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Capítulo 2

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ALISON Karas no podía evitar preocuparse por la perspectiva de dejar a su hija de nueve años a cargo de su hermana Shana. No era un buen momento para Jazmine, y tampoco para Shana.

Su hermana parecía segura y confiada, pero Ali tenía dudas. Pese a lo que le había dicho, la ruptura con Brad debía de haberle afectado mucho. Además, Jazmine no se había tomado muy bien la noticia, y se sentía reacia a abandonar a sus nuevas amistades para trasladarse a Seattle.

Pero Ali no tenía otra opción. Los abuelos estaban descartados. La abuela paterna todavía no se había recuperado de la muerte de Peter, y además habría sido incapaz de lidiar con las exigencias de una niña. Peter había sido su único hijo, y los padres se habían divorciado cuando él era pequeño. Ambos se habían vuelto a casar y habían tenido hijos. Ninguno de los dos había mostrado un gran interés por Jazmine.

Jazmine entró en la habitación de Ali en ese momento y se dejó caer en la cama con gesto cansino.

—¿Ya has hecho tu maleta? —le preguntó. La suya estaba abierta en el otro extremo de la cama.

—No —rezongó la niña—. Esto de la mudanza es una porquería.

—Cuidado con lo que dices, Jazmine…

Se negaba a discutir con su hija. Lo cierto era que habría preferido no embarcarse, pero por el bien de Jazmine tenía que poner buena cara. Eso era lo más difícil de su vida en la Marina. Era viuda y madre, pero también enfermera militar, y no podía eludir sus responsabilidades.

—El tío Adam no vive lejos de Seattle —le recordó. Se había guardado esa noticia para el final, esperando que de esa manera se sintiera algo más contenta con la perspectiva del traslado.

—Está en Everett —replicó con tono apático.

—Eso sólo está a treinta o cuarenta minutos de Seattle.

—¿De veras?

Era la primera chispa de interés que revelaba su hija desde que le comunicó la noticia de su embarque.

—¿Sabe que vamos para allá?

—Aún no —tan ocupada había estado que no había tenido tiempo de avisar a Adam Kennedy, el padrino de Jazmine.

—¡Entonces tenemos que decírselo!

—Lo haremos. A su debido tiempo.

—Hazlo ahora —la niña saltó de la cama, corrió al salón y volvió con el teléfono inalámbrico.

—No tengo su número —con el trasiego de los preparativos, había guardado su agenda en una caja y en aquel momento no disponía de tiempo para buscarla.

—Yo sí —hizo una nueva escapada y volvió segundos después. Sin aliento, le entregó a su madre un papel doblado.

Ali lo desdobló. Había un número escrito con letra de adulto.

—El tío Adam me lo mandó. Me dijo que podía llamarlo siempre que necesitara hablar. Que no importaba a qué hora del día o de la noche lo telefoneara, así que llámalo, mamá. Esto es importante.

Ali resistió el impulso de averiguar si su hija se habría aprovechado con anterioridad de la oferta de Adam: era lo más probable. Para Jazmine, el amigo de su padre era un ángel en carne y hueso. El capitán de corbeta Adam Kennedy había constituido su más firme apoyo desde el mortal accidente de Peter.

Un fallo informático había sido el culpable de la muerte de Peter, a bordo de un F-18. El avión se estrelló en tierra y Peter murió inmediatamente. Ya habían transcurrido dos años, dos largos años, y cada día desde entonces Peter estaba presente. Su primer pensamiento del día era siempre para él, y su imagen la última que desfilaba por su cabeza antes de dormirse.

Formaba parte de ella. Lo veía en la sonrisa de Jazmine. O en sus ojos, de su mismo color verde-castaño.

Como oficial médico de primera, Ali estaba familiarizada con la muerte. Lo que no sabía cómo enfrentar eran sus consecuencias. Seguía luchando contra el dolor y, por eso, entendía tan bien la situación de su hermana. Sí, la ruptura de Shana era diferente, de una magnitud mucho menor, pero los efectos eran semejantes. Al romper con Brad, Shana también había tenido que renunciar a un sueño; un sueño que había acariciado durante cinco años.

—¡Mamá! —gritó Jazmine, exasperada—. ¡Marca el número!

—Oh, perdona… —murmuró Ali mientras se apresuraba a marcarlo. Casi inmediatamente se activó el contestador telefónico.

—¿No está? —inquirió la niña. No se molestó en disimular su decepción. Deprimida, se tumbó de espaldas en la cama.

Ali le dejó un mensaje, pidiéndole que se pusiera en contacto con ellas.

—¿Cuándo crees que nos llamará?

—No lo sé, pero procuraré que nos veamos. Si es posible, claro.

—Por supuesto que es posible. Él quiere verme. Y a ti también.

Ali se encogió de hombros.

—Puede que todavía no haya vuelto cuando yo tenga que tomar el avión, pero tú lo verás seguro, tranquila.

Jazmine no la miró. En lugar de ello, clavó la mirada en el techo con expresión triste. Se había mudado de hogar demasiadas veces y lo había llevado medianamente bien… hasta ahora. Ali no podía culparla por su descontento.

—Te encantará vivir con tu tía Shana, ya lo verás —probó una nueva táctica—. ¿Te dije ya que se ha comprado una heladería? ¿No te parece divertido?

Jazmine no se mostró en absoluto impresionada.

—No la conozco bien.

—Será vuestra oportunidad de que os hagáis amigas.

—Yo no quiero hacerme amiga suya.

—Las dos necesitamos adaptarnos y hacer un esfuerzo, Jazz. Tú tienes tan pocas ganas de que me vaya como yo de irme.

—Lo sé —Jazmine se sentó en la cama, abrazándose las rodillas.

—Y tu tía Shana te quiere mucho.

—Ya, claro…

—La heladería está justo enfrente de un parque —Ali lo intentó de nuevo.

—Qué bien.

—Jazmine…

—Ya lo sé, ya lo sé, perdona…

—Estos meses se pasarán volando —le pasó un brazo por los hombros—. Ya lo verás.

—No, no se pasarán volando —negó la niña, categórica—. Y yo tendré que volver a cambiar de colegio. Eso es algo que odio.

Cambiar de colegio, sobre todo a una época tan avanzada del año, siempre entrañaba dificultades. Ali la besó en la frente y cerró los ojos. Tenía la inequívoca sensación de que su hija llevaba razón. Los siguientes meses no pasarían volando: se arrastrarían. Tanto para ellos como para su hermana.

Shana quería tener hijos, algún día, cuando se presentara la ocasión. Siempre había supuesto que ejercería el rol de madre como todo el mundo. Empezaría con un bebé y poco a poco se iría acostumbrando, aprendiendo en el proceso. Pero, en lugar de ello, estaba a punto de empezar un curso acelerado. Se preguntó si existirían manuales para ese tipo de situaciones.

Mientras caminaba de un lado a otro del salón, se detuvo el tiempo suficiente para echar un último vistazo al cuarto de los invitados. Había añadido algunos adornos en honor a Jazmine. Esperaba, por ejemplo, que le gustara el gran oso de peluche. A las niñas de su edad les gustaban los osos de peluche, ¿no? La colcha, rosa con un dibujo de margaritas, era nueva, así como la alfombra del mismo color. Esperaba que la niña agradeciera de algún modo sus esfuerzos.

Quería que Jazmine supiera que ella estaba dispuesta a poner todo lo posible de su parte para que aquello funcionara. Sin embargo, tenía un mal presentimiento.

No se equivocaba en absoluto. Cuando llegó Ali, de inmediato resultó obvio que Jazmine no quería tener nada que ver con su tía. Nada más llegar, la niña se sentó en el sofá con una expresión huraña que disuadía toda posible conversación. La melena le caía sobre la cara, ocultándosela casi por completo. Cuando no fulminaba a Shana con la mirada, la clavaba tozudamente en la moqueta.

—No sabes cuánto me alegro de verte —le dijo Ali a Shana antes de volverse hacia su hija, como esperando que secundara su comentario. La niña no abrió la boca.

Shana se dirigió a la cocina, confiando en poder mantener allí una conversación privada con su hermana. En realidad no siempre habían estado unidas. Durante el instituto, habían competido incesantemente. Ali había sido mejor estudiante, mientras que Shana había destacado en deportes. De su padre, médico de familia, ambas habían heredado el amor por la ciencia y la medicina. Había muerto de repente, de un ataque al corazón, cuando Shana sólo contaba veinte años.

En cuestión de meses, sus vidas habían experimentado un giro de ciento ochenta grados. Su madre se derrumbó; por aquel entonces, Ali ya había entrado en la Marina. Afortunadamente Shana se quedó al lado de su madre para cuidarla y encargarse de los trámites del seguro, el fondo de jubilación y otros papeleos. Tuvo además que ocuparse de las tareas de la casa y continuar sus estudios universitarios.

A los veintidós años, fue contratada como agente comercial por una próspera empresa farmacéutica. El trabajo le gustaba. Después de haber pasado tanto tiempo rodeada de profesionales de la medicina, se sentía cómoda en aquel ambiente. Al cabo de unos años, consiguió ascender a jefe de ventas de una sección. Cuando presentó su dimisión, la empresa intentó convencerla de que se quedara a cambio de una bonificación extraordinaria. Pero Shana estaba necesitada de un cambio: no sólo de trabajo, sino de vida.

La última ocasión en que ambas hermanas habían coincidido fue en el funeral de Peter. Poco después, Ali había tenido que regresar a Italia. Hacía solamente un par de meses que madre e hija habían vuelto a San Diego, pero inesperadamente la habían destinado al Woodrow Wilson, el mayor y más moderno portaaviones de la Marina estadounidense. Según su hermana, aquélla era una oportunidad que sólo se presentaba una vez en la vida.

Quizá fuera cierto, pero, en opinión de Shana… la Marina tenía un pésimo sentido de la oportunidad.

—Jazmine no parece muy contenta con estar aquí —comentó Shana cuando estuvo segura de que la niña no podía escucharlas. Comprendía cómo se sentía. La pobre ya había padecido suficientes trastornos en su vida como para que de repente su madre desapareciera durante seis meses seguidos.

—Estará bien —Ali lanzó una mirada nerviosa hacia el salón mientras su hermana sacaba tres latas de soda de la nevera.

—Seguro que sí, pero… ¿y yo?

Ali se mordió el labio, mirándola con expresión culpable.

—No tenía a nadie más a quien recurrir.

—Lo sé. No te preocupes: estos seis meses nos darán a Jazmine y a mí la oportunidad de conocernos mejor —anunció Shana mientras volvía al salón y le ofrecía una soda a su sobrina—, ¿verdad, Jazmine?

La niña se quedó mirando la lata como si contuviera un gas venenoso.

—Yo no quiero vivir contigo.

«Sorpresa», se dijo Shana.

—¡Jazmine!

—No —intercedió Shana—. Creo que deberíamos ser sinceras —dejó la lata sobre la mesa y se sentó en el extremo opuesto del sofá, sosteniendo la suya entre los dedos—. Esto también va a ser una experiencia para mí. La verdad es que no he tenido mucho trato con niños de tu edad.

—No me extraña —lanzó una mirada ceñuda al cuarto de invitados, que tenía la puerta abierta—. Odio el color rosa.

—Podemos cambiar la colcha, si quieres.

—¿De donde la has sacado? ¿De una tienda de Barbies?

Shana se echó a reír. La niña era ingeniosa.

—Casi. Iremos juntas a alguna otra tienda. Nos las arreglaremos, ya lo verás. Soy consciente de lo mucho que tengo que aprender.

—No me digas.

—¡Jazmine! —la regañó su madre, frustrada—. Lo menos que puedes hacer es intentarlo. Tienes que estarle agradecida a tu tía por el esfuerzo que está haciendo. Y tú tienes que esforzarte también.

—Ya lo hago —le espetó la niña—. ¿Un dormitorio color rosa y un oso de peluche? ¡Dios mío, si me está tratando como si estuviera en párvulos y no en cuarto de primaria!

—También podemos cambiar el oso… —sugirió Shana.

Ali se sentó entonces entre ellas y le pasó a Jazmine un brazo por los hombros.

—Mira, si he aprendido algo durante estos últimos años… es que las mujeres debemos permanecer juntas y ayudarnos las unas a las otras. Yo no puedo quedarme contigo, Jazz. Lo siento. Me habría gustado que las cosas fueran distintas, pero no es así. Si quieres, cuando vuelva de este nuevo destino, rescindiré mi contrato.

Jazmine alzó bruscamente la cabeza.

—¿Dejarás la Marina?

Ali asintió. Shana se había quedado tan sorprendida como su sobrina.

—Ahora que tu padre ya no está, mi vida ya no es la misma de antes —continuó Ali—. Soy tu madre, y tú eres mucho más importante que mi carrera. No volveré a abandonarte, Jazmine. Te lo prometo.

La niña no pudo evitar estallar en sollozos. Avergonzada, se cubrió la cara con las manos. Ali se apresuró a abrazarla. La madre parecía contener bien las lágrimas, pero no así Shana.

—Si te sales de la Marina… ¿te casarás con el tío Adam? —le preguntó de repente la niña, entusiasmada ante la perspectiva.

—¿Quién es el tío Adam? —inquirió Shana.

—Era uno de los mejores amigos que tenía mi padre —le explicó Jazmine—. Es guapo y divertido y yo creo que mamá debería casarse con él.

Arqueando una ceja, Shana se volvió hacia su hermana. Ali jamás le había mencionado a ese tal Adam.

—El tío Adam está destinado en Everett. Eso está cerca de aquí, ¿verdad? —inquirió Jazmine, mirando a Shana.

—A menos de una hora en coche, supongo —no estaba del todo segura, ya que jamás había subido más al norte de Seattle.

—El tío Adam querrá visitarme cuando se entere de que estoy aquí.

—Desde luego —murmuró Ali, apretándole cariñosamente la cabecita contra su pecho.

—¿Te gusta ese hombre? —quiso saber Shana. Ali no le había dicho ni media palabra sobre el amigo de Peter, lo que significaba que debía de sentir algo por él…

—Por supuesto que le gusta —afirmó Jazmine al ver que su madre no respondía—. Y a mí también. Es absolutamente fabuloso.

Ali cruzó una mirada con Shana y se encogió de hombros.

—¿Piloto también?

—No, es oficial de complemento. Te gustará —se apresuró a asegurarle Ali, como si aquel hombre pudiera interesarle en un sentido… sentimental.

Nada de eso. Estaba harta de los hombres.

—Me dijo que podía hablar con él cuando quisiera —añadió Jazmine—. Podré llamarlo por teléfono, ¿verdad?

—Por supuesto que sí —Shana sentía mucha curiosidad por saber más cosas de aquel hombre. Un hombre de quien su hermana no había querido ni hablarle…

Un novio en el mar

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