Читать книгу El Secreto De La Dominante - Diego Minoia - Страница 7
ОглавлениеCapítulo 4
La reunión de urgencia se celebra en el despacho del director, Paolo Manfredi, un hombre de mediana edad, con modales algo remilgados y cierto cansancio debido a su estilo de vida sedentario y su gusto por la buena comida. Manfredi está claramente molesto, no sé si porque le han echado de la cama o por el desafortunado suceso ocurrido, que mancha la tradición de hospitalidad de alto nivel de "su" hotel.
El primero en hablar es el jefe de seguridad del hotel, Luciano Terenzi, un ex policía de complexión cuadrada y muy competente en su campo. Sé que formaba parte del núcleo de investigación de la Jefatura de Policía de Roma hasta que aceptó la tentadora oferta del grupo hotelero internacional que también gestiona este hotel.
- "Ya he hecho una primera inspección en la 508" - dice en tono profesional consultando un cuaderno que lleva en la mano - "La puerta de entrada no presenta signos de robo y las ventanas, así como la ventana francesa que da acceso a la terraza, están cerradas por dentro. Se ha hurgado en todos los rincones de la suite metódicamente, pero de forma evidentemente apresurada. Cuando los huéspedes regresaron, hacia las 23:40 horas, se dieron cuenta inmediatamente de los signos de intrusión, pero no avisaron a la recepción hasta cerca de la medianoche". Luego añade, para beneficio de todos los que no tenemos su experiencia en sucesos criminales, que "en esas situaciones a veces las víctimas están tan conmocionadas que no reaccionan inmediatamente".
- "¿Los clientes han podido notar si falta algo en la suite? Dinero, objetos de valor... - pregunta preocupado el Director. "¿Han forzado la pequeña caja fuerte de la suite?"
- "Cuando subí a la suite, los clientes no se quejaron de ningún robo" - responde Terenzi - "En cuanto a la caja fuerte, no la habían activado y por eso estaba vacía."
- Sí, pasa mucho" - comentó Manfredi, retomando uno de sus latiguillos favoritos: "Muchos clientes no utilizan la caja fuerte de todas las suites. Sobre todo a las mujeres les cuesta desprenderse de sus joyas y quieren tenerlas a mano para poder lucirlas en todo momento. Al hacerlo, se exponen al riesgo de robo, lo cual implica inevitablemente mis responsabilidades y socava el buen nombre de nuestro hotel."
- "Afortunadamente, los casos de robo en este hotel han sido muy raros en el pasado" - subraya el investigador - "y, desde que activamos el sistema de tarjetas magnéticas para el acceso a las habitaciones, éste es el primer caso de intrusión. Sin embargo, no parece faltar nada" - se apresura
a repetir - "El maestro Wang había dejado un anillo muy valioso y un par de gemelos de diamantes en un cajón, pero no se los llevaron. Tal vez los ladrones no los vieron, o fueron interrumpidos antes de encontrarlos y se vieron obligados a huir."
- "Hay una cosa que me preocupa" - intervino John por primera vez - "Si la puerta no estaba forzada y las ventanas estaban cerradas por dentro, ¿cómo entró el ladrón? Los únicos que tienen la llave electrónica son los conserjes y el personal de recepción... pero yo soy personalmente responsable de la honestidad de mis chicos."
- "Debemos actuar con rapidez y resolver esta desafortunada situación sin que se corra la voz" - se lamenta el director - "Nos perderíamos de ver esta noticia en los periódicos". Luego, con voz más segura, añade: - "Ahora voy a ir personalmente a pedir disculpas a los clientes por el desafortunado incidente... y espero que no quieran darle publicidad".
- "Sí, yo también voy a subir" - añadió Terenzi - "Les he pedido que no toquen nada hasta que vuelva y no quiero que se impacienten."
- Sería mejor que llevaras a Max contigo, él conoce a los dos chinos y podrá ayudarte a resolver la situación sin demasiadas complicaciones... los músicos se entienden. - sugiere Giovanni y luego concluye con tono firme -- "Mientras tanto voy a hablar con los chicos de guardia de la quinta planta para preguntarles si han notado algo extraño durante la noche."
Al llegar a la suite 508 encontramos a Wang Shi en un estado de agitación comprensible en una persona en tal situación. Saber que unos desconocidos han entrado en tu alojamiento y han saqueado todos los lugares te produce una sensación de inseguridad y un sentimiento de impotencia y rabia. Nos acercamos a los dos chinos, que están de pie en medio del salón de la suite. Tras expresar mi pesar por el incidente, les presento al director del hotel.
- "Me gustaría pedir disculpas a la propiedad y a los míos por lo ocurri-do. Son cosas que no suelen ocurrir en nuestro hotel" - comienza con una voz que tiembla vagamente de vergüenza.
- "Les aseguro que estamos haciendo todo lo posible para encontrar al responsable y evitar que vuelvan a ocurrir cosas similares en el futuro".
Como la gestión del asunto ha pasado a manos del Director, aprovecho para mirar a mi alrededor y sus voces se mezclan con mis observaciones mentales.
- "Si lo desea, puedo poner a su disposición otra suite y hacer que trasladen su equipaje inmediatamente" - propone Manfredi.
- "Eso no será necesario, gracias" - responde inesperadamente Tze Chen, el secretario de Wang, que hasta ahora se había mantenido al margen. Luego, como para justificar su intervención: - "Dada la hora
tardía, el traslado sólo nos permitiría irnos a la cama al amanecer, y el maestro Wang Shi tiene importantes compromisos profesionales mañana. Me encargaré de que nadie le moleste esta noche" - añade con un tono vagamente amenazador que me sorprende en labios de un secretario de aspecto apacible y tranquilo.
- "En todo caso" - concluye Manfredi con la intención de protegerse de cualquier posible sorpresa desagradable adicional - "Terenzi, nuestro responsable de seguridad, pondrá a uno de sus hombres en el pasillo hasta que hayamos aclarado este asunto".
- "Exactamente" - confirma el sabueso - "Daré inmediatamente instrucciones para la vigilancia de la suite."
Una vez dichas estas palabras, Manfredi y Terenzi se despiden y, mientras se van, me fijo en sus expresiones: la del policía está concentrada y la de Manfredi, aliviada. Teniendo en cuenta la razonable reacción de los dos huéspedes chinos, que no se quejaron ni formularon acusaciones contra la organización del hotel, imagino que Manfredi volverá a su habitación para retomar su sueño interrumpido.
Ahora Wang Shi y Chen hablan entre sí en voz baja en chino. Aunque no conozco su idioma, puedo detectar un tono de agitación en su conversación. Les dejo confabular y continúo mi exploración visual de la habitación.
El armario está abierto, las cajoneras tienen los cajones sacados y dejados con aberturas aleatorias seguramente por la premura de la búsqueda. Casi parece que el armario y los cajones se han quedado, inmóviles y asombrados, con la boca abierta, fijos en esas extrañas expresiones que la gente asume cuando se encuentra en situaciones imprevisibles e inusuales. Parte del contenido de los cajones está desparramado por el suelo. No me parece que haya nada en particular, las cosas habituales que uno se lleva de viaje: ropa, ropa interior, algunos libros....
Sobre el escritorio están dispersas, en desorden y abiertas con el respaldo, algunas partituras musicales. Algunas han acabado en el suelo, abiertas. Reconozco por los títulos de las portadas que son las composiciones que se interpretarán en los conciertos del Auditorio y que unas horas antes me había comentado el maestro Wang al hablar del set list que había preparado.
El hecho de que las partituras que quedan sobre el escritorio estén todas de espaldas, apoyadas sobre el piano como techos de dos aguas puestos por un niño con ganas de jugar, me deja una sensación extraña... como algo ya visto.
¡Por supuesto! La imagen me llega de repente, como un flashback
cinematográfico. Veo a Fabienne en uno de los gestos que hace a menudo: busca algo en su bolso y, al no encontrarlo, se impacienta y le da la vuelta al bolso, sacudiéndolo para sacar el contenido.
Siempre me ha parecido misterioso que las mujeres se las arreglen para meter todas las cosas imaginables en sus bolsos (sobre todo si son inútiles para usos prácticos comunes a otros seres vivos masculinos). Igualmente misterioso, si no más, es el hecho de que regularmente esos "agujeros negros" de diseño se lo tragan todo, negándose a devolver lo que los legítimos propietarios han puesto en ellos.
Evidentemente, los diseñadores de moda van por delante de los científicos, ya que han descubierto cómo desmaterializar los objetos. ¿Quién sabe dónde van a parar todas las cosas que se introducen en los bolsos de las mujeres y no vuelven a aparecer en la tierra?
Dejo estas reflexiones para la posteridad y envío un beso virtual a Fabienne porque gracias a ella he intuido un elemento importante. Los libros estaban revueltos como hace ella con su bolso cuando busca algún objeto y pierde la paciencia. Así que quien entró no buscaba objetos preciosos, como el desorden y la exploración de los cajones podrían sugerir a primera vista. Los objetos preciosos no se esconden entre las páginas de un libro, y menos aún entre las de una partitura de orquesta.
Además, la intuición se ve confirmada por el hecho de que no le hayan quitado a Wang ni el precioso anillo ni los gemelos de diamante que forman parte de su "uniforme de trabajo" cuando dirige (me fijé en ellos en las fotos publicadas en los periódicos, que le mostraban con el brazo levantado en un clásico gesto de dirección).
Entonces, si no buscaban objetos de valor... ¿qué querían los intrusos? A estas alturas, estoy convencido de que las partituras juegan algún papel en la historia, si no, ¿qué sentido tendría hojearlas y sacudirlas al revés?
Mientras Wang Shi y Chen siguen intercambiando frases agitadas, o eso me parece (quizá los chinos siempre hablan así), me acerco a las partituras para observarlas mejor. Me he dado cuenta de que tienen muchos símbolos y escritos hechos con rotuladores de colores. Esta es una práctica habitual entre los directores y es signo de una cuidadosa preparación de Wang que, antes de enfrentarse a la dirección de esas obras maestras, las ha estudiado profundamente señalando los puntos cruciales para dar indicaciones precisas y meditadas a los instrumentistas durante los ensayos.
Sin embargo, hay una partitura que es nueva y que carece por completo de marcas y observaciones añadidas. Lo cojo con mi mano. Se trata de la Quinta Sinfonía de Beethoven, la que comienza con una de las ideas musicales más simples y a la vez más poderosas jamás concebidas por una
mente humana: Ta Ta Ta Taaaan, Ta Ta Ta Taaaan.
Esas cuatro sencillas pero poderosas notas tocadas al unísono por la orquesta (Sol, Sol, Sol, Mi bemol) y luego repetidas un tono más abajo (Fa, Fa, Fa, Re) que han sido comparadas por el mismo autor con el "Destino llamando a la puerta". Es extraordinario pensar que este mismo ritmo, tres cortos y uno largo, en el alfabeto Morse indica la letra V. Esto explica que el incipit de Beethoven se utilizara como tema musical de Radio Londres durante la II Guerra Mundial: representaba musicalmente el símbolo que Churchill hacía con los dedos en señal de victoria.
Si pienso que toda la vida de Beethoven fue una enorme lucha contra las convenciones sociales, contra la enfermedad que le dejó progresivamente sordo, contra las convenciones musicales que le enjaulaban... me estremezco. Al final tuvo su victoria y fue la historia la que se la adjudicó, como ocurre con todos los grandes.
Wang, que me ve con la partitura en las manos, se acerca a mí diciendo: - "Estupendo, ¿verdad?"- y me la quita de las manos con suavidad pero con determinación.
- "Definitivamente," -- respondo - "el primer movimiento de la 5ª es una de las páginas que he analizado más profundamente en el curso de mis estudios. Contiene secretos, en mi opinión, de valor universal."
- "¿Secretos?" - me pregunta Wang Shi con una sombra de inquietud que parece cruzar su mirada.
- "Sí, el secreto del genio beethoveniano. La capacidad de tomar una célula rítmica formada por sólo dos notas diferentes y construir con ella todo un movimiento sinfónico. Una verdadera catedral del sonido elevada a la fuerza del pensamiento, a la razón, a la fatiga de la búsqueda de una perfección que Beethoven persiguió en todas sus obras. Quien haya leído los cuadernos de Beethoven no puede dejar de conmoverse por la inmensa lucha de este hombre por conquistar la perfección. Cuántas notas, cuántas reflexiones, cuántas tachaduras antes de fijar la idea definitiva en la partitura. Todo lo contrario que Mozart, un genio del mismo nivel, pero que tenía el don de escribir música de forma inmediata, sin agitación interior ni segundas intenciones".
- "Dices la verdad, Max" - me sonríe, y ahora parece más relajado - "Tus análisis son dignos de un verdadero amante de la música, incluso de un verdadero conocedor."
- "Permíteme entonces resolver una pequeña curiosidad que me surgió observando tus partituras" - digo aprovechando el piropo que me acaban de dirigir - "¿Cómo es que todas tienen las marcas de colores que pusiste en la fase de preparación de los conciertos, excepto esta que en cambio es nueva?"
- "Eres muy observador" -- responde - "Conmigo tengo las partituras de las composiciones que dirigiré aquí en Roma y que no puse en el programa en el anterior concierto en Pyongyang, en Corea del Norte. Se las di a Sherman, mi gerente, antes de salir de Pekín. Ayer, cuando nos encontramos aquí en el hotel, vino a devolvérmelas. En cambio, la nueva partitura, la Quinta Sinfonía de Beethoven, es una copia de repuesto. Me la trajeron porque la original, la que tenía mis instrucciones escritas a mano, se utilizó para el concierto en Pyongyang y se quedó en la aduana norcoreana, junto con el resto de mi equipaje, para su inspección".
- "Por suerte para ti, el resto de la gira se desarrolla en Europa y seguro que no tendrás más problemas de este tipo" - le tranquilizo.
- "Por supuesto, siempre y cuando me devuelvan mis partituras" - Wang suspira - "Deberían devolvérmelas pronto a través de la embajada de Corea del Norte en Italia, al menos eso espero, de lo contrario tendré que reescribir mis instrucciones de dirección en las nuevas partituras de repuesto a toda prisa".
Mientras hablamos de música, Tze Chen, el secretario, parece más preocupado por averiguar cómo pudieron entrar los intrusos en la suite. Tal vez por desconfianza en la profesionalidad de nuestro responsable de seguridad, o tal vez simplemente porque es una persona extremadamente meticulosa, está revisando una a una las ventanas y la puerta francesa que dan a la terraza de la suite. Tras comprobar que están cerradas por dentro, intactas y sin signos de robo, las inspeccionó de todos modos abriéndolas y observándolas meticulosamente. A continuación, la terraza corre la misma suerte, pero aparentemente sin progreso, ya que su rostro se vuelve sombrío a medida que avanza la inspección. Desde luego, ¡se parece más a un sabueso que a un secretario! Finalmente, mientras Wang Shi me explica las nuevas partituras y su función, Chen se dirige a la puerta principal de la suite. ¡Por supuesto! Si no hay signos de haber forzado las ventanas, los intrusos deben haber entrado por la puerta.
Wang y yo, que habíamos notado mi interés por los movimientos de Chen, observamos su desafío con la cerradura electrónica de la puerta. Tras intentar varias veces forzar la cerradura desde dentro, el secretario salió, cerrando la puerta tras de sí. Pero el terco chino no se ha rendido. Ahora, evidentemente, intenta forzar la cerradura desde el exterior, pero sus esfuerzos son vanos: sin la tarjeta magnética personalizada, la cerradura no se abre.
Wang, en ese momento, casi como para justificar el comportamiento de su secretario, me dice: - "No le hagas caso, Max. A pesar de las apariencias, Chen es un excelente colaborador, leal y preciso. Me lo asignó el Ministerio de Cultura, pero antes trabajó para no sé qué
institución de seguridad nacional. Se siente obligado a ser mi guardaespaldas también".
En ese momento se oye un tímido golpe en la puerta. Wang Shi se apresura a abrirla y nos encontramos con el pobre Chen delante, con el rostro contrito por el resultado negativo de su investigación, volviendo a su suite "con el rabo entre las piernas". No estoy seguro de si en China tienen un refrán correspondiente, pero éste parece encajar perfectamente en la situación.
Pero al entrar, la expresión del rostro de Chen cambia repentinamente de berreta a triunfante. Siempre he leído sobre la famosa imperturbabilidad de los asiáticos ante las situaciones más imprevisibles, pero es evidente que Chen es un tipo especialmente expresivo, o bien esa imagen no es más que un cliché literario retomado y replicado innumerables veces incluso por el cine.
- "¡Ese! " - nos dice Chen, casi gritando, señalando la pequeña mesa a la izquierda de la entrada. Wang y yo miramos en la dirección que señala para ver qué ha desencadenado la energía de la secretaria, pero lo único que vemos es una elegante mesa con una bandeja que sostiene una botella de agua mineral sin abrir que refleja vanamente su silueta y su etiqueta en el espejo de la pared. Ambos giramos la cabeza hacia Chen al mismo tiempo, haciendo el movimiento contrario al anterior.
Al notar esta sincronización de movimientos, sonrío, pensando que debemos parecer el público de un partido de tenis, siguiendo la trayectoria de la pelota de una pista a otra. Mi sonrisa, apenas perceptible, debió de ser percibida por Chen, quien, pensando quizá que se refería a su comportamiento anterior, me repite con una nota de desaprobación en la voz: - "Eso. La botella de agua".
- "¿Y bien?" - le pregunto, teniendo mucho cuidado de no asumir expresiones faciales que puedan ser malinterpretadas por los susceptibles chinos.
- "Eso no estaba cuando salimos para venir al piano-bar. Y no lo trajimos al volver."
- "¡Es cierto!" - Wang exclama - "No estaba allí cuando nos fuimos."
- "Y tampoco lo pedimos al servicio de habitaciones" - reitera Chen.
La situación es absurda: los intrusos no sólo no se llevaron nada, sino que incluso dejaron algo en la suite que no estaba allí.
- "Iré inmediatamente a informar de las novedades a Terenzi" - digo apresurándome hacia la salida - "Mientras tanto intenta descansar, mañana tendrás un día muy ocupado."
Mientras estoy en el umbral, veo a uno de los hombres de seguridad interna al final del pasillo, sentado en un pequeño sillón bajo la ventana.
Se lo señalé a Wang Shi y añadí: - "No te preocupes, tienes un "ángel de la guarda" que velará por tu sueño."
Tras dejar a los dos chinos, bajo inmediatamente a la recepción y le cuento a Terenzi el "descubrimiento" de Chen. Le dejo reflexionando sobre la noticia y me apresuro a subir a mi habitación, donde Fabienne probablemente ya esté durmiendo a estas horas.
Cuando entro en la habitación, con la luz apagada y sin hacer ruido para no despertarla, su voz en su versión más aguda me pregunta: - "¿Estaba buena la manzanilla de Giovanni? Evidentemente es más dulce que yo, ya que has preferido disfrutar dejándome aquí sola."
- "¡Vamos, cariño, no te pongas celosa!" - le digo con mi mejor sonrisa.
- "No hay nada en el mundo más dulce que tus labios" - susurro besándola.
Responde apasionadamente al beso, pero luego recuerda que es una mujer... y quiere tener la última palabra: - "El caso es que me dejaste sola durante mucho tiempo... Ya me preocupaba que te hubiera pasado algo o, peor aún, que te hubiera pillado una de esas "monas" demasiado maquilladas que siempre te hacen ojitos. Esos días se acabaron. Deberían entenderlo, ¡ya que todas las noches estoy junto al piano!"
- "Tranquila, amor" - le digo - "Sabes que no tienes nada que temer en ese sentido. Sólo te quiero a ti y no te cambiaría por nadie en el mundo. ¿Dónde puedo encontrar a otra con una nariz tan bonita y respingona como la tuya?."
El cumplido da en el blanco y Fabienne, que afortunadamente no es de las que se enfurruñan demasiado tiempo (también me gusta por esto), deja el camino de la guerra para fumar la pipa de la paz. Tras la reconciliación le cuento los acontecimientos de la noche que han provocado mi retraso y ella, contrita, se disculpa por haber pensado mal de mí. Nos damos las buenas noches y apagamos la luz, pero al cabo de unos instantes Fabienne salta sobre la cama y dice emocionada: - "¡Claro, lo sabía!"
- "¿Qué te pasa ahora?" - le pregunto - "Casi me da un infarto... ya estaba a punto de dormirme."
- "Pero sí, el eslavo, era él, ¡estoy segura!"
- "¿Qué eslavo? ¿Qué tiene que ver el eslavo con esto ahora?" - le pregunto con curiosidad.
- "¿Recuerdas que esta noche en el piano-bar te burlaste de mí cuando te dije que los dos eslavos eran espías del KGB y que estaban espiando a los dos chinos? Eso es exactamente lo que pasó."
- "¿A qué hora tuvo lugar la intrusión en la suite de Wang Shi?" - me pregunta.
- "Entre las 10 de la noche, cuando salieron para subir al jardín de la
azotea, y las 11.40 de la noche, cuando volvieron a dormir" - le respondo.
- "Uno de los dos eslavos salió hacia las 22.15 horas del piano-bar y volvió más de media hora después de forma furtiva, caminando cerca de la ventana donde había menos luz. Incluso te lo señalé... ¡pero te burlaste diciendo que leía demasiadas novelas de espías!
- "¡Hombre! Es verdad" - le digo impresionado por esta revelación - "Pero yo no me apresuraría a sacar conclusiones. Podría ser una coincidencia. Mañana por la mañana, después del desayuno, intentaremos investigar más esta historia."
- "De acuerdo" - me dice - "Pero si resolvemos el caso, tendrás que decirle a Manfredi que todo es gracias a mí... además me invitarás a cenar en ese romántico restaurante del Tíber, donde nos alojamos para celebrar nuestro primer aniversario."
- "Trato hecho" - confirmo con un apretón de manos - "¡Palabra de músico!"