Читать книгу Manuales de urbanidad - Diego Nicolás Pardo Motta - Страница 10
Prólogo
ОглавлениеEl impacto de la filosofía de Michel Foucault, hasta ahora, ha sido más interesante en las ciencias sociales y jurídicas que en la propia filosofía. A veces nos preguntamos por qué las citas de otros filósofos son tan escasas en la obra de Foucault. La respuesta es sencilla, pero quizás no es suficiente: los conceptos, los procesos, las divergencias teóricas y epistémicas que comprometen la producción de pensamiento desde el siglo xix en Europa están planteados en el vocabulario de las ciencias naturales y las ciencias sociales. Más aún, a partir de las diferentes ciencias se ha generado un cúmulo de conceptos que la filosofía recrea en su propio vocabulario. En el caso de Foucault, eso sucede hasta que él escribe Las palabras y las cosas. Desde el Nacimiento de la clínica, su primera obra, la fuente de su creación conceptual fue la biología, la medicina, el psicoanálisis, la lingüística, la psiquiatría y la economía. Los enunciados que forjaron el saber de la modernidad estaban inmersos en una constelación discursiva que Foucault llamó episteme.
La segunda etapa de su obra supone un giro radical hacia las relaciones de poder y no tanto hacia las formaciones de saber, aunque una y otra seguían articulando su pensamiento. En adelante, no serán propiamente las ciencias las que ofrezcan sus conceptos a las filosofías que los justifican desde la epistemología, sino que son los propios procesos institucionales, productivos y políticos los que van a ofrecer los conceptos a su filosofía. La condición es levantar un archivo suficientemente poderoso de lo enunciado al interior de esos procesos. De repente, la escuela, el ejército, la fábrica, la cárcel y el hospital se van a convertir en fuente de creación teórica y conceptual por obra del archivo. Reglamentos, edictos, instrucciones, planos arquitectónicos, métodos de evaluación, estadísticas, entre otros, se convierten en el material preferido para que Foucault construya su genealogía del poder.
Este libro está fuertemente impregnado de las intenciones, los métodos y las discusiones planteados por el segundo Foucault. No es una exégesis crítica de este autor o una discusión sobre teoría política, sino un intento coherente y sistemático por trabajar desde él en un contexto completamente distinto: la formación del Estado-nación en Colombia durante el siglo xix. La pregunta es por la formación de los sujetos y por los procesos de subjetivación de la época (1850-1920). El método es la genealogía del poder, pero la apuesta más importante es el levantamiento juicioso de un archivo que pudiera responder a la pregunta por la producción de los sujetos de la nueva República. La cuestión es que el método no es una premisa que se aplica a continuación a la realidad, sino que es una continua problematización de los materiales de archivo y de las perspectivas más atinadas para describir esos procesos.
El material para lograr esos propósitos parece inabarcable, pero el autor ha sabido seleccionar un archivo suficientemente rico y polémico para responder a las preguntas por el sujeto sin dejar de ajustar, revisar y recrear, en función de su propio objeto, los postulados de Vigilar y castigar, un trabajo central en el segundo período de la obra de Foucault. El archivo en cuestión está formado por los manuales de urbanidad que circularon en distintas instancias escolares, familiares y gubernamentales durante la segunda mitad del siglo xix y hasta comienzos del siglo xx. Esa selección de archivo cumple varias premisas foucaultianas: ubica al cuerpo en el centro de las formaciones de poder; los enunciados relativos al buen comportamiento tienen un campo de dispersión que abarca el conjunto social, especialmente urbano; todo lo dicho está fechado en su emergencia y es posible rastrear su publicación a través de la heterogeneidad documental del archivo.
Hay, sin embargo, una diferencia crucial entre el libro objeto del presente prólogo y el pensamiento Foucault. Los manuales de urbanidad se sitúan en un espacio que tiene su centro en la vida familiar, en la intimidad de la casa, pero circulan igualmente en las instituciones y en los lugares públicos de las urbes recién fundadas bajo la impronta independentista y ciudadana. Esa duplicidad doctrinal de los manuales, que los hace útiles en lo público y lo privado, es un rasgo singular que obliga a diversificar la descripción y a replantear las fuentes del propio Foucault que pudieran justificar el descubrimiento: los sujetos nacionales en formación, con todas las exigencias liberales e institucionales que demandan la construcción del nuevo Estado, tienen su primera formación en el espacio familiar. Más aún, son las madres, y las mujeres en general, las encargadas de interiorizar el manual como un primer peldaño educativo de los individuos. Lo que muestra este libro es justamente el carácter indisociable, la línea de continuidad formativa que hay entre el Estado y la familia en la producción de subjetividad.
Dado que en Foucault hay una separación cronológica muy clara entre la genealogía del poder (segundo período) y la hermenéutica del sujeto (tercer período), en un momento se plantea el dilema de si es necesario definir el método siguiendo los períodos en sucesión o si la dinámica histórica concreta del archivo hace plausible otro acercamiento. La segunda parte del libro es muy cuidadosa en la reconstrucción de la producción institucional de los sujetos en Foucault, pero justamente para demostrar el contraste con la evidencia que ubica la difusión práctica y cotidiana de los manuales en el ámbito del hogar. En otros términos, la pregunta es si el archivo exige un acercamiento desde la genealogía o desde la hermenéutica; desde las relaciones de poder o desde el cuidado de sí; desde la construcción del sujeto propio del Estado-nación; o desde una suerte de modelo civilizatorio que se arraiga filogenéticamente en la familia.
Es verdad que el autor del presente libro intenta responder a esta cuestión desde las opciones que ofrece Foucault en ese panorama tan amplio que representa su obra, pero finalmente descubre que las preguntas sobre la prioridad de uno u otro enfoque son secundarias frente al archivo. Además de ser una opción claramente foucaultiana, esa de evitar la historia de las ideas o la de someter el archivo a una referencia de autor, de repente descubrimos con el autor que la respuesta a esos dilemas se da en términos distintos a los de la pregunta. Desde luego, siempre quedará la duda acerca de si la formación del Estado es el resultado de la concentración del poder soberano o de una extensión de la Colonia a través del poder pastoral. O si la preminencia del enfoque anatomo-político de la disciplina es compatible con el poder soberano y con el poder pastoral en un contexto donde no podríamos hablar con propiedad de producción escolar, escolarización masiva o creación institucional de los ejércitos nacionales.
Podríamos decir, en un arranque nacionalista, que todas esas instituciones están presentes, pero hoy sabemos la precariedad y la pretensión infundada de esa respuesta. Y, sin embargo, esas instituciones están allí, son una promesa; de la misma manera que es una esperanza la familia monogámica o la conversión de todos los individuos al catolicismo. Al examinar tal aspiración, se abre un abanico de respuestas que no podían ser respondidas con una perspectiva excluyente de análisis. Baste recordar las asimetrías entre la ciudad y el campo; la mayoría indígena, negra y mestiza excluida de los procesos de escolarización; la exclusividad que supone el ejercicio de la ciudadanía durante el siglo xix; y la invisibilización de la mujer en el proceso de producción de sujetos buenos, cristianos y productivos, legitimada por los grandes fines civilizatorios que se publicitan desde la política, la economía o la religión. En ese punto, la investigación parece abrirse a una variedad de temas y posibilidades sin respuesta todavía en la historia de Colombia.
Finalmente, el texto avanza en su propio archivo, extrayendo las conclusiones que ofrecen los propios manuales de urbanidad en su circulación enunciativa y en su distribución espacial. Para describir la circulación, el autor muestra de manera precisa las traducciones, las citaciones, las versiones institucionales de los manuales. Para abrir su presencia enunciativa en el espacio social, logra establecer una secuencia que iría del hogar a la calle y al templo. El privilegio de estos espacios tiene varias consecuencias. Muestra la importancia del cuerpo en la disciplina establecida por la urbanidad. Pone en evidencia todos los cuerpos que escapan a esa disciplina, la resistencia de las culturas originarias, negras y mestizas, así como su incorporación mimética, especialmente en las ciudades. Para explicar ese margen que queda por fuera de la circulación del manual, permite replantear una tesis clave en Foucault: las razas, y las diferencias raciales que las expresan, no tienen un origen propiamente racial, sino social y económico; anunciando discusiones actuales acerca de la interseccionalidad entre raza, género y clase social.
Al final, para el lector es claro que los manuales de urbanidad funcionaron en Colombia —igual que en la mayoría de los países latinoamericanos— como una tecnología modelizante a partir de la cual se construyeron los sujetos idealizados de la nación decimonónica. Con ello queda claro, también, la escisión fundacional entre los sujetos civilizados que cumplen con el modelo y las que se consideran poblaciones bárbaras, atrasadas o incapacitadas para lograrlo. En ese sentido, la adopción del manual como ideal de la mayoría tiene un efecto homogeneizador sobre el conjunto social a nivel moral y comportamental. Para lograrlo, y ese es un acierto indudable del libro, es clave colocarse en una perspectiva capilar, horizontal y cotidiana del poder. No en la versión descendente, jurídica y soberana del ejercicio del poder. Es verdad que el Estado promulga los manuales más que cualquier actor social, pero el efecto de larga duración depende de su interiorización, de su adopción íntima, de su capacidad para (auto)controlar los cuerpos, los gestos, las relaciones sociales, las manifestaciones discursivas como un símbolo público de pertenencia —y por lo mismo de exclusión— que ha venido a constituir el zócalo hasta ahora impensado e incuestionado de la formación de los Estados nacionales en nuestra periferia.
Adolfo Chaparro Amaya
Universidad del Rosario