Читать книгу Los lunes también son viernes - David Montalvo - Страница 8
ОглавлениеCAPÍTULO 1
ANTES DE QUE RENUNCIES
Todo hay que volver a inventarlo... el amor no tiene por qué ser una excepción.
Julio Cortázar,
escritor argentino
El trabajo perfecto no existe: esto es algo que he venido predicando con el tiempo. De verdad, no existe. Y si alguien te dijo lo contrario, quiso verte la cara. Por más «ideal» que sea nuestro empleo, tarde o temprano, algunos días (incluso muchos viernes) nos fastidiará la alarma del despertador que suena cada mañana o la junta por Zoom que pudo haberse evitado con un mensaje por correo electrónico.
Solo basta con que te observes frente al espejo «hecho garras» al despertar después de una larga jornada que incluyó unas horas de desvelo. Claro, cuando se suponía que ya ibas a descansar, para resolver los «impostergables» pendientes. Nada cool para la mejor selfie de tu vida.
Tampoco es para culparnos. A muchos nos ha molestado escuchar todos los días la extensa lista de urgencias del jefe o incomodado ese cliente que exige mucho, que quiere pagar poco y que todavía se queja. Muchos hemos aguantado cargas extenuantes con una sonrisa permanente de oreja a oreja.
Yo he estado ahí. Sé lo que se siente despertar en la madrugada con la mente a todo lo que da, preguntándote si lo que estás haciendo realmente es lo que deseas hacer el resto de tu vida. (Y más cuando hay varias deudas revoloteando alrededor de tu cabeza y de tus ingresos.) Muchas veces eso ocurre porque el enfoque solo está en el fastidio de lo que no nos gusta. Y queremos tirar la toalla.
Insisto, no hay que sentirse culpable por ello. Más si entendemos que nuestro cerebro está diseñado para sobrevivir, para protegernos, para lograr lo más indispensable. En otras palabras, para llegar a fin de mes y poder pagar nuestras cuentas pendientes y darnos uno que otro gustito.
Chris Guillebeau, en su libro Born for this menciona que el trabajo ideal tiene que ver con el tridente «dinero, alegría y fluidez». Y aunque, por supuesto, son puntos de suma importancia, creo que hay momentos donde se requiere un poco más que eso.
Muchas veces estamos tan estancados, tan agobiados y tan estresados, que lo último que queremos es darle los buenos días a Esther la de recepción o reírte de los chistes malos de Francisco, el del área comercial. De llegar a las metas y objetivos ni hablamos. Simplemente queremos sacar la chamba y listo. Ya sea para cobrar esa factura que enviamos semanas o meses atrás o para recibir un sueldo que nos otorgue tranquilidad, así sea por un rato.
Me cuesta mucho creer que podemos ser completa y absolutamente felices SIEMPRE en la oficina. Y vaya que te lo dice alguien a quien contratan para transmitir inspiración al personal de las organizaciones. Sí. A veces no dan ganas y punto. Y está bien.
En la película Soul (Disney Pixar) también lo plasmaron de una forma muy honesta: «Estamos en el negocio de la inspiración, Joe, pero no es común sentirnos inspirados». Wow. Vaya, hasta a Batman lo hemos visto en medio de una crisis existencial para renunciar a su «empleo» de salvaguardar Ciudad Gótica. Y si no lo crees, «pregúntale» a Garrick en el famoso poema «Reír llorando» de Juan de Dios Peza.
EL QUINCE POR CIENTO
Según el estudio State of the Global Workplace, publicado por Gallup en 2017, solo el 15 % de los trabajadores a nivel mundial está verdaderamente comprometido y conectado con su trabajo. Por lo tanto, cualquier persona que pertenezca al abrumador 85 % restante puede estar dentro de alguno de los siguientes escenarios:
1 Es infeliz con lo que hace.
2 Ya se fastidió. Ya se cansó.
3 Lo ahogó la rutina.
4 No se siente valorado.
5 Se limita a cumplir con sus tareas diarias.
6 Padece estrés constante.
7 Le gusta, pero no le apasiona. Y le da pereza buscar otra opción.
8 Su jefe es insoportable.
9 Es lo que le tocó. Es en donde lo contrataron.
10 Se frustra por no tener los suficientes retos u oportunidades.
11 Vive ansioso al no tener las suficientes habilidades.
12 Solo está por la paga.
¿Cuál será el problema? No sé si es por demasiada presión o poca motivación. Si no hay incentivos suficientes o si hay pésimos responsables de recursos humanos. Puede ser también por las malas prácticas, la negatividad de algunos, la ausencia de cultura organizacional o incluso la falta de compromiso. Creo que es un poco de todo. Lo único de lo que estoy convencido es de que tu trabajo, ya sea que lo hayas elegido con todas las ganas y el entusiasmo o porque «era lo que había», no tiene ni debe ser una carga o una maldición necesaria.
Se oye muy cursi, pero de verdad:
– Trabajar es una bendición.
– Es dignificar tu humanidad.
– Es ofrecer una parte de ti al mundo.
– Es compartir tus dones y talentos a la sociedad.
– Es heredar un legado.
– Es una forma de darle sentido a tu existencia.
Estoy convencido de que existe un enorme porcentaje de influencia sobre lo que tú haces o dejas de hacer cada día en tu empleo. No son los incentivos, los aumentos, las promociones, las comisiones, el jefe compasivo, ni el que te motiven, lo que verdaderamente hace la diferencia entre tu felicidad y tu infortunio laboral.
Algo diferente e inteligente estará haciendo ese 15 % que el restante 85 % dejó olímpicamente de lado. Como dijo Stephen Covey, autor de Los 7 hábitos para la gente altamente efectiva:
«No soy producto de mis circunstancias. Soy producto de mis decisiones».
MERCEDES
«Quiero renunciar, no puedo más con mi trabajo», me dijo Mercedes a la mitad de uno de mis seminarios. Tenía un notable puesto como directora regional de una importante empresa farmacéutica. Pero no era suficiente.
Estaba desesperada. Su cara lo decía todo. Se desbarrancó en un burnout total. Había estado tan inmersa en su trabajo que acabó abandonándose a ella misma. Padecía ataques de ansiedad, se sentía estresada y vulnerable. El insomnio era el pan de todos los días. La comunicación con la persona a quien solía reportarle ya estaba muy desgastada. Vivía con su madre y la relación no era muy buena. Tener pareja ya era un lujo inalcanzable.
Conforme fuimos platicando, me compartía algunos eventos que habían sucedido en su vida personal y que ahora afectaban su desempeño, además de otras cosas que había dejado de hacer y otras tareas que no había aprendido a delegar. En fin, era toda una telaraña en donde nada fluía bien. La conclusión de Mercedes era que su problema no era propiamente su trabajo per se, sino la forma en que ella lo estaba gestionando.
«Las cosas no cambian; cambiamos nosotros», expresó el escritor y filósofo estadounidense Henry David Thoreau.
Y tenía razón. Y no, no te estoy invitando a que te quedes donde estás… con todos tus problemas, con la falta de resultados, con tus jefes difíciles, adversidades y situaciones tóxicas. Para nada. Como dije al inicio: en tu trabajo, está bien de pronto sentirte agotado, cansado, harto, ojeroso y sin ilusiones. Es más, eso te ayuda a analizar el terreno en donde estás parado. Tal vez abandonar o renunciar pudiera ser la opción para ti. Pero antes de que te rindas, te quiero pedir un favor. El mismo que le pedí a Mercedes: asegúrate de revisar tu estrategia y de enfocarte en hacer cosas como:
Conocer tu rol dentro de tu organización, tus alcances y tus límites.
Ser sensible frente a las necesidades de tu equipo.
Tener claro tu propósito y para qué haces lo que haces.
Ser institucional, sin victimizarse ni buscar culpables.
Ser leal a la confianza que te han otorgado.
Ser flexible frente a los cambios y nuevos retos que se te presenten. Aprender a delegar.
Comunicarte de forma asertiva con tus colaboradores y jefes.
Resolver cualquier asunto o conversación pendiente.
Trabajar con una mentalidad de éxito y una actitud positiva.
Poner tu máximo nivel de esfuerzo en tus actividades.
Involucrarte activamente en una causa social.
Tomar las decisiones correctas, basadas en el impacto positivo al negocio, al equipo, a los socios y, por supuesto, a tu vida.
Tener un plan de desarrollo y crecimiento.
Entrenarte en tus áreas débiles o que requieren mejora.
Conocer la visión, las metas, los objetivos y los valores de tu empresa.
Haber leído todos y cada uno de los capítulos de este libro (ya que andamos en eso).
Sí, sé que puede leerse como «mucho rollo». Veamos lo que piensa el consultor de negocios Peter F. Drucker, quien lo mencionó de otra manera:
Vivimos en una época de oportunidad sin precedentes: si se tiene ambición e inteligencia, se puede llegar a la cima de la profesión escogida, sin importar dónde se comenzó.
Pero con la oportunidad viene la responsabilidad. Las empresas de hoy no están gestionando las carreras de sus empleados; los trabajadores del conocimiento deben, en la práctica, ser sus propios CEO. Depende de cada uno abrirse un lugar, saber cuándo cambiar de rumbo y mantenerse comprometido y productivo durante una vida laboral que podría abarcar unos cincuenta años.
Todo esto implica el primer elemento del pentágono que te propongo: SIGNIFICADO.
Darle nombre y apellido a lo que hacemos nos coloca en una posición mucho más favorable e incluso hasta más rentable. Estas personas tan inhabituales de las que hablaba el visionario Drucker y que, además, disfrutan su trabajo, saben que el empleo perfecto no existe, pero que dentro de esa imperfección, al colocar los ingredientes precisos y el significado correcto, pueden diseñar el trabajo que desean.
EL MEJOR TRABAJO DEL MUNDO
Antes de curar a alguien, pregúntale si está dispuesto a renunciar a las cosas que lo enfermaron.
Hipócrates,
médico griego
Cuando firmas tu contrato, decides entrar a una organización o aun al iniciar un nuevo negocio, realmente estás aceptando tener dos empleos, como lo comentaba al introducir el libro. El primero es el que aparece en tu hoja de rol y de responsabilidades. Es al que te comprometiste con tu jefe o con tu socio a cambio de una remuneración económica. Y el segundo y más importante, como decíamos, es el que tú creas todos los días, desde que te despiertas, con base en tus decisiones. Por eso, antes de que renuncies, pregúntate si realmente estás diseñando el mejor trabajo del mundo o estás padeciéndolo debido a las circunstancias.
De verdad, los lunes no son tan difíciles como parecen.
CAPÍTULO 2
¿PARA QUÉ TE LEVANTAS DE LA CAMA?
La gente no te compra lo que haces, sino por qué lo haces.
Simon Sinek,
autor de Start with why
Un día en tu vida: suena el despertador. Sacas la mano y tratas de apagar la fastidiosa alarma de tu celular. Te vas moviendo un poco. Estiras los brazos, mientras torpemente vas abriendo los ojos. Te acomodas un poco y vuelves a tomar tu teléfono para revisar las notificaciones acumuladas. Y es ahí, justo ahí, en ese preciso momento, en donde habría que hacerse la primera pregunta del día que, por supuesto, comprende una decisión: ¿para qué te levantas de la cama? ¿Para qué haces lo que haces? ¿Por qué no quedarse todo el día, entre sábanas, viendo series?
Seth Godin hace algunos años publicó un post en su blog en donde marcaba las ocho principales razones, en orden de importancia, por las cuales nos despertamos para ir a trabajar:
– Por el dinero.
– Por el desafío.
– Por el placer o la vocación de hacer nuestro trabajo.
– Por el impacto que puede tener nuestro trabajo en el mundo.
– Para construirnos una reputación dentro de nuestra comunidad.
– Para resolver problemas interesantes.
– Para ser parte de un grupo y experimentar la solución de tareas.
– Para sentirse apreciado.
Salvo la primera razón, probablemente el orden de las mismas ha ido cambiando con el tiempo.
Teóricos como Maslow, Herzberg, Locke, Vroom, Alderfer y McClelland, por mencionar algunos, han estudiado los principales motivos por los cuales las personas tienen determinados comportamientos, permanecen o desisten de su empleo. Algunos hablan del salario, condiciones laborales o relaciones sociales, y de las necesidades o las expectativas; otros se van más hacia el poder, la consecución del logro y del reconocimiento.
Como soy un poco curioso, fui a mis redes sociales y les pregunté a mis seguidores: ¿para qué haces lo que haces?, ¿qué te hace levantarte cada mañana? Obtuve todo tipo de respuestas, pero no muy diferentes a las que mencionaba Seth Godin o alguno de nuestros amigos teóricos: «lo hago por mis hijos», «para pagarme una carrera universitaria», «para no defraudar a mis padres», «para darle seguridad a mi familia», «para realizarme», «para satisfacer mis necesidades», incluso «para dejar huella», decían algunos. Me levanto «porque hay que hacerlo», «porque si no voy, no me pagan», «porque es lo que toca», «porque hay un pájaro molesto que no me deja dormir», decían otros.
Sea cual sea tu razón, está bien. Incluso si está asociada a una cuestión económica. Vaya, querer percibir un ingreso o tener una mejor calidad de vida para ti y para tu familia no te hace mejor o peor persona. Así funciona el sistema.
Cada quien sabrá sus propios intereses y aspiraciones. Pero, de cualquier manera, siento que esos argumentos son muy «cómodos» y que no deberían ser los únicos para levantarse por la mañana. Sobre todo, pensando que es demasiado tiempo el que pasamos trabajando. Una media de 45 años de tu vida. Incluso si formas parte del club de La semana laboral de cuatro horas, como reza el título del libro de Tim Ferriss, o vives como nómada digital. De verdad, son muchas horas invertidas en ello. Qué mejor que darle un sentido aún más trascendente, con SIGNIFICADO.
Todo tu día cambia cuando despiertas por una razón que hace palpitar tu corazón.
CONOCER TU PARA QUÉ
El ensayista y narrador Sergio Sinay, en su charla en TED «¿Para qué trabajamos?», lo expresa de forma muy clara: «El trabajo ocupa, en el más prolijo de los casos, en el más ordenado de los casos y en el más legal de los casos, la tercera parte de nuestra vida de adultos».
Trabajamos, trabajamos y trabajamos. Y el principal motivo para casi todos es el ganarse la vida, dice Sinay. Él mismo cita al poeta y filósofo alemán Novalis:
«La vida no es algo en sí mismo. En realidad, la vida es una oportunidad para algo».
Alguien en alguna parte del planeta se está beneficiando o dejando de beneficiar de lo que haces o has dejado de hacer. No importa si eres jardinero, cajero de un banco, operario en una fábrica, publicista, administras un pequeño comercio o diriges una enorme compañía.
¿Por qué sonríen tus clientes? Dale una revisada a lo que estás haciendo tú para que ellos reciban algo que antes no tenían. Eso tiene que ver con tu para qué. Tu para qué es lo que te hace dar un brinco cada mañana para iniciar la jornada. Tu para qué es lo que te invita a seguir siendo una mejor versión. Cuando en tu trabajo está involucrado tu para qué, piensas que incluso lo harías gratis.
Lewis Garrad, socio de la consultoría Mercer en Singapur, afirma que: «Las personas tienen más probabilidades de prosperar y crecer en un trabajo cuando piensan que tiene alguna razón de ser. Esta es la razón por la que las empresas con un sentido de propósito más sólido y claro tienden a tener un mejor rendimiento financiero». Es algo que revolotea en tu interior. Y que, aunque quieras, no lo puedes callar. Conocerlo es una bendición. No tener idea puede ser la antesala del hartazgo. Si le preguntas a un médico su principal motivo para levantarse de la cama (su para qué) no es el de ir a dar una consulta o a realizar una operación, es más bien poder sanar y ayudarle a otro ser humano a que viva mejor. Lo mismo con un docente, cuyo para qué no es impartir una asignatura, sino compartir ideas para generar una transformación en sus alumnos y que ellos puedan hacer lo mismo con los demás.
Tu para qué no tiene que ser necesariamente tan inspirador y romántico. En las mejores épocas de Apple era algo tan simple (pero provocador) como «desafiar el statu quo».
Blanca, por ejemplo, cuando era joven y después del divorcio de sus padres, observaba cómo su madre llegaba muy tarde a su casa. Ella batallaba económicamente para sacar a su familia adelante. Trabajaba a marchas forzadas para lograrlo. Le costó sudor y lágrimas. Este testimonio la dejó tan marcada, que se hizo una promesa: ayudar a que el mayor número de mujeres que han pasado por una separación logre mejorar sus finanzas. Eso se convirtió en su para qué.
¿Cómo encontrar tu para qué en tu propio trabajo?
Lo primero es indagar si tu empresa ya tiene uno, el cual puedes también ir adoptando como tuyo y adaptando para tu realidad. En caso de que no sea así, algo que funciona para descubrir tu propósito es pensar en la última persona que se beneficia de tu trabajo. ¿Qué problema le estás solucionando?
No importa qué eslabón eres en la cadena de la organización. Piensa en ese cliente final. Ponle cara, nombre, apellido y situación actual. No importa si la empresa en donde laboras vende servicios o productos. Si comercializan cosméticos de belleza, autos, suplementos, blocks de construcción o tuberías. Justo esto lo decía en una conferencia para un grupo inmobiliario: «No están vendiendo casas en un fraccionamiento. Están creando una comunidad».
Trabajar así es muy, muy diferente.
El para qué de estos asesores inmobiliarios podría estar enfocado en ese padre de familia que, entusiasmado e ilusionado, le lleva la noticia a su esposa de que por fin ¡tienen una casa! También ayuda crear una lista de tus posibles para qué. Esos que te conectan con lo mejor de ti, que te retan y que hacen latir tu corazón. Quédate con el que más te hace vibrar. Que sea tu motor para decir: ¡venga, vamos a levantarnos de la cama!
CAPÍTULO 3
NO ERES STEVE JOBS
Es totalmente normal y no es algo malo, el no saber qué quieres hacer con tu vida. Deja de preocuparte y empieza a construir con la esperanza de que lo acabarás averiguando. Seguro que lo encontrarás. Y una vez que lo encuentres, estarás contento de haber desarrollado habilidades y recursos, de haberte hecho amigo de personas excepcionales y de haber hecho cosas buenas.
Sebastian Marshall,
fundador de Ultraworking.com
Si todavía no tienes idea de cuál es tu para qué, no te me estreses mucho. Está bien y se vale no saberlo todavía. Tal vez este capítulo te dará un poco de claridad al respecto. Pero antes, un breve recordatorio: no eres Steve Jobs.
Creo que el mundo (sobre todo las organizaciones) necesita menos personas tratando de imitar a Steve Jobs, a Kamala Harris, a Lady Gaga o a Jeff Bezos (o al afamado personaje que me digas), y más invirtiendo en ser la mejor versión de ellos mismos. Requerimos más Sofías, Karlas, Juanes y Pedros convencidos de lo que hacen y ejecutando acciones concretas, en lugar de remedos de buenas intenciones de otros emprendedores exitosos.
Lo más probable es que ya hayas escuchado sobre el famoso concepto ikigai (te recomiendo que busques el libro de Francesc Miralles y Héctor García: IKIGAI. Los secretos de Japón para una vida larga y feliz). No, no es un tipo sushi o una excentricidad oriental. Ikigai es una palabra milenaria; viene del Japón y parte de los vocablos ki (), que significa «vida», y kai (), que significa «la realización de lo que uno espera y desea». Una aproximación en su traducción sería «la razón de vivir» o «la razón de ser».
En términos occidentales, el ikigai se ha traducido como la composición de cuatro áreas que se conectan:
Tu pasión: lo que amas hacer.
Tu misión: lo que el mundo necesita.
Tu profesión: aquello que te hace generar dinero.
Tu vocación: en lo que eres bueno.
La intersección de los cuatros puntos es tu ikigai, una vía práctica para descubrir tu propósito.
El propósito es justo lo que sigue después de saber para qué te levantas de la cama. Es una manera de darle forma al significado y de materializar lo que sueñas y lo que quieres compartirle a los demás.
Fuente: Tomado de dreamstime, con traducción de Buendiario.com
Es importante que los cuatro pilares estén involucrados para que haya un equilibrio. Sin pasión ni misión, no hay realización ni plenitud, y sin profesión o vocación, no hay prosperidad ni trascendencia.
Según los japoneses, sobre todo en la isla de Okinawa —que no está de más decir que destaca por ser una comunidad muy longeva—, todos, sin distinción, poseemos un ikigai interior que hay que explorar y encontrar.
El ikigai es único, personal e irrepetible. Es el camino para poner tus dones y talentos al servicio de los demás, con el noble fin de hacer de este mundo un mejor lugar donde vivir.
«No busques fuera y lejos lo que está cerca y dentro», dijo el monje Thich Nhat Hanh.
TU PROPÓSITO Y TU TRABAJO
Mi querida amiga y experta en empoderamiento femenino Luana Mor dice: «La desconexión con nuestro propósito es una patología normalizada». Muchos están tan desconectados que ni siquiera se dan cuenta de todo lo que se están perdiendo. Creo profundamente que es posible —y además deseable— llevar diariamente en el backpack de tu vida: tu pasión, tu misión, tu vocación y tu profesión.
Tu ikigai y tu ejercicio laboral no tienen por qué ir en sentido contrario. Algunos creen que si están en «un mal trabajo», no hay forma de tener propósito. Aclaremos esto: tu propósito va más allá del empleo que tengas actualmente.
Ganes lo que ganes, hagas lo que hagas, trabajes en donde trabajes, tu propósito no es negociable.
Ahora bien, más que forzar a que tu trabajo cumpla con los cuatro ejes del ikigai, observa primero si tú realmente los estás poniendo en acción. Y si no es así, revisa qué cambios puedes hacer en tus actividades actuales.
Pepe, un gerente de recursos humanos, estaba desconectado de su ikigai, hasta que descubrió que su verdadero propósito era el de acompañar a otras personas para conseguir sus metas financieras. Eso lo pudo lograr a través de nuevos procesos de capacitación que él mismo diseñó junto con su director. Pepe no solo se alineó más a su propósito, sino que además le resultó más productivo a la compañía.
¿Cuándo llega el propósito?
A cualquier edad es preciso un propósito en la vida. Es la mejor cura contra muchos males.
Isabel Allende,
El amante japonés
Tengo la fortuna y la bendición de trabajar en lo que me apasiona desde hace más de veinte años. Y no estoy tan viejo, solo empecé un poco temprano. Descubrí mi propósito siendo muy joven. Por un lado, fue un regalazo, pero por otro, un desafío significativo. Me costó incertidumbre, dudas y temores saber si estaba en el camino correcto.
Muchos amigos y familiares dudaron sobre si sería una posibilidad concreta para dedicarme a aquella actividad y, además, si sería una fuente real generadora de recursos, y lo cuestionaron hasta cansarse. Incluso mis propios padres (aunque, claro, nunca faltan los que siempre apostaron por mí. Gracias totales a todos). Pero al toparme con mi propósito, ya no podía ser indiferente. Ya no me podía escapar, o al menos elegí no hacerlo.
Sin embargo, soy consciente de que no a todos les sucede igual. Algunos lo conocen desde muy temprana edad, mientras que otras personas se lo empiezan a cuestionar apenas al momento de jubilarse. Hay que darse el tiempo para ese trabajo interior, de exploración constante, para que se vaya revelando según avanzamos en la vida. Sin presionar ni exigir el resultado inmediato.
El propósito puede cambiar
Lo que hoy te motiva, quizás mañana deja de hacerlo. Las prioridades cambian. Considera que el propósito puede moldearse por diferentes circunstancias, ya sea por la misma edad, por experiencias vitales o simplemente por nuevos deseos e intenciones en el corazón.
No por eso vamos a dejar de buscarlo. Siendo muy honesto, el propósito que descubrí a mis 17 años, sin duda, ha tenido modificaciones, variaciones y alteraciones con el tiempo. No es exactamente el mismo que tengo ahora. Y no creo que sea igual al que tendré dentro de tres décadas.
Cambian los planes, cambia la vida, cambia tu propósito. Nuestra flexibilidad será clave en el proceso.
Hay que poner atención también a las decisiones que tomamos, en referencia a lo que nos inspira y a lo que nos detiene. Siempre que inicies un proyecto, una relación laboral (y hasta personal), una meta, un sueño o un objetivo, pregúntate si tiene corazón, si palpita, si te conmueve. Pero, sobre todo, si te está llevando al mejor lugar para manifestar tu propósito o si, por el contrario, te está alejando de él.
Recuerda lo que escribió Mark Twain:
«Hay dos días importantes en la vida. El día que naces y el día que descubres para qué has nacido».
CAPÍTULO 4
CUESTIÓN DE PERSPECTIVA
Cuando alguien encuentra su propósito, también encuentra el camino. Cuando pierde el propósito, también pierde el camino.
John C. Maxwell,
escritor estadounidense
Muchas oficinas o espacios de trabajo están llenos de quejas y de frustración. Y entiendo que esos ambientes se van creando por la misma carga en la operación, que puede ser pesada, compleja o monótona.
Aunque ya sabemos que tener un empleo no es andar entre nubes de algodón y unicornios multicolores, tampoco tiene porque ser un castigo divino. Vaya, a veces hay problemas, pero no todo es tan malo como muchas veces parece. También los lunes tienen su encanto.
En la carretera, de vez en cuando hay que parar para descansar un poco, cargar baterías e incluso disfrutar del paisaje. Lo mismo pasa con el trabajo: también es bueno hacer un alto y revisar cuáles son las cosas buenas que tenemos dentro de todo ese ajetreo y estrés constante.
De pronto nos volvemos incapaces de ver las cosas buenas porque la agenda, la rutina y el mismo ritmo de la vida nos van alejando, nos van cegando. Francesc Miralles, el mismo autor del libro Ikigai, en su cuento «El jardinero de haikus» lo dice de forma sutil pero contundente:
David reflexionó un poco y luego añadió:
—Pero hay muchos instantes en los que no sucede nada bello ni remarcable.
—¿Ah, sí? ¿Cuáles son esos instantes?
—Momentos en los que estás aburrido, agobiado o demasiado cansado para pensar en nada.
—Me estás hablando del observador, no de lo observado. Que tú estés aburrido, agobiado o cansado no significa que el mundo sea así. Solo tienes que lavarte los ojos con agua cristalina y volverás a ver la poesía en cada cosa.
¿Qué «poesía» has dejado u olvidado ver? Hay cosas que probablemente antes eran trascendentales y valiosas, y ahora simplemente pasan inadvertidas. Como quien dice: «Es que antes todo era mucho mejor…», cuando en el fondo tal vez solo es distracción o desenfoque y se pierden el goce de disfrutar muchas fotografías del presente.
Todo es cuestión de perspectiva, del aderezo que tú le pongas. Esto también incluye los cierres de mes, los pagos a proveedores y de impuestos, las juntas interminables o las peticiones «para ayer» de tu jefe o de tu socio. Si haces una lista con al menos diez cosas que puedas agradecer de tu trabajo HOY, tendrás buen material para cargar pilas.
Piensa un poco, sin duda hallarás algo: ese compañero que te contagia con su entusiasmo; cada vez que observas a ese cliente satisfecho; alguna lección recibida; la oportunidad de viajar, de conocer gente nueva; la confianza frente a algún reto; el delicioso aroma del café por la mañana.
Hacer esto es darle un SIGNIFICADO a lo que hacemos. Es poder darnos cuenta de que en la sumatoria final siempre habrá más bendiciones que problemas. Y aunque eso no justifica que haya situaciones por resolver o por afrontar, que pueden ser cansadas o desgastantes, sí nos da la pauta para encarar nuestros días de forma diferente.
Seamos observadores y pregoneros de cosas buenas.
Cuando vayas a la mitad del camino y te encuentres desmotivado, recuerda la razón por la cual diste el primer paso y el precio que pagaste para avanzar. Ahí encontrarás la energía y el impulso necesario.
LA PRIMERA VEZ
No olvidéis nunca que el momento más importante de un acto es su principio, el cual da la señal para que se desencadenen las fuerzas; luego estas no se detienen en el camino, sino que van hasta el final.
Omraam Mikhaël Aïvanhov,
filósofo búlgaro
Me gustan las historias de amor, sobre todo esas que permanecen vivas con el paso del tiempo, a pesar de los infortunios. En mis eventos suelo hacerle una pregunta a la audiencia: «¿Quién es la persona que lleva más años de casado?».
Algunos dicen 15, veinte, cuarenta años. A quien haya resultado «ganador» le vuelvo a preguntar: «¿Y cuál es el secreto para lograrlo?». Surgen todo tipo de respuestas. Muchas de ellas sinceramente me conmueven. Después de eso, llevo a todo el público a que recuerde esa primera vez en la que dijeron: SÍ, ACEPTO. En la que se comprometieron con su pareja. Luego, a que traigan a su mente justo ese instante en el que los contrataron o iniciaron su negocio. Suele ser igual de conmovedor.
Recuerda tu primera vez en tu empresa. Lo que pensabas y lo que sentías. Tal vez había entusiasmo, miedo, incertidumbre, emoción, ganas de comerte el mundo. No importa si llevas seis meses o 35 años haciendo lo que haces. Siempre es importante recordar esa primera vez. Y ojo. No para deprimirnos o para aferrarnos a lo que ya fue. Es más bien una visualización creativa de algo que ya experimentamos, que nos sirve para tomar los recursos que necesitamos en el presente.
Reflexiona en lo que hacías en ese tiempo, eso que te funcionaba y que ahora probablemente has dejado de hacer. En palabras de Juan Mateo: «El reto está en inventar nuevas pasiones y recuperar viejas costumbres».
Cambiar de enfoque
Tal vez te parezca muy romántico el tener claro tu para qué, tu ikigai, tus motivos, tus razones y esa primera vez, por lo cual haces lo que haces. Pero la verdad, más allá de su parte inspiradora, esto también tiene un lado sumamente práctico y redituable. Aquello en lo que pones tu atención, crece y se desarrolla. Sea bueno o malo.
Ramón, jefe de almacén de una empresa neozelandesa con planta en México con la que estuve colaborando hace algún tiempo, tuvo la brillante idea de tener una especie de pizarrón en su lugar de trabajo. En él compartía una frase de motivación diferente cada día y además invitaba a que sus compañeros también lo hicieran.
Su intención no era escribirla por escribirla: su idea principal era que pudieran generar conversaciones diferentes entre ellos. Y a raíz de esto surgieron cosas maravillosas, no solo en la propia integración del grupo. Uno de ellos me llegó a comentar lo agradecido que estaba con esta iniciativa, ya que cada vez que iniciaba su turno era como recibir un boost de optimismo para la jornada.
No es ponerte una venda en los ojos. Es solamente colocar la mirada en lo que te ayude a crecer. Es observar más allá de la rutina despertarse-trabajar-comer-trabajar-dormir. Como sostenía el autor de El Principito, Antoine de Saint-Exupéry:
«Si quieres construir un barco, no obligues a la gente a recoger madera ni les asignes tareas y trabajo, mejor enséñales a anhelar la infinita inmensidad del mar».
Enfoca positivamente lo que haces y descubre la grandeza de lo que estás creando diariamente con tu trabajo.
CAPÍTULO 5
MERAKI
¿Y qué es trabajar con amor? Es tejer la tela con los hilos sacados de vuestro corazón, como si vuestro bienamado debiera vestirla. Es construir una casa con afecto, como si vuestro bienamado debiera habitar en ella. Es sembrar granos con ternura y recoger la cosecha con alegría, como si vuestro bienamado debiera comer sus frutos. Es poner en todo lo que hagáis un soplo de vuestra propia alma.
Khalil Gibran,
El profeta
Conocí a Grace cuando impartí varios entrenamientos a los equipos de una empresa de telecomunicaciones. Ya son más de 15 años los que ella ha compartido con la organización. Al inicio, comenzó escalando diferentes niveles. Después Grace se estancó un poco. El fantasma de la rutina y del aburrimiento apareció y, por ende, bajó su entusiasmo.
Aunque se encuentra laboralmente estable, y muy a pesar de su capacidad, desde hace algún tiempo vive peligrosamente cómoda. Suele mantener una barrera para los demás. Su trabajo no le reta, no le exige. «Es hacer lo mismo de siempre». Su sueldo es suficiente para satisfacer sus necesidades, por lo cual no le preocupa hacer muchos ajustes en su carrera.
Beatriz, por otro lado, aunque lleva prácticamente el mismo tiempo en la industria automotriz, pareciera ser que cada año fuera el primero de su carrera. Desde que entró a la compañía, se ha enfocado en reinventarse personal y profesionalmente. De hecho, ha invertido en ello. Participa constantemente en los diferentes eventos de su empresa, conoce y vive la cultura de la organización y suele relacionarse de forma proactiva con sus compañeros. Su constancia le ha ayudado a convertirse en una importante mentora de la compañía, sobre todo para quienes son de nuevo ingreso.
¿Cuál será la diferencia entre Grace y Beatriz, si ambas hacen muy bien su trabajo?
No es lo mismo trabajar por amor que por necesidad. Ni hacerlo por inspiración que por desesperación. Por significado que por azar.
Cuando le pones corazón, se nota. No por nada (para muchos) la comida en casa sabe mejor. Los días en la oficina se vuelven más cortos, tus relaciones laborales mejoran y sientes que fluyes en el ambiente del día a día en modo zen.
Sin duda, el amor catapulta nuestro trabajo a otro nivel, incluso cuando no estás cien por ciento convencido del mismo. Y créeme, no es un tema de puesto, de sueldo o de proyecto. Ni siquiera de tiempo.
El amor en el trabajo también es una decisión. Y hay que decir SÍ día con día. Claro, no se trata de forzar a otro (ni a ti mismo) para que ame lo que hace. Bien sabemos que en el corazón no se manda. Tampoco existe ningún entrenamiento, capacitación o programa de coaching que pueda instalarte tu capacidad de amar. Esa está dentro de ti. Ya decía Sally Mann: «Siempre ha sido mi filosofía tratar de hacer arte con lo ordinario de cada día… nunca se me ha ocurrido tener que salir de casa para crear arte».
Lo que sí es posible y necesario es reconectarte con esta capacidad y experimentarla en cada cosa que hagas. Es entregarte más. ¿Cómo?
Primero, obsesiónate. De verdad, obsesionarte con lo que haces, y no quitar el dedo del renglón hasta que sea algo extraordinario, al final tiene valiosas recompensas. Por ejemplo, los apasionados que trabajan en la música: me queda claro que en ese arte el talento existe, pero lo estimulas y desarrollas en la medida en la que te vas «enamorando de la música». Muchos de ellos han dedicado gran parte de su vida a aprender, a practicar y a transpirar música. Y eso les ha dado favorables resultados.
Obsesionarse es interesarte por tu trabajo, tus metas, tus valores y tu filosofía. Esto se logra buscando, indagando, preguntando, haciendo y aprendiendo. Y para muestra le puedes preguntar a muchos obsesionados a los que, sin dudarlo, tan solo al hablar de sus trabajos se les hincha el pecho y se les agranda el corazón. Malala, LeBron James, Elon Musk, por dar algunos ejemplos.
LOS GRIEGOS
Cuando conocí Grecia, me enamoré. Más allá de sus condiciones económicas y políticas, es un lugar repleto de personas que disfrutan lo que hacen. Pareciera que portan un letrero que dice: «Aquí sí sabemos vivir». Se siente en su ambiente. Definitivamente es un país con encanto.
Los griegos tienen una palabra que encierra el concepto de ponerle pasión a lo que hacemos. Le llaman meraki, que significa: «Hacer algo con amor, con creatividad y poniendo tu alma en ello».
Trabajar meraki es un verdadero pero necesario compromiso. No es cualquier cosa. No te invita solo a trabajar más, ser más eficiente, llegar a los números de este mes o vender más. No. Te dice: PON TU ALMA EN ELLO.
En otras palabras: por el amor de Dios, INVOLÚCRATE. Trabaja duro, pero métete de lleno. La mayoría no lo hace. Y lo que sucede es que todo su trabajo se reduce a actividades repetitivas.
Uno puede ir a trabajar, por su cuenta o para alguien, y estar absoluta, robótica y completamente disociado de lo que hace. Sí, se despierta. Va a su oficina, hace como que trabaja. Trata de cumplir para evitar ser amonestado o despedido. Pero al final, lo que haya hecho o dejado de hacer, le pasa de noche.
Si gastas el mismo tiempo en trabajar de forma meraki a hacerlo de forma un tanto insípida, creo que sería mejor quedarnos con la primera.
Bien lo explica el emprendedor Gary Vaynerchuk:
Vive tu pasión, ¿y qué significa eso? Significa que cuando te levantas por la mañana para ir a trabajar, cada día, lo haces impulsado por el hecho de ir a hacer lo que más interés tiene para ti en este mundo. Ya no piensas en las vacaciones, no sientes necesidad de descansar de lo que haces —trabajar, el ocio y la relajación van todo en uno—. Ni siquiera prestas atención a la cantidad de horas que empleas en ello, porque para ti no se trata realmente de trabajo. Ganas dinero, pero lo harías de todas formas, incluso de manera gratuita.
Meraki es no quedarte en la sala de espera de la indiferencia o ser testigo inmóvil y silencioso. Es pasar de lleno a disfrutar de la fiesta.
Conoce más sobre lo que haces. Estudia, pregunta, busca. Involúcrate en otras actividades de tu trabajo, aunque no sean de tu área. Cada día inicia pensando en que, hagas lo que hagas, hay que ponerle alma y corazón. Ahí está el verdadero significado y un motivo más para levantarte de la cama. Tarde o temprano, notarás la diferencia meraki.