar de eso debe pensar “voy a empezar ahora mis mejores años que están frente a mí”. Este es el modo en que piensan las personas afortunadas.4. “Pero mi caso es diferente; atraigo la mala suerte”. Recientemente, he oído a un ingeniero de tránsito, discutir acerca de la seguridad en las carreteras. Hizo notar que por encima de 40.000 personas se matan cada año en pretendidos accidentes de tránsito. El punto principal de esta conversación fue que no hay tal cosa como un verdadero accidente. Lo que llamamos un accidente es el resultado de una falla mecánica o humana, o una combinación de las dos.Lo que este perito en tránsito quiso decir establece lo que los hombres juiciosos a lo largo de las edades han dicho: existe una causa para cada cosa. Nada sucede sin una causa. Nada hay accidental sobre el tiempo que reina hoy. Es el resultado de causas específicas. Y no hay razón para creer que los asuntos humanos sean una excepción.Con todo, no pasa más de un día sin que oigamos a alguien que culpa sus problemas a la “mala” suerte. Y es raro el día en que no oiga usted a quien atribuye el éxito de otras personas a la “buena” suerte.Permítame aclarar cómo la gente sucumbe a la “excusitis” de la suerte. Hace poco almorcé con tres ejecutivos jóvenes. El tópico de la conversación fue aquel día Jorge C., que precisamente la víspera, había sido escogido entre su grupo para una promoción mayor.¿Por qué Jorge obtuvo la posición? Estos tres sujetos desenterraron toda clase de razones: suerte, de buenas, servilismo, la esposa de Jorge y de qué modo adulaba a los jefes, todas las cosas menos la verdad. Los hechos eran que Jorge fue sencillamente mejor calificado. Había estado haciendo mejor trabajo. Estaba trabajando con ahínco. Poseía una personalidad más efectiva.Yo sabía también que los altos jefes de la compañía habían dedicado mucho tiempo a considerar cuál de los cuatro sería promovido. Mis tres desilusionados amigos debían haber comprendido que los ejecutivos en la cumbre no seleccionan ejecutivos mayores extrayendo nombres de un sombrero.Estuve hablando acerca de que la “excusitis” de suerte no hace mucho con un gerente de ventas de una compañía dedicada a la fabricación de herramientas. Se identificó con el problema y comenzó a narrar su propia experiencia al respecto:–Nunca he oído decir eso antes –exclamó–, pero es uno de los problemas más difíciles con que tienen que luchar los ejecutivos. Precisamente hoy ha ocurrido en mi compañía un ejemplo de lo que está usted diciendo. Uno de los vendedores entró a las cuatro de la tarde con un pedido de piezas de máquina por valor de $8.500 dólares. Otro vendedor, cuyo rendimiento es tan bajo que constituye un problema, se hallaba en aquel momento en la oficina. Al escuchar que John daba la buena noticia, le felicitó con envidia y le dijo: “Bueno, John otra vez ha tenido usted suerte”.Ahora bien, lo que el débil vendedor no quería aceptar era que la suerte no tenía nada que ver con el gran pedido de John. Él estuvo trabajando aquel cliente durante meses. Había hablado repetidamente a media docena de personas fuera de allí. John no se había acostado noches enteras meditando en lo mejor para obtenerlo. Después logró que nuestros ingenieros trazaran dibujos preliminares del equipo. John no era afortunado, a menos que usted pueda llamar suerte a un trabajo cuidadosamente planeado y pacientemente ejecutado.Suponga que se hubiera empleado la suerte para reorganizar la General Motors. Si la suerte determina quién lo hizo y adónde fue, todos los negocios de la nación caerían en pedazos. Imagine por un momento que la General Motors hubiera sido reorganizada por completo a base de suerte. Llevar a cabo la reorganización con los nombres de todos los empleados, colocados en un barril.El primer nombre extraído sería presidente; el segundo, vicepresidente ejecutivo y así sucesivamente. Suena estúpido ¿verdad? Bueno, este es el modo como trabajaría la suerte.La gente que se eleva a la cima en cualquier ocupación –manejo de negocios, ventas, leyes, ingeniería, acción, o lo que usted quiera– llega allá a causa de que posee actitudes superiores y usa su buen sentido en la aplicación a un duro trabajo.Conquiste la “excusitis” de suerte por dos mediosAcepte la ley de causa y efecto. Dé una segunda ojeada a lo que parece ser la “buena suerte” de alguien. No encontrará suerte sino preparación, planeamiento, y producción de éxito pensante precediendo su buena fortuna. Dé otro vistazo a lo que parece ser “buena suerte”. Mire, y descubrirá razones específicas. El señor Éxito sufre una contrariedad; aprende y aprovecha. Pero cuando el señor Mediocre pierde, se olvida de aprender.No sea un pensador optimista a ultranza. No despilfarre sus músculos mentales soñando un éxito conseguido sin esfuerzo. No llegamos a ser felices soñando simplemente que lo somos. El éxito llega haciendo cosas y dominando aquellos principios que lo producen. No cuente con la suerte para promociones, victorias, o para las cosas buenas en la vida. La suerte simplemente no está llamada a distribuir estas cosas buenas. En vez de eso concéntrese en desarrollar aquellas cualidades de usted mismo que le harán un vencedor.