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Prefacio

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El ambicioso Proyecto Cerebro Humano (Human Brain Project, HBP) se fundó en 2005, sorprendiendo a la comunidad científica y a la opinión pública internacional. Su objetivo era recrear un cerebro humano completo desde un ordenador, con circuitos electrónicos que fueran capaces de imitar a la perfección las redes neuronales del cerebro, sinapsis artificiales y una majestuosa capacidad de procesamiento y de transformación de la información en conocimiento. El director de dicho proyecto europeo, confirmó que el único problema era la financiación, y que si llegaban a contar con ella, en torno al 2020 estarían en disposición de presentar a la humanidad, un cerebro humano artificial dentro de un ordenador que podría hablar y comportarse de forma indistinta a cualquier ser humano. Supondría el nacimiento de la IA autoconsciente, el esperado Frankenstein, hacer realidad el hecho de convertirnos en dioses, hacedores de vida, o incluso en algo mejor: arrebatar a Dios su función más apreciada, creando un ser que existiera por sí mismo, con la facultad de pensar y de sentir.

Contra todo pronóstico, en 2013 la Unión Europea les concedió un crédito de más de mil millones de euros para el avance de sus investigaciones.

Unos pocos años después, a principios de 2016 nace Sophie (o mejor dicho, es activada), un robot humanoide social, de la mano de la empresa Hanson Robotics con sede en Hong Kong, que, ante su asombrosa capacidad de razonamiento y empatía, recibirá la nacionalidad en Arabia Saudita, como cualquier ser humano, con los mismos derechos y responsabilidades; tal vez, un acto de frivolidad sin precedentes.

Vamos a imaginar que los objetivos del HBP se cumplen según estimaban los neurocientíficos en sus fases iniciales

El último de la fiesta

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