Читать книгу Sanos y seguros - David Powlison - Страница 6
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ste libro trata sobre la guerra espiritual. Tú estás en una batalla. Yo estoy en una batalla. Además, todas las personas que aconsejamos viven (al igual que nosotros) en la niebla de la guerra, acechadas por un depredador mortal y enfrentando a un maestro del engaño. Cuando nuestros corazones nos engañan y nuestra cultura nos despista, estamos ante la acción de los deseos y propósitos de Satanás.
¿Qué te parece?
Si eres como yo, tal vez te sea difícil notar que estás en esta guerra en el día a día. Como ocurre con todas las realidades espirituales, es fácil olvidar esta si no la ves con tus propios ojos. Escribí este libro porque quiero que estemos conscientes y alertas respecto a las verdaderas batallas que enfrentamos. Estos son días oscuros, y este libro trata de cómo tú, tus seres queridos y las personas que aconsejas pueden mantenerse firmes contra las huestes de las tinieblas. A medida que avancemos, seré personal. Compartiré historias para mostrarte cómo han sido algunas batallas de mi vida. Compartiré historias de las vidas de otras personas para que podamos aprovechar lo que ellas han aprendido sobre cómo debemos mantenernos firmes. Contaré historias porque este no es un tema en que podamos ser abstractos. La realidad de la gran guerra por nuestras almas se trata en la Biblia desde Génesis 3 hasta Apocalipsis 22. Somos gente real con un problema real. Esto es personal para todos nosotros.
Por lo tanto, para partir, hablemos de mis inicios.
Los primeros veinticinco años de mi vida, yo no tenía la conciencia de que estaba en medio de una batalla con fuerzas invisibles. Crecí en una iglesia de Hawái que no creía en el diablo ni tenía mucho que decir sobre Jesús. En verdad, no necesitábamos a un salvador porque realmente no éramos pecadores, al menos no muy grandes. Pensábamos que, en el fondo, éramos gente buena con algunos problemas que podíamos resolver por nuestra cuenta. Desde luego, tampoco pensábamos en el diablo ni hablábamos de él. Pero eso no cambiaba la realidad de que yo sí tenía enemigos: el mundo a mi alrededor, donde todos vivíamos sin pensar en Dios; mis propios deseos, que a fin de cuentas se centraban en mí mismo; la muerte y la sombra de muerte, y, por sobre todo, Satanás, el señor de las tinieblas.
Cuando llegué a la adolescencia, empecé a sentir que no me estaban enseñando el panorama completo de lo que era la vida en mi iglesia. Podía ver que de verdad había mal en el mundo. Mi papá fue marino en el Pacífico durante la Segunda Guerra Mundial. Después de la Guerra, enfrentamos la amenaza de ser aniquilados por una bomba nuclear. Hacíamos simulacros en la escuela, en los que todos nos escondíamos debajo de las mesas en caso de que se lanzara una bomba atómica. Ese era el mundo en el que yo vivía. Era un mundo en el que la religión con la que crecí parecía totalmente irrelevante.
Cuando salí de mi hogar para ir a estudiar en la Universidad de Harvard, ya había perdido todo mi interés en la religión, pero mi mundo siguió expandiéndose. Ahora incluía un campus agitado por las protestas estudiantiles. Protestábamos contra la injusticia social en Cambridge, las reglas y políticas de Harvard, y la guerra de Vietnam.
Además, la muerte se volvió real para mí. Mi abuelo falleció mientras yo cursaba el primer año en la universidad. Lo vi tratar de encontrarle sentido a su vida en presencia de la muerte. No tenía respuestas, y yo tampoco tenía respuestas que compartir con él. El año siguiente, estudié un semestre en Francia. Una noche, iba en el asiento trasero de un auto cuando un joven, en evidente estado de ebriedad, se cayó a la calle delante de nosotros. Lo miré a los ojos antes de que el vehículo lo arrollara, provocándole la muerte. Una vez más, me vi ante la muerte sin tener respuestas. ¿Cómo era posible darle sentido a una vida que podía acabar tan repentina y absurdamente en la muerte?
Además, yo tenía deseos, pensamientos e intenciones. Quería tener relevancia, entender a la gente, vivir una vida que importara, servir de algún modo a los demás y tener una relación con una chica agradable. Con esos fines, decidí estudiar psicología, les llevaba agua y vendas a los lesionados en los disturbios y tuve una serie de relaciones monógamas. También había cosas que no quería. No quería estar cerca de los cristianos. Pensaba que los cristianos eran retrógrados y conservadores. Si conocía a alguien que dijera ser cristiano, me mantenía lo más lejos posible.
Aun así, tenía dudas espirituales sin responder, pero no estaban en el primer plano de mi vida. Luego de unos años en la universidad, mi cosmovisión empezó a agrietarse muy lentamente. Dios irrumpió a través de Bob Kramer, un amigo que conocí en Harvard, donde los dos participábamos juntos en las protestas. Él viajó a Europa para estudiar un año y terminó en L’Abri, donde conoció a Francis Schaeffer y se convirtió al cristianismo. Cuando volvió a la universidad, se dio la coincidencia de que teníamos espacio en nuestro apartamento y se mudó a vivir conmigo.
Ese año, Bob y yo empezamos una conversación sobre Jesús que se extendió por cinco años. Fue la primera persona con una actitud reflexiva respecto a su fe que yo conocí. Podía esgrimir una defensa intelectual muy convincente del cristianismo, pero el motivo por el que nuestra conversación duró cinco años era que yo no quería un salvador. No quería un señor. Quería estar a cargo de mi vida y mis decisiones. Nuestra amistad perduró ―incluso fui testigo en su boda con Diane―, pero yo no cambié. Seguía sin querer ser cristiano.
Sin embargo, el 31 de agosto de 1975 pasó algo diferente. Nuestra conversación empezó en la misma línea, con Bob explicándome las razones filosóficas y existenciales a favor del cristianismo, las que tenían perfecto sentido para mí. Entonces, él dejó de defender el cristianismo y sencillamente me abrió el corazón. Dijo: "Diane y yo te queremos mucho y te respetamos. Pero por lo que crees y por cómo estás viviendo… te estás destruyendo".
Bob se había ganado el derecho de decirme eso, y el Espíritu usó esas palabras en mi vida. De inmediato sentí una intensa convicción de pecado. Mis pecados destellaron ante mis ojos: actitudes, pensamientos y acciones en las que apenas unos minutos antes no veía nada malo. Pero lo más fundamental de todo fue que me impactó el hecho de que no había creído en el amor de Dios por mí.
Me quedé sentado allí. Bob tuvo la valentía y la sabiduría de seguir en silencio. Al fin, dije: "¿Cómo puedo ser cristiano?". Su respuesta fue graciosa porque empezó a hablar de apologética otra vez. Tuve que detenerlo y decir: "No, no. No me importa nada de eso. ¿Qué tengo que hacer para ser cristiano?".
Fue ahí cuando Bob me compartió la promesa de limpieza y de un nuevo corazón que se encuentra en Ezequiel.
"Esparciré sobre vosotros agua limpia, y seréis limpiados de todas vuestras inmundicias; y de todos vuestros ídolos os limpiaré. Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne"
(Ezequiel 36:25-26).
Esa oferta de limpieza, renovación, transformación… era todo lo que yo quería, y por primera vez entendí que la necesitaba. Pero entonces, Satanás, que todo ese tiempo había estado en el fondo de mi vida como fuerza motriz de las tinieblas y mentiras, me habló abiertamente. La única forma en que puedo describirlo es que escuché una voz maligna. No era mi voz; era una voz burlona, gruñona y acusadora que competía directamente con la promesa de un nuevo corazón que Bob acababa de leerme. Esa voz decía cosas como: "Estás demasiado sucio. No hay esperanza para ti. Dios no te aceptará jamás. Si acudieras a Cristo, lo contaminarías".
Tuve la sensación vívida de estar atrapado en una batalla entre dos voces: por un lado, la voz de la promesa y la esperanza; por el otro, la voz de las tinieblas y la hostilidad. Esa fue la única vez en que he tenido una experiencia así. Sin embargo, estaba a punto de abandonar el reino de las tinieblas, y el rey de las tinieblas no iba a dejarme ir sin luchar.
Le dije a Bob: "Siento que soy muy malo como para acudir a Cristo. Y no puedo… simplemente no puedo pedirle a Dios que me cambie". Bob dijo: "Puedes pedirle a Dios que te ayude a pedirle a Dios que entre a tu corazón. Puedes pedirle cualquier cosa a Dios, así que puedes pedirle las fuerzas para pedirle que te rescate". Eso fue lo que hice. Mi oración salió directamente de Lucas 18: "Dios, sé propicio a mí, pecador" (v. 13). Clamé al Señor; la voz maligna se alejó. Mi experiencia de esa noche fue tal como enseña Santiago 4:7-8. Me acerqué a Dios en arrepentimiento y fe, y el diablo huyó.
A la mañana siguiente, desperté en un universo nuevo. El mundo estaba lleno de luz y brillantez, y yo estaba colmado de torrentes de gozo. Las primeras palabras que cruzaron mi mente fueron: "Soy cristiano. Estoy en casa". Tenía casi veintiséis años, y sentía que había transitado veinticinco años por un camino caluroso y polvoriento que no llevaba a ningún lugar. Ahora estaba donde en verdad debía estar.
Esas veinticuatro horas fueron las primeras en que tomé conciencia de que estaba en una batalla. Estaba frente a enemigos poderosos: el mundo a mi alrededor, que ignoraba a Dios y se reía de los cristianos; mis deseos de ser mi propio señor y salvador, y Satanás, la fuerza motriz de todas las mentiras que creía y las tinieblas en que vivía. Pero Dios irrumpió en mi vida. El Espíritu usó a un amigo que estuvo dispuesto a amarme y contarme la verdad sobre Dios, el mundo y mí mismo para alumbrar mi oscuridad personal.
En el ministerio personal, encontrarás a mucha gente que, al igual que yo, no tiene idea de que está en las garras del señor de las tinieblas y sus mentiras. Cuando aconsejas a alguien que aún no conoce al Señor, sabes que esa persona está viviendo en la niebla del engaño fundamental. Está desorientada respecto al sentido de la vida. Está andando en oscuridad y no sabe en qué tropieza (Proverbios 4:19). Además, sabes que el engañador de todo el mundo no ama a sus seguidores. Al final, pretende matarlos, así que debes estar preparado para ofrecer ayuda.
También encontrarás y ayudarás a otras personas que sí conocen a Cristo. Cuando aconsejas a un hijo amado del Señor, sabes que el diablo tiene especial aversión contra esa persona. El gran dragón, "la serpiente antigua", está furioso "contra la mujer… [y] contra el resto de la descendencia de ella, los que guardan los mandamientos de Dios y tienen el testimonio de Jesucristo" (Apocalipsis 12:9, 17). Esa descendencia una vez fue suya (Efesios 2:3; 5:8). Sin embargo, cambiaron de bando: pasaron de las tinieblas a la luz, de la muerte a la vida. No obstante, debido a sus problemas y luchas, tienen la necesidad crucial de conocer a Cristo como refugio, protección y fortaleza, así que debes estar preparado para ofrecerles ayuda.
Este libro trata de cómo ayudar a la gente. Resistir el mal nos lleva a navegar en aguas profundas y oscuras: la complejidad del corazón humano, la complejidad de las influencias culturales, la complejidad del enemigo. Debemos aprender a luchar bien, a revestirnos del mismísimo Jesucristo, a vestir las armas de luz con las que Él derrota a las huestes de las tinieblas.
¡Resistamos juntos las tinieblas en la sabiduría pastoral del propio Jesucristo!