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Capítulo 2
INQUISICIÓN FRUSTRADA
ОглавлениеLas cuatro Diamantes (Europa, América, Asia y África) habían decidido reunirse para dirigir la ofensiva ante otros posibles ataques o sabotajes. Luz de Diamante se había reunido con Médula. La decisión que tomaron fue hacer una visita a cada continente, con el fin repartir el trabajo. Esta se encargaría de Oceanía.
Hace un año, cuando Elel vio morir inexplicablemente a su tío y a los hombres de su alrededor, sintió un pánico tremendo. Pensó en cuándo le llegaría su turno. Comparó analíticas, pero lo único que descubrió fue una insuficiencia cardiaca. Sabía que no era de la antigua radiación ni de las sustancias químicas que podía haber en el ambiente, así que le pidió al grupo de la base Scott en la Antártida que trajeran el cuerpo de un hombre que murió por congelación, sin saber si había fallecido por esa plaga.
Ídem ayudó a su hermano y cuando descongelaron el cadáver, se dieron cuenta de que había movimientos de microorganismos. Aunque el virus trabajaba, el huésped estaba muerto. No le había dado tiempo a la absorción. Buscaba el par 23-XY. La enfermedad que pensaba la gente era en realidad un ataque a la humanidad y a la naturalidad del mundo. Hasta donde se sabía, habían quedado dos varones en Wellington (Oceanía) y otros dos en la base Scott (Antártida).
8 de marzo de 3011. Día Nacional de la Mujer. Wellington (Nueva Zelanda). Sótanos de la antigua Universidad Wãnanga.
—Leyendo algunas indicaciones de nuestro tío, descubrí que Madre Esperanza decidió llamarme Elel en honor a los hombres, de ahí la suma del pronombre él, mientras que a ti te concedió el nombre de Ídem, como gemela de Noeva (el nombre real de Sieva o Luz de Diamante). Madre sabía que ocurriría algo así cuando vino con su hermano aquí en el momento que supo de su embarazo antes de alumbrarnos, dejándonos y volviendo a Berlín solo con Noeva. Al menos, eso fue lo que me contó nuestro tío.
—¿Crees que lo ha hecho Luz sin el conocimiento de Médula? ¿Cuál es tu hipótesis? —preguntó Ídem, ciertamente intrigada.
—Hermana, no seas inocente. Esto tiene la firma de Luz y dudo que Médula no esté al tanto. Ojalá me equivoque —respondió Elel, seguro de saber lo que decía.
—¿Qué vamos a hacer entonces?
—Tengo un par de ideas. Una es buscar un antídoto para los nacidos después. La otra no te va a gustar.
—Suéltalo.
—Ídem, tú eres igual, gemela. ¿Por qué no aprovecharlo?
—¿Me quieres poner en riesgo? No sé cómo habla ni cómo se mueve. Ni siquiera sé el carácter que tiene. Se darán cuenta —contestó Ídem con cierto recelo.
—La estudiaremos y te harás pasar por ella —aseguró Elel con rotundidad.
—De acuerdo. Confío en ti. Espero que sepas lo que estás diciendo.
La resignación de Ídem se hacía cada vez más latente. Mientras tanto, en Teufelsberg, Luz organizaba la salida con la flota de navíos aéreos. Tenían 18 000 kilómetros por delante. Llevaba consigo a la Rubí Dicentra (Corazón Sangrante), a la Zafiro Eva, por su valor en la misión de Zugspitze, a la Esmeralda Caléndula y la Argentum Jazmín, por petición expresa de Eva. El objetivo de la misión era analizar aquellas zonas a las que no llegaban los Campos de la Protección o los ojos de Médula.
Luz de Diamante reunió a tres de estas cuatro mujeres en una de las salas de juntas de su nave, la Reina de los Cielos. En su interior albergaba tecnología para volar con energía eléctrica y fusión nuclear. Cuando entró Luz, todas se levantaron y gritaron al unísono:
—¡X por la unión!
—Señoras, descansen. Desde arriba observaremos cualquier anomalía importante. Descenderán la Zafiro, la Esmeralda y el equipo que ellas mismas asignen. Atenderán desde aquí las órdenes de la Rubí Dicentra. ¿Entendido?
—Con el debido respeto, señora, ¿qué buscamos en realidad?
—Lo que más odiamos, sobre todo, tú y yo. Aparte de cualquier indicio del llamado El Cambio, extinguir a todos los varones y hembras que motiven ese intento de república. Prepárense.
Tras marcharse Luz, la Rubí Dicentra, que tenía mucha curiosidad, formuló la siguiente pregunta:
—¿Cómo es la lucha con un hombre salvaje?
—Hubo un momento en el que al ver el rostro de un indeseable macho perdí la fuerza, pero mi odio me la devolvió. Sentí su aliento cerca de mí y cuando lo vi sangrar, entré en locura y la criatura interrumpió lo que para mí hubiera sido el mejor de mis trofeos —reconoció la Zafiro Eva.
—Señora, ¿puedo hacerle una pregunta más personal? —dijo la Esmeralda Caléndula.
—Por supuesto. Hágamela y ya veré si le respondo.
—¿Por qué tanto odio guardado?
—¿Acaso tú no procesas odio a lo varones? Pues si es poco el que tienes hacia ellos, procura no dudar delante de mí cuando tengas que aniquilar a alguno e intenta que no llegue a oídos de la más grande. Que así sea.
Las palabras de la Zafiro resonaron en la cabeza de Caléndula como cuchillas afiladas y cortantes.
—Creo que, más que el odio, lo que te hizo sobrevivir allí fue la determinación —aseguró la Rubí Dicentra.
—Creo que ambas, señora.
—Está bien. Dispongámoslo todo para estar preparadas.
El equipo en Wãnanga avisó a Elel y a Ídem de la llegada de algunas aeronaves de Médula. Ellos sabían que, después de la misión de Anturia, no iba a ser por controles rutinarios, sino para eliminar cualquier formación de grupos rebeldes, así que avisaron a la Torre del Edén (una antigua antena de TV, de 328 metros de altura, que había en la parte superior de la isla y que utilizaban para comunicaciones a nivel mundial con la República El Cambio).
—No logramos contactar con la Torre. Si en menos de una hora no tenemos señal de ellos, tendremos que dirigirnos allí para avisarles —le advirtió Ídem a su hermano.
—¿No hay otra manera que arriesgarnos todos?
—Ellas no quieren que vayamos ni tú ni yo, porque somos valiosos. Tú por el hecho de ser un hombre de nivel 8, además de médico, y yo por ser igual que Sieva y científica. Aun así, iré. ¿Te apuntas?
—–Por supuesto. Todo sea por salir de aquí y ayudar a nuestras amigas de la Torre del Edén. Por ese orden, claro. Pero, ¿quién nos guiará?
—Ricina (esta fémina, cabeza de la organización en Oceanía, controlaba la Universidad Victoria, aislada de satélites y escáneres con cien mujeres; la Torre en Auckland (Nueva Zelanda) con veinte hembras y la base Scott en la Antártida con otras diez.
—Me estoy pensando lo de ir.
—Aquello fue hace mucho. No le guardes rencor.
—Es peor que el veneno de la flor que lleva su nombre.
—Quiero que vengas. Eres quien me anima a seguir adelante con la recuperación de vuestra estirpe.
—De acuerdo, de acuerdo. No llores más, iré.
—Ese es el decidido de mi hermano —concluyó Ídem.
Elel sentía las miradas de las mujeres a su alrededor, pero lo llevaba bien. Era lógico que un par de hombres entre cien damas, algunas de ella en plenas facultades sin tomar ninguna droga legal o ilegal para el control de la libido, montara algún que otro altercado, bastante bien controlado por la impecable seguridad que había.
Tenían un equipo en todos los aspectos básico y pretérito en comparación con la flota, así que evitarían un enfrentamiento por todos los medios. Su prioridad era esconderse. Había que hacer que la mayoría del planeta estuviera con la República.
Pasados treinta minutos, hubo una pequeña señal, pero no la mantuvieron, por lo que no pudieron comunicarse con Edén.
—Ojalá podamos tener contacto con ellas. Así nos evitaríamos esto —musitó Ídem con voz pausada.
—Estoy totalmente de acuerdo, por varias razones —añadió Elel. Sin embargo, pasó otra media hora y no hubo comunicación.
Mientras tanto, en la salida de Wãnanga hacia la Torre del Edén, Ricina mandaba por aire un SR-71 con estatorreactor modificado, que tardaría diez minutos en llegar; una lancha AMG de 12 motores eléctricos por la costa este, que llegaría en unas cuatro horas, y el convoy de cuatro Pumas altamente equipados, que lo haría en seis.
En la parte interior del tercer Puma viajaban la Maestra Ricina, la dama Dedalera, Elel, Ídem y dos integrantes más.
—Mandarán un dron Mach 5, que estará aquí en tres horas, de las cuales nosotras ya hemos perdido una. Luego, según la información del dron, vendrá la flota en modo inspección o en modo ataque. Si lo hace en el primer modo, tardará unas seis horas, lo mismo que nosotras en llegar a Edén aproximadamente —explicó Ricina.
—Si ya hemos avisado, ¿qué hacemos yendo hacia allí? —preguntó Elel.
—Buena pregunta. La dama Dedalera les Informará.
—Tenemos la intención de escondernos, pero si nuestros sistemas de camuflaje no son todo lo efectivo que quisiéramos en Wãnanga, que no nos masacren juntos. Debemos mantener separado este grupo. Somos veintitrés y un macho. Más objetivos, mayor distracción. Menos atención sobre el mismo punto, más probabilidades de sobrevivir.
—¡Ah, Dedalera! Gracias por lo de macho —comentó irónicamente Elel.
—¿Este qué es? ¿Un macho gracioso? —respondió Dedalera, mirándolo. Luego, habló para todas.
—Está bien, Dedalera —interrumpió Ricina.
Ídem miró a Elel como preguntándose qué le pasaba a esa mujer, pero no llegó a decir ni una palabra, quedándose ahí la conversación.
Eran las 5:00 p. m. Había pasado otra hora y habían recorrido poco más de 100 kilómetros.
—¿Sabemos algo? —preguntó Ídem, dejándose llevar por la inquietud.
—Según la información de la piloto que ya ha vuelto a Wellington, tuvieron que dejar de emitir. Nos avisaron desde el lago Eibsee de que nos anticipáramos a la inspección de Médula. Han hecho un intento de contactar, pero temen que la señal haya sido descubierta —informó Dedalera.
—¿Y para qué ir entonces?
—Pudiste no haber venido y haberte quedado en la universidad.
—Ídem, te dije que era mala idea. ¿Lo ves?
—Señora Dedalera, por favor, contéstele usted si es tan amable. A mí también me gustaría saberlo, si es posible —añadió Ídem para suavizar un poco la conversación.
—Hemos dejado setenta y cuatro mujeres en Wãnanga y veinte en la Torre del Edén, así que voy a ayudar en todo lo que pueda o se me mande —respondió Dedalera, con la respiración algo agitada.
—¿Ves como no era tan difícil?
—¡Elel! —le reprendió Ídem, muy seria.
—Está bien, está bien.
Dedalera, en clara señal de que su paciencia estaba llegando a un límite, no dejaba de separar y despegar la lengua del paladar.
Habían pasado tres horas desde que tuvieron conocimiento del despegue del dron y la flota de Médula.
—Paramos cinco minutos para estirar o lo que tengáis que hacer —dijo Ricina.
Veinte grados de temperatura. Algunas aprovecharon para beber algo fresco. Estaban en una zona de Mangamahu llena de ríos y montañas. Las trampillas de los vehículos se abrieron por la parte trasera. Elel bajó el primero, un poco alterado. Echó a correr y se colocó detrás de un árbol, de espaldas y dejando parte de su cuerpo visible. Empezó a orinar, reclinando la cabeza hacia atrás y suspirando. Cuando terminó, se recolocó la ropa y se giró, comprobando que la mayoría de las mujeres estaban mirándolo.
—¿Qué ocurre? ¿No habéis visto nunca a un varón orinar? —preguntó Elel con tono seco.
—¡Ya hace tiempo! ¡Tú sigue así, provocador! —le gritaban algunas entre risas.
De repente, algo muy rápido sobrevoló el cielo, proyectando en el suelo una sombra que no les dio tiempo a identificar. Cuando se miraron todas entre sí, habían pasado tres segundos. Las frases se quedaban a medias. Pero cuando pasaron cinco segundo el estruendo fue aun peor. Estuvieron tosiendo y escupiendo un buen rato a causa de la polvareda. Cuando la nube de arena se disipó, vieron que algunas partes del equipo interior que llevaban habían quedado alborotadas por tener los vehículos abiertos, pero sin mayores consecuencias, dado que estos eran blindados.
—¡Dama Dedalera, reúnalos a todos! ¡El Mach 5 informará a la flota! —ordenó Ricina.
—¡En marcha! No perdamos más tiempo y estén alerta. Viaje rápido.
Avisaron desde Wellington del bombardeo de la Universidad por el Mach 5, pero no habían sufrido daños en el interior y todavía se guardaban las químicas. Al parecer Médula no utilizaba demasiado las armas nucleares de destrucción masiva, para no dejar una escombrera a su paso.
—No podemos enfrentarnos a Médula, pero sí a uno de sus drones. Dile a la piloto que salga y espere nuestras órdenes —le dijo Ricina a Dedalera.
—Perdonen que interrumpa, pero si tuvieran una pantalla que pudiera conectarse a Edén, yo podría intentar neutralizar el Mach 5 —intervino Elel.
—No tenemos nada que perder. ¿Qué opinas, D?
—¡Qué más da! Ya sabrán de la existencia de señales desde la Torre, así que adelante.
Consiguieron contactar desde los Pumas con la lancha AMG y esta, a su vez, con las chicas de alrededor de la Torre, dejando un mensaje claro de que conectaran la señal y que solo la cortaran cuando Elel se lo indicara desde su pantalla. En el momento que Elel detectó la señal abierta, lo tenía todo preparado para pilotar el Mach 5 enemigo, pero saltó el sistema de seguridad de manipulación de otro piloto, y la máquina estaba configurada para ir automáticamente al lugar de la señal y destruirla.
—¡Dile a tu piloto que derribe inmediatamente al hipersónico! —exclamó Elel.
—Piloto, aquí Ricina. Cambio.
—Aquí SR-71. Cambio.
—Salga de caza mayor y destruya el dron de Luz de Diamante. Rápido, se dirige hacia nosotros. No duraremos ni dos minutos.
Cuando el SR-71 se colocó justamente detrás del dron de Médula con la intención de abatirlo, este último soltó un misil aire-tierra dirigido, de apunta y olvida a cincuenta kilómetros del convoy. Acto seguido, la piloto trató de contrarrestar el misil lanzando otro. En apenas unos segundos, todas miraron a través de los huecos y pantallas de los Puma y vieron venir a gran velocidad un cilindro incandescente que iba dejando un haz blanco en el cielo. El misil de la República hizo explotar al del dron tan cerca que el primer Puma quedó completamente calcinado y los demás tuvieron que esquivarlo, ya que iban a bastante velocidad y podrían haber colisionado con los restos en llamas del primer transporte.
—¡Por el deísmo! ¡Qué desastre! ¡No podemos parar a ver si ha quedado alguna con vida! —exclamó Ricina angustiada.
—Piloto, aquí Dedalera. Muy justo. Hemos perdido el Puma de cabeza, pero aun así, buen trabajo. Ahora, deje la radio abierta y vaya explicando lo que sucede con el dron. Cambio y cierro.
—De acuerdo. Lo sigo de cerca. Está ascendiendo de forma vertical. Si sigue así, se va a congelar y se le pararán los estatorreactores. Yo no puedo arriesgar más. Perderé la conciencia, aunque lleve puesto el traje anti-G (estos trajes se hicieron en épocas antiguas para comprimir el cuerpo del piloto y reducir lo que se conoce como la visión negra en la ascensión y la eritropsia o visión roja en los picados), y perderemos el SR-71. Lo dejo. ¡Desciendo! ¡Vaya, lo llevo detrás y me ha disparado otro misil aire-aire! Intentaré hacer un tirabuzón horizontal. Nada, no consigo despegarme del cohete. A ver con el vuelo rasante. Intentaré pegarme a la costa oeste y cerca del mar. Estoy levantando unas columnas de agua que hasta el propio Moisés envidiaría. ¡Bien! Me he deshecho del misil. Ha impactado contra los pilares del océano. Abran las pantallas. Ahora que tengo diez segundos de respiro pondré la frecuencia de cámara, para que vean todas mis maniobras, y no tenga que estar con distracciones mortales. Cambio.
—Piloto, ¿cuál es su nombre? Cambio —preguntó Dedalera movida por la curiosidad.
—Narcis. Cambio.
—Muy bien, Narcis. Le deseamos suerte y le estamos agradecidas. Dependemos de usted. Cambio.
—Gracias. Siempre me dejaré la vida por salvar las vuestras. Gran responsabilidad. Cambio y cierro.
Al SR-71 le quedaba poco combustible, mientras que el Mach 5 todavía no necesitaba repostar. Sin embargo, este último tendría que bajar la velocidad o dar la vuelta para recargar en el aire con una de las naves que traería Médula. Ese era el momento de seguirlo. Cuando consiguió tenerlo a tiro, el aparato de la universidad disparó otro misil y las esquivas del dron hicieron que gastara más energía. La máquina sabía que ya no podría volver, así que tomó la decisión de gastar su último empuje para estrellarse como un kamikaze contra la aeronave de Wãnanga. Narcis los vio venir de frente por los aparatos de control, no por la vista, porque a tal velocidad era imposible observar el acercamiento de dos dioses del cielo hipersónicos, y cuando se dio cuenta de que era improbable evitar el encuentro, dejó la trayectoria automática hacia el Mach 5, fue eyectada por el asiento y salió disparada hacia el cielo, viendo la explosión desde lejos, igual que las hembras de los Pumas. El paracaídas de Narcis había sido perforado por algún trozo de los aparatos o del fuselaje, lo que provocó que este cayera rápidamente en mitad del mar de Tasmania, donde quedó flotando inconsciente.
—Aguante, Narcis. Mandaré a alguien. No olvidaremos lo que ha hecho por nosotras. Equipo AMG, recojan a Narcis del SR-71. Según mi informe de constantes vitales, está inconsciente. Les mando las coordenadas exactas para su localización.
Luz de Diamante estaba en el puente de mando de la Reina de los Cielos. Desde allí observaba el viaje por las ventanas cuando la Rubí Dicentra le notificó la caída del Mach 5.
—Tenemos todas las imágenes de la actuación de nuestro dron. Bombardeó una zona que analizó en Wellington; detectó una gran señal emitida desde la zona norte de la isla norte de Nueva Zelanda; intentó neutralizar un grupo de vehículos desde el que se quiso manipular y, por último, se sacrificó contra otra nave aérea de estas rebeldes —expuso Dicentra.
—¿Cuánto queda para llegar a Nueva Zelanda? Porque Australia ahora ya no es una prioridad.
—A esta velocidad, unas dos horas y media, pero podemos llegar en una hora si usted lo ordena.
—Sí. Con una hora me sobra para organizar la ofensiva. Ven dentro de 20 minutos y te daré las órdenes. Ahora, retírate.
—¡X por la unión! —gritó la Rubí.
Luz sospechaba que en la zona de Wellington había una base secreta de la República El Cambio, porque la habían informado de ese nuevo movimiento para derrocarla. Pero Médula y ella pensaban que esto era un grupo desorganizado sin fuerza, que nada tenía que ver con ayudar a los hombres a implantar su igualdad y su vida libre. El caso era que se equivocaba. Poco a poco, estaban contactando con las mujeres de todo el mundo y reuniendo a más para dicha causa, sobre todo a aquellas que estuvieran a las afueras de las grandes ciudades tecnológicas del continente europeo, aunque los Campos de la Protección llegaran a estos lugares.
Eran las 7:00 p. m. cuando la flota arribaba a la costa oeste de Wellington.
—Órdenes —solicitó Dicentra.
—Después del desastre que ha causado el dron, no ha quedado nada en la superficie de lo que me han definido como la universidad. Escaneemos el interior. Si siguen ahí abajo, bombardearemos. Si no funcionara, dejaremos caer la Lava (un líquido artificial capaz de perforar cualquier tipo de material, salvo el que lo contiene) e introduciremos explosivos. Ya no me importa la destrucción aquí. Mientras, manda dos Aeros con la Zafiro Eva y la Esmeralda Caléndula a la zona de la gran señal y que las coordine Eva —ordenó Luz de Diamante.
—Si el bombardeo no funciona, probaremos con las químicas. Así acabaríamos con ellas y no dañaríamos las estructuras para analizar todo lo que contengan (archivos, mapas, lugares de reunión y tecnología), con la posibilidad de tener más ventaja sobre el enemigo.
—Lo dejo en tus manos.
—Gracias, señora. No la defraudaré.
Mientras la Zafiro Eva y la Esmeralda Caléndula limaban asperezas jugando al ajedrez, la Argentum Jazmín miraba sus movimientos y jugadas. Al ver que Eva se enrocaba, Jazmín pidió permiso para hablar.
—Ese movimiento en el que desplazas el Rey dos casillas en un mismo turno para que lo proteja una torre, ¿es defensivo, no?
—Caléndula, explícale cómo ves el enroque en la batalla.
—Puede parecer de protección, pero también puede ser un cebo o un sacrificio para un bien mayor, como el gambito de dama. ¿Usted cómo lo ve, señora Eva?
—Sé honorable con quienes te protejan, pero juega sucio con el enemigo.
—Con todo mi respeto hacia ustedes, demasiada filosofía para mí —interrumpió Jazmín.
—Por eso, aunque seamos amigas, no olvides que yo soy tu superior y tú mi subordinada.
«Debería haberme guardado ese comentario para mí» —pensó Jazmín—. Sí, señora —contestó.
Dicentra se presentó en la habitación de ocio de la nave y les comunicó a las tres que Eva iría en una Aeros y Caléndula en otra, con destino a la fuente de la señal. Cada una llevaría consigo veinte efectivas, mitad negras y mitad amarillas (refiriéndose al color de la piel). No se sabía el motivo por el cual esas mujeres no escalaban los rangos como las de raza caucásica, pero algunas se preguntaban si se había producido de manera natural o fue algo provocado, como había ocurrido en antiguas guerras.
—Nosotras nos encargaremos de la Universidad de Wellington —afirmó Dicentra.
Ricina tenía que llegar a Edén, y temía otro ataque. Iban a gran velocidad dentro de los transportes, tanta que los cuerpos cimbreaban a causa de los baches; de esa forma, los tres Pumas llegarían pronto. La lancha estaba amarrada. Habían rescatado a Narcis viva, dado que estaba boca arriba y su chaleco salvavidas había hecho bien su trabajo. Se unirían a las hembras de la Torre.
Durante el camino, la conductora del primer monstruo de seis ruedas observó al fondo lo que parecía un manto de pelo grisáceo y marrón claro, que ocupaba todo el camino y entorpece el paso. Sus sensores indicaban vida.
—Señora Ricina, si está viendo lo mismo que yo, deme la orden de disparar con el Magnerail (cañón que acelera los proyectiles por bobinas) —solicitó la conductora.
—Hazlo si estás segura de que es una amenaza —dijo Ricina.
Al disparar los vehículos, una especie de grandes cánidos empezaron a correr en todas direcciones, mientras los que caían muertos iban formando una masa que impedía el paso. Sin embargo, estos transportes estaban achaflanados por el frente, hecho que les servía para embestir y arrollar; de esta forma, la conductora se enfrentó a la masa de carne, hueso, pelo y sangre, pasando por encima de ella sin demasiada dificultad, al tiempo que los demás cánidos aullaban entrecortados alrededor de los transportes en movimiento.
—¿Qué animales eran esos? ¡Parecían Dharuks enormes! —exclamó Elel.
—No lo sé exactamente. Las mujeres de la Torre del Edén me comentaron que habían visto huesos de perros muy grandes, así que podrían ser estos —dedujo Ricina.
—Es raro que con la cantidad que había no busquen comida fuera de esta zona y no hayan atacado a las hembras de la Torre.
—Hermana, no supongas. Quizá después del cambio que ha sufrido el mundo, no coman ni carne y se hayan vuelto herbívoros.
—No tenían pinta de ser herbívoros con esos colmillos. Tal vez estuvieran protegiendo su territorio. En cualquier caso, fueran lo que fuesen no vamos a poder examinarlos, aunque tampoco es que me hiciera mucha ilusión.
—Nuestro Puma delantero nos acaba de allanar el camino. Ojalá no surjan más contratiempos o no podremos ayudar a las de la Torre si son atacadas. Nos quedaremos cerca, pero no con ellas, para no caer todas.
—Queda muy poco para la puesta de sol. Debemos llegar cuanto antes y colocarnos en posiciones estratégicas, antes de que anochezca. Avisa a la conductora de cabeza de que aumente su velocidad al máximo —ordenó Ricina.
—Maestra, podríamos colisionar por estos caminos y antiguas carreteras por no poder maniobrar a tiempo —señaló Dedalera a modo de advertencia.
—¡Obedece!
Ricina tenía un dilema. No sabía si salvar a las tres cuartas partes del convoy sin ayudar a Edén, o bien, proteger la Torre, aun a riesgo de poner en peligro al grupo y a Elel, una pieza fundamental en ese juego de ajedrez.
Las dos Aeros llegaron a las 8:00 p. m. a la parte norte de la isla, cerca de la costa. Tras flanquear la Torre, desaceleraron poco a poco e hicieron batidas con el haz de láser en todas direcciones, abarcando un sector más grande que la base de esa estructura. Detectaron doce formas de vida en su interior, aunque dos de ellas parecían animales domésticos, y otras cinco en el exterior; sin embargo, hubo algunas formas que su tecnología no logró detectar.
Mientras las naves mandaban información a la Reina de los cielos, una mujer equipada con un lanzacohetes apuntaba a una de ellas desde los alrededores, en las rocas del litoral. El pitido que emitía el arma se mantuvo intermitente durante unos segundos hasta que pasó a ser continuo. Era el aviso de la marcación de objetivo preparado para seguirlo. La mujer pidió permiso para disparar, pero Ricina le ordenó por radio que esperara un momento.
—¡Es nuestra oportunidad, derribemos al menos una! —sugirió Dedalera.
—Si iniciamos el ataque, ya no habrá vuelta atrás. ¿Esperar su primer movimiento o atacar? Podemos perder la Torre.
Mientras tanto, en la Reina de los Cielos, la Rubí Dicentra le preguntaba a Sieva:
—Mi Diamante, ¿conquistarla o destruirla? Es una antena magnifica para tener el control en esta zona. Mi voto es conquistarla, no destruirla, pero usted tiene la última palabra.
—Conquistarla, y ahórrate esos comentarios.
—Sí, mi señora.
Desde la Reina de los Cielos habían detectado en Wãnanga cincuenta y cuatro formas de vida, de las cuales cincuenta eran mujeres. El hombre, junto con el resto, habían huido a la base Scott. La nave comenzó a atacar con armas químicas para que murieran todas (Médula solo hacía prisioneras si estaban bajo los Campos de la Protección), pero no surtió efecto. La estanqueidad de los sótanos era muy grande, y como no querían más destrucción, evitaron lanzar Pequeñas de Fusión, así que recurrieron a otra arma. Dejaron caer la Lava, que empezó a calar el suelo. Las primeras plantas de los sótanos fueron perforadas. Todavía quedaban un par de plantas por atravesar. Las féminas se habían refugiado en la planta más profunda a esperar a la muerte, no sin antes hacer un último intento de dañar de algún modo las tropas de Médula. Pero no fue así.
Cuando vieron entrar ese líquido corrosivo, supieron que las que no llevaran máscara morirían por las químicas, mientras que las que llevaban lo harían por desintegración o el ataque por el agujero que iba dejando. Desde el último de los suelos a lo más alto que alcanzaban sus vistas, que no era más que la sombra de la Reina de los Cielos, se colocaron con todo lo que tenían y comenzaron a disparar, falleciendo por los gases y la Lava, que las iba deshaciendo. La nave sufrió daños en uno de sus motores, a pesar de que los sistemas de seguridad antiataques habrían evitado el 90 % de la agresión. Dejó caer entonces una Pequeña de Fusión, que fue bajando planta por planta. Las mujeres se apartaron del centro del agujero, echándose hacia atrás contra las paredes. En el momento que la Pequeña de Fusión tomó contacto con el suelo, la nave ya había dejado el agujero, permitiendo que entraran los rayos de luna. La explosión fue de tal magnitud que del agujero salía fuego como si de un soplete se tratara, con una llama tan alta que se hizo de día en los alrededores. El destello fue visto desde los Pumas y la Torre del Edén. Todas las mujeres murieron.
A raíz de esto, las Aeros, la Reina de los Cielos y otras naves que quedaron en Australia contactaron para comunicarse las novedades. Luz optó por seguir adelante, viajando hacia esa antena sin ayuda.
—¡Dispara! ¡Dispara ya! ¡Por nuestras hermanas! —ordenó Ricina desde el segundo Puma a la mujer de la costa. Esta obedeció y apretó el pulsador sudoroso. Los sistemas de defensa de las Aeros detectaron un fogonazo que las hizo maniobrar; sin embargo, la nave de la Esmeralda Caléndula no fue tan rápida y en el intento de eludir perdió velocidad, colisionando con el cohete. La nave, humeante, en llamas y girando sobre sí, se alejaba para caer al mar, sin saber si había alguna superviviente entre las veintiuna miliares que la ocupaban.
La Aeros de la Zafiro Eva arrasó la zona de donde creían que procedía el disparo del cohete de seguimiento; de hecho, la tiradora murió, no quedando de ella ni el ADN.
Ricina llegó a Auckland, pero no se acerca a la Torre. Bajaron de los transportes por la noche y divisaron varios fuegos cerca de esta. Se disponían a avanzar armadas para defenderse de todo aquel que no fuera de la República El Cambio.
—Tomad esto, y cuidado con dispararnos a nosotras —les advirtió Ricina, dándoles a Elel e Ídem armas para su defensa. Estos las cogieron, las examinaron y las montaron con una expresión de incredulidad en sus rostros—. Dirige D.
—Cada una de las escuadras que avance en punta de flecha, con una separación de cinco metros, y los extremos cubriendo las espaldas —indicó Dedalera.
En el grupo de la Maestra, esta iba haciendo de punta. Elel iba en medio para poder protegerlo e Ídem en un extremo, ambos de espaldas por si eran de gatillo fácil ante una situación de peligro. Las formaciones marchaban del mismo modo que en los vehículos. La formación V, o punta de flecha, de Ricina iba en segundo lugar.
Por la noche, la primera V se encontró con un montón de ojos brillantes frente a ellas. Eran los grandes Dharuks, que habían seguido con el olfato el rastro de quien los había masacrado, como si tuvieran un recuerdo de odio. Por alguna razón desconocida, las gafas térmicas y de visión nocturna no los habían detectado. La primera formación pensaba que se encontraba en clara ventaja; sin embargo, cuando alumbraron a los lados y comprobaron que las bestias que había allí rodeaban a las tres formaciones, la primera empezó a disparar y a lanzar granadas. Entre los disparos se escucharon gritos de dolor y voces pidiendo auxilio que se alejaban por las calles de Auckland. La primera formación cayó, al igual que un gran número de bestias sedientas de venganza.
La segunda V miró hacia atrás mientras se defendía y vio como la tercera formación era arrollada por un número masivo de esas bestias, y sus amigas y compañeras eran despellejadas con sus afilados colmillos. Solo quedó en pie la segunda formación. Entonces, Ricina, tratando de calmar los nervios, le pidió al grupo que aguantara los ataques de los cánidos, que se acercaban lentamente desde casi todos los ángulos.
—¡Entremos a este edificio! ¡Rápido, cierra! —ordenó Ricina.
Dedalera aprovechó un hueco por donde los animales no los rodeaban para entrar la última y cerrar prácticamente con las bestias saltando sobre ellas. Una vez dentro, buscaron posibles entradas para los monstruos y las taponaron con todo lo que tenían a su alcance, desde grandes archivadores hasta muebles de antiguos servidores de red. Se escuchaban golpes por todos los lugares de entrada, así que Dedalera mandó a los hermanos, que tenían aspecto de asustados, a vigilar una de ellas y a dos de las hembras a otra. Ricina y Dedalera se quedaron en la puerta por la que entraron.
Uno de los perros intentó acceder por la zona que cubrían Elel y su hermana, dejando ver parte de su cabeza y su pata, y dando dentelladas mientras empujaba.
—¡Dispara, hermana! —gritó Elel.
Ídem dudó y los dos, con los ojos casi cerrados, mirando con las cabezas de lado, soltaron unas ráfagas que vaciaron los cargadores.
—Maestra, voy a ver. Ha sido en la entrada que cubren los hermanos.
—Ve, yo me encargo de la puerta.
Al llegar a la zona, Dedalera observó que la habitación donde vigilaban los prójimos estaba llena de sangre y que la bestia que había intentado entrar había sido acribillada por múltiples impactos de proyectiles. Cinco minutos más tarde, tras comprobar que las fieras se habían ido, el grupo encontró un aparato de ultrasonidos en una de las habitaciones y lo pusieron en marcha. No creyeron que estuviese allí por casualidad. Al salir de la antigua construcción con las fachadas llenas de musgo, siguieron avanzando sin más problemas hasta establecerse con cautela alrededor de la Torre del Edén. La Aeros de Eva sobrevolaba la Torre a una distancia prudencial para no ser derribada, esperando noticias de la misión, mientras disparaba algunas ráfagas hacia el suelo y los arrabales de Edén.
—¡Eva, deja de disparar ahora mismo hacia la Torre! Luz de Diamante la quiere intacta —ordenó la Rubí Dicentra, subiendo el tono considerablemente.
—Estamos expuestas con este vuelo de espera. ¿Qué recomienda, señora?
—Aterricen, desembarquen y acérquense con sigilo para poder entrar y apoderarnos de esta poderosa máquina de comunicación.
—Entendido. Jazmín, organice a las mujeres para un asalto a la antena.
—¿El equipo de asalto letal y destructivo? —preguntó Jazmín.
—Procura no dañar demasiado el exterior de la Torre, y mucho menos su interior. La maquinaria a examinar después del ataque ha de estar indemne. Tendremos apoyo de la dama Luz, que viene de camino en la Reina de los Cielos —expuso la Zafiro.
—Sí, señora.
Eva aterrizó en los aledaños, a unos dos kilómetros de distancia. Desplegó a Jazmín con un grupo de mujeres que iban cercando la Torre. El grupo de Ricina las vio a lo lejos. Acto seguido, esta le dijo a Ídem que se tapara la cara, porque en el caso de que cualquiera de los dos bandos la viera, podrían confundirla con Luz, incluso sin llevar su uniforme. Y eso sería un desastre tanto para ella como para la misión.
—Comunica el asedio. Que preparen las defensas —ordenó Ricina a Elel por el mero hecho de ser hombre.
—Aquí Dedalera, de Wãnanga, a Jefa de Edén. Cambio.
—Me alegro de oírla. Sé que un grupo salió hacia aquí y otro hacia la base Scott, pero también sabemos que muchas de ellas han muerto. Desde aquí arriba vimos un gran resplandor que subía hacia el cielo, iluminando la noche. Tenemos a su piloto y a dos de su grupo. ¿Qué datos valiosos traéis? Cambio —explicó la Jefa de la Torre, una mujer ruda de unos cincuenta años.
—Entiendo su alegría, pero ha de saber que la Torre está siendo sitiada por El Grito. Ahora mismo van por tierra. ¿Qué defensas tienen?
—Las féminas armadas abajo, los cañones automáticos arriba y la Red Electrificada Diametral (RED). Cambio.
—¿Y están activas? Cambio.
—Desde que nos informaron de la inspección. Cambio.
—Observaremos desde aquí y le comunicaremos todos los movimientos. Cambio y fuera.
Una Sombrero Blanco que iba en el grupo de Ricina modificó los comunicadores para poder tener un entendimiento verbal más fluido, sin los molestos términos «cambio», «cambio y fuera», «cambio y cierro», etc. después de todas las frases.
La Jefa de la Torre del Edén hizo entrar a toda la guardia en la gran construcción, con su forma cónica de aguja y sus grandes discos cerca de la punta, donde se divisaba en el horizonte un día despejado. Durante la recogida de las hembras, algunas murieron intentando llegar a las entradas ante el fuego enemigo. Al ver cómo iban cayendo a manos de El Grito, Ricina no pudo quedarse mirando e intervino, disparando por la espalda a algunas de las hembras enemigas que avanzaban hacia la Torre, cerrando el círculo. Cuando esta se levantó y avanzó, Dedalera cogió su arma y saltó, disparando desde el muro donde lo estaban viendo todo. Lo mismo hicieron las demás e, incluso, los hermanos, que tras mirarse cogieron las suyas y salieron a ayudar. Abrieron brecha en la circunferencia y algunas lograron ver un uniforme diferente con piedras azules en sus pequeñas charreteras. Consiguieron llegar corriendo a la entrada de la majestuosa estructura, a la vez que disparaban y esquivaban los proyectiles. Miraron hacia arriba una centésima de segundo para ver cómo se estiraba el armazón hasta los cielos. Una vez dentro, cerraron y escucharon los impactos en una de las gruesas puertas.
—¡Subid! —se escuchó decir a una voz.
—¡Señoras, algunas ya habéis visto a la Zafiro Eva, la que se enfrentó a las Frías en la misión Zugspitze, sobrevivió a un alud y a una bestia primitiva como el Mamut! Si la atrapáramos, podría servir como moneda de cambio. Quedaos aquí, tras la puerta, alejadas de ella por si ponen explosivos y reforzando la entrada con la guardia que ya hay —exclamó Ricina, refiriéndose a la Sombrero Blanco y la compañera—. Las demás me sigan.
Narcis, que estaba de guardia en las puertas, conocía a Dedalera, a Ídem y a Elel, y los saludó con aprecio. Todas y él le dieron la enhorabuena.
—¿Esta es la piloto que venció a la máquina? Mi más sentido agradecimiento —dijo Ricina.
—Gracias, señora.
—Te diré algo, pero no se lo cuentes a nadie: ni un hombre lo hubiera hecho mejor. Luego nos vemos, si salimos de esta —le confesó Elel, con una sonrisa picaresca.
—Cierto. Ánimo, Elel y suerte a todas —dijo Narcis, despidiéndose del grupo.
Las tres entraron en el ascensor y subieron hasta el centro de mando en el mirador. Allí encontraron a la Jefa.
—Ricina, ¿te encuentras bien? ¡Estás herida y sangrando!
—Esta sangre no es mía. Tranquila, estoy bien —le aseguró Ricina.
Tras escuchar esas palabras, la Jefa abrazó a Ricina sin importarle mancharse de sangre ni manifestar afecto dentro de la normativa de grados de la República El Cambio.
—Gracias por tu recibimiento. Aunque no es jerárquicamente correcto, yo también me alegro.
—¡Sois más que bien recibidas! —exclamó la Jefa de la Torre.
—Ya está bien. Centrémonos en cómo afrontar lo que va ocurrir ahora —interrumpió Ricina, logrando captar la atención de todas—. Médula quiere esta antena para tener más control sobre el mundo y no la van a destruir. Intentarán poseerla y posiblemente lo consigan. Sin desanimar a nadie, lucharemos para que no entren y lanzaremos todo lo que tengamos. ¡Por El Cambio!
—¡Por El Cambio!
—Hemos contado dieciocho mujeres dentro de Edén, incluyéndoos a vosotras y a tu piloto, y fuera a salvo tus dos chicas de la lancha y algunas de las mías.
—Dedalera, coordina la maniobra con la Jefa —solicitó Ricina.
—Sí, Maestra. Jefa, ¿damos orden de ataque para las hembras de fuera más las automáticas y nosotras desde aquí?
—Hemos visto la nave de Luz en los radares y se dirige hacia aquí. Si descubre que todo lo que envió aquí ha muerto, lo mismo cambia de opinión y decide destruirnos. Tengo una posible solución para esta batalla, pero no para la guerra que está en ciernes. La RED está activa, solo falta que todas las hembras de Médula se acerquen a las puertas.
—¿Cómo haremos para que más de una veintena de mujeres se acerquen lo suficiente a este cilindro de hormigón reforzado? —preguntó Dedalera.
—¡Cilindro, no! La gran, majestuosa y solemne Torre del Edén que ha llevado mensajes a todas la mujeres, que contribuye al derroque de este asfixiante sistema de Médula y su Luz de Diamante, sobre todo al poner en contacto a Oceanía con el resto del mundo, así que un poco de respeto hacia esta arma de gran valor para nosotras.
—Disculpe, no era mi intención enojarla.
—¿Ves? Dedalera no le cae bien a nadie —le susurró Elel a Ídem al oído.
—Calla, que te va a oír.
Dedalera lo miró brevemente para hacerle saber que le ha oído y él lo dijo cerca para que ella se enterase.
—Le dejo a usted que busque la forma de atraerlas antes de que llegue la Reina de los Cielos —dijo la Jefa.
—¿Reina de los Cielos?
El miedo hizo que a Elel se le escapara una carcajada, preguntándose quién había buscado un nombre tan cursi para algo tan destructivo.
—Sí. Es el nombre que recibe la aeronave donde viaja la más grande de Médula. Si abatiéramos esa nave y Luz pereciera, asestaríamos un duro golpe a este gobierno dictador.
—Probemos con esto. Diremos por la megafonía exterior de la Torre que dejamos de oponer resistencia y que deponemos las armas, que vamos a salir. Abrimos y unas pocas mujeres sueltan las armas en el suelo con las manos en alto y que vengan.
—¿Y luego qué, señora? —preguntó Dedalera con cierto escepticismo.
—Tú encárgate de traerlas dentro del diámetro establecido. Luego, sorpresa, y no me llame señora. Llámeme Jefa, como todo el mundo.
—Maestra Ricina, ¿vamos a confiar en ella?
—Lleva mucho tiempo dirigiendo la Torre y hasta ahora lo ha hecho bien.
—Sin saber nada del ataque, no sabré actuar si falla. Allá ustedes —quiso aclarar D.
—Por una vez, estoy con ella —reconoció Elel en voz baja.
—Y yo, hermano.
—¡Y usted ya puede quitarse el pasamontañas aquí dentro! —exclamó la Jefa, dirigiéndose a Ídem.
—Lo lleva puesto por motivos de seguridad tanto para ella como para las demás. Es Ídem, la hermana de nuestro hombre, Elel.
—Ustedes sabrán.
—¡Nos rendimos, no nos maten! ¡Abriremos las puertas, desarmados! Repito… —anunciaba Dedalera por megafonía, dando vida a la obra de teatro.
Después de unos momentos en los que vio desde las cristaleras del puesto de mando cómo se movilizaba lentamente ese círculo de mujeres, de las que cayeron en combate unas pocas y que ahora había que convencer, Dedalera le indicó a la Jefa que abriera las puertas. Las mujeres de Eva apuntaban, acercándose a las entradas.
—¡Salgan con las manos donde podamos verlas! —les ordenó Eva.
Las guardias de las puertas permanecían con las manos en alto, sin moverse, mientras el grupo de la Zafiro continuaba acercándose.
—Todavía no están dentro del perímetro de la RED —puntualizó la Jefa.
Dedalera les había preparado a las guardias unos auriculares intraauditivos.
—¡No lo diré más! ¡Muévanse y salgan! —gritó airadamente la Zafiro.
Eva pensó que podía tratarse de una trampa, pero Dedalera habló con las guardias de las puertas y le pidió que dieran unos pasos hacia el exterior y que volvieran a pararse. Cuando escucharan «¡Dentro!», debían saltar al interior de Edén y cerrar lo más rápido posible. Al ver que cumplían su aviso a medias, Eva avanzó un poco más.
—¡Dentro!
Era el momento de entrar. Las hembras saltaron y recibieron muchos disparos., lo que provocó la muerte de alguna. Las mujeres de Eva entraron disparando antes de cerrar las puertas. Acto seguido, la Jefa activó la RED, una malla electrificada que era estirada por unas bolas de acero, proyectadas en dirección opuesta al centro, desde el disco superior de la Torre, abarcando veinte metros más de diámetro y cayendo por el mástil hacia el suelo. Entre la confusión y los disparos, el grupo de Eva y Jazmín no escuchó la proyección de esas bolas y la malla. Cuando miraron hacia arriba, esta les cayó encima, haciendo que todas empezaran a convulsionar por la electricidad. La mayoría de ellas quedaron paralizadas, pero no muertas; sin embargo, el corazón de algunas no pudo aguantar. Cuando las guardias le aseguraron que todas habían quedado inconscientes, la Jefa desconectó la RED.
—Guardias, desármenlas y tráiganlas al centro de mando.
Las guardias metieron a una docena de mujeres en el ascensor como si fueran sacos. Al llegar arriba, las sentaron y las ataron dormidas.
—Buen trabajo a todas —exclamó Ricina, orgullosa.
—Luz de Diamante está a punto de llegar. ¿Negociamos o destruimos Edén con ellas dentro?
—¿Cómo puedes decir esto, cuando lo último que tú querrías sería perder la Torre?
—La Torre está perdida, si no ahora, lo estará a la vuelta de Médula, ya sea para conquistarla o para destruirla —contestó resignada la Jefa.
Por la noche, la Reina de los Cielos apenas se escuchaba y se camuflaba mejor.
—Veo algo por las cristaleras. ¿Podéis encender los focos? —preguntó Elel.
—¡Es la nave de Luz! —anunció Ídem.
Fue entonces cuando Dedalera lo vio claro:
—Ya ha empezado la negociación; si no, ya estaría Edén en el suelo.
La Jefa encendió los focos y todas pudieron ver por los ventanales la grandiosidad de la nave, suspendida en el aire, con un motor en malas condiciones, a la misma altura que ellos y con el puente de mando mirando hacia las cristaleras. De repente, proyectó un láser en el espacio con el que dibujó una frecuencia. Todos los de Edén se preguntaron qué querría decir ese número flotando en el cielo.
—Maestra Ricina, eso es una frecuencia de radio para poder hablar desde aquí con ellas —respondió la Sombrero Blanco, cayendo en la cuenta.
—Gracias, Jefa. Conecte.
Noeva, Sieva, Luz o El Grito eran los nombres que Luz de Diamante había adoptado en algún momento de su vida, tanto por sus actos como por su propia voluntad.
—Dadme una razón por la que no echaros abajo. Ya no están mis mujeres.
La nave no detectaba al grupo de Eva, porque la Jefa les había echado por encima una funda eléctrica inmediatamente después de que las ataran, haciendo que la señal de sus trajes no llegara.
Ricina levantó a Eva semiinconsciente y la colocó frente a la nave, mostrándosela a Luz. Sin que nadie le dijera nada, Ídem se quitó el pasamontañas y cogió a la que quedaba con uniforme diferente y dragonas de plata e hizo lo mismo. Colocó a Jazmín de pie y al lado.
—¿Quieres a tu Zafiro y a las demás? —le pregunto Ricina.
—No me provoques. No es suficiente para que mi odio baje, perdonándoos la vida. Salid y hablaremos.
Elel, que se había quitado el pasamontañas que llevaba puesto para no ser visible, asomó la cabeza. Sin embargo, Dedalera le reprendió, diciéndole en voz baja que, si Luz veía un hombre en Edén, no dudaría en arrasar la zona con todos dentro, incluso los suyos, y Elel vuelve a esconderse.
—¿Crees que saldremos? ¡Prefiero morir aquí con las tuyas que ahí fuera! —afirmó convencida Ricina.
—Está bien. Tú ganas. ¿Qué quieres?
—Vete ahora y las tuyas vivirán.
—¡Aaaggghhh!
La furia y la ira de Luz eran tales que agarró los mandos de una de las armas de la nave y disparó una ráfaga de láser, dejando marcada la pared central de la Torre del Edén, desde la cual comenzaron a disparar.
—¡Alto el fuego! ¡Alto el fuego! —vociferaba Ricina, mientras los disparos apenas habían agotado una pequeña parte del escudo de la nave.
—¿Y bien?
—Volveré y lo sabéis. Esto no queda aquí. Te buscaré, te encontraré y te torturaré —concluyó Luz en tono amenazante.
—Tu autocracia no puede durar mucho, y esa mentira de enfermedad que inventasteis para dejar al mundo huérfano se dará a conocer. Lo organizasteis Médula, que está a tus pies, y tú.
—Mientras haya un solo hombre, seguirá tu guerra. Pero en el momento que los extinga, ¿cual será la motivación de tu lucha?
—Tu muerte y la disolución de Médula.
—Suerte.
Luz se marchó, girando la nave en dirección a Berlín. Todas lo celebraron, extrañadas por la igualdad entre Ídem y su mayor enemiga. Aquel jaleo despertó del todo a las nuevas invitadas. Ídem abrazó a Elel y Ricina felicitó a Dedalera y a la Jefa.
—Celebrad vuestro pequeño momento, porque sabéis que volverá y entonces le dará igual matarnos a todas, incluso desintegrar la antena —se escuchó decir a una voz durante la celebración. Era la voz de la Zafiro Eva, a la cual habían sentado de nuevo. Jazmín también aportó su grano de arena, diciendo:
—¡Cuando me liberéis o lo haga Luz de Diamante, os mataré con mis propias manos!
Terminando de decir esto, la Jefa colocó un arma pequeña en la frente de Jazmín y la calló, pero esta continuó despotricando hasta que se oyó un disparo que perforó el cráneo de la Argentum, salpicando de sangre a la Zafiro Eva, que guardó silencio.
—¿Pero qué has hecho? Creía que eras la más sabia. Son una torre y un alfil en esta guerra. Servía de moneda de cambio para negociar. No me dejas más opción que apresarte. ¡Deténganla! —ordenó Ricina.
—¿Puedo decir algo en mi favor?
—Adelante.
—El Grito tiene que ver que aquí mandamos nosotras. Esta debe ser una tierra libre. ¡Por El Cambio! —gritó airadamente la Jefa.
Algunas compañeras que habían pasado tiempo con ella le devolvieron el saludo, pero no con demasiado entusiasmo. Las demás no salían de su asombro, de tal manera que se la llevaron para encerrarla.
Ahora Ricina debía abandonar la Torre y pensar qué hacer con ella: si inutilizarla o introducir un virus informático, creado por las Sombreros Blancos, para escuchar las comunicaciones, en caso de que alguien utilice la antena. También debía decidir qué hacer con las rehenes y hacia dónde dirigirse, ya que Wãnanga había sido destruida.
Elel e Ídem hicieron la danza de guerra maorí, o haka, que les enseñó su tío delante de las prisioneras, sacando la lengua y golpeándose los brazos, las piernas y el pecho a la vez que desorbitaban los ojos y pronuncian palabras en esa lengua. Las prisioneras quedan un poco desorientadas y aturdidas, no por los efectos de la RED, sino por ver realizar esa danza de lucha a un hombre y, lo que era más asombroso, a una copia exacta de su señora Luz de Diamante, pero sabían que no podía ser, así que ninguna dijo nada.
Sabiendo el odio que procuraba Eva a los machos, esta se arriesgó a que la golpearan o la matasen, escupiendo a Elel en la cara cuando en uno de sus movimientos se acercó a ella y le acarició el rostro, diciéndole:
—Una caricia de un hombre te puede dar más asco que tus escupitajos a mí.
Él sabía del odio de Eva, ya que mantenía contacto con algunos hombres y uno de ellos era Aspen.
Durante el viaje de vuelta a Europa, la Rubí Dicentra analizaba en la Reina de los Cielos la grabación en vídeo de la conversación que Luz había mantenido con Ricina. Cuando detuvo la imagen en la que esta última sujetaba a Eva e Ídem a Jazmín, que aún vivía, acercó el fotograma hasta verle la cara a la hembra que sujetaba a la Argentum y se quedó de piedra al identificarla, llamando inmediatamente a Luz.
«¡Si soy yo! ¿Cómo es posible? ¿Acaso es un juego de mal gusto de alguno de nuestros ancestros o es una clonación? En el viaje a Berlín decidiré qué hacer con todo», pensó Luz. —Gracias, Dicentra. Esto lo cambia todo. Por el momento, lo mantendremos en secreto.
Después de un rato, Ídem se acercó a una mesa de control, que estaba llena de gente mirando un monitor. Empezaron a susurrar entre sí. Así unas cuantas veces hasta que decidió preguntar:
—¿Qué ocurre? —le contestan.
—Averígualo tú misma —respondieron, girando la pantalla para que viera el parecido extraordinario con Luz. En ese instante, comprendió que alunas mujeres y hombres de la República El Cambio no estaban informados de que una científica que trabajaba en la Universidad Victoria de Wellington, y que se llamaba Ídem, era idéntica a Luz. Solo variaba el peinado y conocía a su igual por la información que llegaba. Tenía fotos de Luz de pequeña, que su madre Esperanza le mandaba a escondidas a su hermano desde Alemania a través de cualquier medio tecnológico, pero de eso hacía ya muchos años.