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1 ¿PODRÍAMOS HABER DETENIDO TODO ESTE ASUNTO DESDE EL PRINCIPIO?
ОглавлениеToda película de desastres empieza con alguien que ignora lo que le dice un científico.
Pancarta popular en la Marcha por la Ciencia de abril de 2017
Así pues, ¿cómo terminamos padeciendo la pandemia de la COVID-19? ¿Podríamos haberla detenido una vez se hubo iniciado? ¿Podríamos haber evitado que se iniciara?
Si nuestra casa se incendia, nos preguntamos dos cosas. La primera, y para empezar, ¿cómo pudo originarse un incendio en nuestra casa? La segunda, y más urgente, puesto que se incendió (y vimos que ello ocurría), ¿por qué no lo apagamos antes de que se propagara? Más adelante examinaremos la primera pregunta. Tratemos ahora de la segunda. ¿Qué ocurrió para que se desatara en el mundo una pandemia de COVID-19?
El primer indicio que yo, como muchos otros, tuve de la preparación de la tormenta que se convirtió en la COVID-19 fue un correo en el fórum en línea ProMED. El informe, traducido automáticamente, de Finance Sina, una web china de noticias en línea, rezaba:
En la tarde [del 30 de diciembre de 2019], se emitió una «noticia urgente sobre el tratamiento de una neumonía de causa desconocida», que se distribuyó ampliamente en Internet por el documento con encabezado rojo del Comité Sanitario Municipal de la Administración Médica de Wuhan.1
Era el 31 de diciembre, y en nuestra casa de campo francesa, justo al otro lado de la frontera de Ginebra, se levantaba el sol. Yo tenía en casa unos familiares con los que pasaba las vacaciones, y había prometido solemnemente que no trabajaría.
Pero me dije que ello no significaba que no pudiera echarle un vistazo a ProMED, solo para asegurarme de que no me perdía algo importante.
ProMED (el PROgrama para Monitorizar Enfermedades Emergentes, de la Sociedad Internacional de Enfermedades Infecciosas, una organización de científicos cuyo nombre formal es ProMED-Mail) es el principal sistema de información mundial para enfermedades nuevas, o «emergentes». A pesar de su importancia, es una organización sin ánimo de lucro, funciona sobre todo gracias a voluntarios, y se financia, con un presupuesto muy ajustado, mediante subvenciones y donativos. Se estableció en 1994, cuando algunos especialistas en enfermedades infecciosas, conmocionados por la aparición del sida en los años ochenta, se inquietaron al comprender que podía haber otras enfermedades nuevas al acecho, y que necesitábamos un sistema de alerta temprana.
ProMED consiste en informes diarios sujetos a moderación en los que se refieren acontecimientos médicos preocupantes que le remiten colaboradores de todo el mundo: médicos, veterinarios, granjeros, investigadores, ciudadanos de a pie e incluso laboratorios agrícolas (pues las plantas cultivadas también enferman). Todo ello con un texto sencillo a palo seco y simple: la anticuada Helvética, directa y al grano como los científicos que en su mayor parte lo escriben y lo leen así. Todo está clasificado por enfermedad, lugar y fecha, mientras que los moderadores, en su mayoría veteranos en sus campos, dicen qué es lo que piensan de los informes. A menudo salto directamente a sus comentarios. ProMED es una de las cosas que la humanidad hizo bien para prepararse de cara a emergencias relacionadas con enfermedades como la COVID-19.
Y para los investigadores de enfermedades, las personas relacionadas con la sanidad pública y los periodistas científicos como yo, así como para quienquiera que se sienta fascinado por los programas cotidianos de telerrealidad, es de lectura obligatoria. Cuando aquel día me encerré en mi despacho, esperando que al ser relativamente temprano mi familia no se enterase, el boletín del gigante financiero Sina informaba de la existencia de personas con neumonía grave y no diagnosticada en la ciudad de Wuhan, en la provincia de Hubei, en el centro de China.
Muchas de estas personas estaban relacionadas con un mercado de pescado y marisco. Ya había 27 afectados.
Un boletín oficial (que la traducción automática había dejado como «documento destacado con una bandera roja») debía de ser una alerta de emergencia, supuse. El periodista de Finance Sina lo había verificado llamando a la mañana siguiente a la línea directa oficial del Comité Sanitario Municipal de la Administración Médica de Wuhan. Era cierto. El informe se difundió.
Y era lo bastante preocupante como para que alguien lo enviara a ProMED. No era difícil ver por qué.
La neumonía o pulmonía no es una enfermedad causada por un germen específico, como el sarampión o la gripe. Tan solo corresponde a cualquier infección que inflame la región profunda de los pulmones, donde se ubican los sacos de aire, denominados alvéolos. Estos sacos son la parte fundamental de nuestros pulmones: introducimos aire en ellos y el oxígeno atraviesa las membranas de los alvéolos y pasa a la sangre ávida de oxígeno que hay al otro lado. Mientras tanto, el dióxido de carbono que hay en dicha sangre atraviesa los alvéolos y lo exhalamos al respirar.
Si una infección daña estas membranas delicadas, se corre el riesgo de que empiecen a perder líquido, y los sacos se llenen. Esto impide que el oxígeno llegue a las membranas y entre en nuestra sangre. Si la situación empeora de manera notable, acabamos ahogados efectivamente en nuestros propios fluidos.
Una infección respiratoria (ya sea por virus, bacterias u hongos) puede invadir nuestra nariz, nuestra garganta o los conductos aéreos de los bronquios, más profundos, y esto nos producirá un resfriado o una tos fastidiosa. Pero si llega a los alvéolos, esto es una neumonía, y puede matarnos.
El hecho de que esta neumonía no estuviera diagnosticada fue la bandera roja que llamó la atención de ProMED. Por lo general, los glóbulos blancos de la sangre defienden nuestros alvéolos de las bacterias que siempre están ahí, absorbidas por miles de millones en cada inspiración. Los virus de la gripe invernal eliminan esta parte clave de nuestro sistema inmune, y entonces las poblaciones de bacterias pueden crecer, lo que causa una neumonía. Por lo tanto, la mayor parte de neumonías invernales se tratan primero con antibióticos, que matan a las bacterias. Y, al parecer, eso no funcionaba en Wuhan. Y cabe suponer que tampoco hubo test diagnósticos para la gripe o los demás sospechosos habituales.
El Comité Sanitario Municipal de Wuhan tenía una reunión especial, rezaba el informe. Pero se apresuraron a decir que pensaban que no se trataba del virus SARS. El SARS apareció en China en 2002 y se extendió por 29 países en 2003, causó neumonías graves y mató a 774 personas.
«Buena cosa», recuerdo que pensé. Ahora ya nadie habla mucho del SARS fuera de los países que se vieron afectados, excepto algunos de nosotros, los aficionados a las enfermedades. Pero fue muy agresivo, con una tasa de mortalidad del 10 por ciento. Se eliminó gracias a un enorme esfuerzo internacional (y suerte), solo con las técnicas clásicas de aislamiento y cuarentena, más que nada porque era torpe a la hora de extenderse entre la gente. Pero si esa nueva cosa no era el SARS, entonces ¿qué era?
La relación con el mercado era preocupante. Un mercado de pescado y marisco en China es también un mercado que vende animales vivos, y muchos de esos mercados denominados «húmedos» venden animales salvajes y exóticos. El virus del SARS procedía de murciélagos, y se cree que pasó a los humanos en un mercado de animales vivos.
Desde luego, ha habido otros informes como este de ProMED. En 2013, hubo una neumonía vírica no diagnosticada entre el personal sanitario de la provincia china de Anhui.2 En 2006, algunos habitantes de Hong Kong sufrieron una neumonía no diagnosticada después de visitar varias regiones de la China continental.3 El moderador de ProMED pidió más información en ambos casos, pero no hubo mensajes posteriores, por lo que cabe suponer que no hubo ninguna enfermedad notable como resultado.
Pero esta vez había un comentario preocupante al final del correo. Marjorie Pollack es médico y epidemióloga, una veterana con treinta años de experiencia en los Centros para la Prevención y el Control de las Enfermedades (CDC) de los Estados Unidos, y es la decana del equipo internacional de moderadores de ProMED. Estuvo implicada en uno de los acontecimientos de los que se siente más orgullosa: ella dio el grito de alerta al mundo, el 10 de febrero de 2003, acerca de la misteriosa neumonía de Guangdong, que posteriormente se llamó SARS, casi dos meses antes de que China se sincerara sobre esta enfermedad.
Lo que Pollack escribió aquella mañana de vacaciones navideñas me produjo la náusea que uno siente cuanto se esfuerza por librarse de la sensación de que tiene un presentimiento. Además de la noticia, observaba, había muchos comentarios en línea acerca de ella.
Twitter y su equivalente chino, Weibo, no estaban allí cuando se desató el SARS, pero sí había salas de chats en línea. «El tipo de actividad de las redes sociales relativo a este acontecimiento recuerda mucho a los rumores originales que acompañaron el brote del SARS —escribió Pollack—. Sería muy de agradecer que se proporcionase más información sobre este brote. Y —añadió esperanzada— si se dan a conocer los resultados de los test».
Pollack señalaba una diferencia con respecto al SARS: la transparencia de las autoridades chinas. En febrero de 2003, los funcionarios chinos evitaron difundir comunicados de prensa sobre la neumonía sin diagnosticar, y no informaron de inmediato de ella a la Organización Mundial de la Salud (OMS).4 No empezaron a informar completamente de casos hasta el mes de abril, cuando el SARS ya se había extendido por China y Asia Oriental hasta llegar a Canadá.
En los diecisiete años transcurridos desde entonces, se ha producido una sorprendente revolución en la política y en la prosperidad de China, de modo que este brote se dio en circunstancias muy diferentes. Las autoridades chinas informaron del brote a la OMS el 31 de diciembre.5 Posteriormente se supo que el primer caso había aparecido en noviembre, pero una infección respiratoria durante la estación de la gripe no había parecido nada infrecuente, hasta que los hospitales empezaron a acumular una cantidad insólita de casos graves. Al día siguiente, el día de Año Nuevo, el mercado de pescado y marisco (que resultó que también vendía animales salvajes) fue clausurado.
Pero el 3 de enero Pollack aún no tenía resultados de los test. Circulaban informaciones preocupantes con arreglo a las cuales se había detenido a gente por discutir en línea acerca de si la neumonía misteriosa podía ser un rebrote del SARS. Se citaba que las autoridades de Hubei habían afirmado que aquello no era cierto, pues «hasta ahora no se ha hallado una transmisión de persona a persona».6
Esta última parte se convirtió en un asunto recurrente. El 8 de enero, ProMED informaba de que el Centro para la Prevención y el Control de las Enfermedades de China (CDC de China) había identificado la infección como un coronavirus, la misma familia de virus que el SARS, pero repetía que no había transmisión de persona a persona.7
Yo no había planeado volver todavía al trabajo, pero me preguntaba si debería empezar a investigar esta historia. Parecía improbable que fuera importante si no existía transmisión de persona a persona. Los virus animales consiguen a veces pasar a los humanos, e incluso matarlos, pero no logran transmitirse entre humanos, como el tristemente célebre H5N1 de la gripe aviar. Sin esta condición, el brote estaba condenado a desaparecer, pensaba yo con optimismo.
Pero en ProMED, Pollack se mostraba cada vez más desconfiada. Y lo mismo le ocurría a Jeremy Farrar, el jefe de la fundación de investigación médica The Welcome Trust, y antes de ello, jefe del laboratorio de investigación médica de la Universidad de Oxford en Vietnam, donde hubo de enfrentarse al SARS y al H5N1 importados de China. El 10 de enero tuiteó que, «si China no comparte de inmediato con la @OMS ninguna información crítica de salud pública, eso significa que algo está muy mal».8
Y lo estaba. Según comunicados de prensa posteriores, médicos de Wuhan enviaron al laboratorio de salud pública de la Universidad de Fudan de Shanghái una muestra del virus procedente de un hombre de cuarenta y un años a quien se había hospitalizado con neumonía el 26 de diciembre. Era un vendedor del Mercado al por Mayor de Pescado y Marisco de Huanan, ahora cerrado, y enfermó de gravedad.
El laboratorio de Shanghái había secuenciado el virus el 5 de enero. Sin que en el laboratorio lo supieran, el CDC de China ya tenía una secuencia, pero no la había hecho pública. Posteriormente, el laboratorio de Shanghái informó a los periodistas de Hong Kong de que su descubrimiento los hizo hablar de inmediato con las autoridades sanitarias de Wuhan y les advirtiera de que pasaran a la acción. El virus era de la misma familia de virus de murciélagos que habían producido el SARS.9
El 7 de enero, China anunció que un coronavirus causaba la neumonía. Pero cuando no se hizo nada más, el laboratorio de Shanghái publicó su secuencia en una base de datos pública, la primera secuencia del virus que se publicó.10 Entonces el CDC de China publicó su secuencia. Al día siguiente, las autoridades cerraron el laboratorio de Shanghái.11
La secuencia permitió que otros laboratorios diseñaran test específicos para el virus. Otros países empezaron a efectuar el cribado a los viajeros procedentes de Wuhan... y a encontrar personas infectadas.
Neil Ferguson y su equipo del Imperial College de Londres se cuentan entre los epidemiólogos matemáticos más respetados del mundo: construyen complejos modelos matemáticos informáticos que describen el comportamiento observado de las enfermedades, y después los emplean para predecir cómo se extenderán nuevas enfermedades. En enero, utilizaron una amplia base de datos de estadísticas de pasajeros de líneas aéreas para calcular cuántas personas de los alrededores de Wuhan suelen realizar viajes internacionales.
Era razonable suponer que el porcentaje de viajeros que resultaron estar infectados fuera el mismo, o menor, que el porcentaje de la población que estaba infectada en la región de Wuhan, pues no había razón para pensar que las personas que hubieran contraído el virus tuvieran más probabilidades de viajar al extranjero que las personas que no lo tenían. Pero, de hecho, el porcentaje de viajeros que estaban infectados era muy superior.
Por lo tanto, dedujeron que tenía que haber más personas infectadas en la región de Wuhan de lo que se informaba. El Imperial College hizo las cuentas (es algo más complicado que efectuar un sencillo porcentaje) y el 17 de enero informó de que probablemente hubiera en Wuhan 1.723 casos, más o menos. Wuhan informaba oficialmente de 41 casos.
No había motivos para sospechar que se ocultara a propósito la información sobre el número de casos. La explicación más probable era más sencilla: las estadísticas oficiales solo contaban aquellas personas que habían dado positivo en el test para detectar el virus, y en los primeros días de la epidemia solo se les hicieron test a las personas que estaban lo bastante enfermas como para ir a un hospital. Sin embargo, otros países sometían a tests a cualquier viajero con fiebre que acabara de volver de Wuhan, incluso si solo manifestaban síntomas leves.
La explicación de los casos que faltaban podría ser sencilla: no se encontraban lo bastante graves como para ir al hospital.12 Después de todo, no habrían despertado sospechas: los casos leves se parecen a la gripe, y todo aquello sucedía durante la estación de la gripe.
Aun así, si se analizaban las cifras facilitadas por Ferguson, eran muchísimos casos para tratarse de un virus que no se transmitía de persona a persona. O, como el equipo del Imperial College planteó con frialdad: «La experiencia anterior con los brotes de SARS y de MERS-CoV de escala similar sugiere que a fecha de hoy no cabe descartar la transmisión autosostenible de humano a humano». El MERS,* un virus con una tasa de mortalidad superior incluso a la del SARS (alrededor del 40 por ciento), pasó a los humanos en 2012 y es, como el SARS, un pariente próximo de la COVID-19.
Pero la versión oficial aún sostenía que la transmisión de humano a humano, en el mejor de los casos, era limitada. El 10 de enero, unos investigadores de la Universidad de Hong Kong dieron con una familia al otro lado de la frontera, en Shenzhen, que se infectó al viajar a Wuhan. Tal como el equipo publicó con posteridad, un miembro de la familia no viajó a Wuhan, pero se infectó cuando los demás regresaron a casa.13 Y unos médicos de Wuhan habían comprobado también que la enfermedad se propagaba fundamentalmente en el seno de las familias.
Los investigadores debieron haber compartido esta infor-mación. El 15 de enero, Japón informó de un caso en Kanazawa que acababa de llegar de China, pero que no había visitado ningún mercado de animales vivos. El informe señalaba que, según la OMS, «existen en la actualidad casos en los que no cabe descartar la posibilidad de transmisión de esta enfermedad de humano a humano, incluso entre familias. Sin embargo, no existen pruebas claras de transmisión sostenida de humano a humano».14 A veces, algunos virus que son nuevos para los seres humanos pueden pasar a una o dos personas más, pero no van más allá. Es lo que hace el MERS.
El 18 de enero, en el barrio de Baibuting de Wuhan se celebró una cena a la canasta con cuarenta mil participantes en honor del dios de la cocina, y con la intención de aparecer en el Libro Guinness de los récords debido al número de platos servidos.15 El alcalde de Wuhan le dijo posteriormente a un entrevistador de la televisión, después de que se hubiera prohibido todo tipo de concentraciones en Wuhan, que la fiesta se permitió porque aún creían que la transmisión de humano a humano era limitada.16
Entonces apareció un caso local en Tailandia. «Me juego el cuello a que a estas alturas podría haber ya una transmisión significativa en marcha de este nuevo coronavirus», escribía Pollack en ProMED; pero no se informaba de la mayoría de los casos, porque eran leves y no se reconocían como tales. Al hilo de lo ya expuesto, escribió: «Ni que decir tiene que espero estar en lo cierto al respecto».17
El 20 de enero se informaba de casos en toda China, Japón, Tailandia y Corea del Sur. Pollack echó el resto y escribió con irritación: «Se está haciendo más difícil llegar a la conclusión de que ha habido una transmisión limitada de persona a persona, pues el número de casos va en aumento».18
A los científicos chinos también se les estaba agotando la paciencia. El mismo 20 de enero, Yi Guan, un virólogo de la Universidad de Hong Kong que había participado en el descubrimiento del virus del SARS, le decía a la revista china Caixin que el brote de Wuhan se comportaba como el SARS: se extendía entre las personas.19
Y también ese día, el presidente chino Xi Jinping hizo por fin una declaración pública, y le dijo a la gente que tomara medidas para detener la expansión del virus durante las inminentes vacaciones del año nuevo lunar. Zhong Nanshan, un epidemiólogo a quien se conocía como el «héroe del SARS» por haber colaborado en el descubrimiento del virus del SARS en 2003 (y por haber dicho públicamente que estaba fuera de control, cuando Beijing sostenía lo contrario), dirigía la investigación gubernamental. Después del discurso de Xi, Zhong le dijo a la Televisión Central de China que el virus se transmitía de persona a persona.
Hubo más sorpresas: en fechas posteriores, el South China Morning Post de Hong Kong informó de que, según algunos documentos clasificados que habían visto, el caso más temprano había manifestado síntomas el 17 de noviembre, no el 1 de diciembre como se informó más tarde.20 China había tardado un mes y medio en detectar un problema e informar a la OMS. Los médicos implicados sabían que era contagioso: a los primeros pacientes se los aisló, y Zhang Jixian, jefa de cuidados respiratorios y críticos del Hospital Provincial de Hubei, les contó a periodistas en febrero que el 26 de diciembre ya lo sabía, cuando tres miembros de una familia padecieron neumonía. Obligó al personal a llevar mascarillas N95.21
Lo que sucedió a continuación muestra lo mal que iban las cosas en Wuhan a finales de enero. Para entenderlo en su justa medida, debemos referirnos a las principales maneras de luchar contra una epidemia cuando no se dispone de medicamentos ni de vacunas: la contención y la mitigación.
La contención es, con mucho, la manera más efectiva de limitar una epidemia, si se practica antes de que haya gran cantidad de casos. El método clásico de control epidémico empleado durante siglos consiste en aislar a las personas con síntomas, y después poner en cuarentena a sus contactos durante el tiempo que se tarde en incubar la infección y empezar a manifestar síntomas. ¿Que no están infectados? Pues muy bien. Pero si lo están, la cuarentena asegura que no puedan transmitir la infección.
En la actualidad, se pueden hacer test a la población en busca de patógenos, y poner en cuarentena únicamente a los que den positivo... siempre y cuando confiemos en que nuestro test no produzca falsos negativos como resultado. En cualquier caso, se rompe la cadena de transmisión. Si hacemos esto las veces que sean necesarias, podremos acabar con un virus: así fue como el mundo derrotó al SARS.
Sin embargo, esto no funcionará del todo si el virus puede propagarse antes de que las personas muestren síntomas, pues, en tal caso, ni la persona infectada ni la gente con la que esta haya entrado en contacto sospecharán de la existencia de ningún problema. Y es difícil hacerlo si han enfermado bastantes personas. Hay que efectuar el seguimiento de todas las personas que cada caso pueda haber infectado y ponerlas en cuarentena, lo que puede aumentar rápidamente el número de confinados con un virus que se transmite con tanta facilidad como el de la COVID19. Y no conseguiremos confinarlos a todos, de modo que aún aparecerán algunos casos, lo que significa que habrá más personas a las que efectuar el seguimiento.
Es un trabajo duro. Mientras bregaba para detener la epidemia de la COVID-19 en la primavera de 2020, China recurrió a equipos de seis personas para efectuar el seguimiento de los contactos de cada caso. El Centro Europeo de Prevención y Control de Enfermedades estima que se necesitan cien horaspersona para hacer el seguimiento de los contactos de un caso. Si se pueden romper todas las cadenas de infección de todos los casos, la enfermedad puede contenerse.
Pero hay que empezar pronto, antes de que haya demasiados casos cuyo seguimiento efectuar. Si una enfermedad se extiende de forma generalizada («en la comunidad»), esto resulta imposible: no solo es probable que existan demasiados casos, sino que además la gente podría no tener ni idea sobre quién le transmitió el virus. La persona de marras puede hallarse todavía por ahí, propagando el virus, sin importar a cuántos contactos conocidos de dicho caso pongamos en cuarentena.
Llegados a este punto, la estrategia clásica es pasar a la mitigación. Muchos de nosotros ya sabemos ahora de qué se trata, porque, con unas pocas y notables excepciones, la mayoría de países fuera de China no actuaron a tiempo para contener el virus, y terminaron mitigando: se prohíben las reuniones numerosas, se cierran las escuelas y los centros de trabajo, y en general se reducen las interacciones entre personas para reducir la velocidad de propagación de la enfermedad, un conjunto de medidas conocidas como distanciamiento social.
En el extremo, como tantos de nosotros sabemos ahora, se encierra a las personas. No se detiene la expansión del virus, pero al menos esta no se produce con tanta rapidez como para que los enfermos colapsen nuestros hospitales. Esto significa que el número de casos diarios o semanales no aumenta tanto o tan deprisa (el ahora famoso «aplanamiento de la curva»). Y aunque en teoría solo estamos reduciendo la expansión, también salvamos vidas, pues más personas que necesitan cuidados intensivos pueden obtenerlos.
Durante la epidemia de COVID-19, China descubrió que lo que mejor funcionaba fuera de Wuhan y de la provincia de Hubei era una mezcla de mitigación y de contención: primero se efectuaba el seguimiento de los contactos y la cuarentena para romper las cadenas de infección y después, si era necesario, se planteaban varios niveles de mitigación para desacelerar la expansión del virus; lo cual, puesto que cada vez menos personas portadoras del virus infectaban a otras, también hizo posible la contención.
Pero el 22 de enero, Wuhan se encontraba ya en el punto en el que se consideró necesario el confinamiento. Para llegar a este punto, tuvo que haberse producido una considerable propagación de persona a persona. Pero como el relato oficial insistía en que el virus no se transmitía de persona a persona, los funcionarios no podían hacer ningún esfuerzo visible para aislar casos y efectuar el seguimiento de sus contactos, cuando habría sido posible contener el virus. En ese momento ya no lo era.
Como resultado, China impuso un cordon sanitaire alrededor de Wuhan, un término de la época anterior a las vacunas y que significa «barrera sanitaria» o «cordón sanitario». Se inven tó para ciudades con la peste, de manera que nadie pudiera entrar (o escapar) portando la enfermedad. En inglés se usa todavía el término francés porque en 1821 Francia revivió el concepto al enviar a treinta mil soldados para cerrar la frontera española y mantener aislada la fiebre amarilla que asolaba Barcelona.
Nadie podía entrar ni salir de Wuhan, una ciudad de 11 millones de habitantes, sin un permiso especial, desde las 10 de la mañana, hora local, del día 23 de enero. Un día después, ello se extendió a toda la provincia de Hubei. Se canceló el transporte en el interior de la ciudad.
Pero había un problema enorme: solo faltaban tres días para el año nuevo lunar. Esta es la celebración más importante en China, en la que cuatrocientos millones de personas viajan por todo el país para asistir a celebraciones familiares: la mayor migración humana de la Tierra. Además, Wuhan es un nodo de comunicaciones muy importante para viajar por el interior de China. Los viajes en masa ya se habían iniciado, y ante la noticia del confinamiento inminente, la gente acudió en masa a las estaciones de trenes y a los aeropuertos.
En fechas posteriores, las autoridades anunciaron que cinco millones de personas se habían ido de la ciudad antes de que se estableciera el cordón sanitario.22 Chris Dye, de la Universidad de Oxford, y sus colegas confirmaron, mediante el empleo de datos de viajes codificados geográficamente, que 4,3 millones de personas salieron de Wuhan entre el día 11 de enero y el inicio de la prohibición de viajar el día 23.23
Muchos eran portadores del virus. No había manera de hacerlo volver.
En Europa, mis visitantes habían regresado a sus casas. En ese momento yo estaba visitando a mis familiares de Londres, y tenía intención de aprovechar las rebajas de Año Nuevo e ir de tiendas por la ciudad. Abandoné dichos planes al escuchar la confirmación de que el virus se transmitía: pedí prestada una mesa y envié correos electrónicos a mi editor y a todos los científicos que pude. Mi primer informe para New Scientist, enviado el 28 de enero, empezaba con esta frase: «El nuevo coronavirus puede estar a punto de hacerse global».24
Así de lejos habían ido ya las cosas, y ya no cabía especular. Gabriel Leung, de la Universidad de Hong Kong, es un reconocido experto en salud pública y un veterano del SARS. Leung y su equipo habían empleado también datos de desplazamientos para calcular que docenas de personas infectadas habían viajado tiempo atrás desde Wuhan a las bulliciosas metrópolis de China: Beijing, Shanghái, Chongqing, Guangzhou y Shenzhen.
El 27 de enero, Leung declaró en una conferencia de prensa que, según sus modelos matemáticos, sin «medidas sustanciales y draconianas que limiten la movilidad de la población», más restrictivas incluso que las que China había impuesto, resultaba inevitable que la epidemia saliera de China. Su modelo pronosticaba 200.000 casos para la semana siguiente.25
Tres días antes, unos científicos chinos habían publicado los detalles clínicos de los primeros 41 pacientes en The Lancet, la revista médica de referencia.26 Unos médicos chinos se quejaron de que tendrían que haber compartido esa información con ellos antes, cuando se conocieron los primeros casos. Pero es evidente que eran impublicables mientras la historia oficial se empeñara en que la enfermedad no se parecía en nada al SARS.
«Las presentaciones clínicas se parecen mucho al SARS CoV. El número de muertes aumenta rápidamente —escribieron—. Nos preocupa que el nuevo coronavirus de 2019 pueda haber adquirido la capacidad de una transmisión humana eficiente» o, dicho en otras palabras, mejor que la del torpe virus SARS. A los científicos se les da bien quedarse cortos, pero esta infravaloración es digna de premio: el día en el que apareció el artículo, había 835 casos testados y confirmados en toda China (y, ahora podemos calcularlo, posiblemente más de 60.000 casos más leves).
Los científicos chinos dejaron claro lo que se necesitaba para gestionar la epidemia: test fiables y rápidos para el virus. También señalaron el descubrimiento, que el Instituto de Virología de Wuhan realizó en 2013, de virus muy parecidos en murciélagos que ya eran capaces de infectar células de las vías respiratorias humanas.
«Debido al potencial pandémico del 2019nCoV», advirtieron, tendría que vigilarse detenidamente el virus para ver de qué manera su transmisión y su impacto cambiaban a medida que se adaptaba a los humanos.27
Todo estaba allí. Expansión eficiente. Necesidad de test. Potencial pandémico. Llegados a este punto, los países de todo el mundo tendrían que haber empezado a prepararse de manera intensiva para golpear al virus. Algunos lo hicieron. La mayoría, no.
De modo que, a pesar de la aparente apertura, parece que China demoró la información acerca de la enfermedad, del virus y especialmente de la importantísima transmisión de persona a persona. Cabe la posibilidad de que, al estar los recuerdos del SARS todavía frescos en la memoria, las autoridades temieran asustar a la gente con la noticia de que aquel virus podía haber vuelto. Han aparecido relatos más oscuros que apoyan esta opinión.
El 11 de marzo, la doctora Ai Fen, jefa del Departamento de Emergencias del Hospital Central de Wuhan, le contó a la revista china Renwu (Gente) que el 30 de diciembre de 2019, el laboratorio del hospital le había enviado el resultado de un test de uno de los misteriosos casos de neumonía. Rezaba: CORONAVIRUS SARS.28
Un test diagnóstico de PCR* compara los genes de una infección con secuencias genéticas de gérmenes de enfermedades conocidas. Es muy posible que un test de este tipo hubiera identificado el entonces desconocido virus de la COVID19 como SARS, pues muchas de sus secuencias génicas son parecidas. De hecho, el comité oficial de virólogos encargados de darle nombre al nuevo virus decretó el 2 de marzo que los dos virus son la misma especie.
Al virus del SARS lo rebautizaron SARS-CoV-1, CoV por coronavirus. El virus que causa la COVID19 se convirtió oficial mente en SARS-CoV-2, como si del segundo episodio de una franquicia cinematográfica se tratara: SARS 2: Esta vez está en todas partes.
Pero la doctora Ai no sabía nada de esto en diciembre. Le contó a Renwu que le vinieron sudores fríos al leer el informe del diagnóstico. El SARS había sido una pesadilla para China: infectó oficialmente a 5.327 personas y mató a 349, muchas de ellas médicos y enfermeras que se infectaron mientras cuidaban a los pacientes. El hospital envió parte de la muestra que dio positivo para el SARS a Shanghái, para que se pudiera secuenciar el virus como es debido.
Ai sacó una fotografía del informe con su teléfono, escribió en ella «Coronavirus SARS», dibujó un círculo alrededor del nombre y se la envió a otros médicos de Wuhan, entre ellos un oftalmólogo, Li Wenliang. Este emitió un aviso a sus colegas acerca de los pacientes que tenían neumonía y se hallaban en cuarentena en el departamento de emergencias.29 La noticia se difundió rápidamente: la etiqueta «Wuhan SARS» empezó a difundirse en Weibo, el sustituto chino del prohibido Twitter. La censuraron.30
Aquella noche, el hospital le dijo a Ai que no difundiera información acerca de los casos de neumonía, para no provocar el pánico y no «poner en peligro la estabilidad». El comité de disciplina del hospital la reprendió.
Además, Ai le dijo a Renwu que se le había ordenado al personal que no intercambiara mensajes sobre la enfermedad y, cosa sorprendente, que tampoco llevara mascarillas ni vestidos protectores por miedo a generar alarma.31 A fin de cuentas, dichas medidas de protección son irrelevantes al tratarse de un virus que se supone que no se transmite entre la gente.
El periódico japonés Mainichi confirmó su historia. A finales de enero, informó de que a la 1:30 de la madrugada del 31 de diciembre (la noche del resultado del test de Ai), las autoridades convocaron a un grupo de chat de ocho médicos que comentaban la amenaza de una epidemia que el resultado pudiera producir y les dijeron que escribieran ensayos autocríticos sobre la difusión de rumores.32
Así lo hicieron. Este tipo de medidas enérgicas silenció a los médicos. Y aquel mismo día, según descubrieron investigadores de la Universidad de Toronto, en los mensajes populares y las plataformas de transmisiones en directo YY y WeChat comenzaron a censurar determinadas palabras relacionadas con Wuhan y la neumonía.33 «De haber sabido lo que iba a ocurrir, no me habría importado una mierda ninguna posible reprimenda. Habría hablado de ello con quien hubiera podido y donde hubiera podido», declaró Ai a Renwu, tal como consta en la traducción que realizó The Guardian.
A medida que la epidemia empeoraba, se aclamó a Li Wenliang como la persona que había tirado de la manta. El 7 de febrero, Wenliang murió de COVID19. «No soy quien tiró de la manta —le dijo modestamente Ai a Renwu—. Soy la que proporcionó la manta».34
Al final, el alcalde de Wuhan tuvo que dimitir y aceptar su responsabilidad por sus errores, aunque antes de hacerlo culpó a Beijing por controlar lo que él podía decir en público acerca del virus. No parece que estos controles hayan desaparecido del todo. Según se informa, la entrevista que Ai concedió a Renwu en marzo sigue desapareciendo misteriosamente de las páginas web chinas. La han mantenido viva la cobertura occidental y los internautas chinos.
Mientras tanto, el virus acerca del que se le pidió que no dijera nada se ha extendido por todas partes. El 11 de marzo, Tedros Ghebreyesus, director general de la OMS, declaró que era una pandemia.
Así pues, hasta donde llega la información que he podido reunir a fecha de hoy a partir de todo tipo de informes, esto fue lo que ocurrió. Sin duda cabe la posibilidad de que más adelante salgan a la luz más cosas y los informes puedan cambiar. Pero ahora llega el momento de plantear la pregunta crucial: ¿Se podría haber evitado todo esto? ¿Se podía haber detenido el brote de Wuhan antes de que generara una pandemia?
Este es uno de los primeros grandes brotes que se han analizado mientras tenían lugar, utilizando tecnología moderna para secuenciar rápidamente virus de diferentes pacientes, y deduciendo qué virus desciende de cuál, sobre la base de pequeñas mutaciones compartidas. Y lo que destaca es que las primeras secuencias procedentes de pacientes de China, según me dice Andrew Rambaut, de la Universidad de Edimburgo (que se ha especializado en la evolución de virus de ARN emergentes como este), eran notablemente similares desde el punto de vista genético.
Cuanto más tiempo circula un virus en una especie, más tendencia tendrá a adquirir pequeños cambios aleatorios en la secuencia génica. Si este virus se hubiera transferido en varias ocasiones desde diferentes animales, incluso de la misma especie, habría habido más variación genética en las primeras infecciones. Asimismo, si hubiera circulado entre más de unas pocas docenas de personas, habría habido más variación en las primeras infecciones.
Así, dice Rambaut: «Yo diría que, sin lugar a dudas, fue una sola transferencia, y probablemente esta no se dio antes de primeros de noviembre», lo que encaja con la aparición de los primeros casos conocidos. Pudo haber sido una transferencia de un animal a un humano, o pudo haber sido de unos pocos animales, todos ellos de la misma especie y con la misma infección, a unos pocos humanos; no tenemos los detalles de los primeros casos, dice, de modo que no podemos saberlo.
Pero esto sí que nos dice que no hubo una epidemia oculta que se produjera en una región más extensa o a lo largo de un período más amplio, en cuyo caso se habría registrado más variación. Ello significa que aquellos primeros casos de Wuhan fueron todos lo que hubo. En teoría, si Wuhan se hubiera sometido a un confinamiento más estricto en el momento en el que advirtieron aquel grupo de virus (al parecer, a finales de diciembre), y después hubieran buscado de manera activa otras infecciones y las hubieran contenido mientras no eran muchas, podrían haber detenido la infección e impedido que esta se extendiera mucho. Habría sido mejor todavía si la hubieran detectado antes.
Para responder a la pregunta de si podrían haber evitado que el virus se extendiera por todas partes, necesitaríamos saber cuántas acciones habrían sido necesarias y si las autoridades habrían consentido los trastornos que estas habrían causado, sabiendo lo que sabían en aquel momento.
Andy Tatem y Shengjie Lai, y un equipo de la Universidad de Southampton (Inglaterra) han medido cómo lo podrían haber hecho las autoridades. Los casos de China aumentaron de manera exponencial, como hacen las enfermedades cuando no hay nada que las detenga, hasta que alrededor de Wuhan se tendió el cordón sanitario. Después de esto, y una vez se hubieron impuesto en toda China las prohibiciones de viajar y las órdenes de distanciamiento social, el número de casos dejó de aumentar.
El impacto fue impresionante: la epidemia de China alcanzó su auténtico máximo a mediados de febrero, un punto de inflexión que habían predicho epidemiólogos de fuera de China sobre la base de los cambios en el número de casos de los que se informaba a finales de febrero, una vez se impusieron controles y una delegación de la OMS en China los confirmó. A finales de marzo, China no informó de nuevos casos. El problema estaba ahora en el resto del mundo.
En un análisis vertiginoso que usaba un modelo matemático de epidemias y siete mil millones de registros anónimos de localidades por día, anotados por la red china de móviles de Baidu, el equipo de Tatem cuantificó cómo se desplazaba la gente entre las 340 ciudades más importantes de China cuando las restricciones a los viajes entraron en vigor después del 23 de enero. Midieron la manera en que estos desplazamientos estaban relacionados con los datos sobre la expansión del virus. A partir de ahí, dedujeron cómo se habría propagado el virus si los viajes fueran los mismos que Baidu había registrado durante las mismas semanas en años previos, normales, en los que no estaba vigente la prohibición de viajar.
Calcularon que, de no haberse impedido los desplazamientos, las provincias de fuera de Hubei habrían tenido 125 veces más casos a finales de febrero. «Es probable que la respuesta vigorosa de China, con muchas facetas, evitara una situación mucho peor, que habría acelerado la expansión a la escala global», escribieron.35 Habría habido muchos más virus en el mundo (lo que los epidemiólogos denominan amplificación) si China no hubiera obligado a su epidemia a frenarse. Esto habría hecho que las cosas fueran peores para todos.
Pero si Wuhan hubiera impuesto la prohibición de viajar antes de que aquellos cinco millones de personas se marcharan de vacaciones por el año nuevo lunar, ¿se podría haber detenido el virus por completo? El equipo de Tatem llegó a la conclusión de que, si China hubiera impuesto las mismas medidas de control una semana antes del 23 de enero, habría evitado el 67 por ciento de su epidemia.
Y poner en marcha las medidas de control desde primeros de enero, cuando Wuhan ya sabía lo suficiente sobre la infección como para cerrar el mercado de pescado y marisco, habría reducido la epidemia de China hasta solo un 5 por ciento de las infecciones que hubo después. Una epidemia tan pequeña se podría haber contenido, en especial si se hubiera alertado a otros países para que vigilaran, realizasen test y contuvieran a toda persona infectada que cruzara sus fronteras.
«Desde el punto de vista técnico, ciertamente la habríamos podido atacar de forma efectiva en este punto y quizá contenerla —dice Tatem—. Claro, es fácil decir esto a toro pasado. En aquel momento sabíamos muy pocas cosas del virus. Esto habría dificultado actuar con rapidez».
Rambaut opina que se podría haber hecho más. «Las autoridades de Wuhan que detectaron el brote lo consideraron una neumonía atípica, pero después se pasaron semanas diciendo que no había pruebas de una transmisión de humano a humano, cuando de hecho era justo eso lo que la enfermedad estaba haciendo». Sabían lo suficiente para actuar, y dejaron pasar la oportunidad de hacerlo.
Todo lo que se habría necesitado, dice, habría sido vigilancia para detectar antes el brote, después contención intensiva y seguimiento de los contactos, para romper todas las cadenas de transmisión antes de que el número de casos se disparara.
De hecho, China ya poseía estos instrumentos. En 2003, los comienzos del coronavirus del SARS se les fueron de las manos a las autoridades, primero de China y luego de otros países, puesto que se silenciaron las primeras advertencias de los médicos acerca del brote, al principio por una mera inercia burocrática local. Para impedir que esta situación se repitiera, en 2004 China instaló en cada hospital un Sistema Nacional de Información Directa de Enfermedades Infecciosas.
Los médicos estaban obligados a introducir el diagnóstico dentro del sistema siempre que encontraran determinadas enfermedades infecciosas clave entre ellas cualquier neumonía de origen desconocido, según informó The New York Times el 29 de marzo. Cualquier acumulación sospechosa de casos aparecería en una pantalla del CDC de China en Beijing, sin que nadie tuviera que pasar antes por el control de ningún burócrata reticente.36
Si aparecía algún dato preocupante, los funcionarios centrales podían poner en marcha acciones intensivas de búsqueda de casos y de contención. En un simulacro en línea realizado en julio de 2019, 8.200 funcionarios del campo de la salud siguieron la pista y contuvieron una infección simulada aportada por un viajero que había sido registrado en el sistema.
Había una razón convincente para hacer esto, además de evitar que el SARS se repitiera. A lo largo de los últimos años han aparecido en China varias cepas de gripe aviar que pueden infectar a seres humanos y matarlos (más adelante nos ocuparemos de ellas). Lo único que salva hasta ahora a estos virus de la gripe aviar es que no pueden transmitirse entre personas, aunque las investigaciones han demostrado que pueden desarrollar esta capacidad. Si uno se hiciera transmisible, la situación podría ser catastrófica. Sería prioritario contener con urgencia máxima cualquier posible acumulación de casos que sugiriera la aparición de una cepa transmisible.
Teniendo todo esto en cuenta, se instruyó a los médicos para que introdujeran cualquier caso de gripe aviar que encontraran en el sistema nacional de información directa en un plazo inferior a las dos horas posteriores al diagnóstico. La frecuencia con la que se han diagnosticado los casos individuales de gripe aviar en toda China durante la última década (a juzgar por lo que aparece en ProMED) sugiere que el sistema ha funcionado. Por suerte, no ha aparecido hasta la fecha ninguna acumulación de casos preocupante.
Quizá cuando los test mostraron que los casos de neumonía atípica en Wuhan en noviembre y diciembre de 2019 no eran un nuevo tipo de gripe, los funcionarios de sanidad se relajaron. Según los informes internos que se filtraron, en diciembre de 2019 se les dijo a los médicos que no informaran de tales casos al sistema de alerta automático, sino solo a los funcionarios de sanidad locales, que eran reacios a transmitir malas noticias. También fueron reacios más tarde, cuando el congreso del partido local se celebró en Wuhan aquel mes de enero: el número de casos no aumentó mientras duraron las sesiones.
Fue como si alguien hubiera sacado las baterías del detector de humo que emitía demasiadas alarmas falsas, y de ese modo no se detectó un incendio real. Parece que a Beijing no llegó la información de la neumonía misteriosa hasta el 30 de diciembre, cuando los médicos filtraron informes en línea, el mismo día en que la doctora Ai vio el diagnóstico de SARS. Esta podría ser la razón por la que China alertó a la OMS el 31 de diciembre.
Después de esto, según las informaciones aparecidas en la prensa china que citaba The New York Times, los funcionarios de Wuhan le restaron importancia a la gravedad de la enfermedad. Establecieron una definición que permitía que los médicos informaran de casos de neumonía al sistema automatizado solo si el paciente había tenido alguna relación con el mercado de pescado y marisco, que ahora estaba cerrado, o con algún paciente conocido: extraña definición para un virus que en teoría no se transmitía de persona a persona. En Wuhan, el virus se propagaba con total libertad, de modo que, cada vez más, quienes lo adquirían no cumplían el requisito de guardar relación alguna con el mercado o con casos conocidos.
Así pues, el número de casos en Wuhan dejó de aumentar. Vale la pena señalar que esto también ocurrió en otros lugares: posteriormente, algunos estados de Estados Unidos y países europeos solo realizaban test a personas con síntomas de COVID-19 si habían tenido contacto con China o con algún caso conocido, aunque el virus ya estaba circulando por otros lugares, incluso de manera local. Como resultado, después tuvieron muchos más casos de los que habían pensado.
Por último, Zhong Nanshan investigó la situación real e informó de ella a las autoridades el 19 de enero. Al día siguiente, después de haber afirmado durante semanas que no tenía nuevos casos, Wuhan informó de repente de 157, y la ciudad se enfrentaba a un cordón sanitario.
De haber usado Wuhan su sistema automatizado y haber alertado al CDC de China, ¿podría haber hecho lo suficiente, y lo bastante temprano, para contener la enfermedad? El sistema estaba diseñado para desencadenar una respuesta de contención en toda regla. Los casos de diciembre tendrían que haber bastado para lograrlo.
¿Acaso los funcionarios locales habrían seguido hasta el final con algo que no era un simulacro? Esto plantea un eterno dilema de salud pública, tal como me lo expuso Sylvie Briand, responsable de la gestión de riesgos infecciosos de la OMS, cuando comentábamos problemas como estos unos meses antes de que ella se sumergiera en la crisis de la COVID-19.
Contener una nueva enfermedad infecciosa antes de que se haya extendido significa casi siempre reaccionar antes de que parezca algo importante, dice Briand. Quizá solo haya unos pocos casos clínicos, pero sabes que estos ya están infectados e incubando la enfermedad, sobre todo si es muy contagiosa y se extiende en los primeros compases de la infección. La COVID-19 cumple ambos requisitos. Tienes que contener estas cosas pronto, antes de que vayan a más.
Esto puede ser difícil, porque en este punto los funcionarios suelen considerar la amenaza demasiado trivial como para justificar una perturbación de este calibre, y se burlan con el argumento que muere más gente al caer por las escaleras,37 al tiempo que olvidan que, a diferencia de las infecciones, los accidentes relacionados con escaleras no se multiplican de manera exponencial. Pero la gente manifestó este tipo de objeciones durante los primeros días de la COVID-19. Y si consigues contener la enfermedad, entonces no ocurre nada. Los funcionarios pueden preguntarse por qué se gastaron todo ese dinero luchando contra una amenaza que desapareció, aunque precisamente esa era la cuestión. Cuando escribo acerca de enfermedades nuevas, todavía recibo cartas con comentarios del tipo: «¡Oh, bien! Se suponía que el SARS nos iba a matar a todos, y aquí estamos, de modo que ¿por qué deberíamos creernos esto?». Bien, porque con el SARS escuchamos las advertencias y conseguimos contenerlo. También tuvimos suerte.
Pero si esperamos hasta que la amenaza sea evidente, por lo general llegaremos demasiado tarde. «Primero te acusan de reac cionar exageradamente —dijo Briand, haciéndose eco de las palabras de muchos expertos en salud pública frustrados a quienes oigo desde hace años—. Después la epidemia explota de repente, y te dicen que no actuaste con suficiente rapidez».
Este suele ser en especial el caso cuando no basta con aislar de una manera discreta a las pocas personas que tienen el virus y las pocas docenas de personas con las que estas tuvieron un contacto lo bastante íntimo como para transmitírselo. Los funcionarios podrían estar de acuerdo con un modelo así de sencillo. Pero podría no ser tan fácil.
Mediante el uso de un enorme conjunto de datos relativos a las interacciones sociales reales en el Reino Unido, Matt Kealing, de la Universidad de Warwick, y sus colegas descubrieron que, si se valían de la definición oficial de contacto vigente en el Reino Unido (hallarse a menos de dos metros de distancia de alguien durante al menos 15 minutos), habría que hacer el seguimiento y poner en cuarentena a 36 personas por cada caso detectado de COVID-19, solo para descubrir a cuatro de cada cinco personas que fueron infectadas por el caso.38 Esto es mucho.
Y podría no bastar con hacerle un seguimiento a los contactos. Tal como hemos visto, los chinos descubrieron más tarde que la clave para detener la COVID-19 es recurrir tanto al distanciamiento social como a la contención. La variable que importa (y casi el único ejemplo de la jerga epidemiológica que el lector necesita realmente conocer para comprender todo esto) es R0, el número reproductivo básico.
Este es el número de personas a las que cada persona infectada le transmite el virus, de promedio, al principio, cuando todos son susceptibles de contagio. Y, para empezar, todos somos susceptibles, pues este era un virus con el que nadie se había topado antes.
Para la COVID-19, el valor que se calculó originalmente oscilaba entre 2 y 3, lo que lo hacía más transmisible que la mayoría de gripes estacionales, aunque cálculos posteriores encontraron que el R0 podía ser a veces mayor, para personas ocasionales que parecen difundirlo de manera masiva; son los llamados superpropagadores. Rosalind Eggo, de la Facultad de Higiene y Medicina Tropical de Londres, y su equipo calcularon que con un virus con una R0 básica como esta, hacer únicamente el seguimiento de los contactos y el aislamiento solo funciona si hay poca o ninguna transmisión antes de que el virus cause síntomas.39
De otro modo, una persona infectada tendrá demasiados contactos ilocalizables, porque el contacto tuvo lugar antes de que supieran que estaban enfermos. E incluso si se encontraran dichos contactos, habrían dispuesto de más tiempo para que sus infecciones se incubaran y ya las podrían haber extendido antes de que los pusieran en cuarentena. La COVID-19 se propaga hasta un día o dos antes de sentirse enfermo. Los innumerables casos con síntomas muy leves, o directamente sin síntoma alguno, plantean asimismo problemas para la contención.
Es como si un virus con un R0 lo suficientemente elevado fuera demasiado escurridizo como para que resultara fácil localizarlo. Así pues, la respuesta estriba en reducir el número de personas infectadas por cada persona que tenga el virus. Y en esto consiste la mitigación: con menos contactos de persona a persona, menos personas contraen el virus a partir de un caso dado, por lo que es necesario poner en cuarentena a menos personas para romper la cadena de transmisión. Si un virus tiene un R0 de alrededor de 2,5, Eggo y su equipo estiman que hay que reducir los contactos alrededor de un 60 por ciento para conseguir que el valor de R0 descienda hasta 1, que es el nivel al que la epidemia deja de propagarse.
De modo que, aunque Wuhan se hubiera confinado desde el principio, esto no habría detenido la epidemia si al mismo tiempo no hubiera existido distanciamiento social. Llegados a este punto, es muy posible que los epidemiólogos supieran demasiado poco acerca del virus como para defender la adopción de medidas tan drásticas. Incluso mucho más tarde, y de manera más inexcusable, algunos estados occidentales pecaron de lentos a la hora de admitir la necesidad de ocasionar trastornos de este tipo.
«El distanciamiento social es el ingrediente mágico del control —dice el epidemiólogo David Fisman, de la Universidad de Toronto, otro veterano del SARS—. No tengo razones para pensar que disponían de elementos razonables para saber que era necesario adoptar el distanciamiento social masivo como respuesta a lo que al principio solo parecía un cúmulo de enfermedad localizado en Wuhan».
Este es el problema de toda enfermedad nueva, añade Fisman. «Todos aprendemos mucho de una semana a la siguiente, y todos cometemos errores. Creo que en esto consiste la naturaleza de la bestia».
Tatem está de acuerdo: «Basta con echar una mirada retrospectiva a ProMED para ver gran cantidad de pequeños brotes inexplicados que luego se quedaron en nada», como aquellos primeros informes relativos a una neumonía no diagnosticada procedentes de China. No podemos confinar a toda una ciudad cada vez que se produce uno de dichos brotes. ¿Cómo podemos distinguir cosas como estas de las amenazas reales, de modo que solo (o al menos sobre todo) nos arriesguemos a causar perturbaciones masivas por asuntos que luego se vayan a quedar en nada?
«Necesitamos mejorar la detección e identificación tempranas de los casos atípicos que poseen el potencial de causar brotes importantes», sentencia Tatem. Pero, desde luego, ni siquiera estamos en situación de intentar decidir qué brotes tendrán realmente consecuencias si, para empezar, no sabemos que tienen lugar brotes. Aquí es donde el detector de humo de China tendría que haber funcionado.
Se ha citado a Zeng Guang, el epidemiólogo jefe del CDC de China, que declaró al periódico del Partido Comunista Global Times que los gobiernos locales basaron sus decisiones «solo parcialmente» en lo que les dijeron los científicos, y que en cambio favorecieron «la estabilidad social, la economía y si la gente podía disfrutar del año nuevo lunar».40 No se puede causar mucho trastorno si este es nuestro objetivo.
La preferencia por el secretismo y la estabilidad triunfó sobre los modelos epidémicos de los científicos en el punto típico de la crisis de salud pública: cuando se necesita una acción decidida aun cuando a los observadores (o a los políticos que se enfrentan a la festividad más importante del año) les parezca que el problema tampoco es para tanto.
Así pues, esta es la gran pregunta: ¿Pudo China haber detenido la epidemia antes de que se convirtiera en una pandemia? La epidemiología sugiere que bien podrían haberla frenado, aunque habría sido difícil detenerla por completo, incluso si se hubiera permitido que el sistema automatizado cumpliese con su función en diciembre. Pero el mero esfuerzo para llevarlo a cabo habría tenido un impacto incalculable.
Habría supuesto decirle al mundo que en Wuhan había aparecido una neumonía peligrosa y contagiosa. Si, en ProMED, Marjorie Pollack hubiera podido indicarlo así en diciembre, o el día 1 de enero, y la OMS lo hubiera anunciado, los virólogos y epidemiólogos de todo el mundo se habrían dirigido rápidamente a sus laboratorios y a sus modelos y habrían empezado a emitir informes sin descanso, como hicieron unas semanas después, cuando la noticia ya se había difundido.
Los fabricantes de vacunas, medicamentos y test diagnósticos de todo el mundo se habrían puesto a trabajar. Otros países podrían haber empezado antes a efectuar test a personas que habían viajado a Wuhan. A medida que aparecían más casos, China habría podido imponer el distanciamiento social capaz de marcar la diferencia, quizás antes que cinco millones de personas transportaran el virus fuera de Wuhan.
Estas cosas ocurrieron de todas formas, pero un aviso más temprano le habría concedido a todo el mundo unas pocas semanas de ventaja. Ahora todos hemos visto qué aspecto tiene una curva exponencial. Un breve espacio de tiempo, en el momento oportuno, importa.
No hay duda de que, cuando China se decidió a actuar por fin, fue tremendamente efectiva, aunque las consecuencias fueron dolorosas desde los puntos de vista social y económico. El equipo de Dye encontró que, por lo general, 6,7 millones de personas se desplazan fuera de Wuhan en el mes posterior al Año Nuevo. Este año, prácticamente no hubo movimiento. Esto les dio a otras ciudades, y al mundo entero, tiempo para prepararse.
Para finalizar, 136 ciudades chinas cerraron también su transporte público, y 220 prohibieron las reuniones numerosas. El equipo de Dye descubrió que las ciudades que llevaron a cabo este tipo de medidas tuvieron, más pronto o más tarde, un tercio menos de casos durante la primera semana de su brote: las curvas se aplanaron, y se redujo el número de infecciones que transmitía cada persona. Sus modelos demostraban que, por sí solos, la prohibición de viajar de Wuhan o los bloqueos en otras ciudades no habrían invertido la curva creciente de la epidemia, pero la adopción simultánea de ambas medidas sí que lo hizo, y redujo en un 96 por ciento el número de casos que, de otro modo, China habría tenido.
Wuhan exigió que las personas informaran a diario de su temperatura, y en algunas ciudades que no estaban confina das las tiendas les tomaban la temperatura a los clientes antes de dejarlos entrar. Quien tuviera fiebre podía ir a una «clínica de fiebre» para que le hicieran pruebas. Las personas con casos demasiado leves como para requerir hospitalización fueron aisladas en estadios y centros de convenciones acondicionados a tal efecto. Se hizo el seguimiento de los contactos de las personas infectadas, y se las puso en cuarentena.
A finales de febrero, un equipo internacional dirigido por la OMS se dedicó a estudiar la respuesta de China a la epidemia. Su informe indicaba que China había logrado reducir de manera abrupta una curva epidémica que aumentaba sin freno. Detuvo la expansión del virus en la comunidad en todas las provincias fuera de Hubei; la mayoría de las transmisiones se producían en el seno de familias. Fuera cual fuese el criterio con arreglo al que se analizase el asunto, se trataba de un logro sorprendente.
Bruce Aylward, el epidemiólogo canadiense que dirigió el equipo de la OMS, estaba lo bastante afectado por el desfase horario como para que su acento de Terranova fuera mucho más neutro que de costumbre cuando informó a los medios el día en que regresaba de Beijing. Pero aseguró estar convencido de que la reducción del número de casos era real. Los médicos habían planteado volver a programar las visitas de los pacientes ordinarios. Las colas fuera de las clínicas de fiebre habían desaparecido. Un gran ensayo que probaba un medicamento antivírico ya existente contra la COVID-19 tenía problemas a la hora de encontrar voluntarios.
La demora inicial de China permitió la propagación del virus, concluyó Aylward, pero las medidas enérgicas que se tomaron después le dieron tiempo al mundo. Si la expansión de la COVID-19 fuera de China había sido terriblemente rápida, huelga decir lo que habría sucedido sin los dispositivos de seguridad que China aplicó a su propia epidemia.
«Ahora sabemos qué es lo que funciona contra el virus. Sabemos qué hay que hacer», dijo Aylward. Rechazó las afirmaciones de que solo China pudo haber impuesto la contención y el distanciamiento social necesarios: el resto del mundo podía seguir su modelo, y adoptar este tipo de medidas a sus idiosincrasias particulares. Aylward no estaba seguro de que el resto del mundo «comprenda la necesidad de actuar con presteza».
En su mayor parte, no lo comprendió. El virus ya había obtenido ventaja en Italia, el Reino Unido, los Estados Unidos y en otros países para cuando se puso en marcha una respuesta seria. A finales de marzo, ninguna provincia china fuera de Hubei había informado oficialmente de más de 1.500 casos confirmados, pero sí lo habían hecho 15 estados de los Estados Unidos, y la mayoría de las provincias chinas tienen más habitantes.
Sin embargo, en algunos lugares se contuvo al virus sin necesidad de recurrir a los confinamientos perturbadores que se necesitaron en China y Occidente. Hong Kong, Corea del Sur, Singapur y Taiwán le dieron probablemente al mundo el mejor modelo posible acerca de cómo reaccionar, al imponer confinamientos lo bastante pronto y acompañarlos con una campaña generalizada de test de detección del virus. Su éxito sugiere lo que podría haber sucedido en China si hubiera dejado que su Sistema Nacional de Información Directa de Enfermedades Infecciosas desencadenara una campaña de contención generalizada en respuesta al primer grupo de casos.
Esta segunda oleada de países también se sinceró con la gente. En una declaración pública sorprendente, el primer ministro Lee Hsien Loong les dijo a los singapurenses a través de Facebook, ya el 8 de febrero, que, a pesar de las estrictas medidas de contención, lo más probable sería que el virus se extendiera entre toda la comunidad, y subrayó las medidas de autoaislamiento que serían necesarias, «de modo que podamos ir mentalizándonos».
«El miedo nos puede conducir [...] a actos que empeoren la situación, como acaparar mascarillas o alimentos, o bien a que acusemos de este brote a grupos concretos», añadió Loong. Por otro lado, informó de que, cuando Singapur impuso cuarentenas a las personas expuestas, algunos estudiantes ya repartían comida a los confinados, y algunas federaciones de empresarios, sindicatos y transporte público se esforzaban «a tope» para hacer que las cosas funcionaran. «Nosotros somos así», declaró.41 En un momento en el que algunos países parecían negar la presencia del virus, fue una interpretación emotiva. La confianza pública, dicen los veteranos de la OMS, es fundamental para dar respuesta a una crisis.
Estos países partían también de la experiencia de una enfermedad parecida. En 2015, Corea del Sur tuvo un brote de MERS, que lograron controlar recurriendo al control hospitalario de las infecciones y a la cuarentena. Y el SARS afectó con fuerza a Hong Kong, Corea del Sur, Singapur y Taiwán. Eran conscientes de la necesidad de reaccionar con rapidez.
Hong Kong realizó el seguimiento de contactos y los puso en cuarentena, cerró escuelas, canceló acontecimientos multitudinarios, puso en cuarentena a los viajeros llegados de países afectados y animó a la gente a trabajar desde sus casas. A finales de marzo, tenía solo 715 casos confirmados (94 de ellos asintomáticos) y 4 muertes. Al mismo tiempo, las medidas redujeron realmente la transmisión de la gripe alrededor de la mitad.42 Como en otras epidemias, el comportamiento de la gente de a pie (con las mascarillas y el distanciamiento social) marcó la diferencia.
En marzo, en Singapur solo se permitía la asistencia de un máximo de cincuenta estudiantes a las clases de la universidad; se sentaban a dos metros de distancia unos de otros, y se tomaba una fotografía de los que asistían a las clases, para el caso de que más adelante se hubiera de efectuar el seguimiento de sus contactos. Los espacios públicos no se cerraron, pero a todos los que accedían a ellos se les tomaba la temperatura, lo que aumentó la confianza del público al tiempo que se identificaban casos.
En Corea del Sur había empresas que fabricaban test de COVID-19 a principios de febrero. Los laboratorios nacionales revisaban los resultados de los efectuados y proporcionaban al momento las pruebas de validación usuales de un nuevo test para ahorrar tiempo. La Agencia de Medicamentos y Alimentos de los Estados Unidos (FDA) insistió en que se hicieran las pruebas mediante test fabricados en los Estados Unidos antes de usarlos en el público, lo que aumentó lo que ya era un retraso desastroso en la aplicación de los tests.
Además de esto, Corea del Sur había inventado a finales de marzo los test que se podían hacer desde el automóvil. Se aislaba a quienes daban positivo y se ponía en cuarentena a sus contactos. En abril, el número de casos se estaba reduciendo, sin la necesidad de establecer medidas de distanciamiento social severas. La situación era similar en Singapur y Taiwán. La diferencia era el inicio temprano que China había pasado por alto. Podemos considerar legítima la preocupación por parte de los expertos en privacidad digital acerca de la vigilancia electrónica ampliada que todo esto implica. Pero el virus pudo contenerse.
Pero no hacía falta pretextar la experiencia histórica con las epidemias de coronavirus para actuar de una manera correcta. El pueblecito italiano de Vò, en Lombardía, mantuvo controlado el virus al efectuar test a todos sus habitantes, y después imponer aislamiento y cuarentena a quien lo precisara.43 Esto debería haber sido posible en muchos más países durante aquel primer asalto del contagio, pero muchos cosecharon un fracaso estrepitoso.
Por lo menos, estas respuestas exitosas demostraron que la contención, si se iniciaba lo bastante temprano, funcionaba en el caso de la COVID19. Confirmaron que una actuación más temprana en China podría haber limitado la epidemia. Pero los errores no se limitaron en absoluto a China.
Wuhan consiguió su récord Guinness de comida a la canasta. Pero el 7 de marzo, cuando la pandemia se adueñó de Francia (y cuando todos sabíamos que el virus era contagioso), más de 35.000 personas vestidas de pitufos se reunieron en Landerneau.
Al día siguiente, Francia prohibió las reuniones de más de mil personas. A finales de marzo, 70 estudiantes de la Universidad de Texas se arremolinaron en las playas para celebrar las tradicionales fiestas de la primavera, a pesar de las advertencias; 44 de los 70 dieron posteriormente positivo en los test para detectar la COVID-19, y no cabe duda de que se la contagiaron a los demás. Todas estas reacciones parecen deberse a una negación psicológica muy sencilla: el rechazo por parte de personas que rara vez se han visto afectadas por enfermedades infecciosas a creer que necesitan tomarse en serio una amenaza que hasta ahora ha sido en buena parte invisible.
Cinco millones de personas se fueron de Wuhan antes del bloqueo. Pero ni siquiera esta dolorosa lección sirvió para evitar que estas conductas se repitieran en otros lugares. Más de seis semanas después, las autoridades italianas confinaron las provincias septentrionales que habían sido los focos iniciales del virus. La información se supo la tarde anterior, y hubo una desbandada generalizada, que propagó el virus por toda Italia. Al día siguiente, todo el país fue confinado.
En muchos países, el distanciamiento social fue parcial o se demoró, hasta el punto de que las curvas apenas se aplanaron. La aplicación de test se retrasó o se restringió, lo que puso en peligro al personal sanitario y a los pacientes y evitó la contención. Aunque la OMS insistió en que la contención funcionaba con este virus, algunos países la abandonaron casi de inmediato, entre ellos Suiza, donde se halla la sede de la OMS.
Y en muchos lugares la ideología venció a la salud pública. La administración de los Estados Unidos, centrada en combatir la amenaza extranjera, se apresuró a cerrar las fronteras... una vez que el virus ya había llegado a los Estados Unidos y a pesar que tanto la ciencia como la experiencia demuestran que esto es muy poco efectivo para detener a los virus.
Todo esto sigue ocurriendo mientras escribo, de modo que este no será un análisis de lo que los países hicieron, más allá de los primerísimos días, para dar respuesta a la COVID-19. Estos análisis serán necesarios. Por ahora, baste decir que pocos países tuvieron éxito, y ahora ni siquiera sabemos cuál será el resultado a largo o incluso a medio plazo, ni siquiera el de aquellos países que consiguieron demorar la primera oleada de la enfermedad, puesto que el virus todavía circula y la gente aún es susceptible de contraerlo. Las acusaciones y los efectos políticos colaterales seguirán coleando durante generaciones.
Por ahora, podemos preguntarnos si una mayor apertura y una contención más temprana en China podría haber evitado la pandemia. Con esto no pretendo señalar con el dedo ni lanzar la primera piedra (en este sentido, la mayoría de nosotros vivimos en casas de cristal), sino contribuir a que la próxima vez que ocurra, y dondequiera que ocurra, podamos hacerlo mejor.
Al parecer, la respuesta apropiada es que, para detener la COVID-19 por completo, se tendría que haber llevado a cabo una actuación más rápida que la que estaba al alcance de cualquier gobierno. Pero sí era posible realizar actuaciones más tempranas, y esto podría haber frenado la epidemia lo suficiente como para hacer que la COVID-19 fuera mucho menos lesiva, y quizá, solo quizá, impedir que alcanzara proporciones de pandemia.
Según el diario oficial del Partido Comunista Chino, la Corte Suprema de China admitió este extremo el 29 de enero, al dictaminar que las autoridades de Wuhan se habían equivocado al censurar a los ocho médicos por su charla en línea de diciembre acerca de un virus parecido al SARS. «La información habría impelido al público a adoptar con mayor rapidez medidas preventivas, lo cual habría sido una decisión afortunada, dados los esfuerzos actuales necesarios para contener el virus».44 El gobierno de Xi incluso ha convertido a Li Wenliang en un héroe póstumo.
El primer caso oficial en Italia se detectó el 20 de febrero. Los funcionarios de salud pública italianos hicieron lo correcto: aislamiento, seguimiento de contactos y confinamiento de las localidades con el mayor número de casos. Pero era demasiado tarde: el virus ya estaba muy extendido, y los hospitales terminaron por sobresaturarse. De hecho, los epidemiólogos italianos descubrieron más tarde que el primer caso registrado en el país contrajo la enfermedad el día 1 de enero.45 En aquella fecha, nadie sospechaba nada.
Si todos los países hubieran sabido lo que China sabía a primeros de enero, si hubieran hecho sonar antes la alarma y ello le hubiera proporcionado a la OMS indicios de que teníamos un problema, ¿qué podríamos haber hecho todos para detener el virus?
Analizaremos las maneras gracias a las que todos podríamos intentar hacerlo mejor la próxima vez. Mediante la planificación de la pandemia. Mediante la vigilancia global de los virus y la respuesta global cuando encontremos algún indicio preocupante. Mediante un acuerdo internacional de obligado cumplimiento para supervisar y controlar patógenos, esta vez dotado con recursos. Llevándonos un susto de muerte al mostrarnos qué podría hacer que la pandemia hubiera sido peor.
En primer lugar, permítame el lector explicar por qué estoy tan segura de que esto volverá a suceder. Veamos de dónde provienen estos virus.