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Capítulo 1
INQUIETUD
ОглавлениеAño 3011, 28 de febrero, 7:00 a. m. Teufelsberg. Montaña del Diablo, Berlín (Alemania). Centro jerárquico. Sala de control de población.
La Zafiro Eva controlaba las tareas que tenía asignadas, dando prioridad a la disciplina del pueblo mientras miraba en las múltiples pantallas cómo vivía la gente. En un momento dado se dirigió a una subordinada:
—¿Cuánto queda para tener la célula? —preguntó la Zafiro Eva.
—Señora, colóquese en el escáner y atienda a las instrucciones. Las que trabajamos en este proyecto no podemos acceder a ciertos archivos y estancias, solo las de nivel de seguridad 4 pueden saberlo todo —contestó la Mercurio Kaina.
—Mi nivel es 3, pero esa información sí me es concedida.
—El sistema exige que escaneemos a toda hembra cuando se necesite información sobre el proyecto «Aleluya» para su autentificación como método de seguridad por una posible usurpación de identidad. También se guarda en registro el historial de fecha, el individuo, el sector de información requerido sobre el proyecto, etc.
A esta Zafiro se le dilataban las pupilas cuando se le comunicaba en la cabina estanca que la estimación de la fabricación de la célula era de unos seis meses. Se trataba de una ferviente discípula de Sieva, y no sabemos con certeza si odiaba a los hombres casi tanto como ella. Su mayor deseo era la finalización de ese proyecto para no tener que utilizar ni un espermatozoide de los machos.
La Diamante Europa entró en la sala y Eva gritó en voz alta:
—¡En pie!
—¡Continúen! ¿Novedades? —preguntó Europa.
—Mi Diamante, en la zona de Zugspitze hay unas balizas que han dejado de emitir y voy a enviar un pelotón para aclarar la falta de comunicación. Hemos mandado varios drones y cuando se acercan a este sector, caen como si existiera un pulso electromagnético continuado o alguna actividad eléctrica los hiciera funcionar mal. Señora, yo iré con ellas.
—¡No! Tu trabajo es controlar desde aquí —ordenó Europa.
—Señora, con el debido respeto, tengo un principio: estar en las irregularidades desconocidas.
—Por esta vez, ve. Sé que te gusta salir. Procura volver pronto y con información. Te necesitamos aquí.
Zona activa
De vigilancia permanente, era una zona en la que siempre estaban preparadas para la misión que encomendasen, donde no solo se encargaban del equipo y el material que evaluaban necesario, sino también de la logística y la estrategia. Para ello, necesitaban una dilatada y detallada información.
—Quiero un pelotón de 12 unidades, formado por cuatro exploradoras, dos tiradoras con armas letales no electrónicas, dos tiradoras con armas sedantes, dos ojos del cielo y dos Argentum controladoras, todas dispuestas para salir en dos horas
Tras explicarle a su subordinada los detalles de la misión, Eva se dirigió a sus estancias en el Hogar de los Cristales.
En los recintos de Luz de Diamante existían muchas cámaras y pasadizos que unían diferentes lugares entre sí, además de alguna salida de emergencia secreta que solo conocían ella y unas pocas más.
Luz estaba en su dormitorio con dos Firmes, miembros de la guardia personal de mujeres de plena confianza de Médula, que llevaban sujeciones magnéticas para esta sala con gravedad regulable. Allí copulaba con alguno de los Sometidos a su elección, bajo la vigilancia de las antes mencionadas y, de momento, sin ánimo de procreación, solo por placer, disfrazando estos encuentros como parte de castigo, humillación e información, como si de un interrogatorio se tratase. Los cautivos pasaban por unos exámenes físicos y psíquicos exhaustivos.
La luz era apropiada. El sonido ambiente resultaba embriagador. Las paredes, el techo y el suelo proyectaban una naturaleza tal que parecía que estuvieras allí mismo. Había espejos por doquier y su gata negra la miraba fijamente mientras ronroneaba. En ese momento, Luz fue interrumpida y alertada.
—¡Señora, no la importunaría si la situación no fuera preocupante!
—¡Llévense a Goliat! —el macho de aspecto más fuerte y al cual, como a los otros, ella le había puesto el nombre—. ¿Qué ocurre, Diamante? —preguntó Luz de Diamante mientras se vestía.
—Señora Luz, hemos detectado múltiples fallos en las balizas de comunicación y en los puntos de observación. ¡Sospecho un ataque!
—¡Habla claro, Europa!
—Seré sincera, mi Diamante. Nuestro gobierno roza la dictadura. Temo una rebelión masiva y esto podría ser el comienzo. Usted no quiere ver o subestima lo que la población y los extranjeros pueden llegar a hacer por derrocar un sistema que no comprenden o temen.
—De acuerdo, te permito este tratamiento, si me sirve para reaccionar a tiempo. Y ahora dime, como consejera, ¿qué harías?
—Señora Luz, reúna a Médula y decidan. Mandaré unas secciones equipadas a cada una de las regiones de balizas que fallan, con precaución por si son emboscadas. Aunque nos provocarían pocos daños, no quiero perder ni una sola de mis leales y fieles mujeres, además de la preciada información de las máquinas.
—Lo dejo en tus manos. Sé que no me defraudarás. Mantenme informada, como siempre.
—¡X por la unión! —exclama Europa gritando. Paradójico, cuando para conseguir la paz, tienen que utilizar la violencia. Las hembras eliminan a los hombres para que ellas puedan vivir en armonía, pero donde hay personas hay conflictos, tengan el cromosoma que tengan.
Europa se fue del Hogar de los Cristales para comunicarle a la Zafiro Eva que organizara otras exploraciones para las balizas de otros puntos desde allí (Teufelsberg).
Eva salió de sus aposentos preparada para la exploración y se encontró con su equipo en el aeropuerto de Tempelhof a las 10:00 a. m. Su vuelo sería de unos 586 kilómetros en una aeronave Aeros, en la cual llegaría hasta Grainau. Una vez allí, se montarían en un vehículo Amphibius para ir lo más cerca posible y examinar esos artefactos que había en la montaña, buscando la ruta, ya fuera abriéndose camino o por carretera hasta que dejara de funcionar, no por falta de energía, sino por el PEMM (Pulso Electromagnético Mantenido). Esos testigos lo registraban todo, desde la temperatura, la grabación de video y sonido hasta los biodetectores regulados para que se activaran según el peso de la forma de vida que analizaran.
Esta Zafiro sabía que los aparatos electrónicos dejarían de funcionar dentro del campo, así que preparó su equipo para el interior. Cuando llegaron cerca del nacimiento de la montaña, la Amphibius se paró y bajaron las trece. Retrocedieron un poco y notaron que en unas casas que había a pie de la montaña sus aparatos volvían a funcionar. Decidieron entrar en una de ellas. Eva llamó a la puerta y una mujer de unos treinta años le abrió. Acto seguido, Eva ideó una artimaña y le explicó que había una criatura que, aunque probablemente no bajaría de la montaña, era mejor encargarse de ella para que todas pudieran dormir más tranquilas. Entonces, le preguntó si sería posible que durante un corto período de tiempo pudieran utilizar la casa como cuartel para organizar la búsqueda de dicha criatura.
Adelfa vivía en esa casa con su hija Gerbera de diez años. Por haber sido madre civil voluntaria, contaba con algunos privilegios y tenía el abastecimiento cubierto para ambas hasta que su hija cumpliera veintidós. En ese momento, la hija debería haber alcanzado los estudios obligatorios o el tratamiento militar que en su nacimiento aconsejaban a la madre para que fuera productiva al gobierno de Médula. Así, la madre seguiría solo con su paga y a la hija, en caso de no querer trabajar para el sistema, no se le darían ni ayuda sanitaria ni privilegios. Se convertiría en una de las llamadas «vacías», que podían vivir fuera de Berlín, con las mismas normas y controles que los demás, pero sin ninguna ayuda, tan solo la de los familiares o amigas; de esta manera, únicamente podría subsistir un miembro como máximo por familia.
Estaban tomando algo cerca de su chimenea. Adelfa invitó a pasar a Eva y a sus doce. Eran las 11:00 a. m. y Eva sabía que la caída del sol era aproximadamente a las 5:30 p. m. Decidió preparar la casa como base para organizar la subida el día siguiente y, además, controlar otras expediciones desde allí. En ese momento, cayó en la cuenta de que tenían satélites modificados desde hacía ya tiempo, como el EDRS (Sistema de Retransmisión de Datos Europeo), que podrían dar información de la zona y de la montaña, (fotográfica, térmica, de rayos X, etc).
Daba órdenes para que las suyas se pusieran en marcha e informaba de los pasos a seguir para recibir esos datos, colocando las antenas fuera de la vivienda y los aparatos necesarios dentro del refugio. Estas viviendas no eran como las de la ciudad, hogares con conectividad.
—Señoras, nos vendrá bien pernoctar aquí para aclimatarnos antes de la subida de mañana, aunque sea leve y estéis preparadas —dijo la Zafiro.
Mientras Adelfa preparaba un caldo caliente y se lo ofrecía a las militares, su hija fijaba la mirada en la pantalla más alejada que en ese momento nadie vigilaba, y entre pequeñas nubes la montaña Zugspitze se iba acercando. La cámara hacía un zoom automático y, en ocasiones, se podían ver algunos puntos rojos que desaparecían. Las militares seguían calentándose alrededor de la chimenea, sentadas junto a la madre. Entonces, la hija se acercó, la cogió de la mano y tiró de ella. Después de un par de tirones, se levantó y fue arrastrada hacia las pantallas que había más allá en el salón.
—¡Mira, mamá! —exclamó Gerbera.
Adelfa y Gerbera vieron los puntos rojos por un momento, mientras las demás seguían sentadas, calentando sus estómagos al crepitar del fuego. El rostro de la madre palideció. Desde su silla Eva le hablaba a la madre mirando al fuego:
—Mire usted lo impresionante y bella que es nuestra montaña desde el cielo. ¿Como van las cosas por aquí? ¿Está todo tranquilo? ¿Alguna cosa sospechosa?
—Nada, excepto eso de la criatura que comenta usted. ¿Debería preocuparme?
Mañana saldremos de dudas y averiguaremos si se trata de un mito, de una leyenda, o son simplemente rumores, y le prometo que cuando bajemos, le comunicare la situación.
La madre cogió ropa de abrigo, dado que estaba nevando y hacía frío, aunque el cielo estaba casi despejado con un sol intermitente.
—Gerbera, quédate aquí. Voy por leña.
—Mamá, voy contigo —respondió la niña.
—¡No! Vigila a estas hembras. Si alguna de ellas va a salir, te abrigas y me avisas.
La hija asintió con la cabeza, pero su semblante era de estar en desacuerdo. La madre se disponía a salir; sin embargo, al abrir la puerta, la Zafiro Eva le preguntó:
—¿A dónde va señora?
—Voy a traer un poco más de leña. No creo que aguante toda la noche, aunque esta dormiremos más calientes, porque somos más.
—¿Quiere que la acompañe y la ayudo?
—No, gracias. Tengo el cobertizo atrás, pegado a la casa. Tardaré poco.
—De acuerdo entonces.
La madre salió de la casa de piedra y madera, entró en el sotechado, miró alrededor mientras colocaba un gran espejo en dirección a la montaña. A continuación sacó de entre sus ropas unos prismáticos con puntero láser y apuntó desde varios kilómetros a la mujer que estaba de guardia al lado del aparato PEMM para avisarla. Tanto la mujer como el artefacto estaban camuflados; sin embargo, Adelfa tenía las coordenadas para lanzar el mensaje. Ese artefacto funcionaba con un grupo electrógeno aislado de esos campos, invención de las siempre bien recibidas Sombreros Blancos, especialistas en programación y electrónica.
Al cabo de un rato, la hija salió de la casa, porque vio levantarse a Eva con la intención de salir.
—¡Mamá! —advirtió Gerbera.
La madre, que estaba soltando el espejo y guardando el puntero láser, se alertó. Esta Zafiro sospechó que la mujer escondía algo; de hecho, se extrañó al ver aquel gran espejo fuera de la casa.
—Señora, ¿y ese espejo?
—Son varios los motivos para que esté ahí, aparte de mis excentricidades: iluminar más el cobertizo de día y de noche, y deshacer un poco la nieve cuando esta se acumule mucho en la puerta.
A la jefa del pelotón esto le olió mal, así que decidió seguir preguntando por el aparato que se había guardado, a sabiendas de que se arriesgaba a sacar menos datos, siendo tan directa o por la fuerza que mostrándose educada y amable. No había mucho tiempo. Tenía asuntos más importantes que atender que castigar a una madre por un comportamiento sospechoso y un objeto militar.
—Perdone que sea tan indiscreta, pero la he visto guardar un aparato bastante sofisticado que las civiles de esta zona no suelen tener en casa.
Adelfa empezó a ponerse nerviosa; sin embargo, Eva no se percató de ello.
—Habla de mis binoculares. Sí, los tengo desde que mi prima, la Mercurio Alisum, dejó la milicia. Me gusta mirar la cima con ellos.
—Su prima debería haber entregado ese material militar en su ida, pero no me voy a meter en eso. La dejo con su quehacer.
Eva entró en la casa y puso a las demás a trabajar, preparándolo todo para la expedición del día siguiente. A una de ellas le encargó que mirara constantemente las pantallas, por si veía algo que notificar. Luego, llamó a las dos Argentum del equipo y las reunió aparte, donde no se oyera la conversación que iban a tener. Les informó de que algo no va bien y les ordenó que estuvieran con los ojos y oídos bien atentos.
—Investiguen si Adelfa Aigner ha tenido alguna prima llamada Alisum, que haya sido militar, y si esta entregó todo su material al dejar el ejército.
—Sí, señora. Se han activado las máquinas de la montaña durante un minuto y medio, y ha habido una comunicación codificada de cincuenta y cinco segundos —comunicó la Argentum Silene.
—Ahora mismo solo podemos observar y recopilar datos para mañana. Antes de salir concretaremos las novedades que tengamos para ser más eficaces en nuestra labor. Avisa a las hembras, sin que escuchen nada madre y la hija, de que nos enfrentamos a una posible situación de combate.
Un par de ellas se quedaron toda la noche de guardia, turnándose, mientras el resto del grupo, junto con la madre y la hija, dormían.
Cuando la guardia del PEMM detectó el haz de luz del espejo y el láser de gran potencia, desconectó la máquina por unos instantes para que el grupo de rebeldes El Cambio pudiera comunicarse. Estas mujeres eran furtivas. Sus nombres, alias o apodos solían ser flores venenosas; en este caso, la jefa del grupo se llamaba Anturia.
Ella se comunicaba por radio con una frecuencia que era codificada para el pelotón de Médula. Sabía que en muy poco tiempo tenía que dar órdenes. Además, por las señales Morse recibidas y la lógica entendió que ese grupo militar subiría a la montaña de día y con el cielo despejado, aunque la previsión para el día siguiente marcara alguna que otra nevada y ventisca de corta duración, una adversidad aprovechable para ambos.
—¡Señoras, atiendan! Tengo muy poco tiempo. Mantengan la radio abierta por auricular por si volvemos a cortar el PEMM y les damos órdenes. Tenemos para mañana compañía militar de El Grito y observación por satélite, el cual cuenta con rayos x, visión nocturna, sensores de movimiento y capacidad para detectar nuestro calor, igual que las balizas. Nos moveremos a partir de las 6:30 p. m., cuando ya ha caído el sol, con los escudos —esta herramienta servía para enterrarse en la nieve y camuflarse tanto a la vista como de la detección de temperatura— y nos reuniremos en la máquina esta noche a las 0:00 horas. Necesito sus chequeos. Mándenlos inmediatamente. Corto.
En la pantalla de su radio estaban escritos los nombres de los integrantes del grupo, y justo al lado una casilla, en la cual iba saliendo el visto, que confirmaba que ellas habían escuchado el mensaje.
Anturia esperaba el último visto de confirmación de mensaje, pero este no llegaba, así que dio la orden de volver a conectar el pulso. Sabía que una de ellas no lo había recibido o no le había dado tiempo a chequear, pero no podía arriesgar más al equipo y todo por lo que iban a luchar ellas y la República El Cambio.
Mientras, en la casa El Descanso del Cerro, el pelotón ya había averiguado la procedencia de ese pulso y había marcado en los mapas cómo orientarse sin brújula, recordando que nada que fuera magnético ni eléctrico funcionaría.
A la mañana siguiente Adelfa se levantó angustiada, sabiendo que ella y su hija podían meterse en graves problemas y que incluso compañeras suyas podían morir en la búsqueda de esa criatura. Adelfa y Eva sabían que ninguna de las dos decía la verdad. Las mujeres de la puerta y las encargadas de los monitores fueron cambiando cada dos horas. Casi todas las del grupo estaban frescas para la marcha. Cogieron el material de montaña y Eva se despidió de la madre y de la hija.
—Deberían desistir de esta búsqueda. Solo son viejas leyendas pueblerinas o posibles alucinaciones de alguna mujer bajo los efectos del uso abusivo del DAN (drogas no legales que provocaban orgasmos seguidos de inconsciencia durante cerca de un minuto).
—Puede ser. Pero, ¿qué más le da? Si yo fuera Adelfa, estaría encantada con esta búsqueda por y para la protección de mi hija.
—Tiene razón, señora. Buena caza.
Ambas se miraron con desconfianza y Eva se alejó con su grupo por la vereda nevada a los pies de la puerta.
El día se presentaba claro y sin demasiado frío. Las damas iban levemente cargadas y sus trajes miméticos con regulación térmica aguantaban bien, aunque perdieran un poco de temperatura cuando se desconectaba la parte electrónica. Desde Grainau hasta Zugspitze había unos 18 kilómetros por la ruta posterior sur, con un desnivel de 2200 metros. Una persona normal recorrería esta distancia en unas cinco horas y media, pero estas adultas bien entrenadas probablemente lo harían en apenas cuatro horas. Había refugios y edificios vacíos en la ruta para descansar o pasar la noche. Eva decidió que había que hacer del pelotón dos escuadras, una de seis unidades y otra de 7. Más adelante comunicaría su bifurcación y la misión que debería llevar a cabo cada uno de los grupos.
AL cabo de tres horas, sin haberse encontrado ninguna complicación, llegaron a la cabaña de Knorrhütte, a 2051 metros de altura.
Casi todas las áreas de este mundo en las que el ser humano podía vivir estaban controladas, ya que todas las mujeres tenían implantados nanolocalizadores que servían para controlar casi todos los sectores.
—Descansaremos aquí para adaptarnos. No quiero a nadie en la subida con MAM — Mal Agudo de Montaña— aunque sea improbable. Las Argentum Silene y Jazmín se encargarán de las escuadras. Dejad el avisador de señal conectado para cuando solucionemos el problema de la comunicación. Silene, usted irá ascendiendo con su grupo por el oeste. Su escuadra se llamará Óscar y llevará un tirador letal, otro no letal, dos exploradores y un ojo del cielo. Yo iré con Jazmín por el este de la ruta trazada en el mapa y la suya se llamará Eco. La cima está a una hora, pero con la búsqueda de los artefactos inhibidores se prolongará. Ahora mismo son las 10:30 horas. Saldremos a las 12:00 horas. ¿Entendido?
—¡X por la unión! —pronunciaron ambos a la vez.
Silene y Jazmín repartieron las tareas para buscar los aparatos. Había cuatro alrededor de la cima y uno en el edificio de meteorología cerca del punto geodésico.
Durante la noche anterior, Anturia había logrado reunir a nueve del grupo de diez integrantes de la República El Cambio cuando ya habían hecho su trabajo, que consistía en hacer que estos aparatos funcionaran para ellas, para que las tropas de Luz de Diamante creyeran que seguían en perfecto funcionamiento, gracias a varias de las Sombreros Blancos, que indicaban cómo hacerlo.
Esa noche Anturia se disponía a apagar la máquina PEMM de manera intermitente para que las Sombreros Blancos pudieran hacer su trabajo, y así el pelotón de Médula no las detectara, todo ello en sincronización con Adelfa. Cuando cortaban el pulso, en el auricular de Adelfa saltaba el avisador de señal abierta e inmediatamente se levantaba e iba al baño, diciéndoles a las chicas que estaban de guardia en su casa que tenía un pequeño problema de incontinencia urinaria. Luego volvía a su dormitorio y con la radio portátil comunicaba por Morse si había vigilancia en las pantallas.
La guardia encargada de las pantallas despertó a la Zafiro Eva y le dio las novedades de los escáneres de la montaña, que habían vuelto a funcionar por un período corto de tiempo con una comunicación cifrada. Sin embargo, Eva le dijo que la despertara solo en caso de que hubiera movimiento.
—¡X por la unión! —contestó la guardia.
—¡No grite, que están durmiendo! —respondió la Zafiro.
Obviamente, cuando el pulso desaparecía, cualquier ser vivo de más de 40 kilos y todo aquello que desprendiera calor eran detectados por los hitos, además de que podían ser vistos por el satélite EDRS, con independencia de si el pulso estaba conectado o no. Pero esta vigilante no la iba a importunar más, sabiendo que los movimientos que vieron por la tarde y por la noche podrían ser de algún animal más grande.
A Anturia y a muchas hembras que apoyaban a la República les habían sido extraídos los nanolocalizadores, pero algunas como Adelfa necesitaban tenerlos para fines de espionaje y demás misiones. Esa misma noche el grupo de la jefa rebelde se reunió junto a la máquina situada cerca de la cumbre, donde se le informó que la misión había concluido con éxito y algunas del grupo se tendrían que quedar hasta que se hiciera de día, mientras ellas bajaban de noche, protegidas por los escudos de ser localizadas.
—Nos quedamos tres: Azalea (a la que nadie le había visto la cara, ya que llevaba siempre su pasamontañas y su capucha puestos), que es buena en combate y en infiltración, por si tenemos mañana un tropiezo con las escuadras, según me notificó Adelfa, y Aconita, miembro de las Sombreros Blancos, por si necesito apoyo técnico. Y ahora, váyanse.
—¿Lo tenía preparado y no nos avisa? Señora, no nos iremos sin usted. ¡Lucharemos todas juntas! —exclamó una de las compañeras.
—Somos pocas las que luchamos por El Cambio, si nos comparamos con el arsenal de Médula y Luz de Diamante. No sacrificaré a todo el grupo. Vivid y luchad. No lo diré más. ¡Váyanse!
—¡Buena suerte! —se escuchó entre murmullos.
Se perdieron en la nieve de la montaña, pero ellas sabían volver, ya que esta misión se preparó con tiempo para enseñar a las integrantes a orientarse sin métodos eléctricos ni magnéticos. Ya solo tocaba esperar a la mañana para desconectar el aparato y destruirlo, pues no se podía transportar, dado que para construirlo se había ascendido varias veces para montarlo por piezas y, como no había guardas en toda la montaña, subían burlando las balizas, así que la mejor opción era deshacerse del aparato; de esa manera, no podrían utilizarlos ni investigar sobre él ni sobre este clan: una pérdida y un sacrificio para un beneficio.
Llegó la hora para los grupos de ataque de Médula. La Zafiro salió del refugio. El equipo Óscar buscaba el PEMM para desconectarlo e investigarlo, mientras el equipo Eco buscaba los señalizadores para su comprobación y evaluación. Ambos ascendían lentamente por caminos diferentes. Silene iba acercándose al punto marcado en el mapa de polimerización de carbono que llevaba en la mano, y avisaba a su escuadra de la proximidad del objetivo y de la búsqueda con énfasis, ya que el aparato estaría oculto, no se sabía si bajo la nieve o por un efecto óptico.
A una distancia segura, Anturia, Azalea y Aconita veían con unas lentes como la escuadra de Silene se acercaba a la máquina y la descubría. Minutos después, una de las soldados averiguaba cómo desconectarla. En ese momento funcionaba todo.
Mientras las tres esperaban a que la escuadra Óscar se reuniera muy cerca del aparato que generaba el pulso, el equipo Eco trabajaba en la comprobación de los testigos electrónicos.
—¡Hazlo! —ordenó Anturia.
Azalea no podía evitar las dudas.
—¡Hazlo! —Volvió a oírse la voz, esta vez algo más fuerte.
Al apretar Azalea el botón de su emisor, Silene y tres de las suyas volaron por los aires junto con la máquina PEMM. Otra de ellas, mal herida por la explosión, intentaba correr, hundiéndose en la nieve, para alejarse del lugar; sin embargo, al escucharse el eco de un arma de fuego en la montaña, cayó abatida, empapando de sangre la nieve de su alrededor. La ultima de este grupo de seis intentaba descubrir de dónde procedía el disparo, siguiendo unas huellas. Pasado un tiempo, Anturia, Azalea y Aconita la vieron venir, pero no hicieron nada, tan solo observarla hasta que cayó en un cepo que le atrapó la pierna. No podía dejar de gritar cuando de nuevo otro disparo de Anturia en la cabeza acabó con ella, quedando así eliminada la escuadra Óscar.
Azalea y Aconita le reprocharon a Anturia que le pudiera el odio, y que debería haber interrogado a la atrapada.
—Siempre somos nosotras las que tememos a las tropas de El Grito. Ahora es nuestro turno, que escuchen sus propios alaridos. El sistema de posicionamiento global que llevan sabe dónde se encuentra cada una de ellas. Además, no nos hubiera dado tiempo de llegar allí y hacerla hablar. Después de todo esto tendremos que movernos rápido, porque vendrán las que faltan.
La Zafiro Eva y todo el grupo Eco escucharon la explosión y los disparos. Era el momento de hablar por radio.
—Equipo Óscar, ¿me escucha? Cambio. Equipo Óscar, ¿me escucha? ¿Alguien que hable por radio? ¡Si reciben este mensaje y no se pueden comunicar de otro modo, manden una señal o una bengala!
La unidad Eco analizó las señalizadoras y comprobó que funcionaban correctamente antes de escuchar el estruendo. Siempre tenían visual de, al menos, dos miembros cuando trabajaban o se desplazaban, y ahora Eva les informaba por radio.
—Jazmín, ven a mi posición. Cambio —ordenó la Zafiro Eva.
—Entendido —respondió la Argentum Jazmín.
Una vez reunidas en el antiguo edificio alemán de la cumbre, la Zafiro Eva le dio las órdenes a la Argentum, quien a su vez las transmitía por radio.
—Al habla la Argentum Jazmín. Nos reuniremos todas aquí, en la localización de la Zafiro.
No estaban muy lejos entre sí y, una vez juntas, Jazmín se dirigió a todas:
—Nos desplazaremos a otro edificio, que antaño estaba en la frontera de un país llamado Austria. Doy las indicaciones aquí, porque el enemigo puede tener micrófonos direccionales, interceptarnos las comunicaciones o estar escuchando por la radio, ya que ahora funciona todo.
Después de recibir las indicaciones, salieron del refugio de la cima y empezaron el descenso, buscando al enemigo que posiblemente había causado esa explosión.
El Schneefernerhaus eran unas instalaciones antiguas ubicadas en lo que antes eran los Alpes. Ahora estaban abandonadas, como todos los edificios de la montaña. Estaban situadas justamente debajo de la cima, a una altitud de 2656 m. Allí se refugiaron Anturia, Azalea y Aconita, pero el equipo Eco bajaba en esa misma dirección. Mientras las tres investigaban la base, escucharon un ruido que les hizo sacar las armas de mano. Por uno de los pasillos más largos desde el otro extremo pasaba una figura de aspecto humano a contraluz.
—¿Has visto lo mismo que yo? Voy a investigar —le dijo Azalea a Anturia.
—Cuidado. Nosotras estaremos tras de ti y a cubierto.
—Voy a utilizar mi sensor de calor.
No había pasado ni un segundo, cuando Aconita volvió a hablar.
—Azalea, se ha metido en una habitación sin salida.
Cuando la mujer de la capucha se acercó a la puerta donde creían que se encontraba esa figura, la abrió rápidamente unos centímetros para introducir por ese hueco una granada de humo. Luego, la volvió a cerrar y se separó unos metros. Sabía que fuera lo que fuese saldría de la habitación. Unos segundos después se abrió la hoja y empezó a salir humo. Entre la confusión alguien salió corriendo y se puso a disparar sin ver nada. El equipo de Anturia también. Cuando se acabaron los disparos y se disolvió el humo, dejando ver la forma de una mujer tumbada en el suelo, inmóvil, vieron que se trataba de la compañera que no pudo contactar con el grupo.
—¡Por el deísmo! ¡Hemos matado a Lantana! —exclamó desde atrás Anturia.
—¡Espera! —interrumpió Azalea con voz ronca, mientras comprobaba sus constantes vitales—. ¡Está viva! ¡Lleva chaleco!
Mientras Lantana se despertaba dolorida y un tanto perturbada, intentaba golpear a sus compañeras que estaban a su alrededor, entre ellas, la mujer del pasamontañas, que la sujetaba diciéndole:
—Tranquilízate. Somos nosotras, el grupo de las Frías, de la República El Cambio.
Cuando por fin consiguió relajarse, Lantana se incorporó y se acercó a las tres para darles un fuerte abrazo.
Todas notaron algo en la voz de Azalea que no era común. Anturia sabía por qué, pero el mal trago de esa situación no dio lugar a preguntas innecesarias.
—Pongámonos en marcha. Luego lo celebraremos —ordenó Anturia.
Las cuatro se disponían a salir de El Schneefernerhaus cuando, bajando la ladera y dejando atrás las salidas principales de la Casa de Nieve, se encontraron a gran parte del equipo Eco, que ya había descendido.
Ambos equipos se sorprendieron y tomaron sus armas, apuntándose entre sí y cambiando de objetivo, preguntándose cuál de ellos daría el primer paso o sería la peor amenaza.
—¿Dónde está el equipo Óscar? —preguntó la Zafiro Eva a voces.
Un instante después el autocontrol de cada una empezaba a perderse.
—Deberías contestarle algo ya —le susurró Aconita a Anturia.
—¡Contesta o juro que os mataré a todas, aunque con ello caigamos algunas de nosotras!
El armamento era parecido, pero las Frías estaban en inferioridad tanto numérica como estratégica.
—¡Todas muertas y algunas no han sufrido lo suficiente! ¡Sentid vuestra propia medicina! —gritaba Anturia.
—Señora, ¿quiere que nos maten?
Aconita no había terminado de decir esto cuando, como consecuencia de la explosión, los disparos, los gritos de dolor y desesperación que anteriormente se habían producido, la montaña se estremeció enfurecida, dejando caer toda su ira y provocando un alud desde la cresta hasta la base vacía. Los primeros que la divisaron fueron los miembros del equipo Eco.
—¡Avalancha! —advirtió la Zafiro Eva.
El equipo de Jazmín intentaba correr disparando sin poder apuntar con exactitud para refugiarse en las edificaciones; sin embargo, las Frías las vieron venir. Por suerte para ellas poseían los escudos que las protegían y con los que lograron amortiguar algún que otro proyectil.
—¡Disparen! ¡A cubierto! —ordenó de inmediato Anturia.
Hundiéndose en el espesor blanco, el grupo buscaba el refugio de la estructura humana mientras disparaban hacia la escuadra de Médula casi sin mirar. La oleada de nieve se precipitaba a gran velocidad. Demasiado tarde para todas. La avalancha hizo rodar a unas y enterró por doquier a otras.
Después del corrimiento de ese manto de nieve y de su sonido ensordecedor, hubo un silencio absoluto durante un corto período de tiempo. El grupo de Anturia había quedado enterrado al estar más cerca de las instalaciones de El Schneefernerhaus. Poco a poco, iban apareciendo empujando la nieve con los escudos; sin embargo, Aconita había rodado pendiente abajo con las mujeres de Luz de Diamante. Cuando Aconita se levantó aturdida, miró en todas las direcciones y vio a su lado dos cadáveres con uniforme. Cerca, a unos metros, empezaron a moverse algunos montículos níveos, de los cuales salían puños. Esta hembra comenzó a disparar a la primera que brotó de la nieve. Tras acabar con ella, Eva y Jazmín, más las dos que estaban ya fuera, acabaron a ráfagas con la vida de esta fémina de las Frías.
Anturia, Azalea y Lantana quedaron a unos pasos del gran techo, en la entrada de la antigua base, y vieron cómo su compañera caía a lo lejos. Esto hizo que empezaran a maldecir a gritos a la reducida escuadra de Médula.
Las cuatro restantes iniciaron la subida para enfrentarse a lo que quedaba de las Frías. Azalea subió bordeando el edificio para tener ventaja. Al verla, Eva decidió seguirla, separándose ambas de sus grupos. Anturia y Lantana se refugiaron en la Casa de la Nieve. Jazmín siguió subiendo. Cuando llegaron a la puerta, mandó a la exploradora que entrara con el arma en las manos. Al escuchar un clic, la primera tuvo que decir adiós a una pierna, quedando fuera de combate, desangrándose y sin la ayuda de sus compañeras que estaban a poca distancia sordas temporalmente. La explosión hizo que Eva y Azalea parasen por un momento, dirigiendo sus miradas hacia el lugar del cual procedía ese fuerte sonido, y prosiguiera la persecución. Ahora estaban igualadas. Jazmín y la tiradora entraron por los pasillos, dejando morir atrás a su exploradora, evitando así exponerse y ser un blanco fácil. Estando a cubierto y viendo dos cabezas que asomaban al final de un corredor, se disparaban en equis. Cuando los disparos cesaban, las cuatro cabezas dejaban de mostrarse.
—¿De verdad es esto lo que queréis? ¿Es tanta la fe que tenéis en Médula que os da igual matar a hermanas sin saber la verdad? —preguntó Lantana con un tono más elevado.
—¡Acabaré con vosotras! ¡Habéis matado a todas las nuestras cruelmente y sin tiempo para defenderse! ¡Podríamos estar todas en casa, celebrando que las balizas están en buen estado, porque las hemos comprobado y no habéis conseguido nada! ¡No sé por qué me molesto! ¡Muere!
Jazmín salió de su zona de seguridad y empezó a utilizar su arma, al tiempo que avanzaba por el corredor sin ningún miedo. Parecía que le da igual sucumbir. La tiradora la cubría desde atrás y hacía pasar sus balas cerca de esta, obligando a Anturia a esconderse y acertando en Lantana. En un último acto de valentía, Anturia apareció por la esquina, se detuvo sabiendo que le podían volar la cabeza y derribó a la tiradora. Acto seguido, se escondió. Pensó que no era hora de lamentar las muertes de sus compañeras y salió corriendo por dos motivos: el primero era que se había quedado sin munición; el segundo, la dureza en la mirada de Jazmín, que venía de frente, disparando, aunque sabía que a ese paso también se quedaría pronto sin munición. Cuando salió de la Casa de la Nieve, vio unas huellas que se dirigían a la derecha y hacia arriba. Se puso a seguirlas, deduciendo por la gran pisada que eran de Azalea y que Eva la estaba persiguiendo.
La dama que se enfrentó a ellas y que después del desprendimiento se separó del grupo tenía una piedra de color azul que relucía en cada hombro de la chaqueta del uniforme como un zafiro.
—¡Te encontraré! —vociferaba Jazmín por el corredor.
Mientras Anturia subía de nuevo la montaña, Jazmín salía de la instalación para llamar por radio, pero comprobó que no tenía nada con lo que comunicarse, ya que gran parte del instrumental que llevaban las señoras de ambos bandos se perdió en el alud. Como no había huellas que pudiera seguir, decidió bajar a la casa El Descanso del Cerro en Grainau, siguiendo las referencias que vio en la subida, un mapa y la brújula que ahora sí funcionaba.
De la escuadra Óscar del pelotón que servía a Médula quedaban Eva y Jazmín, mientras que del grupo de las Frías, de la República El Cambio, solo estaban Anturia y Azalea.
Después de seguir durante un buen rato las grandes huellas de Azalea, Eva observó que estas se perdían como si las hubieran borrado con una rama. En la subida miró al frente y vio dos rocas, una a cada lado, de la altura de un pequeño árbol, por cuyo centro cabrían poco más que varias personas. La Zafiro Eva avanzaba atenta y cargada. Tras pasar el montículo de la derecha apuntó por si se encontraba a la más fuerte de las Frías, pero no había nadie. Antes de que le diera tiempo a mirar hacia el otro lado, Azalea le intentó disparar, pero se le encasquilló el arma y, sin pensarlo dos veces, saltó sobre ella golpeándola con la empuñadura de la pistola y derribándola. Eva cayó de bruces, pero tan pronto como su cara tocó la nieve se dio la vuelta y empezó a defenderse.
Azalea logró estrangularla e inmovilizarla con las técnicas de entrenamiento cuerpo a cuerpo SAL (Sistema Anatómico Lógico), un medio de combate de esta era, quedando ambas sentadas en el manto blanco. Con una de las manos que le quedaba libre, la mujer con más rango del pelotón de Luz de Diamante sacó una hoja de cuchillo de 8 centímetros de largo con un hueco para el pulgar de uno de sus bolsillos camuflados del pantalón y se lo clavó en el muslo a la poderosa mujer que servía a la República. Esta se puso a gritar, aflojando la inmovilización del cuello. Entonces, Eva aprovechó para lanzarse y volcar a Azalea, quedando tumbada encima de ella con la punta del cuchillo cerca de sus dientes apretados y empujando con las dos manos. Durante el forcejeo logró quitarle rápidamente el pasamontañas con una mano, mientras con la otra utilizaba todas sus fuerzas y su odio para clavarle el cuchillo y acabar con su vida.
Tal fue la sorpresa al ver que se trataba de un varón adulto con barba de una semana que, por un momento, perdió las fuerzas, instante que este aprovechó para liberarse un poco y decirle a Eva:
—¡Mi nombre como hombre libre es Aspen. Recuérdalo, aunque me mates, porque llegarán muchos más!
—¡Yo puedo portar, mantener y alimentar a un embrión. ¿Y tú?!
—¡Dar la vida!
—¡Sois la peor plaga que tiene este mundo! —sentenció Eva con rotundidad.
Mientras sus manos permanecían ensangrentadas por intentar que el cuchillo no se hundiera en su rostro, Aspen escuchó algo. Ambos miraron a la vez, girando las cabezas hacia el mismo sitio y vieron como una criatura de unos 4,5 metros de altura, cuadrúpedo y lanudo salía de detrás de unas grandes rocas que había cerca de ellos. Aspen giró a la mujer que tenía encima, la golpeó con su puño en la cara, dañándola levemente, y echó a correr montaña abajo. Conforme Eva se ponía en pie, veía venir a esta bestia de ocho toneladas y cuando va a embestirla, ella se giró y la esquivó a la vez que volvía a coger su arma. La bestia frenó, necesitando mucho terreno, y se dio la vuelta. A pesar de sus enormes colmillos en curva ascendentes, su envergadura y su velocidad para moverse, esta señora no se movió. No se sabía si por las sustancias químicas o por la radiación de las antiguas guerras había aparecido de nuevo un M. Primigenius; de hecho, hasta el momento era el primero. La bestia volvió a embestir y Eva, quedándose quieta, iba descargando todo su cargador, mientras esta se le acercaba corriendo. Cuando parecía que la iba a matar, la fiera cayó ante sus pies y Eva exhaló.
Llegó un momento en el que Aspen y Anturia se encontraron. Aspen le explicó que si Eva seguía viva, bajaría pronto y le preguntaría por Lantana. Anturia movió la cabeza y echó la mirada al suelo, dándole a entender que había muerto. Al ver la herida sangrándole, le preguntó si se encontraba bien, pero él no le dio importancia. Entonces comenzaron a bajar juntos, apresurándose en buscar refugio en El Schneefernerhaus, que otra vez estaba vacío. Buscaron la mejor estancia para descansar. Eva bajaba sigilosa y atenta a posibles sorpresas, ya que había tenido dos bastante difíciles de digerir. Los dos grados bajo cero de temperatura empezaban a calarle. Además, tenía el uniforme roto por el roce del cuerno de la bestia; sin embargo, al final vio que podría quedarse en una de las casetas laterales de la edificación de la Casa de la Nieve, sin tener que enfrentarse en su estado con lo que quedara de las Frías.
Aspen y Anturia disfrutaban de un poco de tranquilidad. Se abrazaban y respiran profundamente.
—Aspen, eres parte de la cura de este sistema. Eres más valioso que yo. No oses más.
—Lo hice para alejarlas de vosotras, pero por lo que he podido comprobar lo único que conseguí fue atraer a la que tenía más rabia. No perdamos más tiempo. Busquemos con cuidado cualquier cosa a modo de colchón y mantas para pasar la noche. Haremos guardias de hora y media. Si uno se cansa antes, avisa al otro, ¿de acuerdo? No podemos quedarnos dormidos los dos. No sabemos qué puede abrir esa puerta esta noche.
—¡Por El Cambio! —dijo Anturia—. De acuerdo, pero después me tienes que contar todo lo que ha pasado ahí fuera.
Aspen encontró por los alrededores unas colchonetas mínimamente higiénicas. Las sacudió y le dijo a Anturia que se tumbara. Esta se echó, tapándose con ropas que había encontrado por allí. Él se quitó su chaqueta, que simulaba roca y nieve, y la tapó.
—Por ser caballero no morirás en la batalla, sino de frío por servir a una mujer —le advirtió Anturia.
—Apunta a la puerta y a todo lo que veas entrar, que no avise, le das muerte.
—¿A dónde vas?
Aspen salió de la habitación sin decir nada.
—¡Hombres! —dijo para sí Anturia.
Aspen le quitó la chaqueta llena de sangre a la mujer que perdió la pierna y que murió desangrada en la entrada. Cogió también lo necesario para tratarse y volvió con Anturia, avisándola antes de entrar. Se exploró la herida y se dio cuenta de que estaba a salvo, ya que no había tocado la arteria femoral, y se hizo una improvisada cura. Comieron las sobras de unas raciones que llevaban para la misión y él le explicó lo ocurrido con la bestia. A ella le costaba creerlo, pero la radiación y las sustancias de antaño podrían haber mutado en especies que, en cuestión de siglos, darían lugar a criaturas adaptadas.
Aspen sacó un frontal de luz pequeño y se lo colocó en la cabeza, diciéndole a Anturia que sería él quien haría la primera guardia. Ella trataba de hacerle ver que estaba muy fatigado y que había perdido algo de sangre, pero él insistió. Llegó la siguiente guardia y se turnaron, así hasta que cayó la noche. El macho encendió la luz de su frente y ella, dormida, se estremecía de frío. Anturia se desveló y animó a Aspen a que se metiera debajo de las ropas que hacían la veces de mantas.
—Calienta mi cuerpo con el tuyo —le sugirió Anturia.
—Dejaré la luz a la mitad para no llamar la atención al lado de la improvisada cama, apuntando hacia la puerta y el arma cerca.
Los dos sabían que no era el momento de pensar en otros deseos fisiológicos y se acostó con ella, echando ambos todas sus ropas encima y se abrazaron, quedándose casi desnudos debajo.
—Te contaré la historia de mi nombre para que no te acuerdes del frío. Algunos hombres que vivimos en constante alerta y sin poder confiar en nadie, nos tenemos que unir a grupos rebeldes de la República El Cambio para sobrevivir. Pero otros tienen que pasar por mujeres, porque cualquiera te puede traicionar. Nos ponen nombres de flores de Bach, para recordarle al mundo la parte buena de nosotros; en mi caso, Aspen significa que los que están cerca sienten menos miedo y transmito sensación de seguridad.
Aunque Aspen ya había mostrado con anterioridad su naturaleza real a Anturia, esta declaración no la conocía, todo esto sin quitarle ojo a la salida e intentando no perder la concentración. Con el paso del tiempo, ambos acabaron calentándose y relajándose, hablando en susurros para poder oír otros sonidos. Aspen, sin intención ninguna, empezó a excitarse y ella lo notó.
—Será mejor que me levante y haga la siguiente guardia, aunque desearía quedarme aquí caliente —dijo Anturia.
—Será lo mejor. Así dormiremos algo, pero tenemos una cosa pendiente.
Anturia esbozó una sonrisa, pero no pronunció palabra. Al levantarse, él vio su cuerpo de espaldas en la penumbra semidesnudo. Intentaba pensar en dormir, pero la imagen de esa bella dama y la alerta de posibles incursiones en su improvisada guarida no le dejarían hacerlo. Anturia se cubrió, cogió una vieja silla, su defensa y se sentó pegada a la pared a pocos pasos de la puerta.
Aun sin tener recursos, porque la avalancha los esparció y los enterró, Eva tuvo suerte al encontrar en su escondite lo necesario para arreglar su uniforme y pasar la noche sin frío ni hambre, ya que encontró una ración de Bactfi (barras de activación física, con siete porciones, una para cada día, dejadas de fabricar por producir úlcera al completar la semana). Ella era fuerte y después de semejante desgaste físico y psíquico podía aguantar una noche sin alimento; sin embargo, conforme iba pasando el tiempo, se dio cuenta de que no era así. Tuvo que utilizar una porción de aquella barra y guardarse el resto. El tema de la sed lo resolvió rompiendo carámbanos y deshaciéndolos.
En cuanto la claridad del día elevó la luz de la habitación, Aspen y Anturia salieron de las estancias, más o menos descansados, y comenzaron el descenso. Ella cogió su radio para llamar a algún miembro de su grupo o al cuartel, pero no recibió respuesta. Después de insistir tres veces sonó por la radio una voz no reconocida por ellos, que decía:
—¡Os encontraremos y acabaremos con vosotras y con los hombres!
Desde el cuartel le comunicaron que apagara la radio inmediatamente, orden que ella acató, no sin antes contestar:
—No sabéis nada. La solución a vuestra tiranía es la guerra que está por llegar. Seréis legión, porque sois muchas, pero ya has visto cómo tu pelotón ha quedado reducido.
Tras pronunciar esas palabras, Anturia apagó la radio.
—Prometo no hacer nada para enfadarte —exclamó Aspen mirándola fijamente.
—Esté usted tranquilo, mientras no me traicione. Debemos proseguir y buscar alimentos guardados en ciertos puntos que tenemos marcados en el mapa, en la ruta de vuelta al lago Eibsee, donde está escondida una de nuestras bases temporales.
Se acercaba una ventisca; de hecho, la pareja iba a paso más lento, sin pararse, por si tras ellos hubiera la posibilidad de algo o alguien los amenazase.
Eva salió de su madriguera más tarde que ellos. Necesitaba recuperar algo más que la pareja por el principio de hipotermia que empezó a padecer antes de entrar. Al rato se resguardó entre las rocas y esperó un poco a que la ventisca amainara. Aprovechó esta parada para utilizar su radio.
—¡Al habla Eva, equipo Eco! ¡Contesten, cambio! ¿Equipo Eco, están ahí?
—¡Aquí Jazmín, cambio!
—¡Me dejaste sola! ¡Espero que tengas una muy buena explicación, cambio!
—Afrontaré mi castigo, pero ahora le mandaré apoyo, cambio.
—¡Ni se te ocurra! Bastantes han muerto ya. Espérame en El Descanso del Cerro. Cambio y cierro.
Esta Argentum tenía en su poder la radio de una de las Frías, que cogió de un cadáver cuando bajaba el día anterior. Tenía la frecuencia del grupo de Anturia y, cambiando la onda, se pudo comunicar con Eva.
La Argentum Jazmín llegó a la casa de piedra a mediodía. Fue recibida por la pequeña Gerbera, que la hizo pasar. Adelfa también la saludó. Acudió a las pantallas para averiguar dónde estaban y todas las que quedaban vivas, tanto si eran amigas como enemigas, diferenciándolas por puntos verdes y rojos; en este caso, solo se veía un punto verde, así que supuso que sería Eva. Ahora tocaba esperar.
No se entendía por qué no se había dejado ningún efectivo en esa casa cuartel para la comunicación de novedades y la orientación. Quizá no esperaban ese golpe tan fuerte a las escuadras de Médula.
Se despejaba el día. El viento iba desapareciendo y todo se hacía más visible. Aspen y Anturia llegaron al embalse Eibsee. Él se colocó el pasamontañas y se tapó la cabeza con la capucha de la chaqueta, pues a lo lejos divisaba a compañeras del campamento, que esperaban a la entrada para acompañarlos rápidamente y atenderlos. Una vez dentro, se presentaron ante Cerasifera, una jefa de esta nueva revolución (no sabemos por qué esta hembra tiene el nombre de una flor de Bach cuando suelen ser los hombres libres que se unen a las revueltas los que los llevan).
—¡Por El Cambio! —saluda Anturia firmemente y con respeto.
—Siento mucho la pérdida de tus compañeras. La misión ha sido un éxito. Ahora Médula cree que no nos ha dado tiempo a manipular las balizas, cuando en realidad trabajan en nuestro beneficio, sin hacer sospechar al régimen de Luz de Diamante.
La comparación menos compleja sería como ponerle un bucle de vídeo a una cámara que está monitorizando un vigilante para que no vea lo que está pasando en realidad.
—Al menos, le dejamos impreso a Médula que la República El Cambio, aunque sea desconocida para ella, pronto empezará a hacerle daño.
—Ahora descansad. Más tarde nos sentaremos y haremos los informes.
—Gracias, señora.
Un rato después, Eva llegó al hogar El Descanso del Cerro. Jazmín, que la estaba esperando a unos pasos de la puerta, vio el uniforme remendado y el aspecto de abatimiento de su superior.
—¡X por la unión! Señora, ¿necesita ayuda?
—¿Sabemos algo del grupo que nos atacó? —preguntó Eva rápidamente.
—Entremos y contestaré a todas sus preguntas.
Adelfa salió al encuentro de ambas e hizo gestos para que entraran. Viendo el estado en el que se encontraba Eva, intentó ayudarla cogiéndola del brazo y pasándoselo por encima de su cabeza para sujetarla. Sin embargo, Eva se sacudió para que no pudiera colocárselo y le dio las gracias diciéndole que no necesitaba ayuda.
—Ya lo he intentado yo —le susurró Jazmín a Adelfa.
—¿Qué te ha pasado? —preguntó Gerbera al verla entrar en la casa.
—Luego te lo cuento —contestó la Zafiro sonriendo.
Eva se sentó delante de la chimenea y Jazmín la puso al día, sin que la madre y la hija pudieran escuchar demasiado.
—Señora, fui en su busca, pero perdí su huella y, al verme sin comunicación, decidí volver aquí; sin embargo, durante el camino de vuelta encontré un comunicador para hablar con usted. El equipo que nos atacó, según mi investigación y la de Teufelsberg, se hace llamar las Frías y parece pertenece a una organización más grande: la República El Cambio.
Adelfa pudo escuchar algo. Entendió que Médula había recibido su primer golpe, y miró a Eva.
—Señora, no eran leyendas. Esa criatura existía y ha matado a casi todo mi equipo, pero ya podrán dormir tranquilas —aseguró Eva.
La Zafiro pensó que debería haber dejado a alguien, por si esa madre se comunicaba mientras estaban en la montaña, pero al no tener pruebas de su conspiración, no podía actuar contra ella.
Adelfa le dio las gracias, sin creerse que se encontrarían con una criatura y mucho menos que esta hubiera matado a tantos miembros de un equipo bien entrenado, porque no le habían dado esa información todavía. Eva ordenó a Jazmín que avisara de que trajeran personal para transportar todo el material de la casa y pilotar la Amphibius. Cuando las tropas de El Grito aparecieron en El Descanso del Cerro, Eva dejó colocados el micro y la cámara en la casa, y se marchó, no sin antes decirle a Adelfa:
—Presiento que nos volveremos a encontrar.
El primer combate entre El Cambio y la organización Médula, manipulada por Luz de Diamante, se había saldado con la pérdida de dos integrantes de las Frías y la aniquilación casi completa del pelotón de la Zafiro Eva.