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1. Reencuentro

Largo es el camino de la enseñanza por medio de teorías; breve y eficaz por medio de ejemplos.

Séneca

–Buenos días, Javier. ¡Cómo me alegró recibir tu llamada la semana pasada! ¿Qué tal estás, viejo amigo?

Miguel y Javier se reunieron en una céntrica cervecería de Madrid. Javier se había adelantado. Llevaba un rato leyendo las noticias en su tableta cuando Miguel cruzó la puerta de cristal. Una corriente de aire frío se coló tras él. Al verle, Javier se incorporó y se fundió en un entrañable abrazo con su compañero y amigo.

–¡Hola Miguel! ¿Cuánto tiempo hace? ¿Quince años quizás? –dijo apartándose un poco para poder examinarlo mejor–. ¡Qué bien te mantienes; no has cambiado nada en todo este tiempo!

Miguel cuidaba su forma física, hacía ejercicio con regularidad y dedicaba un corto pero valioso tiempo diario a sí mismo.

–¡Seguro que no! –respondió jocoso mientras se quitaba la ropa de abrigo–. Yo a ti, en cambio, te veo con menos pelo y un poco más pesado, ¡pero aún te reconozco! –Rieron.

Javier lucía más descuidado; ni tras la calidad de su traje Hugo Boss y su corbata de seda acertaba a disimularlo. Se apreciaba la presión a la que había estado sometido, a pesar de que tres meses antes había cerrado un jugoso acuerdo económico de salida de su empresa, lo que le proporcionaba la seguridad y la tranquilidad necesarias para afrontar con holgadas garantías su futuro y el de su familia.

Se conocieron en tiempos de estudiantes, siendo compañeros de clase en el MBA que cursaron en una prestigiosa escuela de negocios de Madrid. Compartieron grandes momentos entre libros, cervezas y alguna que otra inconfesable juerga juvenil. Dos años de duro trabajo que forjaron una sólida amistad, de las de antes. Posteriormente, recién licenciados, firmaron a la vez su primer contrato de trabajo en la misma empresa. Entraron con el mismo pie en el mundo profesional, en una de las grandes escuelas del marketing, que solían presentarse en las más prestigiosas universidades y escuelas de postgrado para reclutar talentos de primer nivel y hacer de ellos directivos competentes dispuestos a desplazarse a cualquier parte del planeta. A comienzos de los años noventa, en plena crisis del petróleo, encontrar una posición con proyección en una empresa multinacional de calado era un lujo que no estaba al alcance de cualquiera. Una oportunidad irrechazable.

Durante cuatro años se formaron en el mundo del marketing y el product management y contaron con los mejores profesionales como mentores. Eran como esponjas; absorbían el conocimiento de la realidad profesional de forma acelerada de la misma forma que la esponja se llena de agua. Trabajaban hasta el agotamiento, con ahínco y determinación, con las tozudas ganas a las que suelen acompañar la juventud y el deseo de aprender.

Su mayor éxito se produjo con el lanzamiento de un producto de cuidado personal en una de las categorías más competitivas del mercado. En tan solo doce meses desde que las primeras unidades se colocaran en las estanterías, el go to market1, como solían decir, se colocó como líder absoluto de su categoría. Un caso de éxito sin precedentes que les mereció un premio a la excelencia y el reconocimiento de la central norteamericana por haber conseguido los objetivos propuestos en un tiempo récord con los mejores resultados de Europa.

–¿Recuerdas aquello? –comentó Javier–. La verdad es que ni nosotros mismos podíamos imaginar que aquel lanzamiento pudiese alcanzar tal repercusión. Estaba perfectamente diseñado: la investigación del mercado, los estudios del consumidor, la formulación, el packaging… Toda la estrategia de marketing fue perfecta –se quedó colgado de sus recuerdos por unos instantes y continuó–. Formábamos un buen equipo, con un ambiente de trabajo magnífico. Aquellas compañías contaban con los recursos para hacer las cosas bien, y sobre todo cuidaban a su gente, o al menos yo siempre lo sentí así.

–Poníamos toda la carne en el asador. Trabajábamos a destajo, quemábamos todas las horas disponibles del día –dijo Miguel–. ¿Acaso has olvidado el día de tu boda? ¡Un poco más y te tengo que llevar al altar a punta de pistola! Aquel sábado nos acercamos a la oficina a imprimir una presentación que debíamos entregar a la dirección el lunes a primera hora. Te advertí que estabas loco, que no era un buen día para estar allí, pero te empeñaste en dejar el trabajo terminado. El plotter –Dios mío, qué antiguo suena eso– se bloqueó, y lo que no debía llevar más de treinta minutos se tragó casi cuatro horas. ¡Te casabas a las cinco de la tarde y no eras capaz de apagar el ordenador! Yolanda rugía de desesperación: «¡Dile que si no aparece por aquí inmediatamente a ponerse el traje, que vaya pensando en quedarse con su madre!».

–Lo recuerdo muy bien –dijo Javier sin parar de reír–; me aterraba coger el teléfono. Luego pasé la noche de bodas pidiendo disculpas. Menudo carácter tiene Yolanda, ¡nunca estuve tan al límite!

–¿Te acuerdas de la última convención en Santo Domingo? –preguntó Miguel con la inercia de la conversación–. A la tres de la madrugada, cuando me disponía a ir a la habitación, me chistaron dos jefes regionales que permanecían ocultos al abrigo de la penumbra, sentados en un velador frente a la puerta de la discoteca. «Acércate, Miguel, que te vas a reír un rato» me invitaron, dando unas palmaditas en el asiento de una silla vacía que esperaba un espectador. Me quedé con ellos. A los cinco minutos salió por la puerta de la discoteca el director de Ventas en dirección a su habitación. «Ha salido Nicolás. En tres minutos sale Alexandra». Tres minutos exactos después, asomó por la puerta Alexandra, que tomó la misma dirección que Nicolás. «¡Va detrás de él!» les dije con cara de asombro. «No te pongas nervioso, que esto no ha hecho más que empezar. Ahora sale Roberto… En breve aparece Olga». ¡Me quedé pasmado! «Joder, ¿en qué mundo vivo? –les dije– ¡no me entero de nada!». Escondidos los tres a la sombra de la luna, con la última copa en la mano, me descubrieron la misma rutina hasta con seis parejas distintas, algunos incluso casados y otros simplemente hasta arriba de copas dispuestos a triunfar en su particular secreto a voces.

Rieron con ganas las anécdotas de episodios vividos en un tiempo que ambos recordaban con devoción y agradecimiento: sus innumerables peleas con el equipo de Ventas, las fiestas hasta la madrugada después de los lanzamientos, las amistades peligrosas.

Transcurridos los primeros años, sus carreras se separaron, y con ellas sus vidas. Los reencuentros se volvieron esporádicos, la última vez quince años antes en la sala business del aeropuerto de Heathrow en Londres. Javier continuó su periplo multinacional, y ahora, con cincuenta y seis años recogía los frutos de una trayectoria brillante que le llevó a las posiciones más altas dentro de la empresa en la que pasó la mayor parte de su vida. Destinado en cuatro países distintos como director general y CEO, arrastró a su familia, que se adaptó sin queja aunque no sin sacrificio mientras él consumía la mayor parte de su tiempo en largas visitas de negocio a las filiales alrededor del mundo.

–Siento que me he perdido algo –confesó–. Profesionalmente he hecho todo lo que he deseado. Mi sueño se ha cumplido, pero descuidé a mi familia en el camino. Los he arrastrado por Europa y Asia; mi hijo ha tenido que estudiar en colegios de cuatro países diferentes con nuevos métodos escolares, nuevos idiomas, nuevos amigos. Nunca entendí el esfuerzo que suponía para ellos, la generosidad de su incondicional esfuerzo. Solo me importaba mi trabajo. Al principio fue fácil, ya sabes, la plasticidad de los pequeños; pero cuando Álvaro cumplió dieciséis años y nos desplazamos a Japón, todo cambió.

Miguel no quiso interrumpir la reflexión de Javier ni el silencio incómodo, el reproche visible en el gesto fruncido de su frente, la mirada perdida en la espuma de su cerveza que poco a poco perdía la blancura y la consistencia.

–Se cansó de ser un nómada –continuó–, se cansó de mí, de lo que yo representaba, y en cierto modo se plantó. Pasó los siguientes años encerrado en sí mismo mientras yo viajaba sin cesar, escondiéndome de él y de su rebeldía adolescente. No podía soportar llegar a casa y encontrarme con la inquisitiva mirada de mi propio hijo. Sentía su rencor, alimentado por una existencia hueca en aquel país tan extraño a la que no le encontraba sentido. Y yo, cansado de bregar con un día a día exasperante, lo último que no quería era enfrentarme al mismo ambiente hostil en mi propia casa. Cada vez mis viajes eran más largos. A veces desaparecía durante semanas y a mi vuelta el abismo se volvía más grande e impenetrable. Mi familia, lo más importante de mi vida, era lo único que no sabía manejar. De no haber sido por Yolanda quizás nos habríamos enterrado todos en ese agujero que no dejábamos de cavar.

–Has vuelto, Javier, y con todas tus necesidades básicas cubiertas para poder enfocarte en lo que realmente te preocupa. Puedes concentrarte en ellos, rehacer tu vida y recuperar a tu familia. –Miguel intentaba animarle.

–¡Cómo no! Es exactamente lo que voy a hacer –Javier fingió un nuevo talante–. Álvaro acaba de cumplir veinte años y en junio finaliza el tercer curso en la facultad de Informática. Es evidente que detesta seguir mis pasos, y no me extraña, teniendo en cuenta lo que ha sufrido, pero nos permite entrever su genialidad e iniciativa emprendedora en todo lo referente a ordenadores y nuevas tecnologías. Es posible que incluso esté demasiado implicado con las máquinas. Desde que llegamos apenas se relaciona con otras personas. Trato por todos los medios de buscar la mejor manera de ayudarle pero aún no he conseguido encontrar el canal de comunicación correcto con mi propio hijo.

»Pero bueno –dijo más calmado–, ya basta de hablar de mí. ¿Y tú qué tal, Miguel?

Miguel tomó un camino distinto. Continuó unos años más en el entorno multinacional formándose y aprendiendo, y a comienzos del siglo XXI, con la revolución de Internet, decidió explorar el incipiente y prometedor universo de las «puntocom» de la mano de una de las más importantes incubadoras de tecnología del momento. En aquella empresa, propiedad de un inversor español, se topó con una realidad hasta ese momento desconocida para él: el fundador ejercía de jefe y dueño a la vez, con un estilo duro y autocrático de chapa antigua que lo envolvía en una capa de intolerancia y grotesco descaro hacia sus trabajadores.

–Cuando abandoné el entorno multinacional, tan democrático y colaborativo, mi vida se convirtió en un infierno. La empresa tecnológica a la que me incorporé no acababa de despegar y se quemaban los fondos a una velocidad de vértigo. El propietario culpaba a diestro y siniestro de la falta de compromiso y responsabilidad a los empleados pero a la vez no delegaba ni dejaba tomar ni una sola decisión sin que él tuviese la última palabra. No respetaba a nadie; el miedo se convirtió en la política reinante. Recuerdo una vez, en una sala llena de humo, que la directora de Ventas, embarazada de cinco meses abandonó la reunión a causa de las náuseas que le producían el olor del tabaco y el irrespirable ambiente denso y azul. Al día siguiente recibió un aviso: «Que no se repita; no habrá una segunda vez».

»Acobardado, oculté mi homosexualidad y me sentí más cohibido que nunca. Escondí la cabeza. No me avergonzaba pero no soportaba los comentarios despectivos de aquel déspota que idolatraba a los que él denominaba hombres de verdad. «Esos sí que eran jefes. Sabían cómo meter en cintura al personal. A mí, mi padre me enseñó con el cinturón: ‘la letra, con sangre entra’», presumía. Un oprimido convertido en opresor, eso era.

»Fueron unos años muy difíciles, pero me mostraron el camino que jamás debía tomar. Al pinchar la burbuja tecnológica, la empresa quebró y en ese momento decidí cambiar el rumbo de mi vida. Inicié mi primer proyecto empresarial: un primer fracaso, y luego otro, y un tercero.

–Hasta ahora, que te has convertido en un empresario de primera plana –dijo Javier.

–Es mucho decir –Miguel agradeció el comentario con la mirada–, pero es cierto que cuando te llega algo de éxito, todos aquellos que no descolgaban el teléfono cuando los buscabas de repente se acuerdan de ti. Más incluso si apareces en un par de portadas de las páginas salmón más influyentes.

–¡Si no es éxito estar en el top 10 de los mejores empresarios españoles…!

–Tampoco ha sido un camino de rosas, Javier. Y mucho menos cuando no te puedes mostrar tal como eres, cuando eres presa de los juicios de la moralidad española. Ni siquiera mi padre me aceptó como era; se amilanaba cuando yo ponía el tema encima de la mesa. No podía soportar cómo le afectaba ante sus amistades –dijo con pesadumbre mientras indagaba entre sus recuerdos–. Toda mi vida he pretendido ser quien no era. En casa, en el colegio, en la universidad o en el trabajo. Me oculté hasta que cumplí los treinta y cinco a finales de los noventa. Cuando por fin me liberé de todos mis prejuicios y me di cuenta de que el secreto de mi felicidad solo podía depender de mí mismo, que era yo el que guardaba las llaves de mis cadenas, entonces supe que desde ese momento haría todo aquello que de verdad me apetecía hacer, y lo haría corrigiendo mis propios errores y facilitando el camino a los demás. Lo he llevado al terreno profesional; todos estos años me he volcado en promover entornos de trabajo colaborativos, inclusivos, diversos y respetuosos. Por fortuna vivimos vientos de cambio.

Javier asentía mientras escuchaba con atención. Los últimos años su compañía se había vuelto muy estricta en lo relativo a los derechos igualitarios de las personas. Las mujeres adquirían un papel relevante en los puestos de dirección y de mando, demostrando una capacidad más que sobrada y menos soberbia que la de los hombres poderosos. Se establecieron canales de comunicación anónimos para denunciar abusos de poder, malos tratos o comentarios discriminatorios por cuestiones de raza, género o creencia. Se propusieron medidas de conciliación familiar y en todos los países se adaptaron las instalaciones para acoger personal con algún tipo de discapacidad. No obstante, en muchos lugares todas estas medidas simplemente cubrían lo que exigía la tendencia política imperante, pero en la realidad no se llevaban a cabo o lo hacían a medias.

–Vivimos vientos de cambio –repitió Javier pensativo–, pero aún queda mucho por hacer.

–En infinitas ocasiones me acordé de ti y de tu exitosa trayectoria –Miguel retomó la conversación–. He tenido que fracasar tres veces para conseguir levantar mi último proyecto. Me costó una dolorosa ruptura con mi pareja y estuve al borde de la ruina en otras dos ocasiones. Pero ya conoces el dicho: lo que no te mata te hace más fuerte, y yo nunca cejé en el empeño; tenía la seguridad de que era cuestión de tiempo. –Dio un sorbo a su cerveza y continuó–. Montar tu propia empresa, partir de cero, no es comparable a ningún otro estado profesional, es como un salto sin red: tus ambiciones tienen que ser muy superiores a tus recursos. A diario ocurren hechos inesperados que dinamitan los planes más recientes y hay que rehacerlos todos los días. Pero me emocionaba el simple hecho de crear algo, aunque ello supusiese asomarme a un precipicio desconocido.

»Sin embargo, no fue hasta este último proyecto que me di cuenta de la importancia de hacer las cosas con los conocimientos básicos que, con tanta tecnología, habían quedado en el olvido: una marca correcta, un posicionamiento adecuado, una publicidad cautivadora… Y fue así, volviendo a aquello que aprendimos juntos, a los fundamentos de la empresa, lo que a la postre me proporcionó el éxito deseado y la diferenciación necesaria para despegar. ¿No te parece paradójico?

Compartieron pensamientos durante largo rato. Hacía tanto tiempo desde la última vez que se encontraron que la tarde se les fue echando encima sin apenas darse cuenta. A última hora, a Miguel se le ocurrió una idea.

–Javier –propuso–, ¿qué te parece si Álvaro se incorpora a los planes de formación de mi empresa mientras completa sus estudios? Acabamos de poner en marcha el primer piloto de un programa al que hemos bautizado con el nombre de «CHAMP: Competences and Human Approach Management Program» y él podría encajar a las mil maravillas. Todos los perfiles que contratamos son muy similares al de tu hijo: «frikis» tecnológicos pero con «habilidades blandas» poco desarrolladas.

»En mi opinión, lo que le ocurre a Álvaro está más relacionado con la forma de ser de una generación pegada a los móviles, tabletas y ordenadores que a la relación personal con vosotros. Una gran mayoría de los jóvenes que contratamos nos llegan con conocimientos increíbles acerca de las más novedosas herramientas de programación, diseño y tecnología, pero carecen de habilidades de comunicación, interrelación social y pensamiento crítico. Nos hemos dado cuenta de que el mundo avanza a tal velocidad que las competencias técnicas que aprenden al comienzo de sus carreras se han quedado obsoletas antes de acabar estas. Por eso es tan importante desarrollar líderes que sean capaces de escuchar, pensar, persuadir...

Javier ponderó la idea durante unos segundos innecesarios. Sabía que era una excelente oportunidad. Ya buscaba, mientras escuchaba a Miguel, la mejor forma de decírselo a Álvaro para que este no sintiese el deseo de rechazarlo por el simple hecho de provenir directamente de su padre.

–Ojalá fuera tan sencillo, Miguel –contestó cabizbajo–. Nosotros hemos provocado su aislamiento. Su obsesión por las máquinas es inducida, aunque reconozco que puede ser para él una gran oportunidad comprender las claves del liderazgo a través de las principales habilidades que gobiernan las relaciones con los demás en el entorno real de la empresa.

–Además –Miguel adivinó el pensamiento de Javier por la expresión de su cara–, puedes decirle que venga a verme; yo se lo ofreceré. En cuanto conozca el ambiente de trabajo de TEKNOFAN® y descubra lo que hacemos allí querrá empezar de inmediato.

Se hacía tarde. Javier se disculpó; quería volver a casa a tiempo para la cena. En sus ojos se apreciaba un brillo especial, acaso potenciado por el efecto del alcohol, pero sobre todo por el reencuentro con Miguel, que además le otorgaba una oportunidad única para reconciliarse con su hijo.

–No se hable más –concluyó Miguel mientras pagaba la cuenta–. El lunes a las nueve espero a Álvaro en mi despacho. Que sea puntual; en TEKNOFAN® valoramos mucho el tiempo de nuestra gente.

–¿Cómo podré agradecértelo, Miguel?

–A partir de ahora tú lo pagas todo –guiñó un ojo y sonrió–. Si te parece bien, nosotros nos veremos cada semana. Tenemos que ponernos al día de muchas cosas, y de paso hacemos seguimiento de la evolución de Álvaro en el programa. –Se despidieron con un afectuoso abrazo hasta el siguiente encuentro y Javier se dirigió a su coche, visiblemente emocionado.

Yolanda enviaba algunos emails en el momento en que Javier llegó a casa. Se levantó y fue a su encuentro mientras este colgaba la gabardina en la percha del recibidor.

–¿Qué tal con Miguel? –dijo al acercarse y le besó la mejilla. La vuelta a España había dulcificado la relación entre ellos aunque aún quedaba un largo camino por recorrer.

Tras resumirle su conversación, se propusieron convencer a Álvaro para que acudiese a la reunión del lunes. La tenue luz de la lámpara de pie del salón iluminaba la cara de Yolanda, que se mostraba radiante, entusiasmada con la simple idea de que su hijo no solo se relacionase con otras personas, sino que además pudiese demostrar sus excelentes capacidades creativas y su perfecto manejo de las últimas tecnologías de programación y diseño 3D. Lo hacía con la meticulosidad y la disciplina que caracterizaban a su padre. Sus progresos en la universidad eran espectaculares, a pesar de su incorporación tardía a la vuelta de Japón. «En el fondo se parece demasiado a aquello que odia» pensó Yolanda, con la esperanza de que un día despertase a todo lo bueno que eso significaba. Amaba a Javier y, por encima de todo, amaba a su hijo Álvaro.

Llamaron a la puerta de su cuarto. Al no recibir respuesta la empujaron con suavidad. Era tarde, Álvaro estaba sentado de espaldas frente al ordenador con los auriculares puestos y las luces apagadas. El resplandor de la pantalla recortaba la silueta de su cabeza y proyectaba una inquietante sombra en la pared. En eso consistía su retiro del mundo, algo muy común en los últimos tiempos, en los que compartía poco o nada acerca de sus estudios y actividades con sus padres.

Se quitó los cascos al percibir su presencia y se giró.

–¿Qué? –dijo con sequedad.

***

1 En el argot del marketing internacional es habitual utilizar tecnicismos en inglés, que acaban convirtiéndose en parte esencial del lenguaje y que en muchos casos no tienen una traducción fidedigna que exprese su verdadero significado.

CHAMP

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