Читать книгу Instrucciones para hacer de la ciencia un drama (¡o una comedia!) - David Price - Страница 9
ОглавлениеTodos los caminos conducen a... las ciencias
Belén Pasqualini15
“¿Qué vas a estudiar?”, me preguntó.
“Teatro”, le respondí. A lo que, ansiosa, ella retrucó:
“Sí, sí, está bien, pero... ¿qué vas a estudiar?”, y yo:
“Voy a estudiar en el Conservatorio Nacional de Teatro
de Buenos Aires, abuela”.
Era domingo. En una de las cabeceras de la mesa, sentada, estaba ella, mi abuela, calzando sus 83 años. En el otro extremo de la larga comida estaba yo, con mis frescos 17. Era uno de esos tantos domingos que pasábamos almorzando en familia. Alrededor de 25 hijos, tíos, nietos y primos asomaban como testigos de este partido de tenis entre ella y yo. Y es que aquel domingo era diferente, era especial para mí. Era mi turno. Cual oficial inquisidor, cada vez que uno de sus nietos se aproximaba a la cornisa de sus estudios secundarios, mi abuela se acercaba al que estuviera de turno, para acecharlo con la —ya conocida— pregunta incómoda: ¿qué vas a estudiar?
A lo largo de todo mi último año de colegio estuve debatiéndome, entre desfiles, viajes de egresados y celebraciones de toda índole, por un lado; y, por el otro, la dura e injusta pregunta que nos toca a los jóvenes —por verdes e inmaduros que estamos a esa edad— alrededor de elegir una profesión, un estudio. No siendo ya niños, tampoco grandes... y aun así, ahí, la vida que no espera y crudamente nos instiga a elegir qué hacer de nuestros próximos días.
Vengo de una familia colmada de médicos, físicos, ingenieros, arquitectos, científicos, en fin: universitarios. De chica me había atraído la medicina genética, así como la cirugía. Pero a la vez, de tanto embriagarme con las mágicas sobremesas que mi mamá Claudia nos convidaba a mi hermano, a mi papá y a mí, después de cada cena, se me había impregnado el arte en las venas, como una especie de gen insistente que inevitablemente hace metástasis, y entonces la pulseada entre ambos senderos —la ciencia y el arte— se me hacía tremenda. Mientras mis compañeros faltaban a las clases o disfrutaban de la liberación que un último año de colegio propone a todo aquel alumno que está a punto de librarse definitivamente del uniforme... a mí me carcomía la congoja de no saber qué elegir. Todavía recuerdo el día en que lo decidí. Estaba haciendo pis en el baño de mi casa, con la puerta semientornada, mientras mi mamá estaba sentada en la mesa del comedor a unos metros de distancia. Y de pronto le dije: “Mamá, ya lo decidí: voy a hacer el Conservatorio de Teatro. Que para ser médica, tengo, después, toda la vida. Pero si quiero ser actriz, eso tiene que ser ahora”. Y así fue.
Me metí durante cuatro años en el Conservatorio de Teatro (para ese entonces, llamado Instituto Universitario Nacional del Arte [iuna]), tras pasar un exigente examen de ingreso, a la vez que estudié teatro por fuera del instituto, baile, canto lírico, guitarra y, más tarde, piano y lenguaje musical. Completé el conservatorio en el tiempo estipulado, cumpliendo con un total de 52 materias teóricas y prácticas. A mi manera, se podría decir, que hice la universidad. Hice de algo artístico un acontecimiento académico, universitario.
***
Hace ya casi quince años que me dedico a cuestiones artísticas, tanto en Argentina como en otros países, ya sea interpretando obras de teatro, ya sea cantando mi música, así como formando parte de otros proyectos que implican cuestiones artísticas. Vivo de lo que amo hacer. En 2013, cuando mi intérprete ya estaba más madura y transitada, emergió en mí el deseo de crear mi propio teatro, de contar mi propia voz, mi propia historia...
Mi abuela siempre fue una especie de heroína para mí. Su nombre completo es Christiane Dosne Pasqualini. Es ella una reconocida investigadora de leucemia a nivel internacional, nacida en Francia, criada en Canadá y Argentina, por adopción. Dueña de numerosos premios, uno de ellos es el Unifem-Noel por ser, junto a la Madre Teresa de Calcuta, una de las mujeres que más contribuyeron a lograr la paz mundial. Recuerdo tener tan solo 5 años y asistir a la ceremonia en la que nombraban a mi abuela primera mujer en ocupar un sitial de la Academia Nacional de Medicina de Buenos Aires. Me autoproclamo una fanática de mi abuela al cien por ciento. De todos sus 5 hijos, 17 nietos y ya 22 bisnietos, probablemente yo sea, a la fecha, la más devota, la más fanática de todos.
Siempre consideré que Christiane era una persona muy particular, digna de ser teatralizada, digna de volverse el personaje de una obra de teatro. Causalmente, ella editó su historia en el libro Quise lo que hice. Autobiografía de una investigadora científica (editorial Leviatán, 2007). En este libro ella cuenta sus “hazañas” como científica, esposa, madre... como mujer. Es la historia, a mi entender, de una malabarista, una equilibrista que supo lidiar con todas las “pelotas” en el aire, cuidando de no descuidar ninguna. Y por sobre todo, siempre amando lo que hacía.
En 2013, sentí fuerte el llamado a que este personaje cobrara vida... teatral. Quería hacerle un homenaje en vida a esta mujer que tanto me había marcado. Necesitaba que fuera en vida, y no esperar a que ella no estuviera más entre nosotros porque necesitaba compartírselo: especie de acto egoísta de querer tener esto en complicidad con ella, para que, al momento en que tuviera que irse de este mundo, pudiera tener la pieza teatral como forma de recurrir a ella, de reencontrarme. Además, el destino me había puesto enfrente de mis ojos un libro que me serviría de guía para contar esta historia.
Me puse “manos a la obra”. Hice un acopio de anécdotas que Christiane me había contado, conversé largas horas con ella, la entrevisté espontánea y disimuladamente. Fusioné todo eso con información del libro... y nació el monólogo con música (yo misma también al piano): Christiane. Un bio-musical científico, el cual estrené el 5 de febrero de 2017 en el Centro Cultural San Martín, mítico espacio de arte de Buenos Aires, Argentina.
Se trataba de la primera vez en la que, por fin, podría fundir mis dos pasiones: la ciencia y el arte; y, encima, todo esto con el fin de contar la historia de mi abuela, es decir, la historia de mis raíces, el de dónde vengo que me tornó en quien soy hoy.
Para ese entonces, mi abuela ya no salía de la casa, pues tenía un pequeño impedimento físico en las piernas, y no se sentía segura para caminar en las tramposas baldosas de las calles, optando por reclutarse puertas adentro. Sabiendo que ella no podría asistir al estreno de la obra, unos días antes de la primera función le entregué, como adelanto de su regalo de cumpleaños número 97, una copia del texto de la obra para que la leyera. Christiane, una fanática de los libros, sabía que no se resistiría a consumir la historia, sumado a que se trataba de su propia vida. Cuando terminó de leerlo, le pregunté: “Y abuela, ¿qué te parece la obra?”, “me parece que es una caricatura de lo que soy. Hay que hacerle muchos cambios a esto. ¿Qué va a pensar la gente de la Academia de esta versión de mi persona que diseñaste?”.
Yo estaba a tres míseros días del estreno. Entendí que su estrés venía por el lado del qué dirán sus colegas, su ambiente. Me ocupé de su preocupación. Al estrenar la obra, me encargué de invitar a todo su entorno científico para que presenciara la obra teatral. Y lo que sucedió fue que... la amaron. Me agradecieron mucho por la creación del espectáculo, confesando que la obra era como estar conversando una hora con “la Doc” o “la Pasqua”, como solían llamarla.
Recuerdo el día del estreno como si fuera hoy. Yo estaba tras bambalinas, lista, esperando a salir a escena, mientras el público se colocaba en sus butacas. Recuerdo estar sosteniendo el premio que le había entregado a mi abuela el Círculo Femenino de Mujeres en 1969. Dicho premio era parte de la escasa utilería con la que contaba la obra. Recuerdo decirme a mí misma, en la profunda oscuridad de esa espera: “Estás loca, Belén. ¿A quién le va a interesar esta historia? A la abuela, a papá, a mamá, a tu hermano, a los familiares... y a nadie más. ¿Qué estás haciendo, llevando tu historia a una obra de teatro?”. El público es el que completa el hecho teatral. Sin público, dicen los que saben, no hay obra. Una obra de teatro no está completa hasta que no recibe el primer espectador. De golpe, se apagaron las luces de la platea. Comenzó la función. Salí a escena. Empecé. Risas, un público conectado, fueron lo primero. Luego, todo se calló, y yo creí que la gente se había ido, o incluso peor, que se habían quedado dormidos. Me deprimí un instante, para luego escuchar, finalmente, un salvador suspiro hacia el final de los 55 minutos de obra, que me reveló que el público aún estaba ahí. Que estuvieron ahí todo el tiempo, atentos, conmovidos, transformados. El aplauso final me terminó de confirmar la aceptación por parte de los espectadores de esta historia. La gente a la salida de la función me dijo: “mándale un beso grande a tu abuela, qué ganas de conocerla”; fue lo que me hizo, esa noche, dormir en paz.
Con el tiempo, además, entendí que se trata de una historia universal, si bien parte de una historia personal, de lo propio, de la historia de mi abuela. Y es que esta obra, descubrí con el correr del tiempo, es mucho más que eso. Las críticas periodísticas también lo anunciaron de ese modo. Ya decía la periodista Ana Seoane, al escribir para Diario Perfil, sobre la obra: “Este homenaje se transforma en un símbolo a tantas mujeres que realizan tareas fuera de su casa y suman labores domésticas, ya sea como esposas o madres. Belén emprende esta labor de dignificar a tantas anónimas”.16
Con esta obra, quise hacerle yo un regalo a mi abuela, pero la vida terminó invirtiendo el sentido de dicho obsequio: es mi abuela la que me hizo un obsequio a mí. He presentado la obra más de 200 veces, en los 3 años que lleva en cartel, tanto en Argentina como en Brasil, Chile, Colombia, Panamá, México, Estados Unidos y España. La obra ha recogido numerosos premios, entre ellos, tres Premios Hugo 2017, máximo galardón al Teatro Musical en Argentina, y un Premio LATA 2019 (Nueva York, Estados Unidos). Christiane. Un bio-musical científico lejos de volverse hermético, y meramente consumido en ámbitos teatrales, ha traspasado las fronteras del arte, habiéndose presentado en ámbitos meramente médicos y relacionados con la investigación: el Congreso RedPop de periodistas científicos (Centro Cultural de la Ciencia, Buenos Aires, Argentina), la Fiesta del Libro (Parque Explora, Medellín, Colombia), el Congreso Anual de saic y sai (Mar del Plata, Argentina), la Semana de la Ciencia que organiza el Senacyt (Ciudad de Panamá, Panamá), la unam (Ciudad de México, México), así como en tantos otros espacios de índole científica.
Otra periodista hace poco me preguntó durante una entrevista: “¿Cuánto tiempo te llevó preparar el personaje de tu abuela?”, a lo que le respondí: “Creo que es el personaje que menos preparé en toda mi vida de actriz, aunque, paradójicamente, es el que se ha encarnado en mí”. Porque se trata de la misma sangre: actriz y personaje tenemos la misma genética; o quizás también se deba a que, indirectamente, vengo estudiando y observando a mi abuela desde el día en que nací.
Sumado a esto, me gusta pensar que, finalmente, terminé estudiando medicina, ya que durante la obra abordo varios conceptos totalmente técnicos en relación a la leucemia y, por ende, durante los ensayos tuve que construir cada una de esas imágenes técnicas. No fuera a ser que me olvidaba de alguna palabra en el medio de la representación y tenía que inventarme otra que hiciera sentido con la imágen que estaba contando...
***
“Sí abuela, me dediqué a la actuación y a la música, pero: ¿viste como también indirectamente terminé estudiando ciencia, gracias a la obra que creé alrededor de tu historia?”, le dije a mi abuela —de ya 100 años— días atrás, almorzando con ella en su casa de siempre.
Y es que, al final, pareciera que es verdad: que todos los caminos llegan a Roma. Si no, mírenme a mí: terminé estudiando ambas cosas: tanto teatro como ciencia. O al menos, en mi caso, quizás se deba a que mis dos pasiones, el arte y la ciencia, están más próximos y son más compatibles de lo que, a priori, imaginamos.
15 Si uno tuviera que definir a Belén en una palabra, la primera opción sería arrolladora. Y es que ella lo es en todo sentido: su presencia, su belleza, su pasión, su talento… La primera vez que la vimos, en un congreso de la RedPop en Buenos Aires, 5 minutos antes de comenzar su espectáculo, todo en ella sonreía “¿hablamos al final?” como si nada, como si lo que siguiera no fuera a exprimir su energía hasta la última gota; a pesar de que enfrentarse a un público de divulgadores científicos no debía ser lo más sencillo. La segunda vez, justamente en ese escenario, llenándolo por completo con su voz, su piano y su historia, nos hicieron caer, para siempre, rendidos a sus pies, como tantos jurados de los muchos premios que, con razón, Belén ha recibido.
16 Ana Seoane, “Un musical donde la historia familiar enaltece a las mujeres”. Diario Perfil, 5 de agosto de 2017.