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La señora pintada: público, ciencia y humor

Eduardo Sáenz de Cabezón2

Ocurrió en Salas de los Infantes, un pueblo de menos de dos mil habitantes en las montañas de Burgos, pero pudo haber sido en cualquier otro lugar. Acababa de comenzar nuestro3 espectáculo de humor científico en el escenario del antiguo cine de la localidad. Unas cuatrocientas personas, de entre 6 y 90 años de edad y con poca, mucha o ninguna formación científica, se sentaban en las butacas de la sala en una gélida tarde bajo cero en la calle. Todo el mundo estaba expectante a ver qué era “aquello de los monólogos científicos” que venía al pueblo; un verdadero acontecimiento.

Mi monólogo inicial acababa de terminar, una especie de presentación del grupo sembrada de chistes y referencias de varios tipos que tiene la intención de captar la benevolencia del público, calibrar cuál es el estilo de humor que les hace gracia, qué referencias manejan, crear una especie de complicidad que va calentando el ambiente con unas amables risas iniciales, antes de dar paso a la sucesión de monologuistas que conforman el espectáculo. El primer monologuista ya estaba sobre el escenario y yo estaba detrás del telón, entre bambalinas, con el resto. Ana, una compañera, me preguntó entonces en voz baja “¿qué tal están hoy?”, y yo respondí “bien, hay mucha gente, se les ve atentos y con ganas de reírse, pero cuidado que en la primera fila hay una señora que yo creo que está pintada, chica, no se mueve, ni una sonrisa la tía, que no se te vaya la mirada hacia ella que te hundes”. Ana abrió entonces los ojos como platos y con cara de susto se puso una mano en la boca y estiró el dedo índice de la otra indicándome que ¡yo llevaba todavía puesto el micrófono!

Lo había estropeado todo, a la mierda la benevolencia del público, el efecto de las risas iniciales, el ambiente jocoso, la complicidad y la calibración del humor del público, el código compartido y todas esas vainas de manual de oratoria… Acababa de tirar por la borda el espectáculo ridiculizando a una señora mayor de la primera fila en frente de todo el pueblo. La sangre se me bajó a los pies y si existen los espíritus que nos asisten, en ese momento estaban todos en fuga junto con mi pulso y el color de mis mejillas. ¡Qué horror! ¡Qué error! Mis manos y pies estaban bajo cero.

Por suerte el micrófono estaba apagado, nadie me había escuchado (salvo Ana) y el espectáculo estaba a salvo. Por cierto, fue una noche estupenda y todo el mundo salió encantado. Pero a mí no se me olvida que durante diez o quince segundos yo había sido el causante de un desastre, de un desaire, de un fracaso y de una ofensa. Y sigo sin olvidarlo, lo recuerdo muchas veces y de la reflexión sobre esos quince segundos he aprendido más que de horas de espectáculos sin sobresaltos.

En esta pequeña historia, rigurosamente cierta, hay varios elementos que nos permiten pensar sobre nuestra relación con el público en un espectáculo de ciencia y humor. Permítanme que diseccione algunos de los elementos de la historia y, como el tiempo y el espacio son cortos, les dejo algunos para que se animen a continuar la disección por su propia cuenta (y riesgo).

Las cuatrocientas personas

¿Quién es el público de un espectáculo de ciencia y humor? Seguramente la pregunta más importante y difícil de quien se aventura a comunicar ciencia sea la pregunta por el público. Se han escrito ríos de tinta sobre el tema y cada uno de ellos merece la pena, aunque no se acabe nunca de resolver el asunto. Preguntarse por el público es lo primero; es el que marca el por qué y el para qué, y sobre todo marca el tono, el nivel, la profundidad y la selección del contenido. Uno nunca se hace idea de quién es el público, pero ¿saben qué? En un espectáculo en vivo, el público está ahí. Es concreto, tangible, es poco o mucho, se le ve. Tiene caras concretas, posturas concretas, una disposición en particular, ojos que le miran a uno, gestos que ocurren en frente de uno. Además, en un espectáculo de monólogos el público interactúa permanentemente con uno, y eso es preciso saberlo de antemano porque habrá que reaccionar a lo esperable y a lo inesperado. Es un continuo caminar en la cuerda floja, y eso es lo más maravilloso de este tipo de espectáculos.

La señora pintada

Siempre hay alguien así. O siempre debería haberlo (aunque ojalá no). Alguien que no conecta en absoluto, por la razón que sea; puede ser cansancio, que le hayan llevado por obligación, que tiene asuntos graves en la cabeza, que no tiene absolutamente nada en la cabeza, que venga con cierta prevención contra la ciencia o que necesite ser convencido de que eso no es un muermo para estudiositos. El caso es que es inmune a nuestros chistes más exitosos, a los giros que siempre funcionan, a los momentos de sorpresa o a las enseñanzas magistrales que llevamos puliendo durante cientos de representaciones. Y eso está muy bien por dos razones: humildad y respeto. La seguridad en el propio trabajo es clave, pero la infalibilidad es para el papa y no siempre. Ser consciente de eso es la clave para no acomodarse en lo que sabemos que funciona, ese es un tipo muy útil de humildad; y respeto, por cada persona que tenemos enfrente, por sus ritmos, por su motivación, porque puede que no sea su tarde y es mejor no forzar. Siempre es mejor no forzar. Quien ha actuado frente a niños sabe que puede ser un desastre forzar el entusiasmo por algo que quizá en otro momento cualquiera les entusiasmaría, pero hoy no, por la razón que sea. El público es el lado de la incógnita en el triángulo artista-texto-público. No forzar al público es quizá la mejor manera de respetarlo que tiene quien se sube a un escenario.

El monólogo inicial

Uno tiene apenas unos minutos para saber quién está ahí. Puede haber preguntado antes, claro, ¿cómo es la gente aquí? Algunas referencias locales siempre se agradecen en los espectáculos de humor, cosas a tener en cuenta, si hay alguna circunstancia especial seguro que alguien te la indica… El lugar te dice algo, por ejemplo, en cuanto a la relación con la ciencia que pueden tener los asistentes: si es una clase, un museo científico, un teatro en el que se paga entrada o un bar. Pero llegado el momento hay que saber cómo respiran esas quince, cincuenta, cuatrocientas o diez mil narices que tienes enfrente. Y cuanto mejor idea te hagas de su variedad y de las notas comunes, más podrás crear esa complicidad, que es el único caldo de cultivo del humor. Eso hay que prepararlo bien, seleccionar lo que va a ocurrir en los momentos iniciales, cuando uno tiene aún cierto control sobre lo que está pasando. Ese momento es breve y es preciso aprovecharlo. Y aquí lo mejor es intentar una variedad de estímulos y tener la capacidad de evaluación para saber cuáles llegan y cuáles no. A partir de ahí, generar los acentos es muchas veces cuestión de experiencia y de dejar que el momento los desarrolle.

La pregunta de Ana

Me encanta mirar al público mientras entra en la sala.4 Es el momento en el que todavía pueden identificarse las individualidades que permanecerán ocultas cuando ese conjunto de personas se convierta en un solo ser: “el público”. ¿Entran alegres? ¿Hay una pareja discutiendo? ¿La sala es nueva para ellos? ¿Están cansados? ¿Hay un grupito entusiasta que corre hacia las primeras filas libres? ¿Llevan camisetas de Einstein o de Star Wars? Todo es relevante y esta es la única oportunidad de apreciarlo. Después todo será invisible aunque permanezca ahí, dispuesto a facilitarnos o dificultarnos la comunicación si no tenemos cuidado. ¿Cómo están hoy? Saberlo es tan importante como saber cómo estoy yo hoy. La clave en un espectáculo en vivo, en particular en un espectáculo de humor, es la inmediatez, es un ecosistema que se alimenta en dos tiempos: dar y recibir. Para dar hemos de saber en qué circunstancias será recibido. Para recibir hemos de ser conscientes de desde dónde se nos da.

El código compartido

El humor es esencialmente un código compartido. Si no entendemos el chiste, no nos hace gracia, y siempre que no entendemos el chiste es porque no compartimos el código, no porque el chiste no sea bueno. La ciencia también es un código compartido. Nuestros espectáculos tratan de que ese código compartido sea más amplio y sea compartido por más gente, por eso es tan importante —¡y tan difícil! — evaluar el punto de partida de un público al que normalmente no conocemos de nada. El humor viene entonces en nuestra ayuda. La otra característica fundamental del humor es que es agente de resolución de conflictos, y en todo espectáculo de comunicación científica para “público general” hay conflicto. Siempre. Hay confrontación porque está el peligro de intimidar, de hacer sentir ignorante, de aburrir, de ser demasiado superficial o repetido. Venga el humor en nuestra ayuda; allá donde notemos conflicto (y eso lo podemos prever hasta cierto punto) vengan chistes suaves, amables, de esos que quitan hierro al asunto; venga la ironía que me hace soportar mejor una explicación que ya conozco, un término que no tengo ni idea qué demonios será… En fin, venga el humor que me hace formar parte de lo que ahí está sucediendo.

El micrófono (menos mal que no estaba) abierto

Todo puede pasar en cualquier momento, cualquier cosa: un micrófono abierto, una laguna de memoria, un error, un insulto de algún elemento exaltado del público, un error que alguien me hace notar, las luces que se apagan, el micrófono que ya no va… Sólo enumero cosas que me han pasado en espectáculos. La clave es mantener la dignidad,5 the show must go on, pero el show no soy yo ni mi persona. El show somos todos, soy yo, son el público y el contenido. Uno ha venido aquí a divertirse y a aprender, y así como el humor no ha de llevarse por delante al contenido ni la ciencia a la diversión, un error o un desastre no puede llevarme por delante a mí ni a mi público.

Aquella tarde en Salas de los Infantes salí con tres kilos menos y varios años más. Fueron sólo quince segundos. Cuando volví a salir al escenario a hacer mi monólogo lancé una mirada a la señora pintada. Seguía ahí, igual de pintada y en primera fila, no se movió en todo el espectáculo. Esa mujer me enseñó, sin saberlo, más que los aplausos de los otros trescientos noventa y nueve asistentes al espectáculo. Y desde luego nos regaló unas risas inesperadas en la cena que siguió, contando la anécdota de esos quince segundos de sudor frío.

2 Cuentero, matemático, teólogo, youtuber y estrella de la televisión española. Lo descubrimos inicialmente por su monólogo “Los teoremas son para siempre”, con el que ganó el FameLab de España en 2011 y donde conoció a otros científicos monologuistas con los que conformó Big Van Ciencia. Además de todo esto, es un amoroso esposo, padre de tres hijos, escritor y profesor universitario; hoy en día nos seguimos preguntando cómo lo hace (y subrepticiamente buscamos anuncios en internet para saber si está contratando dobles o escritores fantasma). Ha ganado muchísimas carreras de atletismo y, por buenas fuentes, sabemos que en ciertos círculos lo denominan “el keniano blanco”. Y además de guapo (opinión unánime de los autores), es un fiestero inveterado.

3 “Nuestro” significa “de Big Van”, el grupo de monologuistas científicos con quien llevo unos cuantos años haciendo espectáculos que mezclan ciencia y humor.

4 Sobre este tema les recomiendo Los trucos del actor de Yoshi Oida (editorial Alba, 2010). Que no se quede este artículo sin referencias bibliográficas, por favor.

5 “¡Dignidad!” es el grito de guerra de Héctor Urién, uno de los cuenteros y formadores de cuenteros de referencia, que ha concentrado sus estrategias en el precioso libro El arte de contar bien una historia (editorial Alienta, 2020).

Instrucciones para hacer de la ciencia un drama (¡o una comedia!)

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