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INTRODUCCIÓN

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Uno de los discursos de Dión, más justamente apreciado por los lectores y por la crítica, es el Boristénico . Pieza, en la que se refleja el mejor Dión de las comparaciones y los mitos, hace justicia a su fama. Encontramos en este discurso vivísimas estampas de una sociedad que se mantenía junto a las fronteras de la Hélade. En la península estrecha, formada por las desembocaduras de los ríos Borístenes (Dniéper) e Hipanis (Bug), se levantaba la ciudad de Olbia-Borístenes en un emplazamiento ideal para la práctica del comercio. Telas, vino, grano, pescado eran algunos de los alicientes que brindaba aquel mercado.

Los griegos necesitaban aquellas mercancías, lo mismo que los escitas añoraban la presencia de las naves griegas. El resultado era una ciudad, relativamente próspera, que sufrió períodos alternantes de prosperidad y decadencia. Rodeada de bárbaros, Borístenes había sido objeto de frecuentes ataques y destrucciones. Precisamente, la víspera de la alocución de Dión a los boristenitas, los escitas habían hecho una incursión, en la que hubo muertos y prisioneros (§ 9). Y mientras le escuchaban, se respiraba una alarmante y alarmada inquietud. Todos estaban armados por lo que pudiera suceder. Las puertas de la ciudad estaban cerradas, y sobre ellas, estaban colgadas las señales de guerra (§ 16). Sin embargo, se agolpaban deseosos de oír a un hombre que llegaba precedido de una gran fama de hombre sabio y prudente (§ 15).

El título del discurso une dos circunstancias diferentes de lugar y de tiempo. El apelativo de «Boristénico» alude al lugar donde se desarrollaron los hechos que son objeto del relato. La aclaración «Pronunciado en su patria» indica el lugar en el que se pronunció el discurso. Estas diferencias ponen de manifiesto que Dión, regresado del destierro, pronuncia una alocución sobre determinados acontecimientos y experiencias de su vida de desterrado. Como es sabido, el exilio de Dión terminó el año 97 d. C. Por consiguiente, Dión estuvo en Borístenes antes de esta fecha, y pronunció el Boristénico después de ella. Von Arnim sugiere que Dión estuvo en Borístenes el año 95, y que pronunció su alegato en Prusa el año 101 d. C.

El texto de Dión nos informa de su intención de visitar el territorio de los getas (§ 1). Y el anciano Hierosón da a entender que el orador pensaba partir en breve para regresar a su casa.

Estos son los puntos básicos del discurso:

1. Introducción (1-17). Dos partes articulan la introducción del discurso:

La primera (1-6) empieza con una evocación de la circunstancia concreta de tiempo y lugar: a media mañana y junto a las riberas del Hipanis. Detalle éste que ha recordado a muchos estudiosos el inicio del Fedro de Platón, con un Sócrates bucólico paseando con Fedro por las orillas del Iliso (Fedro 229a-230e). Unas descripciones plásticas de la geografía económica del lugar, con unos ligeros toques de historia, nos llevan al punto de arranque temático del discurso.

En la segunda (7-17), entre los boristenitas que salen a ver a Dión, hay un joven llamado Calístrato, lector entusiasta de Homero. Dión entabla con él un dialogo desenfadado comparando a Homero con Focílides. Y es una cita de Focílides la que da pie al primero de los dos grandes temas del discurso. En efecto, Focílides aseguraba que una ciudad ordenada, por pequeña que sea, es más grande que la caótica y gigantesca Nínive.

2. Tema primero: Qué es una ciudad (18-38). Dión abre el tema diciendo que una ciudad es «un grupo de hombres que habitan juntos y están gobernados por una ley» (§ 18). Pero la verdad es que no existe ciudad perfecta y feliz si no es la de los dioses en el cielo. Dión habla de los astros jugando con la idea de los dioses y su identificación con los astros. Es el tema que más interesa a sus oyentes, que le piden que hable de la ciudad de los dioses. Dión entre de lleno en la idea estoica de que el mundo es como una ciudad. Pero la ciudad verdadera es ese mundo en cuanto que está organizado y dirigido por los dioses, cuyo arconte y legislador supremo es Zeus.

3. Tema segundo: El mito del carro del Sol (39-60). Se trata de un mito que Dión atribuye al persa Zoroastro y a sus Magos. Es una visión mítica de la organización y marcha del universo. Los cuatro caballos del carro del Sol coinciden con los cuatro elementos primitivos del mundo: aire (éter), fuego, agua, tierra. La actitud recalcitrante de los caballos del carro y las irregularidades de su carrera provocan las destrucciones cíclicas del mundo, unas veces por el fuego, otras por el agua. Era una idea muy querida de la mentalidad estoica. El mito de Faetón ejemplifica la destrucción por el fuego; el de Deucalión y Pirra, la destrucción por el agua mediante el diluvio universal que, en algunas de sus versiones, como el de Luciano en su De Dea Syria 12, tiene detalles paralelos al diluvio bíblico (Gén . 6-8)

4. Conclusión (61). El mito no puede ser desvelado del todo, porque su grandeza sobrepasa la capacidad humana de comprensión.

Gran parte de la fama y el aprecio de que goza este discurso se debe al desarrollo del Mito del Carro del Sol. Sea lo que sea de su origen, que Dión atribuye a los Magos persas, Dión le imprime su sello personal y le aplica su propia mentalidad estoica con resabios platónicos del Fedro y del Timeo.


Discursos XXXVI-LX

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