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La literatura en la primera infancia: una manera afectiva de crecer

Leonor Bravo Velásquez1

Resumen

La literatura, al ser el arte que expresa la esencia de los seres humanos a través de las palabras, es fundamental en la educación inicial, ya que es un aporte para el logro de uno de los principales desafíos de la formación en la primera infancia: apoyar a los niños a reconocerse como constructores de sentidos y significados. El rol que tienen los padres y maestros para que el encuentro entre los niños y la literatura sea grato es fundamental y posible de lograr.

En nuestro mundo hay una tribu semisalvaje muy especial, muy antigua y ampliamente extendida, a la que antropólogos e historiadores sólo han comenzado a prestar atención recientemente. Todos nosotros hemos pertenecido a esta tribu; hemos conocido sus costumbres, sus hábitos y sus ritos, su folklore y sus textos sagrados. Me estoy refiriendo a los niños.

Alison Lurie

No se lo cuentes a los mayores

Los textos sagrados de esta tribu son muchos, son variados y fueron creados desde muy antiguo. Seth Lerer, catedrático estadounidense, dice en su libro La magia de los libros infantiles: “La literatura infantil ha existido desde que existen los niños. Mucho antes de que John Newbery fundara en 1740 la primera imprenta dedicada a la publicación de libros para niños, ya se contaban y se escribían relatos para los más jóvenes […]”. Cuarenta años antes Charles Perrault publicaba Historias y cuentos de tiempos pasados, Los cuentos de mi madre la Oca, obra en la cual recopilaba y reelaboraba numerosos relatos de la tradición oral como El gato con botas, La bella durmiente, o Caperucita Roja, clásicos de la literatura para niños; en 1650 John Comenius, escritor y humanista checo, publicaba el Orbis Sensualium Pictus o El mundo sensible en imágenes, Guía ilustrada de lectura para niños, y dos milenios antes Esopo narraba ya sus famosas fábulas a niños y adultos de la Antigua Grecia .

Sin embargo, para llegar a lo que fue el germen de esta literatura debemos hacer el esfuerzo de imaginar aquello que ignoramos y que se ha perdido, pero que con seguridad ocurrió. Me refiero a las sencillas canciones, arrullos, retahílas que las madres susurraban a sus hijos recién nacidos para aquietar su llanto, para acompañarlos en esa hora difícil en que el sueño no llega, para calmar su hambre o exorcizar el miedo a que mueran demasiado pronto como ocurría con demasiada frecuencia en esos lejanos tiempos. Seguramente la primera nana, que se pierde en el oscuro pasado del ser humano, se cantó antes que las loas a los dioses, antes que los poemas de amor; se cantó la primera noche que una hembra, con capacidad de articular palabras, sintió la necesidad de arrullar a su hijo. Estas creaciones fueron tal vez los primeros intentos literarios del ser humano que, al ser orales y producidas en el círculo más íntimo de la sociedad, no se difundieron ni sobrevivieron en el tiempo.

Hablar, cantar y jugar con los niños

La relación de los niños con el lenguaje inicia antes de su nacimiento porque sus padres, muy tempranamente, toman contacto con ellos a través de palabras al escoger su nombre, al imaginarse cómo es ese ser que se mueve y da pataditas, al expresar en palabras con significado sus expectativas, sueños y temores respecto a su nacimiento, a su futura vida, a cómo transformará su existencia. Por su parte el niño, dentro del vientre escucha ya la voz de su madre, la de su padre, y empieza a descifrar los sentimientos que ponen en sus palabras.

Al nacer los llamarán por su nombre y muchas madres, con mayor conciencia que sus antecesoras de lo que significa hablar, susurrar y cantar a los niños, siguen cantando a sus hijos para que se duerman.

Señora Santa Ana

Por qué llora el niño

Por una manzana

Que se le ha perdido

Si llora por una

Yo le daré dos

Una para el niño

Y otra para vos.

La vieja señora Santa Ana se pasea por la habitación que huele a leche materna y a cariño. El cuco ha sido desterrado de esa casa y ya no habrá amenazas de ser comido por él, como les pasó antes a muchos otros y en su lugar habrá estrellas, conejos o mariposas.

El niño escucha las palabras y aunque no sabe lo que es una manzana, mucho menos una manzana perdida, siente el amor que tiene esa voz que, durante nueve meses, le ayudó a construir con sonidos una parte importante de su idea de lo que es la vida y el mundo.

Fruto de la experiencia de los talleres impartidos en los que se realizaron actividades de mediación lectora, los resultados observados en los niños participantes fueron los siguientes:

El niño se siente querido y poco a poco va comprendiendo lo que cada palabra quiere decir, y entre más palabras escuche más grande será su universo, la conciencia de sí mismo y su relación con ese todo que crece con cada experiencia diferente que vive. Y al oír su nombre empezará a forjar su identidad. Su nombre dicho con amor, con alegría, con cansancio o con tristeza será uno de los primeros referentes que tendrá para saber quién es él y cuál es su lugar en el universo. El niño aprenderá entonces a leer los sonidos y los gestos de su madre, de su padre, del resto de la familia y del mundo que le rodea. La primera lectura que el niño realiza es del rostro de quien le cuida, de quien conversa con él, de quienes son su universo cercano. Un rostro afectuoso, receptivo, atento y cariñoso le hará sentirse querido y aceptado, por el contrario un rostro apático, indiferente o peor aún, disgustado, le trasmitirá la sensación de ser poco aceptado en su medio. Y aprenderá también a comunicarse, primero con gestos y sonidos hasta cuando brote la primera palabra como una flor que quiere regalar a todos. Palabra repetida muchas veces hasta que tenga sentido para él y se convierta en muchas otras palabras que le entreguen el mundo.

Las palabras irán acompañadas de juegos, y la risa del niño pintará de colores el aire de la casa con el tope, tope, tun, inflar las mejillas, cerrar los ojitos, dar besos de esquimales, contar pequeñas historias con los dedos y las muchas formas de provocar cosquillas. Y también esos antiguos juegos que pueden decir cosas crueles como el aserrín, aserrán donde les dan palo a los que piden pan, sin embargo, ni la madre ni el niño se fijarán en eso sino en el sonido que rima y que invita al movimiento, al juego y luego al abrazo.

Pero no en todas las casas es así, pues en otras hay niños que crecen sin cosquillas, sin que nadie les sople la carita para que cierren los ojos, sin deditos que compran huevos, sin arañitas que recorren todo su cuerpo, porque las madres jóvenes con múltiples preocupaciones y distractores o cansadas de trabajar con doble jornada se olvidan de jugar y, si bien abrazan también a sus hijos y les dicen cosas bonitas, la mayor diversión de los dos será mirar la televisión. Los niños se entretendrán con mensajes prefabricados que empezarán a uniformizar su pensamiento y con propagandas que los adiestrarán para el futuro consumo.

Son muchos los juegos que se pueden hacer con los niños en estas edades. Algunos de ellos son:

“La arañita” en el que se imita con los dedos de una mano el caminar de una araña sobre diferentes partes del cuerpo. Se avanza lentamente diciendo con voz dramática: “Llega la arañita, llega la arañita” hasta una parte del cuerpo en la que se le hace cosquillas. El mismo juego se puede hacer con una abejita o un abejorro y en ese caso el que hace las cosquillas es un solo dedo.

“Concurso de muecas”: papá, mamá, abuelos, tíos se colocan frente al niño y cada cual a su turno hace la mueca más chistosa que se le ocurra. El ganador es el que consigue que el niño se ría más.

“Tortillitas”: se motiva al niño a que aplauda mientras se dice el texto del juego, que puede tener muchas variaciones: “Tortillitas de manteca para la mamá que da la teta. Tortillitas de cebada para el papá que da la colada. Tortillitas y tortones para la abuelita que da los calzones”. Si el niño aún no puede aplaudir por su cuenta se le puede enseñar tomándole de las manitos.

“El avión”: de preferencia el papá o el abuelo sostienen al niño por debajo de los brazos, apoyando las manos en su barriguita, imitan el ruido de una hélice y le hacen dar vuelos por el lugar.

“Burbujas”: mientras se lo baña se le hacen masajes por todo el cuerpo con las manos y el jabón, y luego con un sorbete se sopla dentro del agua para provocar las burbujas.

“Escondidas”: la mamá o cualquier otra persona se esconde detrás de una tela mientras el niño la ve y pregunta ¿Dónde estoy?, luego se destapa y dice “Aquí estoy”. Con el tiempo se motiva a los niños a que imiten el juego.

“El caballito”: se coloca al niño en las rodillas y se las mueve imitando el paso del caballo con diferentes ritmos: Se inicia lentamente con “Al paso, al paso, al paso”. Se acelera un poco con “Al trote, al trote, al trote”. Se aumenta la velocidad con “Al galope, al galope, al galope”.

“Títeres”: con unas medias viejas o pintando caras sobre nuestros dedos se saluda al niño, se le dicen cosas divertidas y poco a poco se incorporan historias pequeñas que él pueda comprender.

Quiero compartir una pequeña canción, “en ritmo de rap”, que escribí para enseñarle a mi nieta a besar como los esquimales, la cual se debe cantar imitando los movimientos que sugiere el texto:

Los esquimalitos se mueren de frío

Por eso tapan todo menos su nariz

Si quieres dar un beso de esquimal

Las dos naricitas debes acercar

Mueves para un lado, mueves para el otro

Y ya sabes besar como todo un esquimal.

Historias narradas y leídas

Los seres humanos somos hijos de las palabras, y la evolución social de la especie es producto de su enorme capacidad de fantasía e imaginación expresada en palabras. En múltiples fuentes podemos encontrar que una de las imágenes más antiguas que tenemos de los seres humanos es un o una anciana contando algo a un grupo sentado alrededor de una fogata: sus reflexiones personales y las de otros. En esas reuniones nacieron la literatura, la religión, la filosofía y aún las primeras tentativas de la tecnología y la ciencia porque allí, con seguridad, se compartían los primeros descubrimientos y hallazgos del cómo mejorar la vida y cómo enfrentar ese mundo desconocido.

Por ello lo ideal es acercarles muy temprano, desde que nacen y aún antes, a esas palabras nacidas de la ficción que son los cuentos y la poesía, que les ayudan a extender su comprensión del mundo porque van más allá del habla ordinaria. Compartir con ellos esas pequeñas historias que han llegado a nosotros a través de la tradición oral y leerles literatura porque con ella se los introduce a nuevas experiencias y al conocimiento del lenguaje que les inicia en la comprensión de esos “otros” que son distintos a él, y a la creación de su historia personal a partir del intercambio con las historias de los demás.

Además, claro está, de las palabras cotidianas de la conversación que, junto al canto, son altamente significativas en el desarrollo del lenguaje. Respecto a la conversación con los niños es importante aprovechar todos los momentos que los padres permanecen junto a sus hijos para hablar con ellos. Es verdad que ahora papá y mamá, debido a las largas jornadas de trabajo, tienen menos tiempo para conversar con ellos, y no pueden compartir con sus bebés como lo hacían antes las mamás que pasaban todo el día en la casa y, mientras cocinaban, lavaban o planchaban, conversaban con sus hijos, les decían lo que estaban haciendo, les contaban sobre su familia, anécdotas de cuando ellas eran niñas, y de esa forma les entregaban su historia personal y su visión del mundo.

Para que los niños accedan a la literatura necesitan de adultos que los acompañen, de padres, abuelos, parientes, docentes y cuidadores que los acerquen con amor a los libros. Adultos que les lean con gusto y sin molestas interrupciones en una actividad que necesita de la creación de un espacio y un tiempo únicos; que les hagan preguntas, que repitan aquellos textos que les entusiasman; que, cuando haga falta, les expliquen las ilustraciones, y que les den todo el tiempo que ellos necesitan para comprender la riqueza de la narración. Cuentos que, para estas edades, deben ser cortos, contados con palabras sencillas e ilustraciones. Y poesía de palabras sonoras, con rima, repeticiones y sonidos onomatopéyicos.

La poesía es la literatura ideal para los bebés, pues se puede leer o recitar mientras se los amamanta, mientras descansan, durante el baño y en cualquier momento. Se recomiendan breves poemas escritos para ellos, como este de Juana de Ibarbourou que forma parte de “Las canciones de Natacha”:

La loba, la loba,

Le compró al lobito

Un calzón de seda

Y un gorro bonito.

La loba, la loba,

se fue de paseo

con su traje rico

y su hijito feo.

La loba, la loba

vendrá por aquí

si esta niña mía

no quiere dormir.

O este de García Lorca

El lagarto está llorando.

La lagarta está llorando.

El lagarto y la lagarta

con delantalitos blancos.

Han perdido sin querer

su anillo de desposados.

¡Ay, su anillito de plomo,

ay, su anillito plomado!

Un cielo grande y sin gente

monta en su globo a los pájaros.

El sol, capitán redondo,

lleva un chaleco de raso.

¡Miradlos qué viejos son!

¡Qué viejos son los lagartos!

¡Ay, cómo lloran y lloran,

¡ay! ¡ay! cómo están llorando!

Y también la poesía de Neruda, Gabriela Mistral, Machado, Rubén Darío, entre muchos otros, porque a esta edad las palabras son más sonido que significado y el placer de la poesía está en la musicalidad antes que en el contenido. De esa manera no solo los entretenemos sino que empezamos a formar su oído literario. A este respecto, comparto una anécdota que expresa cómo los niños distinguen tempranamente entre la voz literaria y la voz cotidiana y la aprecian. Durante un taller en Casa Palabra Biblioteca, una niña de 5 años le dijo a una joven que hacía una pasantía: “Léeme este cuento, quiero escuchar tu voz de lectura”.

El lenguaje es, como dice Yolanda Reyes escritora colombiana, la casa en la que vamos a habitar toda nuestra vida, por eso es tan importante que tenga los cimientos fuertes y que sus materiales sean variados tanto de la literatura escrita –cuentos sencillos, textos cortos y significativos, poesía y canciones–, como de la literatura oral así como de la conversación cotidiana, comentarios sobre del día a día, recuerdos, preguntas y hasta palabras sin sentido repetidas en forma de juego. La lectura temprana no solo preparará a los niños para su futuro proceso de alfabetización sino que “ofrecerá a los pequeños el material simbólico para que comiencen a descifrarse y descubrir, no solo quiénes son, sino también quiénes quieren y pueden ser” (Reyes, Y, 2009)

Para formar ese oído literario se debe leer sin música de fondo, a no ser que sea clásica, ni televisión, por supuesto. Con base en la experiencia del trabajo con niños podemos asegurar que la sobrecarga de estímulos dará como resultado niños irritados con atención dispersa y escasa capacidad de concentración, puesto que fueron acostumbrados a no centrarse en nada y “estar” en varias cosas a la vez.

Lo más importante en esta lectura que se hace con los niños sigue siendo la voz de quien lee, que debe ser cálida y estimulante; el afecto con el que se lee y la interacción entre el libro, el lector y el niño. Y no preocuparnos demasiado ni preocupar a los padres si no tienen libros de plástico con los que los niños se pueden bañar, o libros de cartón, de pasta dura o de gomaespuma, libros con sonidos o con texturas. Es ideal tenerlos, pero si no es posible, no convirtamos esto en un obstáculo que puede dar como resultado que los padres dejen de leer a sus hijos.

La lectura en voz alta

La lectura en voz alta, además de fortalecer la relación entre los niños y los adultos, prepara a los niños para la escucha atenta y les ayuda en la comprensión del texto. A través de la lectura en voz alta damos vida a las palabras que trae el libro, gracias a ella los personajes le muestran su personalidad, sus sentimientos, las circunstancias en las que se desarrolla la historia. La lectura en voz alta ayuda a los niños a afinar las herramientas que más adelante necesitarán para la lectura independiente y desarrollará en ellos el gusto por la lectura.

Lo ideal es leerles todos los días por lo menos 15 minutos. Para que esta actividad resulte placentera tanto para los adultos como para los niños de 0 a 5 años es importante tener en cuenta algunas consideraciones en base a mi experiencia como mediadora:

Escoger cuentos apropiados para cada edad, al inicio pueden ser libros de imágenes con una frase por página, para ir aumentando la complejidad de la historia a medida que el niño demuestre mayor interés.

Leer previamente el libro para conocer su contenido y de esa forma saber cómo se va a manejar la historia, a qué aspectos se va a dar énfasis, cómo se va a manejar la voz.

La voz debe ser cálida y estimulante, debe reflejar los distintos momentos de la historia. A ella se suma el afecto y la intención con la que se lee.

Buscar el momento adecuado para leer, de manera que puedan hacerlo en un ambiente placentero que el niño pueda asociar con el cariño y la afectividad.

Garantizar que no van a tener interrupciones ni ruidos molestos que alteren la actividad.

Repetir todas las veces que el niño les solicite el mismo libro, pues esto demuestra que les atrae algún elemento del mismo.

Leer de manera natural, pronunciando bien las palabras, con ritmo y entonación de manera que se transmitan las emociones y acciones de la historia, haciendo diferentes matices para representar los personajes.

Señalar con el dedo tanto las palabras como las ilustraciones para facilitar su comprensión. Leer despacio, deteniéndose en cada una de las ilustraciones para darle tiempo al niño de verlas bien, con cada uno de sus detalles y para pueda reconocer e identificar bien las figuras.

Conversar sobre lo que se está leyendo, repetir cuando sea necesario algunas frases y hacerle preguntas sencillas que le ayuden a comprender la historia.

Es posible que en un inicio los bebés no presten atención a la lectura, no fijen la mirada en el libro y se distraigan, pero poco a poco, a medida que empiecen a reconocer las palabras, las ilustraciones y el sentido del texto, irán interesándose en lo que les dicen los libros.

Permitan que los niños toquen los libros, que jueguen con ellos y hasta que los muerdan porque esa es su mejor forma de conocer las cosas.

Si es posible presentarles varios libros para que ellos escojan el que deseen.

Al inicio la mejor posición para leerles es sentados en nuestras rodillas. Más adelante se pueden intentar nuevas posturas como leerles en la cama antes de dormir.

Tanto padres como maestros y cuidadores cuentan con las condiciones básicas para estimular el lenguaje y motivar a la lectura a su bebé. Puede ser que al principio no resulte muy fácil leer a los niños en los primeros años, pero debemos aprender a confiar en que el cariño que sentimos nos irá enseñando cuál debe ser el ritmo, el tono, el mejor momento para leer y el libro más apropiado.

Sobre la importancia de la intención y actitud en nuestros acercamientos a los niños quiero compartir una anécdota que habla sobre el poder de la voz en la lectura en voz alta. A una amiga, cuya bebé no dormía bien por las noches, el doctor le recomendó que le leyera cuentos al momento de acostarla. Pero como mi amiga no tenía cuentos y, tal vez, ni posibilidades de acceder a ellos en ese momento, el doctor le dijo “Entonces léale la guía telefónica” Y durante algún tiempo esa fue la única lectura que tuvo esa bebé que tiene ahora 21 años, estudia literatura, es una gran lectora y escribe muy bien. ¿Cómo se la leyó la mamá? ¿Qué intenciones ponía en su voz? ¿Trasmitía humor, sorpresa, fascinación? ¿Cómo se las arregló esa mamá para encantar a esa niña con la guía telefónica? Seguramente el interés en su hija y el amor que le puso a la actividad fueron los ingredientes fundamentales.

Importancia de las ilustraciones

Los libros ilustrados y el libro álbum, en los cuales la imagen y el texto construyen simultáneamente la historia, son ideales para fomentar la lectura en los primeros años, puesto que son muy potentes en el desarrollo del lenguaje y la creación simbólica en los niños. La importancia que tienen las ilustraciones en la narración les permite participar en mayor medida en la interpretación de la historia y, más adelante, cuando han avanzado en el desarrollo de la oralidad, facilitan la creación de sus propias historias contadas a partir de las ilustraciones, historias que muchas veces difieren del cuento original.

Las ilustraciones de los libros tienen un rol muy importante en la formación de los niños como lectores de este siglo, puesto que les preparan para leer el código alfabético y el código gráfico. En este sentido no cumplen el rol de ser un mero adorno o un apoyo para explicar el contenido del libro, sino un nuevo tipo de lectura.

Según Teresa Durán, las imágenes de los libros ayudan a los niños a enriquecer y ensanchar su conocimiento visual y la percepción de las cosas. Y distingue tres funciones básicas que se derivan de esa lectura visual que se lleva a cabo cuando un niño mira un libro: reconoce, se identifica con él mismo, e imagina (Durán, 2002: 41).

En primer lugar, el niño reconoce que lo que está viendo no es el objeto real cuyo nombre y características ya conoce sino una representación del mismo. Se identifica cuando descubre en las ilustraciones las diferentes actitudes y sentimientos que viven los personajes y los asocia con vivencias similares que él ha experimentado, y finalmente las ilustraciones, a más de enriquecer el contenido de la historia, le permiten imaginar y crear nuevas historias y situaciones a partir de su propias experiencias, conocimientos y deseos.

La lectura de los libros ilustrados y de los libros álbum presenta además otras posibilidades de actividades: luego de leerles un libro álbum se puede pedir a los niños que nos cuenten la historia. Con seguridad ellos se alejarán del texto que escucharon y narrarán otra historia a partir de las ilustraciones, agregando muchas veces elementos inexistentes en la página pero necesarios para su narración. Otra variante es preguntarles ¿Qué pasaría sí…? Y hacerles una pregunta que lleve la historia hacia otro derrotero. O hacerles participar a ellos de la historia como otro personaje más.

La lectura como regalo

Michèle Petit, antropóloga francesa, plantea que la literatura en los primeros años ayuda a la construcción de la subjetividad. Ella describe a la lectura como “una habitación para uno mismo” Un espacio en el cual uno puede percibirse como separado del otro, capaz de un pensamiento independiente. Una actividad síquica en la que se ponen en juego las propias fantasías, los propios deseos y las angustias.

La lectura, en esta o en cualquier edad, puede ser un regalo que nos humaniza o una imposición tediosa. Es un regalo cuando lo entregan los padres o cualquier otro familiar en casa, recubierto de cariño, de aventura, de misterio, o cuando en sus primeros años de escolaridad una maestra amorosa lo da como un chocolate, envuelto en sonrisas y juegos. Y es una imposición poco placentera cuando alguien, quien sea, lo obliga a leer, sin develarle el secreto que esconden esos bichitos negros, impresos en un papel, todavía inentendibles para él, aunque vayan junto a ilustraciones de bellos colores. Si ese alguien no le muestra el tesoro de risas, emociones y conocimiento que guardan los libros, si no existe un buen mediador, la lectura puede convertirse en uno más de los fastidiosos y aburridos deberes que imponemos a los niños.

En los primeros años la literatura debe formar parte de la vida diaria de los niños y es a partir de esta experiencia literaria como ellos aprenden a leer con gusto, es decir, a construir sentidos y significados y a disfrutar del lenguaje escrito, mucho antes de aprender a leer y escribir en sentido alfabético.

Inculcar a los niños el sentido del placer de la lectura significa no solo lograr que se diviertan leyendo, sino que aprendan mientras leen, que crezcan, que tengan mayor curiosidad, que sepan para qué leen. Que desarrollen el placer que da el conocimiento, no el conocimiento escolar, sino el conocimiento de sí mismos, del mundo visto desde variados ángulos y la entrada al universo que abre la imaginación.

Más adelante vendrán otras lecturas, entre ellas los maravillosos cuentos de hadas de Perrault, Grimm y Andersen, que nunca pasarán de moda, y la excelente producción de literatura infantil que hay en el mundo entero para todas las edades y también en el Ecuador.

Respecto a los cuentos de hadas cuya lectura ha sido cuestionada en diferentes ocasiones, Mem Fox, escritora australiana cuenta una anécdota sobre el poder de esta literatura: “En cierta ocasión, una mujer se acercó a Einstein para preguntarle qué podía hacer para que sus hijos fueran más inteligentes y Einstein le respondió: ‘Léales cuentos de hadas’. Ella, riéndose, le replicó: ‘Ya, ¿y qué debo hacer después de haberles leído cuentos de hadas?´. A lo que Einstein le dijo: ‘Pues léales más cuentos de hadas’. Seguramente Einstein, quien dijo que la imaginación era más importante que el conocimimento, valoraba la poderosa simbología que guardan estos textos. (Mem Fox 2013)

“La literatura existe porque el mundo no basta”, dijo el gran poeta portugués Fernando Pessoa. El mundo y la experiencia vital que nos ha tocado en suerte no bastan porque la imaginación de la que hemos sido dotados y la ambición de abarcar el mundo más allá de nuestros límites humanos y geográficos hacen que deseemos ser otros, vivir experiencias desconocidas, conocer lugares a los que nunca iremos físicamente, introducirnos en la piel de los animales y las cosas. Y no basta no solo para los adultos con gran curiosidad intelectual o espiritual, sino también para los niños. Tenemos esa necesidad desde que nacemos y la prueba de ello es el juego infantil en el cual este deseo se expresa en todo su esplendor.

La niña monta en la escoba y se convierte en un jinete que corre por la montaña, con una corona de papel es una princesa que vuela sobre un dragón y con un gorro de papel periódico una bruja sobre su corcel mágico; en la bañera es un pirata que persigue a otros barcos o una sirena que toma el sol en la playa; el niño se pone una cacerola en la cabeza y es un extraterrestre, un mago o un guerrero. Los niños juegan a ser otros y por eso aceptan con facilidad la literatura y los múltiples mundos que esta les propone. Expertos en convivir con la ficción, tararean los cuentos y les inventan nuevos escenarios, aprenden pronto a jugar con las palabras, se apoderan de estas, les dan sentido y con ellas se instalan en el mundo, tanto en el vasto mundo que les rodea como en su mundo interior.

Sobre esta capacidad de transformación vital y creatividad de los niños dice Howard Gardner: “El niño canta mientras dibuja, baila mientras canta, relata historias al tiempo que juega en la bañera o en el jardín. En lugar de permitir que cada forma artística progrese con relativa independencia de las demás, los chicos pasan con desenvoltura, y hasta con entusiasmo, de una forma a otra, las combinan o las oponen entre sí. Comienza así una etapa de sinestesia, un período en el cual, más que en ningún otro, el niño efectúa fáciles traducciones entre distintos sistemas sensoriales, en que los colores pueden evocar sonidos y los sonidos pueden evocar colores, en que los movimientos de la mano sugieren estrofas poéticas y los versos incitan a la danza o al canto.” (Gardner, 2005).

Lectura, imaginación e identidad

Los cuentos, al igual que el juego, aportan al desarrollo de la imaginación de los niños desde la cual descubren nuevos aspectos de su propia realidad. La literatura alimenta su imaginación y les entrega abundantes materiales para elaborar sus propias fantasías y reflexiones. Y no les da elementos cualesquiera sino arquetipos, temas y situaciones decantados a lo largo de los siglos. Al respecto dice la escritora estadounidense Úrsula K. Le Guin «Creo que la imaginación es la principal facultad de la mente humana. La fantasía, la habilidad, el arte de usar y controlar la imaginación en narrativa es el mejor y el más feliz ejercicio en el uso de esa facultad, junto con la ciencia, que la usa para conectar hechos que parecen no relacionados». (Le Guin, 2013)

La literatura infantil tiene además un importante rol en la construcción de la identidad de niños y jóvenes, puesto que el contacto con los diversos personajes que pueblan las historias, en circunstancias muchas veces diferentes de las suyas, les ayuda a conocer la enorme riqueza cultural y social de la humanidad al modificar su percepción de las otras personas y posibilitar el desarrollo de actitudes de respeto y comprensión, no solo hacia los demás, sino hacia sí mismos.

Al tratar temas humanos tan importantes como la vida, la muerte, la felicidad, el dolor, la envidia, la duda y contar en sus historias vicisitudes y experiencias semejantes a las suyas, la literatura permite que los niños se vean reflejados profundamente en los cuentos y se identifiquen con ellos. Esos personajes y las situaciones que viven les dan muchas claves para entender lo que ellos mismos sienten y les ayudan a encontrar caminos para solucionar sus propios conflictos.

La literatura ayuda a los niños a estructurar su mente, por eso quieren que se les narren los cuentos siempre de la misma manera, porque la repetición les ayuda a ejercitar y poner a prueba su capacidad de asimilación, y porque al identificarse con sus personajes encuentran explicación a mucho de lo que no entienden.

Los cuentos tienen además el don del consuelo y pueden aliviar sus penas, angustias y temores al plantear situaciones en las que seres tan indefensos como ellos mismos se enfrentan a terribles peligros o dolores y logran superarlos.

Los niños y las niñas que se sienten inseguros, diferentes o insatisfechos con el mundo tal como es, pueden encontrar en los libros innumerables alternativas, referentes e ideas que les ayudan a construir su identidad sin someterse a las imposiciones de su entorno. Y muchos jóvenes lectores que parecen refugiarse en los libros para huir de la realidad, lo que hacen es buscar en ellos la fuerza necesaria para afrontar esa realidad y luchar para cambiarla. “Necesitamos desesperadamente que nos cuenten historias. Tanto como el comer, porque nos ayudan a organizar la realidad e iluminan el caos de nuestras vidas”, dice Paul Auster, (2014)

Los niños y los jóvenes tienen tanta necesidad de la literatura como los adultos, pero para tener acceso a ella requieren de la compañía y ayuda de papás, mamás, abuelas, maestros que les lean, que compartan con ellos sus lecturas, que les acerquen al mundo de los libros y la palabra literaria con verdadero gusto, compartiendo con ellos el placer de la lectura como quien les entrega un tesoro.

Necesitan mirar libros y que les lean para hablar, para contar, para comprender el mundo, para entender a los otros, para respetarlos, para contradecirlos con argumentos. Necesitan leer para encontrarse a sí mismos, para reflexionar, para crear, para darle mayor sentido a su experiencia vital, para construirse y crear su propia historia.

Bibliografía

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1. Leonor Bravo Velásquez. Escritora. Máster en Libros y literatura para niños y jóvenes por la Universidad Autónoma de Barcelona. Ha publicado 60 libros, 50 de los cuales son de cuentos y novelas. Dos de sus libros forman parte de la Lista de Honor del IBBY, International Board on Books for Young People, Lista que reúne la literatura infantil más relevante del mundo. 2006, 2010. Promotora de lectura, escritura creativa y literatura infantil. Dirige un Taller de Escritura Creativa para niños y jóvenes desde el año 2004. En el año 2014 abrió al público su biblioteca privada con el nombre de CASA PALABRA Biblioteca Infantil y Juvenil.

El sueño de las palabras. Reflexión y práctica pedagógica de la literatura infantil

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