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El testimonio de Saulo

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Uno de los testimonios más convincentes sobre la verdad acerca de Jesús proviene de Saulo de Tarso; en su momento, un feroz y despiadado enemigo de Jesús y de sus seguidores, en la iglesia primitiva. Saulo, luego llamado Pablo, dijo al rey judío Agripa: “Yo ciertamente había creído mi deber hacer muchas cosas contra el nombre de Jesús de Nazaret; lo cual también hice en Jerusalén. Yo encerré en cárceles a muchos de los santos, habiendo recibido poderes de los principales sacerdotes; y cuando los mataron, yo di mi voto. Y muchas veces, castigándolos en todas las sinagogas, los forcé a blasfemar; y enfurecido sobremanera contra ellos, los perseguí hasta en las ciudades extranjeras” (Hech. 26:9-11).

Saulo había sido testigo del apedreamiento de Esteban, uno de los seguidores de Jesús. La ejecución se grabó de manera indeleble en su memoria. Las convicciones generadas por la muerte del primer mártir cristiano lo acompañarían para siempre. Esteban había dado un testimonio poderoso sobre Jesucristo ante el Sanedrín, el Concejo de Gobierno de los judíos. El autor del libro de Hechos declara que, “oyendo estas cosas, se enfurecían en sus corazones, y crujían los dientes contra él. Pero Esteban, lleno del Espíritu Santo, puestos los ojos en el cielo, vio la gloria de Dios, y a Jesús que estaba a la diestra de Dios, y dijo: He aquí, veo los cielos abiertos, y al Hijo del Hombre que está a la diestra de Dios. Entonces ellos, dando grandes voces, se taparon los oídos, y arremetieron a una contra él. Y echándole fuera de la ciudad, le apedrearon; y los testigos pusieron sus ropas a los pies de un joven que se llamaba Saulo. Y apedreaban a Esteban, mientras él invocaba y decía: Señor Jesús, recibe mi espíritu. Y puesto de rodillas, clamó a gran voz: Señor, no les tomes en cuenta este pecado. Y habiendo dicho esto, durmió” (Hech. 7:54-60).

Poco después de esto, Saulo iba en camino a Damasco, con autorización del sumo sacerdote de Jerusalén. Su intención era arrestar a cualquier seguidor de Jesús que encontrara allí, y llevarlo en cadenas de regreso a Jerusalén. Pero Dios tenía otros planes. “Mas yendo por el camino, aconteció que al llegar cerca de Damasco, repentinamente le rodeó un resplandor de luz del cielo; y cayendo en tierra, oyó una voz que le decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? El dijo: ¿Quién eres, Señor? Y le dijo: Yo soy Jesús, a quien tú persigues; dura cosa te es dar coces contra el aguijón” (Hech. 9:3-5).

Este encuentro con el Cristo resucitado cambió el curso de su vida. Saulo, el perseguidor, se convirtió en Pablo, el devoto seguidor de Jesús. Comenzó a declarar enérgicamente que Jesús era el Cristo, el Hijo de Dios. Sanó a los enfermos y echó fuera demonios en el nombre de Jesús, tal y como los demás apóstoles. Con gozó miró hacia el futuro, hacia “[…] la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo” (Tito 2:13).

Las radicales enseñanzas de Jesús

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