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LIBRO L

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Estos son los acontecimientos que figuran en el libro cincuenta de la Historia romana de Dion:

1.De cómo César y Antonio comenzaron a hacerse la guerra.

2.De cómo César venció a Antonio en Accio.

La duración es de dos años en los que fueron cónsules las personas que a continuación se enumeran:

Año 32 a. C.: Gneo Domicio Ahenobarbo, hijo de Lucio, nieto de Gneo, y Cayo Sosio, hijo de Cayo, nieto de Tito.

Año 31 a. C.: César, cónsul por tercera vez, y Marco Valerio Mesala Corvino, hijo de Marco.

El pueblo romano fue privado de su democracia 1 sin que por eso llegara a una monarquía en sentido estricto. Antonio y César 2 todavía gobernaban en pie de igualdad puesto que se habían repartido entre ellos la mayoría de los asuntos y consideraban común el resto, al menos nominalmente. Pero en realidad trataban de apropiarse de esas parcelas de poder, en la creencia [2] de que cada uno de ellos podía obtener alguna ventaja. Fue a partir de ese momento, y puesto que Sexto había muerto 3 y el rey de Armenia había sido hecho prisionero 4 , dado que los pueblos que se habían enfrentado a César estaban pacificados 5 , y el rey parto 6 no daba señal alguna de inquietud, que ellos dos se enfrentaron ya abiertamente y que el pueblo fue literalmente esclavizado. Las causas y pretextos que esgrimieron para aquel [3] enfrentamiento fueron los siguientes. Antonio acusaba a César de haber privado a Lépido de su poder y de haberse apropiado del territorio y del ejército tanto de Lépido 7 como de Sexto, cuando deberían haber sido consideradas propiedades comunes a ambos. Le reclamaba la mitad de todo aquello así como de los soldados que César había reclutado en Italia, puesto que la península [4] pertenecía a ambos 8 . César acusaba a Antonio de haberse apropiado de Egipto, entre otros países, sin que le hubiese correspondido en el sorteo 9 , y de haber asesinado a Sexto —César alegaba que por propia voluntad le había perdonado la vida—. Lo acusaba también de haber engañado al rey de Armenia, de haberlo arrestado y encadenado, y de haber acrecentado así la mala reputación del pueblo romano. También le reclamaba [5] la mitad del botín y, sobre todo, le reprochaba su relación con Cleopatra, los hijos que en ella había concebido, los dones que les había otorgado 10 y, muy especialmente, que llamara a Cesarión con ese nombre y lo hubiese introducido en la familia de César 11 .

Estos eran los reproches que se hacían así como, de alguna [2] manera también, los argumentos que utilizaban para justificarse, tanto en el intercambio privado de cartas como cuando César hablaba en público y Antonio escribía mensajes abiertos 12 . Continuamente, y por este motivo, se intercambiaban embajadores, tanto con la intención de que se creyera que las acusaciones que se hacían eran justísimas como con el propósito de espiarse. Mientras tanto, y hasta el consulado de Gneo [2] Domicio y Cayo Sosio 13 , ambos partidarios de Antonio, siguieron reuniendo dinero como si fuera para otros fines y se prepararon para la guerra como si lo hicieran para luchar contra otros enemigos. En aquel momento se dejaron de disimulos y abiertamente entraron en conflicto 14 . Así fue como sucedió.

[3] Domicio, dado que ya había sufrido múltiples desgracias, preparó la revolución con discreción. En cambio Sosio, que todavía no había sufrido revés alguno, pronunció grandes elogios de Antonio ya en el primer día del año y lanzó graves acusaciones contra César 15 . E incluso hubiese tomado medidas inmediatas contra él si no lo hubiese impedido el tribuno Nonio Balbo 16 . César sospechaba lo que Sosio pretendía hacer y, [4] puesto que no quería que diera la impresión de que no conocía perfectamente la situación ni de que empezaba la guerra al enfrentarse a él, ese día ni se presentó en la curia ni estuvo en la ciudad. Tras esgrimir alguna excusa marchó fuera de la ciudad, y no lo hizo sólo por esta razón sino también para, tras deliberar con tranquilidad sobre todas aquellas informaciones, hacer lo que debía después de haberlo meditado profundamente. Más [5] tarde regresó y reunió al Senado, al que rodeó con una guardia de soldados y amigos que llevaban sus armas escondidas. Se sentó en medio de los dos cónsules, en su silla curul 17 , y desde aquella cátedra habló largo tiempo y con moderación en su defensa y lanzó muchas acusaciones contra Sosio y Antonio. [6] Puesto que ninguno de los cónsules, como tampoco ninguna otra persona, se atrevió a pronunciar palabra alguna, les ordenó a los senadores que se volvieran a reunir el día señalado por él para demostrar con algunos documentos la culpabilidad de Antonio. Los cónsules no tuvieron valor para rebatirlo pero tampoco pudieron soportar aquella situación en silencio; abandonaron la ciudad a escondidas y a continuación se pusieron en camino al encuentro de Antonio. Y los siguieron no pocos senadores 18 . Cuando César se enteró, dijo que por su propia voluntad [7] los había dejado marchar para que no pareciera que los cónsules lo habían abandonado por cometer alguna injusticia, y permitió a todos los que quisieran que marcharan al encuentro de Antonio con garantías.

[3] La gravedad de aquella acción fue compensada por aquellos que, por su parte, huyeron de Antonio y se pasaron a César. Entre estos figuran Ticio 19 y Planco 20 , aunque Antonio los había [2] tenido en alta estima y conocían todos sus secretos. Después de aquella acción de los cónsules, de que, además, César convocara el Senado en su ausencia y de que allí leyera y dijera todo lo que consideró oportuno, Antonio, informado de todo aquello, reunió una suerte de Senado con todos los senadores que le acompañaban y, tras largas deliberaciones desde ambos puntos de vista, declaró la guerra y repudió a Octavia 21 . Y fue entonces cuando aquellos, Ticio y Planco, desertaron, ya fuera porque estaban en desacuerdo con Antonio ya fuera porque estaban enfrentados con Cleopatra 22 .

[3] César los acogió con enorme alegría y de sus bocas llegó a conocer todos los demás planes de Antonio, tanto aquellos que ya había emprendido como aquellos que tenía en mente, así como las disposiciones contenidas en su testamento y quién lo custodiaba, pues en verdad ellos mismos eran quienes lo habían sellado 23 . Todas aquellas noticias lo encolerizaron aún más y no [4] vaciló en buscar el testamento y apropiarse de él, como tampoco en llevarlo y leerlo, primero en el Senado y después en la asamblea. Tales eran las disposiciones que contenía aquel documente que nadie censuró la actitud de César, aunque había obrado de manera absolutamente ilegal 24 . En él Antonio otorgaba [5] testimonio como si en verdad Cesarión fuera hijo de Julio César, concedía a sus hijos concebidos en la egipcia dones desmesurados y ordenaba que su cuerpo se enterrara en Alejandría, junto al de ella 25 .

Indignados por todas estas noticias, llegaron a creer que todos [4] los demás rumores eran ciertos, es decir, que si salía vencedor habría de regalar la ciudad a Cleopatra y habría de trasladar [2] la sede del imperio a Egipto 26 . Tanto se enfurecieron por todas aquellas noticias que todos, y no sólo sus enemigos o aquellas otras personas que habían procurado mantenerse neutrales sino también sus amigos más cercanos, lo acusaron con dureza. Atónitos por todo lo que se había dado a conocer y en el intento de alejar de sí las sospechas de César, se expresaban de la misma [3] manera que los demás 27 . Privaron a Antonio del consulado para el que previamente había sido designado, así como todos sus restantes poderes 28 , pero no lo declararon formalmente enemigo por temor a sus partidarios, dado que también hubiese sido necesario declararlos a ellos enemigos si no lo abandonaban 29 . Pero con sus hechos demostraron con toda claridad que por tal [4] lo tenían. Para quienes militaban en sus filas decretaron la inmunidad y elogios si desertaban. Declararon públicamente la guerra a Cleopatra 30 y cambiaron sus ropas por la clámide como [5] si la guerra ya hubiese comenzado. Marcharon al templo de Enio 31 y dieron cumplimiento a todos los ritos guerreros de acuerdo con la costumbre, bajo la dirección de César como fecial 32 . Esta ceremonia formalmente iba dirigida contra Cleopatra pero en verdad iba encaminada contra Antonio.

Pues ella lo había esclavizado de tal modo que lo había convencido [5] para que desempeñara el cargo de «gimnasiarca» en Alejandría 33 . Él la llamaba reina y señora; ella llevaba soldados romaños en su guardia personal 34 ; todos los soldados de Antonio habían inscrito el nombre de ella sobre sus escudos. Ella [2] frecuentaba el ágora en su compañía, con su concurso organizaba las fiestas y con él presidía los tribunales. Cleopatra montaba a caballo por la ciudad con él a su lado, o se hacía llevar en silla mientras que Antonio, a pie, la acompañaba entre sus eunucos. Y él, a su cuartel general, lo llamaba palacio real 35 ; en ciertas ocasiones, de su cintura colgaba un alfanje 36 , también usaba ropas [3] ajenas a la tradición romana y se presentaba en público sobre una litera dorada o en una silla similar. Se había hecho representar en compañía de Cleopatra, tanto en pinturas como en esculturas, pretendiendo él ser Osiris o Dioniso 37 y ella, Selene o Isis 38 . Con tales actitudes demostraba con claridad que había perdido el juicio por culpa de ella y de alguna de sus brujerías. [4] Pues no sólo a Antonio, sino incluso a todos los que podían ejercer alguna influencia sobre él, tanto los engatusaba y dominaba que concibió la esperanza de gobernar sobre Roma y, cuando pronunciaba un juramento, convertía en su mayor deseo dictar justicia sobre el Capitolio 39 .

[6] Por todas estas razones declararon la guerra a Cleopatra aunque, naturalmente, no hicieron lo mismo con Antonio. Bien sabían que, en cualquier caso, él se dejaría arrastrar a la guerra porque, ciertamente, nunca apoyaría la causa de Cesar y traicionaría a Cleopatra. Querían tener también la posibilidad de reprocharle que, por propia voluntad, hubiese escogido hacer la guerra contra su patria por defender a la egipcia sin que él, personalmente, hubiese recibido un trato infamante en su patria. [2] Con diligencia se reclutó a la juventud por ambos bandos y se recaudaron fondos de todas partes. Se acopiaron con rapidez todos los pertrechos para la guerra. El conjunto de los preparativos [3] fue el mayor que nunca antes se hizo. ¡Tantas naciones lucharon en esta guerra, en uno u otro bando! 40 Con César estuvo Italia, pues había conseguido ganarse la voluntad de todos a los que Antonio asentó como colonos, a unos tras asustarlos en razón a su escaso número, y a otros con favores. Además, César instaló de nuevo a los colonos de Bononia para que pareciera que él era su auténtico fundador 41 . Así, con él estuvieron Italia, [4] Galia, Iberia y el Ilírico y, de los libios 42 , aquellos que ya antes habían adoptado las costumbres romanas, salvo los que viven en la región de Cirene 43 y los pueblos que habían pertenecido a Bogud y Boco 44 . En su bando estuvieron también Cerdeña, Sicilia y las demás islas próxima a los países ya citados. Con Antonio [5] lucharon las regiones de Asia que estaban sometidas a las órdenes de Roma, así como las mismas zonas de Tracia, Grecia, Macedonia, los egipcios y cireneos con los pobladores de sus regiones vecinas, los isleños que viven junto a los países citados y podría decirse que todos los reyes y dinastas de los territorios colindantes con la parte del Imperio romano que estaba bajo el control de Antonio; unos lucharon en persona y otros, representados por sus lugartenientes 45 . Ambos dieron muestras [6] de tanto celo que consolidaron sus respectivas alianzas por medio de juramentos 46 .

[7] Estas eran las fuerzas rivales. Antonio, por su parte, juró ante sus soldados que lucharía de manera implacable. Prometió también que depondría el mando a los dos meses de su victoria y que restituiría la soberanía absoluta al Senado y al pueblo 47 . [2] Con cierta dificultad, aparentemente, algunos lo convencieron para que así obrara a los seis meses con la intención de que, con tranquilidad, reorganizara los asuntos públicos. Y Antonio, aunque evidentemente no iba a actuar de esa manera, hizo esa promesa como si fuera a obtener una victoria total y absoluta. Pues sabía que sus fuerzas eran muy superiores en número 48 y esperaba debilitar las de sus adversarios por medio de la corrupción. [3] Enviando dinero a todas partes, y especialmente a Roma y a todo el resto de Italia, causaba inquietud e intentaba usurpar fidelidades individualmente. Precisamente por esto César actuó con la mayor de las precauciones y repartió dinero entre sus soldados.

[8] Tales eran el ambiente de excitación y los preparativos en cada uno de los bandos. Muchos y variados rumores circulaban entre la gente; muchos y claros signos enviaron los dioses 49 . Un mono entró en el templo de Deméter 50 una ceremonia y arrasó con todo lo que había dentro. Un búho voló, en un primer [2] momento, por encima del templo de la Concordia y, a continuación, por encima de casi todos los demás lugares más sagrados y al final, cuando se le echó de aquellos lugares, se posó sobre el templo del Genio del pueblo 51 . Y ni se le consiguió capturar ni levantó el vuelo hasta pasado mucho tiempo. El carro de Zeus se precipitó contra el circo romano y una centella, que muchos días había estado titilando sobre el mar griego, subió hacia el cielo. Una tormenta causó numerosos destrozos; [3] así, por ejemplo, un trofeo levantado en el Aventino se cayó, una estatua de la Victoria se precipitó sobre la escena del teatro 52 y el puente de madera fue totalmente arrasado 53 . Muchos otros edificios fueron destruidos por el fuego y, además, del Etna brotó mucha lava y ciudades y campos quedaron dañados. Los romanos, [4] al ver y saber todo esto, recordaron la historia de aquella serpiente, que también tuvo un valor premonitorio de todo lo que entonces sucedía. En Etruria, poco antes de todo aquello, apareció de improviso una serpiente bicéfala, tan grande que pudo haber alcanzado los ochenta y cinco pies. Después de haber causado mucho daño fue fulminada por un rayo. Estos prodigios [5] se referían a todos los romanos, pues igualmente romanas eran las tropas que iban a luchar en la primera línea de cada uno de los bandos y muchos, de ambos lados, estaban destinados a morir en aquella guerra, y finalmente todos los supervivientes [6] estarían a merced del vencedor. Los niños de Roma predijeron a Antonio su derrota. Sin que nadie se lo hubiese ordenado, se organizaron en dos bandos y se hicieron llamar los Antonianos y los Cesarianos. Lucharon entre ellos durante dos días y resultaron derrotados los que llevaban el nombre de Antonio. Su muerte se la profetizó una de sus estatuas que estaba levantada en el monte Albano, junto a la de Zeus: aunque era de piedra, de ella manó mucha sangre.

[9] Los espíritus de todos estaban en suspenso ante aquellos prodigios pero en aquel año nada más ocurrió. César estaba ocupado organizando los asuntos de Italia, especialmente después de haber sido informado del dinero que llegaba de manos de Antonio, [2] y no pudo salirle al encuentro antes del invierno. Antonio, en cambio, se puso en marcha con la intención de hacerles la guerra en Italia por sorpresa 54 . Pero cuando llegó a Corcira y supo que las naves de reconocimiento enviadas para espiar sus movimientos estaban fondeadas cerca de los montes Ceraunos 55 , [3] creyó que el propio César ya había llegado con toda su flota y no continuó avanzando más allá. Puso rumbo de nuevo hacia el Peloponeso, pues ya estaba avanzado el otoño, y se preparó para pasar el invierno en Patras. Distribuyó a sus soldados por toda aquella región para que sirvieran de guarnición del territorio y se [4] pudieran proveer con facilidad de todo lo que necesitaran 56 . Y durante este tiempo, tanto algunos senadores como otras personas se estuvieron cambiando de bando por propia voluntad. César capturó a un espía, Lucio Mesio 57 . Pero, después de haberle enseñado todas sus fuerzas, lo liberó a pesar de que era uno los que ya antes había sido capturado en Perusia. Le escribió una [5] carta a Antonio proponiéndole la siguiente alternativa: que se retirase de la orilla del mar a la distancia que recorre un caballo en un día y le permitiera desembarcar con seguridad bajo el compromiso de entablar combate en un plazo de cinco días, o que Antonio cruzase el mar hasta Italia en las mismas condiciones descritas. No lo hizo porque pensara que alguna de estas [6] opciones podría hacerse realidad —y, por cierto, Antonio se estuvo burlando mucho de aquel mensaje y preguntaba: «¿Quién será nuestro árbitro si se emprende alguna acción contra lo convenido?»—, sino porque estaba convencido que con este gesto infundía valor a sus soldados y temor a los enemigos 58 .

César y Antonio eran los cónsules que habían sido designados [10] para el año que empezaba. Así se estableció desde que, de una sola vez, se repartieron las magistraturas para los siguientes ocho años, y aquel nuevo año era el octavo 59 . Pero como Antonio había sido depuesto de todos sus cargos, tal y como ya dije 60 , Valerio Mesala fue nombrado cónsul al lado de César, aunque en otro tiempo ellos mismos lo habían declarado proscrito 61 . [2] Fue en aquellas mismas fechas que un loco irrumpió en el teatro durante una celebración, cogió la corona del primer César y se la ciñó. Pero fue descuartizado por los demás asistentes. Un lobo entró en el templo de Fortuna pero lo capturaron y lo mataron. [3] Y en el circo, durante una carrera de caballos, un perro mató a otro y lo devoró. Un incendio destruyó, entre otros monumentos, una parte considerable del propio circo, así como el templo de Deméter y uno de los dos templos de la Esperanza 62 . [4] Se creyó que habían sido los libertos quienes habían hecho aquello, pues a todos los libertos que vivían en Italia y poseían una fortuna superior a cincuenta mil dracmas se les había ordenado que pagaran, en calidad de tributo, la octava parte 63 . A raíz de aquella disposición provocaron numerosos disturbios, crímenes e incendios y no se restableció el orden hasta que fueron [5] dominados por las armas. A consecuencia de aquello, también los hombres libres que tenían un predio en Italia, asustados, se mantuvieron en calma. También se les había ordenado que entregaran un cuarto de sus ingresos anuales y, aunque estuvieron a punto de sublevarse por ese motivo, no se atrevieron a rebelarse [6] y pagaron, sin resistencia aunque de mala gana. Y así, por esas razones, se creyó que el fuego había sido provocado por los libertos premeditadamente. No obstante, y en razón del gran número de edificios que habían ardido, aquel suceso se consideró) entre los más destacados presagios.

Aunque se produjeron tales presagios, ni se asustaron ni disminuyeron [11] sus preparativos para la guerra. Ambos pasaron el invierno espiándose y hostigándose mutuamente. César se hizo a la mar desde Brindisi y navegó hasta Corcira con la intención de atacar por sorpresa las naves fondeadas delante de Accio pero, como se encontró con una tempestad y sufrió algunas pérdidas, regresó a su base. Cuando llegó la primavera Antonio [2] decidió no moverse hacia ningún sitio. Sus remeros, que eran una mezcla de todas las naciones y habían pasado el invierno lejos de su comandante, no habían hecho ningún ejercicio y además habían sido diezmados por la enfermedad y las deserciones. Por su parte, Agripa había tomado Metone 64 en un golpe [3] de mano, durante el que había matado a Bogud. Acechaba también los fondeaderos de las naves de carga de Antonio y realizaba continuas incursiones, cada vez contra un lugar diferente de Grecia. Todo esto tenía muy preocupado a Antonio. César, [4] en cambio, cobró ánimo con todas aquellas acciones y quiso utilizar inmediatamente el ardor de su ejército, que estaba bien entrenado, y llevar la guerra a Grecia, cerca de las bases de Antonio, mejor que luchar en Italia y en las cercanías de Roma. Reunió en Brindisi todas las unidades que podían ser de alguna [5] utilidad, así como a todos los hombres de cierta influencia, tanto senadores como caballeros, a los primeros, para que cooperaran con él y a los segundos, para que, al encontrarse solos, no provocaran una revolución. Pero quería, sobre todo, demostrar a todo el mundo que la mayor y mejor parte del pueblo romano estaba con él. Ordenó a todos menos a los soldados que tomaran consigo un número determinado de domésticos y que llevaran su propia comida. Y desde allí atravesó el mar Jónico con toda la escuadra reunida.

[12] No condujo la flota ni hacia el Peloponeso ni contra Antonio, sino sobre Accio 65 , donde se encontraba anclada el grueso de la flota de Antonio, con la intención de atraérselos a su bando, ya por propia voluntad, ya por la fuerza. Y por esta misma razón desembarcó a la infantería a los pies de los montes Ceraunos [2] y la envió hacia aquel mismo lugar. Él, con sus naves, tomó Corcira 66 , que había sido abandonada por su guarnición, y después puso rumbo hacia un puerto que se llama Dulce 67 . Este puerto recibe este nombre porque el río que allí desemboca endulza sus aguas. Construyó allí una base naval y desde aquel [3] lugar realizaba incursiones contra Accio. Dado que nadie le salía al encuentro pero tampoco se acercaban a negociar, aunque él les había ofrecido ambas posibilidades, o llegar a un acuerdo o combatir —y no aceptaron la primera propuesta por fidelidad 68 ni la segunda por temor—, ocupó el lugar donde ahora se asienta la ciudad de Nicópolis 69 . Acampó en la zona más elevada [4] de aquel lugar, desde donde se tenía una vista sobre toda la región, tanto hacia el mar abierto, en dirección a la isla de Paxos, como hacia el interior del golfo de Ambracia y de las aguas situadas entre ambos lugares en las que están situados los puertos cercanos a la ciudad de Nicópolis. Fortificó aquel lugar y extendió los muros desde aquella posición hasta el puerto exterior de Comaro 70 . Y desde allí vigilaba y bloqueaba Accio, [5] tanto por tierra como por mar. He oído también que trasladó algunas trirremes desde el mar abierto al interior del golfo a través de las fortificaciones. Para eso hizo uso de unos cueros nuevos untados de aceite en lugar de esas máquinas que se usan para sacar a tierra las naves 71 . Pero como no puedo citar ninguna [6] acción de esta naves que estuvieron en el golfo, tampoco puedo dar credibilidad a esta fabulosa historia, pues no hubiese sido una empresa pequeña transportar aquellas naves sobre unos cueros por un lugar tan estrecho y desnivelado. En cualquier [7] caso, así se dice que sucedió. Accio es un lugar que está consagrado a Apolo 72 y está situado en la embocadura del estrecho del golfo de Ambracia, frente a los puertos de Nicópolis. Ese estrecho es de una reducida anchura a lo largo de toda su extensión y permite no sólo navegar por él sino fondear, al [8] igual que en todos los lugares que lo preceden. La flota de Antonio había ocupado con antelación estas posiciones. Construyeron a ambos lados del estrecho baluartes y ocuparon las aguas centrales con algunas naves de tal manera que se les facilitara tanto las salidas a mar abierto como las entradas. Los soldados habían establecido su campamento en uno de los lados del estrecho, junto al templo, sobre un terreno llano y liso, más apropiado para luchar que para acampar. Por esa razón especialmente fueron víctimas de la enfermedad en invierno y, más aún, en verano 73 .

[13] Antonio, tan pronto como se enteró de la llegada de César, no se demoró sino que se apresuró hacia Accio con los soldados que tenía 74 . Llegó poco después pero no se dispuso para el combate [2] inmediatamente. No obstante, César constantemente formaba su infantería en orden de combate delante del campamento de Antonio y con frecuencia organizaba una salida contra sus naves, capturando sus cargueros, para que, antes de que Antonio pudiera reunir todas sus fuerzas, entablara batalla sólo con [3] las fuerzas que entonces disponía. Pero por esa misma razón Antonio no estaba dispuesto a arriesgarlo todo y durante muchos días se limitó a realizar tentativas y escaramuzas, hasta que reunió a todas sus tropas. Y puesto que César ya no presionaba tanto, Antonio atravesó con sus tropas el estrecho y estableció [4] un campamento no lejos del de aquel 75 . A continuación envió su caballería alrededor del golfo y lo sitió por ambos lados. César, en cambio, conservó la tranquilidad y no corrió voluntariamente ningún riesgo, sino que envió algunas de sus fuerzas a Grecia y Macedonia para atraer hacia aquellas regiones a Antonio. Mientras realizaban estas maniobras, Agripa [5] capturó, haciendo una salida imprevista, Leucada 76 y las naves que había en la isla. También se apoderó de Patras 77 tras derrotar a Quinto Nasidio 78 en el mar. Y por último sometió Corinto 79 . Después de todos aquellos éxitos, Marco Ticio y Estatilio Tauro 80 , con una salida por sorpresa, derrotaron a la caballería de Antonio y se ganaron a Filadelfo, el rey de Paflagonia 81 . Y [6] mientras, Gneo Domicio, enfadado con Cleopatra 82 , cambió de bando aunque en verdad no fue de utilidad ninguna para César porque cayó enfermo y no mucho después murió. Pero, como parecía que había desertado porque estaba en desacuerdo con lo que hacían los de su bando, otros muchos acabaron imitándolo. [7] Antonio ya no volvió a confiar en ellos como antes y empezó a sospechar de todos. Por esa razón hizo matar a algunos de sus partidarios, entre los que se encontraba Jámblico, rey de algunas tribus árabes 83 y al que sometió a tortura, y el senador Quinto Postumio 84 , para lo que ciertas personas recibieron el encargo [8] de su asesinato. Y al final, por temor a que tanto Quinto Delio 85 como el gálata Amintas 86 , a los que había enviado a Macedonia y Tracia para reclutar mercenarios, se pasaran al bando de César, partió a su encuentro con la excusa de socorrerlos en caso de que sufrieran un ataque del enemigo.

[14] Entonces se produjo una batalla en el mar. Sosio 87 , con la esperanza de acometer alguna acción digna de recuerdo y antes de que llegara Agripa, al que se le había encomendado el mando supremo de la flota, se lanzó contra Lucio Tario 88 , que estaba fondeado con unas pocas naves. Al amanecer izó las velas por [2] sorpresa, aprovechando la densa bruma para que Tario no huyese al ver el gran número de navíos atacantes. Al primer ataque y de manera inmediata lo puso a la fuga, y aunque lo persiguió, no pudo capturarlo. Por fortuna, Agripa apareció en aquel lugar y no sólo privó de la victoria a Sosio sino que este y otros muchos, entre los que se encontraba Tarcondimotos 89 , murieron.

Antonio, tanto a raíz de aquel suceso como porque cuando [3] regresaba sufrió una derrota en un encuentro de su caballería con los exploradores de César, decidió no mantener por más tiempo a sus hombres divididos en dos campamentos. Abandonó de noche el campamento más próximo al enemigo y acampó al otro lado del estrecho, donde estaba estacionada la mayor parte de su ejército. Cuando los víveres empezaron a escasear porque les resultaba [4] imposible el reabastecimiento de trigo, convocó un consejo para decidir si debían permanecer en aquel paraje y arriesgarse al enfrentamiento, o si debían trasladarse a algún otro lugar y alargar durante algún tiempo más la guerra 90 . Aunque los distintos [15] miembros del consejo expusieron opiniones diversas 91 , prevaleció la de Cleopatra, quien aconsejó que se confiara a algunas guarniciones los lugares más estratégicos y las restantes unidades se pusieran en camino hacia Egipto junto con todos ellos. Ella hizo esta propuesta porque algunos presagios le habían generado inquietud. Unas golondrinas habían anidado sobre su tienda y [2] sobre la nave capitana, en la que ella navegaba. De un cirio había manado leche y sangre. Las estatuas de Antonio y de ella misma, que los atenienses les habían erigido en la Acrópolis bajo la apariencia de dioses, habían sido derribadas por unos rayos y habían [3] caído dentro del teatro 92 . Por todos esos prodigios, además de por la desmoralización que en el ejército causaban y de la enfermedad que lo diezmaba, la propia Cleopatra sintió miedo y amedrentó a Antonio. No obstante, no querían zarpar en secreto, pero tampoco abiertamente, como si fueran unos fugitivos, para no provocar el pánico entre sus propias filas. Pretendían hacerlo aparentando prepararse para la batalla naval con el fin de que, además, en el caso de que se encontraran con alguna oposición, [4] pudieran abrirse paso por la fuerza. Por esta razón y en primer lugar, eligieron los mejores navíos, puesto que el número de marineros se había visto mermado tanto por los fallecimientos como por las deserciones, y quemaron el resto 93 . A continuación, pero ya de noche, introdujeron a escondidas en aquellas naves todas sus posesiones más preciadas. Y cuando todo estuvo preparado, Antonio convocó a sus soldados y así les habló:

[16] «Soldados, listo está, y en cantidad suficiente, todo aquello de lo que debía proveerme para esta guerra. Aquí estáis vosotros, en gran número, toda la flor escogida de los súbditos y aliados 94 . Y vuestra destreza en cualquiera de los tipos de lucha que entre nosotros se usa es tanta que incluso cada uno de vosotros resulta un rival formidable para nuestros enemigos. Ved con [2] vuestros propios ojos la flota tan numerosa e imponente que poseemos, y cuántos y de qué valía son nuestros infantes, jinetes, honderos, infantes ligeros y arqueros, tanto los de a pie como los montados. Nuestros enemigos carecen de la mayoría de estas unidades, y aquellas que poseen son mucho más pequeñas y débiles que las nuestras. Además, sus recursos financieros son pequeños [3] y provienen de contribuciones forzosas. Así, no habrán de durarles mucho, además de haber conseguido que sus contribuyentes estén mejor dispuestos hacia nosotros que hacia sus exactores. Y por eso no sólo no sienten afecto alguno por ellos, sino que, además, se les sublevarán abiertamente. En cambio nuestros recursos, disponibles en abundancia, a nadie han causado perjuicio mientras que a todos nos resultarán beneficiosos.

»A estos elementos que son tan abundantes como importantes, [17] todavía no me había atrevido a sumar otro factor digno de consideración y que tiene que ver conmigo mismo. Pero, puesto que es uno de esos factores que conduce a la victoria en la guerra y todos los hombres lo consideran un elemento esencial —y me refiero al hecho de que quienes vayan a luchar por la victoria cuenten con el mejor general—, la misma coherencia del [2] argumente ha hecho absolutamente necesario que ahora hable de mí, para que comprendáis, sin ninguna duda, que si vosotros sois de esa clase de hombres capaces de conseguir la victoria incluso sin un buen general, yo también soy de esa clase de hombres capaces de imponerse incluso en compañía de malos soldados. He alcanzado esa edad en la que los hombres se encuentran, [3] especialmente, en la plenitud de sus fuerzas físicas e intelectuales, y no se ven perjudicados ni por la temeridad propia de la juventud ni por la debilidad propia de la vejez, sino que, en plena madurez, entre aquellas otras dos edades, gozan de la plenitud de sus fuerzas 95 . Además he sido dotado de una [4] naturaleza tal y he gozado de una educación tan buena que soy capaz de juzgar lo que es conveniente y de explicarlo con suma facilidad. También he podido adquirir toda esa experiencia que hace que incluso los necios y las personas carentes de instrucción parezcan dignas de alguna consideración; la he adquirido [5] a través de toda suerte de vivencias políticas y militares. Desde mi juventud, y hasta hoy, siempre he estado metido en estos asuntos. He cumplido con muchas órdenes y también he dado otras muchas, y gracias a eso he aprendido tanto lo que debe hacer quien tiene el mando como cuanto deben hacer quienes [6] reciben las órdenes. He conocido el miedo y el valor; gracias a eso estoy acostumbrado a no asustarme con facilidad, así como a no correr riesgos innecesarios. He conocido el triunfo y el fracaso; gracias a eso soy capaz de no desesperarme, pero también de no ensoberbecerme.

[18] »Hablo así ante personas que ya me conocen, y os hago testigos, como oyentes de mis palabras, de que no lo hago para pavonearme —pues para mi gloria me basta con que vosotros me conozcáis—, sino para que por mis palabras comprendáis [2] cuánto mejor preparados estamos que el enemigo. Y puesto que ellos son inferiores a nosotros tanto en el número de soldados y de recursos materiales como en la variedad de equipamiento, en nada son tan inferiores como en la edad e inexperiencia de su comandante. No hay necesidad alguna de hacer una relación detallada de todo lo que se puede decir [3] de él. Resumiéndolo, diré sólo lo que ya vosotros sabéis tan bien como yo. Físicamente es una persona muy débil 96 . Jamás ha conseguido en batalla una victoria memorable, ni en tierra ni en el mar 97 . En las llanuras de Filipos, cuando ambos estábamos en el mismo bando, yo salí vencedor y él, derrotado 98 .

»Grande es la diferencia entre ambos bandos y, en la mayoría [4] de los casos, la victoria es de aquellos que están mejor preparados. Y si ellos son poderosos en algún aspecto, encontraréis que su fuerza está en la infantería pesada y en el combate terrestre, pero con sus naves nunca podrán oponerse a nosotros. Contemplad [5] por vosotros mismos el tamaño y la robustez de nuestros navíos. Incluso si el número de sus naves igualara el nuestro, ningún daño podrían causarnos por las razones ya dichas, ni cuando nos atacaran con sus espolones ni cuando pretendieran abordarnos. En efecto, el grosor de nuestros maderos, así como la altura de los navíos, lograrían contener sus ataques incluso si nadie los rechazara. ¿Por dónde podrían acercarse a [6] estas naves para atacarlas cuando llevan embarcados tantos arqueros y honderos que, además, podrían alcanzarlos desde lo alto de sus castillos? Y si alguien consiguiera acercarse, ¿cómo podría escapar de acabar hundido bajo la masa de nuestros remos? ¿Cómo podría librarse de no ser arrojado al mar tras recibir los impactos de las flechas desde los castillos?

»No creáis que, porque Agripa venció en los mares de Sicilia 99 , [19] poseen una técnica naval que va más allá de aquel suceso. No se enfrentaron a Sexto sino a sus esclavos 100 ; no se enfrentaron a una flota tan bien preparada como la nuestra sino contra otra bastante diferente. Y si alguien quiere otorgar una gran importancia [2] a aquel golpe de suerte, será justo que tenga en cuenta también aquella derrota que sufrió personalmente César 101 , cuando el propio Sexto lo venció 102 . Y así se comprenderá que no se enfrentan dos fuerzas iguales, sino que todos nuestros medios son mucho más numerosos e importantes que los que [3] ellos tienen a su disposición. En resumen, ¿qué parte de todo el imperio representa Sicilia?; ¿qué parte de nuestros preparativos representa la flota de Sexto para que nosotros debamos, en efecto, temer a la flota de César —que sigue siendo la misma y no se ha convertido ni en una fuerza mayor ni mejor—, en lugar [4] de llenarnos de confianza en razón de sus fracasos? Y así, teniendo en consideración todo eso, no he querido arriesgarlo todo en una única batalla de infantería, en donde, de alguna forma, parecen tener alguna fuerza, para que ninguno de vosotros pierda el ánimo si salimos derrotados de ese encuentro. He preferido jugármela en el mar, donde somos más poderosos y los superamos ampliamente 103 , para que una vez que los hayamos [5] derrotado podamos desdeñar su infantería 104 . Comprended bien que el resultado total de la guerra depende, ahora y para ambos bandos, de la flota. Si de esta situación salimos vencedores, no volveremos a vernos amenazados por el resto del ejérci to enemigo. Por el contrario, y como si lo hubiésemos rodeado en un islote ya que todos los territorios que lo circundan nos pertenecen, lo someteremos sin lucha, por hambre o por cualquier otro medio.

»Creo que mis palabras no serán necesarias para que os deis [20] cuenta de que no nos vamos a batir por asuntos insignificantes o de poca importancia; de que, si nos mostramos llenos de ardor guerrero, obtendremos el mayor triunfo pero de que, si nos descuidamos, sufriremos el más terrible de los destinos. ¿Qué no [2] nos harán si ellos son los vencedores? Ellos, que mataron a casi todos los nobles que estaban con Sexto e hicieron perecer a los muchos partidarios de Lépido que lo apoyaron con sus armas 105 . ¿Y por qué digo esto cuando al mismo Lépido le han privado de [3] todo su poder, aunque no sólo no cometió ningún delito sino que, además, combatió a su lado, y lo tienen bajo arresto como si fuera un prisionero 106 ? Además han impuesto un nuevo tributo a todos los libertos de Italia y a todos los propietarios de algún terreno, de manera que han obligado a algunos a tomar las armas y, así, arruinar sus vidas 107 . ¿Es posible que tengan piedad [4] de nosotros quienes no han tenido piedad de sus aliados? [¿Mantendrán sus manos apartadas de nuestros bienes quienes no han tenido piedad de sus aliados?] 107b ¿Mantendrán sus manos apartadas de nuestros bienes quienes han establecido nuevos impuestos sobre los bienes de sus partidarios? ¿Podrán ser clementes cuando obtengan la victoria quienes, incluso antes de resultar vencedores, ya obraron así? Y para no perder más tiempo hablando de todos los sufrimientos de los demás, enumeraré [5] lo que se han atrevido a hacer contra nosotros. ¿Quién ignora que yo, que fui declarado asociado y colega de César en la magistrature, que recibí la dirección de los asuntos públicos en igualdad de condiciones y que obtuve los mismos honores y magistraturas, magistraturas que he ostentando durante un tiempo considerable, de todo eso me he ido viendo despojado conforme él ha podido hacerlo, y me he convertido en un ciudadano particular aunque era uno de los dirigentes, y privado de [6] mis derechos cívicos aunque era cónsul? Y no por decisión ni del Senado ni del pueblo —¿cómo podría haber sido así cuando tanto los cónsules como algunos otros senadores huyeron de la ciudad abiertamente para no decretar nada semejante?—, sino úlinicamente por la voluntad de ese y de quienes le apoyan 108 , que no comprenden que han fabricado un tirano 109 que sufren, en primer [7] lugar, ellos mismos. Ese que, aunque todavía estoy vivo, poseo un ejército considerable y estaba en guerra con los armenios, se ha atrevido a buscar mi testamento, a arrebatárselo por la fuerza a quienes lo custodiaban, a abrirlo y leerlo en público; [8] ¿cómo queréis que tenga piedad ni de vosotros ni de nadie? Ese, la misma persona que se ha comportado así conmigo, su amigo, su compañero de mesa, su pariente, ¿con qué humanidad se comportará con las demás personas con las que ningún lazo le une?

[21] »En verdad, y si debemos juzgarlo por los decretos que ha hecho aprobar, a vosotros os amenaza directamente —pues a la mayoría os ha convertido abiertamente en sus enemigos 110 —, mientras que a mí no me ha otorgado ese apelativo aunque sí me hace la guerra y actúa en todos los órdenes no sólo como si ya me hubiese derrotado sino incluso como si ya me hubiese dado muerte. De esta manera, cuando a mí, al que todavía hoy [2] no ha proclamado tener como enemigo, me ha hecho todo eso, mucho menos os habrá de perdonar a vosotros con los que reconoce abiertamente estar en guerra. ¿Qué significa el hecho de [3] que nos haga la guerra a todos sin distinción pero que afirme en su decreto que sí lucha contra unos y no contra otros? ¡Por Zeus! No lo hace para establecer distinciones entre nosotros, ni para ofrecer un trato diferente a unos y a otros en el caso de que venciera, sino para enfrentarnos, generando disputas entre nosotros, y debilitarnos, por tanto. Pues no ignora que mientras [4] que nosotros nos sigamos manteniendo unidos y actuando todos a una, él nunca, de ningún modo, será el vencedor; pero que si nos dividimos y unos elegimos una cosa y otros otra, quizá pueda vencer. Por esta razón se comporta así con nosotros.

»Y así como yo, y los romanos que me acompañan, que [22] vemos el peligro, aunque gocemos, según esos decretos, de una suerte de inmunidad, y comprendemos cuál es su intención, no os hemos abandonado y seguimos cuidando de nuestros intereses comunes y no de los nuestros particulares, así vosotros, a [2] los que desprecia y considera no ya simplemente enemigos sino sus mayores enemigos, debéis reflexionar sobre todo esto, en la consideración de que tanto los peligros como las esperanzas son comunes. Y debéis apoyar totalmente nuestra causa así como prestar vuestra colaboración con ánimo resuelto, colocando en un lado de la balanza cuánto sufriremos si somos derrotados, como ya os dije, y en el otro, las oportunidades de las [3] que dispondremos si vencemos. Pues si de algún modo es importante que nosotros, en el caso de que caigamos derrotados, no suframos sus abusos ni sus insolencias, más importante es que, tras la victoria, hagamos todo cuanto deseamos. Nuestra mayor vergüenza será que, aunque somos tantos y tan valerosos, y tenemos armas, dinero, naves y caballos, hagamos la peor elección en lugar de la mejor y que, aun cuando nos es posible proporcionar la libertad incluso a nuestros enemigos, prefiramos [4] compartir esclavitud con ellos 111 . Tanta es la distancia que nos separa que, mientras que él desea reinar incluso sobre vosotros, yo quiero devolverles la libertad incluso a ellos, como ya atestigüé con mis juramentos 112 . Y puesto que nosotros vamos a luchar a favor de ambos bandos y a conseguir bienes comunes para todos, esforcémonos, soldados, en vencer ahora y en ser dichosos para siempre».

[23] Tras aquellas palabras, Antonio hizo que embarcaran todos los miembros más destacados de su bando para que, aislados unos de otros, no pudieran preparar ninguna revuelta como hicieron Delio y algunos otros cuando desertaron. También embarcó [2] muchos arqueros, honderos e infantes. Ya que Sexto había sido derrotado principalmente por el tarnaño de las naves de César y por el número de soldados que había embarcado, él aparejó navíos mucho más grandes que los de sus adversarios —había hecho construir pocas «trieres», pues la mayoría fueron «tetraeres» y «deceres» y del resto de órdenes intermedios 113 —. [3] Sobre esos barcos había instalado castillos muy altos así como embarcado muchos hombres de tal manera que lucharan como si estuvieran encima de unas murallas. César observaba los preparativos de sus adversarios y realizaba los suyos. Cuando conoció, tanto por Delio como por algunas otras personas, las intenciones de los enemigos, reunió también el ejército y así habló:

«Soldados, yo sé, tanto por lo que he aprendido de oídas como [24] por mi propia experiencia, que triunfan en la mayoría de las más importantes empresas militares, o mejor, en la mayoría de empresas humanas de cualquier tipo, quienes piensan y obran con mayor justicia y piedad. Siempre tengo en mente este principio y os animo a que vosotros también lo tengáis en consideratión. Y [2] si bien tenemos un ejército grande y poderoso, gracias al que podríamos esperar la victoria incluso si hubiésemos elegido la causa menos justa, sin embargo yo me muestro más confiado en el motivo que me ha llevado a esta guerra que en mi propio ejército. Pues el hecho de que a nosotros, romanos como somos y [3] gobemantes de la mayor y mejor porción de la ecúmene 114 , nos desprecien y nos arrojen a los pies de una mujer egipcia es indigno de nuestros padres, que abatieron a Pirro, Filipo, Perseo y Antíoco 115 , que arrasaron Numancia y Cartago 116 , y de aquellos que destrozaron a los cimbrios y a los ambrones. 117 Pero también [4] es indigno de nosotros mismos 118 que hemos conquistado la Galia, que hemos subyugado a los panonios, que hemos avanzado hasta el Danubio, que hemos cruzado el Rin y que hemos atravesado [5] el mar hasta Britania. ¿Córno no habrían de dolerse todos aquellos que hicieron realidad las citadas gestas si comprendieran que nosotros hemos sido arrojados a los pies de esa infecta mujer? ¿Cómo no habríamos de sentirnos terriblemente avergonzados si, a pesar de que superamos a todos los pueblos de todo el mundo en valor, al final soportamos con mansedumbre los abusos [6] de esas gentes? Hombres, por Heracles, que son alejandrinos y egipcios 119 —¿de qué otra manera más dura pero más certera podría llamarlos?—, que prestan culto a las serpientes y a otras bestias salvajes como si fueran dioses y embalsaman sus cuerpos [7] en la esperanza de la inmortalidad; gentes extremadamente propensas a la insolencia a la vez que absolutamente incapaces de comportarse como hombres y que —y esto es lo peor— son esclavos de una mujer y no de un varón. Estos son los que se han atrevido a pretender nuestros bienes y a apropiarse de ellos con nuestro auxilio, de tal manera que nosotros les cedamos voluntariamente la prosperidad de la que ahora gozamos.

[25] »¿Quién no habría de llorar viendo soldados romanos haciendo de guardias de Corps de la reina 120 ? ¿Quién no habría de entonar lamentos al oír que caballeros y senadores romanos la [2] adulan como eunucos? ¿Quién no cantaría un treno al oír y ver que Antonio, quien ha sido dos veces cónsul 121 , quien ha sido varias veces vitoreado como emperador 122 , al que se le ha encargado, junto a mí, la dirección de los asuntos públicos, a quien se [3] le han confiado tantas ciudades y legiones, ahora ha abandonado la forma de vida de nuestros padres y se dedica a imitar todas aquellas costumbres extrañas y barbáricas? No honra ni nuestras leyes ni nuestros dioses ancestrales, sino que se prosterna ante aquella mortal como ante una Isis o Selene y ha puesto a los hijos de aquella los nombres de Helios y Selene, y, por último, [4] ha adoptado para sí los sobrenombres de Osiris y Dioniso y por esto, como si fuera el dueño de toda la tierra y de todo el mar, les ha hecho don de islas enteras y de algunas regiones continentales 123 . Sé bien, soldados, que todo esto os parece algo [5] increíble y sorprendente; por eso se debe acrecentar vuestra ira. Pues si todo esto que no creéis cuando lo oís, si todo es realmente así y aquel lo ha ejecutado con la máxima desvergüenza 124 , aunque no haya nadie que no se duela al saberlo, ¿cómo no deberíais estar encolerizados con toda justicia?

»No obstante, yo mismo, y en un primer momento, tanto [26] respeto he mostrado por él que lo hice partícipe de nuestro poder, le entregué a mi hermana como esposa y le concedí algunas legiones. Después me he seguido comportando con él con tanta [2] prudencia y de manera tan amistosa que, ni siquiera cuando abusó de mi hermana, ni cuando descuidó a los hijos que en ella engendró, ni cuando prefirió a la egipcia antes que a aquella, ni tampoco cuando donó a los hijos de aquella mujer lo que, en pocas palabras, es vuestro, ni por ninguna otra razón he querido declararle la guerra. La causa de esta actitud fue, en primer lugar, [3] que siempre he considerado que no era necesario comportarse del mismo modo con Antonio que con Cleopatra. Pues ella, y en razón de su condición de extranjera, es directamente nuestra enemiga por todo lo que ha hecho; mientras que a él, y en virtud de su ciudadanía, era posible devolverlo a la prudencia. [4] Además, tenía la esperanza de que, aunque no actuara por propia voluntad sino forzado, él cambiaría de opinión a la vista de los decretos promulgados contra ella. Por estas razones no le he declarado la guerra. Pero puesto que él ha hecho caso omiso de todo esto y lo ha menospreciado, no ha querido aceptar ni el perdón que le ofrecíamos ni la piedad que hacia él hemos mostrado. [5] Y ya sea por irreflexión o por locura —pues yo estoy convencido, porque así lo he oído, de que él ha sido embrujado por esa maldita mujer 125 —, en nada ha considerado nuestros gestos benéficos y nuestra humanidad, sino que, esclavo de aquella mujer, ha emprendido la guerra y ha asumido voluntariamente estos riesgos a favor de ella y en contra de nosotros y de su patria. ¿Qué otra cosa nos queda por hacer salvo defendernos de él y de su compañera Cleopatra?

[27] »¡Que nadie lo considere ya romano, sino egipcio! ¡Que nadie lo llame ya Antonio, sino Serapión 126 ! No tengamos en cuenta que alguna vez fue cónsul o emperador sino “gimnasiarca“ 127 . [2] Ha sido él, por propia voluntad, quien ha elegido esos nombres en lugar de aquellos otros. Y después de haber renunciado a todas las costumbres patrias más dignas de respeto, se ha convertido en uno de aquellos que tocan el címbalo en Canopo 128 . Nadie deberá temerlo como si hubiese de ejercer una influencia [3] decisiva en la batalla. Ya antes nada valía, como bien sabéis los que lo derrotasteis en Mutina 129 . Y si en algún momento, durante la campaña que emprendió con nosotros, demostró cierto valor 130 , sabed bien que ahora lo ha liquidado todo con su cambio de vida. Pues es imposible que quien vive rodeado de un lujo [4] propio de reyes y se ha ablandado como una mujer, pueda pensar y actuar como un hombre, ya que es absolutamente necesario que cada uno se adapte al modo de vida al que se entrega. Y [5] esta es la prueba: en la única guerra que ha emprendido durante todo este tiempo y en la única campaña que ha dirigido, él hizo perecer a muchísimos ciudadanos en combate, se retiró vergonzosamente de Praaspas y perdió muchos más hombres durante la huida 131 . Y así las cosas, si alguien tuviera que bailar haciendo [6] el ridículo o ejecutar un kórdax 132 , necesariamente sería superado por Antonio, pues esas son las cosas en las que él se ejercita. Pero puesto que de lo que se trata es de armas y de capacidad de lucha, ¿qué deberíamos temer de él? ¿Su vigor físico? Pero él ya pasó la flor de la edad y se ha ablandado. ¿La fuerza de su alma? Pero es un afeminado y un disoluto. [7] ¿La piedad hacia nuestros dioses? Pero lucha contra aquellos y contra su patria. ¿La fidelidad hacia sus aliados? ¿Quién no conoce cómo hizo prisionero al armenio tras haberlo engañado totalmente 133 ? ¿La bondad hacia sus amigos? ¿Quién no los ha visto morir miserablemente bajo su mano? ¿Su fama entre los soldados? ¿Y qué soldado no lo ha condenado? La prueba está [8] en que todos los días muchos de sus soldados se pasan a nuestro lado. Y yo, por mi parte, creo que todos nuestros conciudadanos actuarán de la misma manera, como ya ocurrió en otra ocasión [9] anterior, cuando fue de Brindisi a Galia 134 . Pues mientras mantenían la esperanza de enriquecerse sin correr riesgos, algunos, encantados, han estado de su lado. Pero esos mismos no estarán dispuestos a luchar contra nosotros, sus congéneres, a favor de gentes que nada tienen que ver con ellos, mientras que entre nosotros podrán encontrar, con seguridad, la salvación y la prosperidad.

[28] »Siempre habrá alguien que diga que tiene muchos aliados y mucho dinero. Y bien, que nosotros estamos acostumbrados a vencer a los habitantes del continente asiático, lo saben tanto el famoso Escipión Asiático, como el afortunado Sila, Lúculo, Pompeyo, César, mi padre, y vosotros mismos, los que derrotasteis [2] a quienes hicieron campaña con Bruto y Casio 135 . Y puesto que esto es así, cuanto más creáis que sus riquezas superan a la de los demás, tanto más debéis esforzaros en apropiaros de ellas. Pues por conseguir los mayores premios merece emprender [3] las mayores pruebas. Pero además, yo os diría que no os encontráis ante tarea más importante que la de salvar la dignidad de vuestros antepasados, salvaguardar el orgullo patrio, castigar a quienes os han traicionado, vengaros de quienes os injuriaron, gobernar a toda la humanidad tras haberla derrotado, e impedir que ninguna mujer se equipare con ningún hombre 136 . Contra los tauriscos, yápiges, dálmatas y panonios, vosotros [4] mismos, los aquí presentes, habéis combatido, llenos de ardor, por unas pocas plazas fuertes y por una tierra desierta. Y habéis sometido a esos pueblos aunque la creencia general es que son pueblos de extrema belicosidad. E igualmente, por Zeus, habéis combatido contra Sexto, sólo por Sicilia, y contra el mismo Antonio, sólo por Mutina, de tal manera que a ambos derrotasteis. ¿Demostraréis peor ánimo contra una mujer que maquina contra [5] todas vuestras posesiones, contra su marido, que ha entregado vuestros dominios a los hijos de ella, y contra sus bellos compañeros y comensales, a los que ellos mismos llaman “bufones“ 137 Y ¿por qué? ¿Porque son muy numerosos? Nunca el [6] mayor número de efectivos se impuso al valor. ¿Por su linaje? Ellos están más interesados en cargar con sus bienes que en hacer la guerra. ¿Por su experiencia? Ellos saben remar mejor que combatir en el mar. Yo mismo me avergüenzo de tener que combatir contra hombres de esa clase, puesto que si los vencemos no conseguiremos gloria alguna y si resultamos derrotados nos veremos cubiertos de ignominia.

»No penséis que la grandeza de sus naves y el grosor de sus [29] maderos equilibran nuestras virtudes. ¿Qué nave, por sí misma, ha herido o matado a alguien? ¿Acaso su propia altura y robustez no las harán inmanejables para sus remeros e ingobernables para sus pilotos? ¿Qué ventaja tendrán quienes luchan desde [2] esas naves si no pueden romper ni envolver las líneas enemigas, que son las maniobras básicas del combate en el mar? Pues, ciertamente, ellos no van a combatirnos en el mar con la infantería como tampoco están preparados para resistir un sitio, como si estuvieran encerrados en esos castillos. Y en verdad he [3] aquí una de nuestras grandes ventajas; me refiero a atacar empalizadas de madera. Pues si sus naves permanecieran quietas en el mismo lugar, como si estuvieran ancladas, no nos sería posible dañarlas con nuestros espolones; pero sí podríamos dañarlas con nuestras máquinas desde la distancia así como quemarlas con [4] proyectiles incendiarios. Y si se atreviesen a moverlas, no podrían alcanzar, en la persecución, ninguna de nuestras naves ni podrían dar media vuelta para huir, pues son incapaces de maniobrar así a consecuencia de su peso, mientras que están predispuestas a sufrir estos inconvenientes en razón de su enormidad.

[30] »¿Es necesario que sigamos perdiendo el tiempo hablando de estos asuntos cuando siempre que nos hemos enfrentado a ellos, tanto en Leucada como, recientemente, aquí mismo, no sólo no fuimos inferiores sino que nos mostramos absolutamente superiores a ellos? Así que, animados no tanto por mis palabras como por vuestras acciones, concebid el deseo, ante todo, [2] de acabar con esta guerra. Sabed bien que, si hoy nosotros los vencemos, no volveremos a encontrar ninguna dificultad. Ciertamente todos los hombres, por naturaleza, cuando fracasan en los primeros combates, se desaniman para los restantes. Y sin ninguna duda nosotros somos mejores que ellos en tierra, de tal manera que podríamos vencerlos aunque sus fuerzas estuvieran [3] intactas. Y de esto ellos están tan convencidos —pues no quiero ocultaros lo que sé— que ya están desanimados por todo lo que ha venido ocurriendo y han perdido la esperanza de salvarse si se quedan en la región. Por esta razón están intentando encontrar el medio de huir a algún otro lugar y van a realizar esta salida no con la intención de librar la batalla en el mar sino de darse a la fuga.

[4] Han metido dentro de sus barcos sus mejores y más valiosas pertenencias para, si pudieran, huir con ellas. Y puesto que ellos admiten que son más débiles que nosotros y llevan ya en sus naves el premio de la victoria, no les permitamos irse a ningún otro sitio. ¡Apropiémonos de todas sus riquezas con nuestra victoria aquí!».

Tales fueron también las palabras de César. A continuación [31] decidió dejar pasar a los enemigos para caer sobre ellos por la espalda mientras huían. Tenía la esperanza, navegando a mayor velocidad, de capturarlos en breve tiempo y, puesto que estaba claro que ellos intentarían huir a cualquier precio, esperaba que sin lucha, y a raíz de la huida, lograría atraerse al resto de aquel ejército. Pero Agripa lo hizo desistir de aquel propósito. Temía [2] este llegar demasiado tarde puesto que ellos ya se disponían a izar las velas 138 . Agripa confiaba, en cambio, en imponerse sin dificultad porque en aquel momento cayó una fuerte tormenta, acompanada de un gran oleaje, únicamente sobre la flota de Antonio y todo lo trastornó 139 . Y así César abandonó su primera [3] idea. Embarcó muchos infantes e hizo también que sus compañeros subieran a las naves de enlace 140 , para que, circulando a gran velocidad entre las naves combatientes, les indicaran lo que debían hacer así como que le comunicaran cualquier noticia pertinente. Y vio partir las naves enemigas.

Estas se hicieron a la mar al son de las trompetas. Dispusieron [4] sus naves en formación cerrada un poco más allá del estrecho y no continuaron con su avance. César levó anclas con la intención de entrar en combate si mantenían sus posiciones o, al menos, de hacer que se retiraran. Pero como ni les salían al encuentro ni tampoco se daban la vuelta, sino que conservaban sus posiciones estrechando fuertemente la formación 141 , César [5] se vio en un aprieto. Ordenó a los remeros que dejaran los remos sobre el agua y durante un tiempo estuvo sin moverse. A continuación, y por sorpresa, hizo que avanzaran ambas alas de su flota, curvando su despliegue con la intención de rodearlos o, al menos, de deshacer su formación 142 . Antonio, por temor a aquella maniobra envolvente que amenazaba con desbordarlo, avanzó todo lo que pudo y entró en combate aunque en contra de su voluntad.

[32] Y así, lanzándose unos contra otros, combatieron en el mar. Por cada uno de los bandos constantemente se lanzaban a sus propias fuerzas soflamas sobre la habilidad y el valor propios; también escuchaban los gritos de quienes desde tierra firme animaban a los suyos 143 .

[2] No se combatía en ambos bandos de la misma manera. Los hombres de César, dado que tenían las naves más pequeñas y rápidas, aprovechaban la fuerza de las olas y se lanzaban contra el enemigo gracias a que habían sido blindadas por todas partes para no sufrir los impactos. Algunas veces conseguían hundir algún navío y, si no, daban marcha atrás con los remos antes de [3] llegar al combate cuerpo a cuerpo. Y de nuevo se lanzaban rápidamente contra las mismas naves o, renunciando a su presa, se dirigían contra otras. Y después de haberles causado todo el daño que permitía la brevedad de la operatión, se dirigían contra otras naves distintas y, luego, contra otras, de manera que atacaban siempre a quienes menos se lo esperaban. Pues como temían [4] tanto la capacidad de combatir a larga distancia del enemigo como la lucha cuerpo a cuerpo, no se demoraban ni en la maniobra de aproximación ni en el combate cerrado. Interceptaban por sorpresa la nave enemiga de manera que se anticiparan a sus dardos, y, tras causarle algunos daños o, simplemente, de hostigarlos con la intentión de escapar a los intentos de captura, volvían a alejarse fuera del alcance de sus proyectiles.

Los soldados de Antonio atacaban las naves que se les acercaban [5] con una lluvia abundante y espesa de piedras y flechas, y lanzaban contra quienes entraban en contacto los garfios de hierro para el abordaje. Si tenían éxito en esta operatión salían [6] vencedores, pero si fracasaban, y puesto que sus naves podían haber sufrido algún daño, se iban a pique o, mientras se empeñaban en impedir el hundimiento, se convertían en excelentes blancos de nuevos ataques. Dos o tres naves se lanzaban contra el mismo barco de Antonio; unas le causaban todo el daño que podían, mientras que las otras lo sufrían. En uno de los bandos, [7] los mayores esfuerzos y trabajos recaían sobre los pilotos y los remeros; en el otro, sobre los soldados embarcados. Los de César se parecían a la caballería, atacando y retirándose alternativamente, dependiendo de si estaban realizando una maniobra de embestida o de marcha atrás. Los de Antonio se parecían a la infantería, que se protege contra quienes se les acercan e intenta, principalmente, imponerse sobre ellos. Y así ambos gozaban [8] de ciertas ventajas sobre sus rivales. Unos se ponían debajo de las filas de remos de las naves enemigas y los rompían mientras que los otros los hundían desde arriba con piedras y máquinas. Pero, por otra parte, los de Antonio se veían en una situatión de inferioridad porque no podían causar daño alguno a quienes se les aproximaban, mientras que las naves de César eran inferiores en tanto que no podían luchar en pie de igualdad con las de Antonio en el combate cercano cuando no habían conseguido hundir las naves al embestirlas.

[33] La batalla, que durante mucho tiempo se mantuvo igualada y en la que ninguno de los bandos conseguía imponerse de ninguna manera, terminó del siguiente modo. Cleopatra, que permanecía fondeada detrás de los combatientes, no soportó más [2] aquella espera indecisa e incierta. Cohibida, tanto por su condición de mujer como de egipcia, por aquel largo e indeciso enfrentamiento y por aquella espera temerosa de un desenlace u otro, se lanzó, por sorpresa, a la fuga y dio la señal a sus súbditos. [3] Y así, inmediatamente izaron sus velas y se hicieron a la mar justo en el momento en el que se levantaba una brisa favorable. Antonio, que creyó que huían por miedo, porque se daban por vencidos, y no porque siguieran una orden de Cleopatra, [4] los siguió. Ante estos acontecimientos los demás soldados se sintieron descorazonados y confundidos. Todos querían huir a cualquier precio; unos izaron sus velas, otros arrojaron al mar los castillos y la impedimenta para aliviar la carga y darse a la [5] fuga. Mientras se entretenían en esas maniobras, sus adversarios se lanzaron sobre ellos. Renunciaron a perseguir a los que huían porque no llevaban velas, ya que sólo estaban equipados para la batalla, pero hicieron que varios de sus navíos atacaran a cada una de las naves enemigas, tanto desde la distancia como en combate cercano. Y así, tanto en un bando como en otro, la [6] lucha se hizo más diversa e intensa. Los soldados de César causaban daños a las partes bajas de las naves, a todo su alrededor, rompiendo los remos y arrancando los timones. Escalaban hasta el puente y a unos los cogían y los tiraban y a otros los hacían retroceder; cuando se encontraban en igualdad numérica se [7] veían obligados a luchar. Los hombres de Antonio los echaban abajo con sus pértigas, los golpeaban con las hachas y les lanzaban las piedras y los proyectiles que tenían preparados. Rechazaban a quienes habían conseguido subir y luchaban contra quienes buscaban el combate cuerpo a cuerpo. Al ver lo que [8] estaba ocurriendo, y si se pudiera comparar lo pequeño con lo grande, aquellas naves parecían fortificaciones o un poblado archipiélago asediado desde el mar. Y así, unos intentaban subir a aquellos navíos como si estuvieran en tierra firme o sobre algún tipo de fortificación, y aplicaban con ahínco todos los medios que podían llevarlos a conseguir su objetivo; los otros los rechazaban recurriendo a todo cuanto en circunstancias similares se suele utilizar.

El combate se mantenía equilibrado. César, sin saber qué [34] hacer, mandó traer fuego desde el campamento 144 . Él no había querido utilizarlo antes porque pretendía salvar los tesoros del enemigo pero, cuando comprendió que iba ser imposible veneer de otra forma, recurrió al fuego como el único medio que podría darles la victoria. Y entonces comenzó una batalla diferente. [2] Los hombres de César, asediando desde todas las direcciones al mismo tiempo al enemigo, disparaban sobre aquellos barcos dardos incendiarios, les arrojaban antorchas cuando estaban más cerca y desde mayores distancias disparaban con sus catapultas ollas llenas de carbones y pez. Los soldados de Antonio [3] intentaban rechazar cada uno de esos proyectiles. Pero cuando uno de ellos prendía la madera, causaba inmediatamente un gran incendio. Al estar en un navío, recurrían en primer lugar al agua potable que llevaban embarcada y conseguían así apagar alguno de aquellos fuegos; pero cuando consumieron sus reservas de agua potable comenzaron a sacar agua del mar. [4] Y si hubiesen conseguido disponer de esta agua salada en abundancia y de manera continua, habrían conseguido, a la fuerza, dominar el fuego. Pero como eran absolutamente incapaces de hacerlo, puesto que no tenían muchos cubos grandes y los subían medio llenos puesto que estaban muy nerviosos, no sólo no obtuvieron provecho alguno de su esfuerzo sino que lograron avivar el fuego. El salitre del mar, si se vierte en pequeñas [5] cantidades sobre el fuego, hace que arda con mayor fuerza. Superados por aquellas circunstancias, arrojaron sobre el fuego sus mantos más gruesos y los cadáveres. Gracias a esto conseguían que el fuego disminuyera momentáneamente y parecía que, de alguna manera, remitían los incendios. Pero a continuación, y entre otras razones porque la brisa soplaba cada vez con mayor fuerza, el fuego volvía a avivarse alimentado por todo lo [6] que le habían echado. Y mientras que sólo ardía una parte del navío, algunos marineros continuaban haciéndole frente. Saltaban sobre las llamas y cortaban las partes que ardían y las tiraban. Unos las arrojaban al mar y otros las tiraban sobre los enemigos [7] con la esperanza de causarles algún daño. Los demás se iban a la parte del navío todavía intacta. Con los ganchos metálicos preparados para el abordaje y con las lanzas más largas trataban de arrimarse todo cuanto podían al navío enemigo para pasarse a él o, si no, al menos para que acabara ardiendo junto con su propio barco.

[35] Pero como ningún navío enemigo, guardándose de esa maniobra, se les acercaba y puesto que el fuego se extendía alrededor de los costados de los buques y descendía ya hasta las sentinas, los soldados de Antonio tuvieron que afrontar el más [2] cruel de los destinos. Algunos de ellos, especialmente los marineros, murieron a consecuencia del humo antes de que les alcanzaran las llamas; otros, en cambio, se asaron en medio del incendio como en un horno. También otros perecieron abrasados por sus propias corazas, que alcanzaron temperaturas muy altas. Antes de sufrir una muerte semejante y aun medio abrasados, [3] algunos se desembarazaron de su coraza pero entonces fueron alcanzados por los dardos que les disparaban desde la distancia. Otros se arrojaron al mar y se ahogaron; o se hundieron después de haber sido golpeados por sus enemigos, o fueron devorados por las bestias marinas. Sólo tuvieron un destino tolerable, [4] como suele suceder en tales circunstancias, quienes, antes de verse en tal trance, se dieron muerte entre ellos o se suicidaron. No sufrieron tormento alguno y sus cadáveres ardieron con sus naves, como en una pira funeraria 145 .

A la vista de aquello, los hombres de César, en un primer [5] momento, cesaron en sus ataques, aunque todavía algunos de sus enemigos eran capaces de defenderse. Pero cuando el fuego invadió las naves y aquellos hombres no podían socorrerse ni a ellos mismos y mucho menos causar algún daño a sus enemigos, se dieron prisa en acercarse a sus barcos por si podían salvar sus tesoros e intentaron apagar el fuego que ellos mismos habían provocado. Y así también perecieron muchos cesarianos, [6] víctimas de las llamas y de sus ansias de rapiña.


1 El término demokratía lo utiliza Dion para designar la libera respublica de Roma, aunque evidentemente no agotaba sus significados con esta ecuación que se enriquecía, en la mente del lector griego, con todos los valores de la filosofía politica. Véase el libro LII. M. L. FREYBURGER -GALLAND , Aspects du vocabulaire politique et institutionnel de Dion Cassius , París, 1997, págs. 116-117.

2 Con el nombre de César, que se ha mantenido en la traducción, Dion se refiere a Octavio quien, tras la adopción póstuma por el dictador, pasó a llamarse C. Julio César Octaviano: SUET ., Cés . 83, 2. No obstante, no utilizaba este último cognomen sino que prefería hacerse llamar con el recientemente adquirido. Que Dion asuma este nombre indica dos cosas: las fuentes favorables a Octavio a las que recurre y la aceptación de la legitimidad imperial nacida de Accio.

3 Sexto Pompeyo, quien tras ser derrotado en Nauloco huyó a Oriente, donde cayó en manos de Antonio y fue asesinado en el 35 a. C., D. C., XLIX 18.

4 Artavasdes de Armenia. Antonio creyó que lo había traicionado durante la campaña contra los partos del 36 a. C. Desfiló encadenado en el triunfo ce-lebrado en Alejandría en el 34 a. C.

5 Son los pueblos que habitaban Iliria y Dalmacia, pacificados por Octavio durante sus campañas de los años 35 y 34 a. C., D. C., XLIX 34.

6 El rey Fraates IV. D. C. XLIX 23, 3.

7 M. Emilio Lépido fue privado de su mando, de sus provincias. África, y de su ejército, en el 36 a. C. por Octavio. D. C. XLIX 12. No obstante, conservó la vida y el Pontificado Máximo hasta el 12 a. C.

8 En el acuerdo de Brindisi se estableció que Italia sería responsabilidad común de Antonio y Octavio, por lo que ambos podrían reclutar legionarios en la peninsula. De hecho, Italia era el principal vivero de legionarios porque todos sus habitantes poseían la ciudadanía romana.

9 Egipto era un reino independiente y no una provincia de Roma. Para una visión de Cleopatra como reina de Egipto: J. TYLDESLEY , Cleopatra , Madrid, 2008.

10 Las «donaciones» de Alejandría.

11 Cesarión era el hijo de Julio César y Cleopatra. Recibió el nombre de Ptolomeo XV como heredero del reino materno. Augusto negaba la paternidad de César para reivindicar en exclusiva la herencia del dictador. H. HEINEN , «Caesar und Kaisarion», Historia 18 (1969), 181-203.

12 Los motivos y los medios de la propaganda han sido estudiados por K. SCOTT , «The political propaganda of 44-30 B.C.», Mem. Amer. Acad. Rome 11 (1933), 7-49.

13 Año 32 a. C. Gneo Domicio Ahenobarbo era hijo del cónsul del 54 a. C., partidario de Pompeyo, y nieto de Catón. De firmes convicciones republicanas, tras ser proscrito fue rehabilitado por Antonio en Brindisi. C. Sosio gobernó Siria desde el 38 al 36 y dirigió la guerra contra los judíos. En Roma levantó un templo a Apolo que llevó su nombre.

14 El 32 a. C. planteaba un grave problema legal y político a Octavio y a C. Antonio: el final de sus poderes triunvirales. Estos les habían sido concedidos por la ley Ticia de noviembre del 43. Los primeros cinco años —y un mes— se cumplieron el 31 de diciembre del 38. Pero el triunvirato no se renovó hasta el acuerdo de Tarento, en el verano del 37, que establecía un nuevo plazo de cinco años a comenzar, con carácter retroactivo, el 1 de enero del 37 y terminaba el 31 de diciembre del 33. Así lo reconoce el propio Augusto: Res Gestae VII I, SUET ., Aug . 27, I. Por lo tanto, y a la espera del año 31, en el que los debían asumir el consulado. ambos quedaban como particulares bajo la autoridad de unos cónsules partidarios de Antonio. V. FADINGER , Die Begründung des Prinzipats , Berlin, 1969, págs. 98-133. E. GABBA , «La data finale del secondo triumvirato», Riv. Fil. Istr. Class . 98 (1970), 5-16.

15 Las acusaciones tenían como objetivo que Octavio depusiera. efectivamente, sus poderes triunvirales. Posiblemente la fecha de principios de año está equivocada puesto que Sosio asumió las fasces el 1 de febrero. E. W, GRAY , «The crisis in Rome at the beginning of 32 B. C.», Proceed. Afr. Class. Ass . 13 (1975), 15-29.

16 Partidario de Octavio. Parecía que las instituciones republicanas volvían a funcionar.

17 La acción de Octavio, apoyada por la fuerza, era la reivindicación de legitimidad para sus poderes triunvirales que le otorgaban una posición superior a la de los cónsules.

18 No es posible establecer el número con precisión pero, puesto que el Senado cesariano rondaba los mil miembros y Augusto proclama en Res Gestae XXV que setecientos estuvieron a su lado. R. SYME , La revolución romana , Madrid, 1989, pág. 352, propuso que fueron unos trescientos los que marcharon con Antonio. SUET ., Aug . 17 y 37. Los cónsules huidos fueron sustituidos por partidarios de Octavio: L. Comelio Cina y M. Valerio Mesala. Este últimoes una persona distinta que el cónsul del año siguiente: M. Valerio Mesala Corvino.

19 M. Ticio fue el asesino de Sexto Pompeyo. Sirvió a Antonio en la campaña pártica y gobemó Siria. Su deserción se recompensó con el consulado en el 31 a. C.

20 Lucio Munacio Planco, tío del anterior, se alió con Antonio en fecha temprana, el año 43. y prestó servicio como gobernador de Asia. Ya en el bando del vencedor él fue quien propuso el título de Augusto. SUET ., Aug . 7, 2.

21 Posiblemente la notificación del repudio se hizo desde Atenas a principios del verano del 32: Eus., Crón . II 140. PLUT ., Ant . LVII.

22 PLUT ., Ant . LVIII, [4] cree que fue el desacuerdo sobre la posición de Cleopatra lo que los llevó a la derserción. VELL . PAT ., II 83, cree en cambio que fue el descubrimiento de sus abusos financieros lo que los obligó a huir.

23 El testamento se había depositado ante las Vestales. PLUT ., Ant . LVIII, 4. F. DUMONT , «Le testament d’Antoine», Mélanges H. Levy-Bruhl . París, 1959, págs. 85-104.

24 La acción de Octavio no sólo era ilegal sino que se realizó en tales condiciones —él sólo entró a leer el documento, PLUT ., Ant . LVIII— que fue imposible comprobar la veracidad de sus noticias. Así la investigación hoy sigue manteniendo posiciones divergentes. J. CROOK , «A legal point about Mark Antony’s will». Jour. Rom. Stud . 47 (1957), 26-38, considera el contenido divulgado una falsificación. J. R. JOHNSON , «The authenticity and validity of Antony’s will», Ant. Class . 53 (1984), 494-503, cree, en cambio, en la veracidad de las noticias. Quizá lo sensato sea una postura intermedia, de forma que se admita que las disposiciones originales se alteraron a favor de la propaganda. F. A. SIRIANNI , «Was Antony’s will partially Forged?», Ant. Class . 53 (1984), 236-241.

25 De las tres disposiciones, las dos primeras ya eran públicas tras el triunfo celebrado en Alejandría: D. C., XLIX 41. Y la tercera tuvo que haber sido tomada con cierta antelación puesto que las obras de su mausoleo en Alejandría ya estaban muy avanzadas en el 31. Sin duda, esta voluntad de Antonio provocó que Augusto comenzara la construcción de su mausoleo en Roma lo más pronto posible, en el 28 a. C. SUET ., Aug . 100, 4.

26 La voluntad de Cleopatra de gobemar Roma se evidenciaba en uno de sus juramentos: D. C., L 5, 4. El traslado de la sede imperial: VELL . PAT ., II 82, 4. LIV ., Per . 132. HOR ., Od . I 37, 5-12. OVID ., Met . XV 826-828. P. CEAUSESCU , «Altera Roma. Histoire d’une folie politique», Historici 25 (1976), 79-108.

27 PLUT ., Ant . LIX, recuerda a Geminio, un amigo de Antonio, que marchó a su encuentro con la intención de hacerlo cambiar de opinión y conseguir un distanciamiento de Cleopatra, pero fracasó.

28 Antonio, como Octavio, había sido designado cónsul para el 31 a. C. Por esos otros poderes, Dion quizá piense en los triunvirales. PLUT ., Ant . LX.

29 No obstante, a comienzos del 31 sí fue declarado enemigo: APIANO , Gue. Civ . IV 193. SUET ., Aug . 17, 2.

30 De esta forma, la guerra fue declarada contra un enemigo exterior puesto que las guerras civiles habían sido declaradas ofícialmente terminadas tras la victoria de Nauloco. APIANO , Gue. Civ . IV 130.

31 Enio es la diosa griega de la guerra con la que se identificaba Belona, la diosa romana. El templo de Belona estaba situado fuera del pomerio, en el Campo de Marte. Allí se celebraba el ritual de los feciales.

32 Augusto fecial: Res Gestae VII. Los feciales formaban el colegio sacerdotal encargado de declarar la guerra y la paz conforme a derecho. El ritual de declaración de guerra, posiblemente de origen muy arcaico, se recreó para la ocasión. LIV ., I 24. J. BAYET , «Le rite du fécial», Mél. Éc. Fr. Rom . 52 (1935), 39-76. M. REINHOLD , «The declaration of war against Cleopatra», Class. Journ . 77 (1982), 97-103.

33 El gimnasiarca era el magistrado cívico encargado de dirigir y financiar las actividades del gimnasio. pilar fundamental de la educación y la identidad griega. La acusación pretendía demostrar la dejación de romanidad en la que Antonio había incurrido. Este puesto también lo desempeñó en Atenas: PLUT ., Ant . XXXIII 4.

34 Según JOSEF ., Ant. Jud . XV 217, no eran ciudadanos romanos sino soldados galos. SERV ., Com. En . VIII 696, afirma que la fuente de esta noticia era la propaganda de Octavio.

35 El praetorium romano que se confundía con el basíleion helenístico. Antonio vivía en el palacio de Cleopatra y por eso había instalado allí su cuartel general.

36 La espada curva oriental frente a la corta romana: era un mensaje dirigido a mermar la lealtad de los legionarios de Antonio.

37 Antonio, tras Filipos, empezó a ser saludado en Oriente como Nuevo Dioniso, favoreciendo su identificación con Alejandro. PLUT ., Ant . XXIV 5 y XXVI 5. La vinculación con Osiris se establece por el vínculo con Cleopatra-Isis. H. JEANMAIRE . «La politique religieuse d’Antoine et de Cléopatre», Rev. Arch . 19(1924), 241-261.

38 La identificación de Cleopatra con Isis y Selene-Artemis hacía referencia a la fertilidad, y no sólo en Egipto sino también en Asia, especialmente en Éfeso. Cleopatra también fue asociada a Afrodita. PLUT ., Ant . LIV 9. VELL . PAT ., II 89.

39 PROP ., III 11, 45-6. OVID ., Met . XV 825-6. FLOR ., II 21, 2. EUTR ., VII 7, 1.

40 VIRG ., En . VIII 675-688.

41 Bononia, la actual Bolonia, era una colonia fundada por Antonio y por eso fue excluida del juramento de fidelidad a Octavio. SUET ., Aug . 17, 2. E. GABBA , «Sulle colonie triumvirali di Antonio in Italia», Par. Pass . [8] (1953), 101-110. Octavio la refundó, Ins. Lat. Selec . 5674, y tras Accio expulsó a los colonos originarios.

42 Res Gestae XXV, 2: en esa lista no aparece el Ilírico.

43 Dependiente de Egipto por obra de Antonio, quien le entregó la provincia a Cleopatra.

44 Mauritania estaba dividida en dos reinos. Boco había sido reconocido como rey por Julio César y se alió con Octavio. Bogud, en cambio, era partidario de Antonio y salió de África para reunirse con él. Entonces su reino, la Mauritania Tingitana, fue ocupado por Boco, quien murió en el 33 a. C. Bogud mnurió en el 31 en un enfrentamiento con Agripa. ESTRAB ., VIII 4, 3.

45 PLUT ., Ant . LXI: Boco de Libia, Tarcondimotos de Cilicia, Arquelao de Capadocia, Filadelfo de Plafagonia, Mitrídates de Comágena, Sadalas de Tracia, Malco de Arabia, Herodes de Judea, Amintas de Galacia, Artavasdes de Media.

46 El juramento a favor de Antonio quizá se tomase en Samos. aprovechando la reunión de los reyes y representantes de las ciudades orientales. PLUT ., Ant . LVI 4-5. El juramento a favor de Octavio, quizá provocado por el oriental. tuvo mayor trascendencia pues sirvió para soslayar las dificultades legales que ofrecían los poderes de Octavio. Se constituyó en una fuente de legitimidad paralela a la de las instituciones cívicas. M. O. B. CASPARI , «On the luratio Italiae of 32 B. C.», Class. Quart . 5 (1911), 230-235. P. HERRMANN , Der römische Kaisereid , Gotinga, 1968, págs. 78-89.

47 Ya había hecho esta promesa en una ocasión anterior: D. C., XLIX 41, 6.

48 Es difícil establecer la cifra pero parece que Antonio disponía en aquel momento de unos cien mil infantes, frente a los ochenta mil de Octavio. y de unas quinientas naves. PLUT ., Ant . LXI.

49 Otra lista de presagios diferentes que, no obstante, apuntaban también a la derrota de Antonio: PLUT ., Ant . LX.

50 Ceres. Su templo más importante estaba situado en el Aventino y era compartido con Liber y Líbera.

51 En el Capitolio. El término Genio está transcrito del latín en el original griego.

52 Posiblemente, el teatro de Pompeyo.

53 El puente Sublicio, levantado por Anco Marcio y considerado sagrado. D. C., XXXVII 58, 3.

54 La posibilidad de la invasión de Italia fue más una fantasía muy difundida que una opción militar real. Las circunstancias políticas que rodeaban a Antonio la hacían imposible. LIV ., Per . 132; VELL . PAT ., II 82, 4; PLUT ., Ant . LVIII 1-3.

55 Los montes Ceraunos están situadas en Iliria, al noroeste del Epiro, y marcan el límite entre el Adriático y el Jónico. Panormo está situado entre ellos y la costa.

56 Antonio se vio obligado a dispersar sus fuerzas durante el invierno del 32-31 a. C., para asegurar la región y la rutas de aprovisionamiento orientales así como para facilitar el avituallamiento de sus tropas.

57 Personaje desconocido aunque, por lo que se dice a continuación, estuvo ligado a Lucio Antonio en la guerra de Perusia.

58 PLUT ., Ant . LXII 2-4.

59 La designación de los magistrados tuvo lugar en el 39 a. C., D. C., XL-VIII 35, 1. Era el término previsto para la restauración de la República. APIANO , Gue. Civ . V 313.

60 D. C., L 4, 3. No obstante, Antonio se siguió considerando cónsul: Brit. Mus. Coins II 531.

61 M. Valerio Mesala Corvino era hijo del cónsul del 61. En el 44 se alineó con los tiranicidas y fue proscrito. Recibió el perdón tras Filipos y militó con Antonio, al que abandonó en el 36 para pasarse a Octavio. Fue uno de los más activos propagandistas contra Antonio. A. VALVO , «M. Valerio Messalla Corvino negli studi piu recenti», Auf. Nied. Rom. Welt II 30, 3, Berlín, 1983, págs. 1.663-1.680.

62 Estos templos de Ceres y Spes estaban en el Foro Boario.

63 Las necesidades financieras de la guerra obligaron a imponer contribuciones desorbitadas. D. C., LI 3. 3. PLUT ., Ant . LVIII 1-2, quien sitúa esta decisión en el 32. R. T. RIDLEY , «The Economics of Civil War», Helikon 20-21 (1980-1981), págs. 39-40.

64 Metone, al suroeste del Peloponeso, era un puerto importante en las rutas de suministro para Antonio desde el Oriente.

65 Accio es el promontorio a la entrada del golfo de Ambracia. El conocimiento geográfico de Dion parece derivar, por su precisión, de la experiencia personal. Es posible que visitara la ciudad de Nicópolis en algún momento de su vida, quizá para asistir a los festivales que allí se organizaban en conmemoración de la batalla.

66 OROS ., VI 19, 7, afirma que fue Agripa quien tomó la isla.

67 Glykýs , puerto de la costa del Epiro en la desembocadura del río Aqueronte. Hoy es Fanfari.

68 El término griego es pístis , cuyo signifícado aquí ofrece algunas dificultades. No parece, tal y como señaló Boissevain, que pudiera traducirse por «confianza» en sus propias fuerzas, puesto que hubiese supuesto aceptar la batalla que se ofrecía. Por eso el editor proponía dos posibilidades: apistía o ou pístei , con el signifícado, en ambos casos, de «descontianza» de Antonio hacia sus tropas. Pero también podría mantenerse el texto con dos posibles significados: exceso de confianza o, mejor, «fidelidad», como se hace en la traducción, para indicar la lealtad de las tropas a Antonio puesto que la primera oferta era la de negociar.

69 El golfo de Ambracia estaba cerrado por dos promontorios. En el meridional, donde se encontraba el templo de Apolo, Antonio había instalado su campamento aprovechando el puerto. El promontorio septentrional es el que ahora ocupa Octavio y donde tras la victoria fundó la ciudad de Nicópolis.

70 Octavio no podía cruzar la boca del golfo de Ambracia que estaba bien fortificada por Antonio. Por eso tuvo que recurrir al puerto exterior de Comaro aunque ofrecía una protección insuficiente a la armada. Además de los muros que conectaban el puerto con el campamento, levantó también un malecón del que quedan todavía algunos testimonios.

71 Holkós es el nombre de la máquina.

72 El culto a Apolo en Accio tenía hondas raíces en el tiempo: F. SOKOLOWSKI , «From the History of the Worship of Apollo at Actium», Harv. Theol. Rev . 52 (1959), 215-221. No obstante, fue la victoria de Octavio, que se atribuyó a la intervención directa del dios, la que hizo del santuario uno de los templos más importantes del imperio. J. GAGÉ , Apollon romain , París. 1955.

73 Posiblemente se trataba de malaria, favorecida por el carácter pantanoso de la zona.

74 Había pasado el invierno en Patras, en el Peloponeso.

75 Dion es el único en ofrecer esta noticia. El campamento de Antonio quizá se ubicó en la colina de Smyrtoula.

76 Leucada es la isla situada al suroeste de Accio, a muy poca distancia. Su control se constituyó en una pieza fundamental para el cerco que Octavio, gracias a Agripa, estaba organizando sobre Antonio. VELL . PAT ., II 84. FLOR ., II 21, 5.

77 Ciudad fundamental en el plan de Antonio porque protegía el golfo de Corinto, vía fundamental hacia el Oriente. VELL . PAT ., II 84, 2.

78 Quinto Nasidio y su padre, Lucio, caballero romano, sirvieron ambos en las filas de Sexto Pompeyo. Quinto se enroló con Antonio en el 35 a. C.

79 Para PLUT ., Ant . LXVII 7, Corinto sólo cayó tras Accio. Quizá fuese posible suponer una recuperación temporal de la ciudad por el bando de Antonio.

80 Tito Estatilio Tauro era el segundo comandante de Octavio, por detrás de Agripa. Aunque había comenzado su carrera militar y política con Antonio, se había cambiado de bando para la guerra de Sicilia. Acompañó a Octavio en la guerra del Ilírico.

81 Deyotaro Filadelfo, nieto de Deyotaro de Galacia, había recibido el trono de Paflagonia de manos de Antonio. Fue el primero en desertar, aunque acompañado de Rumetalces de Tracia: PLUT ., Apot. Cés. Aug. 2 .

82 Gneo Domicio Ahenobarbo encamaba los valores republicanos, difícilmente compatibles con la influencia de Cleopatra sobre Antonio. Su nuevo cambio de bando suponía un duro golpe para Antonio, que perdía así a uno de los cónsules del año anterior.

83 Jámbilico I. rey de Emesa. R. D. SULLIVAN , «The Dynasty of Emesa», Auf. Nied.Rom. Welt II 8, Berlín, 1977, págs. 210-211.

84 Personaje desconocido.

85 Quinto Delio fue un miembro destacado del ámbito de Antonio y facilitó, en un primer momento, la relación con Cleopatra. Con el tiempo se fue distanciando hasta llegar a la deserción justo antes de la batalla. Dio a conocer a Octavio parte de los planes de huida de sus rivales. PLUT ., Ant . XXV 3 Y LIX 6-7.

86 Amintas había sido el secretario de Deyotaro de Galacia. Antonio lo convirtió en rey de Galacia y Licaonia.

87 La identificación de este Socio con C. Sosio ofrece una diticultad: Dion afirma que el protagonista de esta batalla murió durante la misma, mientras que C. Sosio. el cónsul antoniaño del 32 a. C., luchó en Accio y fue rehabilitado posteriormente por Octavio.

88 El nombre no está bien fijado en los manuscritos. En uno se lee Taresíou , lo que llevó a la identificación con L. Arruntio. uno de los jefes de la flota de Octavio. Boissevain se inclina por la otra lectura, Tarríou , que permitiría la identificación con L. Tario Rufo, gobernador de Macedonia hacia el 17-16 a. C. y cónsul sufecto en el 12 a. C.

89 Rey de una región de Cilicia. PLUT ., Ant . LI 2, lo incluye en la lista de aliados de Antonio.

90 Sobre la estrategia de los dos bandos en la batalla: J. KROMAYER , «Kleine Forschungen zur Geschichte des zweiten Triumvirats, VII: Der Feldzug von Actium und der sogennante Verrath der Cleopatra», Hermes 34 (1899), 1-54.

91 PLUT ., Ant . LXIII 3-5. Canidio Craso ofreció una tercera propuesta, distinta a la de luchar allí o huir a Egipto: retirarse a Tracia y Macedonia y luchar allí.

92 El teatro de Dioniso, a los pies de la Acrópolis. Estos mismos presagios en PLUT ., Ant . LX 7. En su lugar los atenienses levantaron más tarde una imagen de Agripa: Ins. Graec . II2 4.122.

93 PLUT.,Ant . LXIV 1.

94 Las fuentes que Dion utiliza para la reconstrucción, o quizá mejor invención, del discurso de Antonio son claramente favorables a Octavio. Así, por ejemplo, se recoge aquí uno de los tópicos de la propaganda rival: el carácter abigarrado del ejército de Antonio.

95 Antonio tenía cincuenta y un años.

96 Para la debilidad física de Octavio, que le acompañó toda su larga vida: SUET ., Aug . 59, 72, 81-82.

97 La propaganda contra Octavio pretendía que todas sus victorias eran obra de sus generales, especialmente de Agripa. SUET ., Aug . 16.

98 El ala de Octavio fue superada por las tropas de Bruto.

99 Las victorias de Milas y Nauloco: D. C., LIX [2] y 8.

100 D. C., LIX 12, 4-5. El argumento también fue utilizado por Octavio: Res Gestae XXV 1.

101 Evidentemente, Antonio nunca habría utilizado este nombre para Octavio.

102 Al día siguiente de Milas, cuando Octavio intentaba cruzar el estrecho de Mesina. D. C., XLIX 5. SUET ., Aug . 70.

103 Las fuerzas navales de Antonio eran superiores a las de Octavio aunque estaban en permanente disminución a causa de las derrotas parciales, las enfermedades que diezmaban a los marinos y las deserciones. La interpretación de las noticias conservadas está todavía en discusión. J. KROMAYER , «Die Entwickelung der römischen Flotte von Seeräuberkierge des Pompeius bis zur Schlacht von Actium», Philologus 56 (1897), 458-466, cree que Antonio sólo disponía de ciento setenta naves. W. W. TARN , «The Battle of Actium», Jour. Rom. Stud . 21 (1931), pág. 191, en cambio, las contabiliza, y posiblemente con razón, en cuatrocientas, incluidas las sesenta de Cleopatra. Ciento setenta sería el número de navíos bajo el mando directo de Antonio en el ala derecha de la formación.

104 La duda sobre la conveniencia de combatir en el mar se extendía por las filas de Antonio: PLUT ., Ant . LXIV.

105 Sobre el destino de los senadores y caballeros que militaron con Sexto: D. C., XLIX 12, 4. En cambio, no hay ninguna otra noticia de la persecución de los partidarios de Lépido.

106 Lépido fue privado de sus poderes triunvirales y de sus provincias africanas aunque mantuvo el Pontificado Máximo hasta su muerte. D. C., XLIX 11-12. SUET .,Aug . 16.

107 D. C., L 10, 4-5.

107b Parece tratarse de una repetición de la frase anterior y posterior.

108 Las decisiones contra Antonio se tomaron en el Senado, durante unas sesiones que Antonio se niega a reconocer como legítimas porque los cónsules que debían convocarlas habían huido a su encuentro.

109 El término griego es mónarchos , que sólo utiliza Dion en dos ocasiones, para referirse a los poderes otorgados a Julio César, D. C., XLIII 45, 1, y aquí. El término es para Dion peyorativo por lo que se ha traducido aquí por tirano. M. L. FREYBURGER -GALLAND , Aspects du vocabulaire politique ..., pág. 138.

110 Parece referirse a los aliados orientales, contra los que formalmente se había declarado la guerra.

111 Ambos bandos se acusaban mutuamente de querer imponer un gobiemo tiránico eliminando la libertad propia de la República: Res Gestae I 1.

112 Parece referirse a los juramentos de restaurar la República: D. C., L 7.

113 Para las diversas naves de Antonio: D. C., LI 1, 2.

114 Sobre las pretensiones ecuménicas del imperio con Augusto: J. M. CORTÉS COPETE , «Ecúmene, imperio y sofística», Stud. Hist. Hist. Ant . 26 (2008), 131-148.

115 Los reyes helenísticos derrotados por Roma a lo largo de los siglos III y II a. C.

116 Destruidas por Escipión Emiliano en el 133 y el 146 a. C.

117 Tribus bárbaras derrotadas por Mario en el 102 y el 101 a. C.

118 Se refiere a los veteraños de César que sirvieron en Galia, Germania y Britania a las órdenes del dictador y luego combatieron con Octavio en Iliria. Agripa también cruzó el Rin en el 38 a. C., D. C., XLVIII 49, 3.

119 El desprecio hacia los egipcios, arraigado entre los romanos, era muy intenso en Dion. M. REINHOLD . «Roman Attitudes towards Egyptians», Anc. World [ 3] (1980), 97-103.

120 D. C., L 5, 1.

121 En el 44 y en el 34 a. C., Octavio no cuenta, evidentemente, el consulado del 31 a. C.

122 En cuatro ocasiones recibió la aclamación imperial, propia de los generales victoriosos.

123 Una referencia a las donaciones de Alejandría: D. C., XLIX 41, 1-3.

124 Tryphé es el término que se utiliza aprovechando todas sus connotaciones peyorativas: molicie, afeminamiento, insolencia... Pero para los reyes helenísticos podía tener un valor positivo al referirse a la superioridad y, por lo tanto, al exceso de su positión. A. PASSERINI , «La tryphé nella storiografia ellenistica», Stud. Fil. lnstr. Class . 11 (1934), 35-56.

125 La creencia de que Antonio había dejado de ser dueño de su propia voluntad a causa de las malas artes de Cleopatra es una idea de la propaganda de Octavio que Dion asume en diversos pasajes: D. C., XLIX 33, 4; L 5, 1; LI 9, 5. Y no sólo Dion: HOR ., Od . I 37, 21.

126 El nombre de los servidores de Serapis.

127 D. C., L 5, 1.

128 Canopo es una pedanía de Alejandría que sufría la mala reputación de ser un lugar de depravación. ESTRAB ., XVII 1, 17. PROP ., El. III 39. PLUT ., Ant . XXIX 7.

129 En el 43 a. C. Antonio fue derrotado en Mutina, la moderna Módena. D. C., XLVI 38, 4-7.

130 Una nueva referencia a Filipos.

131 Antonio fue obligado a levantar el asedio de la capital de Media, Praaspas, y a retirarse sufriendo graves pérdidas. D. C., XLIX 23-33.

132 Una danza lasciva.

133 D. C., XLIX 39; L 1, 4.

134 Recuerda un aconlecimiento del 44 a. C., cuando dos legiones venidas de Oriente para unirse a Antonio que luchaba contra Bruto en Galia desertaron y se pasaron a Octavio. D. C., XLV 12-13.

135 Hace una lista de los romanos vencedores de reyes orientales —Antíoco III, Mitrídates, Tigranes, Farnaces— para terminar orientalizando también a los defensores de la República: Bruto y Casio.

136 Antonio había acuñado monedas romanas con su retrato y el de Cleopatra, visualización de esta equiparación inaceptable para los romanos, tanto por su condición de extranjera como de mujer. M. H. CRAWFORD , Roman Republican Coinage . Cambridge, 1976, nº 543.

137 La palabra kopría tiene dos significados que, sin duda, Octavio quiere mezclar aquí: «basura» y «bufón», sentido último que pasará al latino copreae .

138 El hecho de que los barcos de Antonio hubiesen sido equipados con sus velas se considera la prueba fundamental de que sus intenciones eran romper el contacto con el enemigo y huir. No obstante, todos los navíos embarcaban siempre al menos una vela para las batallas.

139 Ningún otro relato de la batalla recuerda esta tormenta que parece una invención retórica de Dion. PLUT ., Ant . LXV informa de un fuerte viento que impidió el combate durante los tres días previos a la batalla. Sería, por lo tanto, un factor que afectó a ambos por igual.

140 Estas naves de enlace, llamadas en latín liburnae , eran barcos de dos órdenes de remos destinados a mantener las comunicaciones durante la batalla. S. PANCIERA , «Liburna». Epigraphica 18 (1956), 130-156.

141 Antonio aplicaba una norma básica de la guerra naval: cerrar filas en caso de inferioridad numérica. PLUT ., Ant . LXV.

142 Para PLUT ., Ant . LXV 5. fue el ala izquierda de Antonio, la mandada por Celio. la que inició el combate. Enfrente tenía a Octavio. Antonio mandaba su ala derecha trente al ala izquierda rival comandada por Agripa.

143 Son las tropas legionarias y auxiliares comandadas por Estatilio Tauro para Octavio y Canidio Craso para Antonio. PLUT., Ant . LXV 3.

144 Las consecuencias trágicas del uso del fuego como arma que a continuación se narran parecen, de nuevo, invención retórica de Dion. De hecho, Plutarco no dice nada de este asunto. No obstante, los poetas de Augusto sí lo recuerdan: HOR ., Od . I 37, 12-13. VIRG ., En . VIII 696. W. W. TARN , «The Battle of Actium», págs. 183-184.

145 Las cifras de bajas conocidas no hablan de una carnicería. PLUT ., Ant . LXVIII 1, que dice citar al propio Augusto, recuerda cinco mil muertos y trescientas naves capturadas, indicio de que el fuego no afectó sino a una mínima parte de los navíos de Antonio. Augusto, en Res Gestae III, cifra en seiscientas las naves mayores capturadas, cifra a la que habría que sumar un número indeterminado de otros navíos menores, aunque posiblemente se refiere a la totalidad de naves capturadas a lo largo de su vida. Los cálculos de W. W. TARN , «The Batttle of Actium...», págs. 178-179, le llevan a concluir que fueron hundidos unos quince navíos de Antonio.

Historia romana. Libros L-LX

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