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PARTE UNO
Capítulo 6

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5:10 a.m.

En el interior de una furgoneta

Eldrick estaba enfermo.

Se sentó en el asiento trasero de pasajeros de la furgoneta, rodillas abrazadas, preguntándose en qué se había metido. Había visto algunas cosas malas en la cárcel pero nada como esto.

Frente a él, Ezatullah estaba hablando por teléfono, gritando algo en persa. Ezatullah había estado haciendo llamadas durante horas. Sus palabras no significan nada para Eldrick. Todo sonaba un galimatías. La cosa era así, Ezatullah se había entrenado en Londres como ingeniero químico pero, en vez de conseguir un trabajo, había ido a la guerra. Unos 30 y pocos, una gran cicatriz en una mejilla y, según cuenta, había librado la yihad en media docena de países; y había llegado a Estados Unidos a hacer lo mismo.

Gritaba por teléfono una y otra vez antes de poderse comunicar. Cuando finalmente pudo hablar con alguien, se lanzó a la primera de varias discusiones. Después de unos minutos, se calmó y escuchó. Luego colgó.

Eldrick tenía la cara enrojecida. Tenía fiebre. Podía sentir cómo lo quemaba por todo el cuerpo. Su corazón estaba acelerado. No había vomitado pero sentía que lo iba a hacer. Habían esperado en el punto de encuentro en la costa sur del Bronx por más de dos horas. Se suponía que iba a ser algo simple. Robar los materiales, conducir la furgoneta diez minutos, reunirse con los contactos y alejarse. Sin embargo, los contactos nunca aparecieron.

Ahora estaban… en alguna parte. Eldrick no lo sabía. Se desvaneció por un tiempo. Se despertó de nuevo pero todo parecía un sueño confuso. Estaban en la carretera. Momo estaba conduciendo por lo que él debía saber a dónde iban. Momo, un experto en tecnología flaco sin tono muscular, daba justo para el papel. Era tan joven que la suave piel de su rostro no tenía una sola línea. Parecía que no podía dejarse crecer la barba ni aunque el mismísimo Alá dependiera de ello.

"Tenemos nuevas instrucciones", dijo Ezatullah.

Eldrick gimió, deseando estar muerto. No sabía que era posible sentirse así de enfermo.

"Tengo que salir de esta furgoneta", dijo Eldrick.

"¡Cállate, Abdul!".

Eldrick lo había olvidado: su nombre era Abdul Malik ahora. Era raro oír ser llamado Abdul, él, Eldrick, un hombre orgullosamente negro, un americano orgulloso la mayor parte de su vida. Sintiéndose tan enfermo como se sentía ahora, deseó no haberlo cambiado nunca. El convertirse en prisión había sido la cosa más tonta que jamás había hecho.

Toda esa mierda estaba en la parte de atrás. Había una gran cantidad de ella, en todo tipo de bidones y cajas. Un poco se había chorreado para afuera y ahora los estaba matando. Ya había matado a Bibi. El imbécil había abierto un bidón cuando todavía estaban en la bóveda. Era inmensamente fuerte y arrancó la tapa. ¿Por qué hizo eso? Eldrick lo veía en su mente sosteniendo el bidón en el aire. "No hay nada aquí", había dicho. Entonces lo acercó a su nariz.

Un minuto después, empezó a toser. Simplemente se dejó caer de rodillas. Luego estaba en cuatro patas tosiendo. "Tengo algo en mis pulmones", dijo. "No puedo sacarlo". Empezó faltarle el aire. El sonido era horrible.

Ezatullah se acercó y le disparó en la parte posterior de la cabeza.

"Créeme, le hice un favor", había dicho.

Ahora, la furgoneta estaba pasando por un túnel. El túnel era largo y estrecho y oscuro con luces de color naranja zumbando por encima ellos. Eldrick se mareaba con las luces.

"¡Tengo que salir de esta furgoneta!", gritaba. "¡Tengo que salir de esta furgoneta! Tengo que…".

Ezatullah se dio la vuelta. Su arma estaba desenfundada. La apuntó a la cabeza de Eldrick.

"¡Silencio! Estoy al teléfono".

La cara partida de Ezatullah estaba enrojecida. Estaba sudando.

"¿Me vas a matar como lo hiciste con Bibi?".

"Ibrahim era mi amigo", dijo Ezatullah. "Lo maté por piedad. Voy a matarte sólo para hacerte callar". Apretó el cañón de la pistola sobre la frente de Eldrick.

"Dispárame. No me importa". Eldrick cerró los ojos.

Cuando los abrió de nuevo, Ezatullah ya se había dado vuelta. Todavía estaban en el túnel. Las luces eran demasiado. Una repentina ola de náuseas atravesó a Eldrick y un gran espasmo se apoderó de su cuerpo. Su estómago se apretó y sintió un gusto ácido en la garganta. Se inclinó y vomitó en el suelo entre sus zapatos.

Pasaron unos segundos. El hedor flotaba hasta su cara y se estremeció de nuevo.

Oh Dios, rogó en silencio. Por favor, déjame morir.

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