Читать книгу Los gendarmes de Dios - Doménico Mantuano - Страница 4
ОглавлениеLa política nunca le fue ajena a la Iglesia Católica; muy por el contrario, intrigas de palacio, pujas por territorios o riquezas y ejércitos combatiendo con el estandarte papal son una parte sustancial de la historia de los herederos de Pedro.
Más acá en el tiempo, la cohabitación con dictaduras de todo cariz y la sagrada bendición a los fusiles también son un eslabón de su historia; tanto como la opción por los pobres, los innumerables curas mártires de tiranos impiadosos, y papados ilustres como el de Juan XXIII o el brevísimo de Juan Pablo I.
En la Iglesia Católica, como en cualquier otra sociedad del mundo, cabe de todo, lo bueno y lo malo, aunque esto último suela ejercerse en nombre de Dios.
Desde Torquemada (alumbrado por las hogueras de la Inquisición) hasta Tomás Moro o Giordano Bruno, la Iglesia ha visto pasar por su seno todo tipo de hombres y de movimientos que se adjudicaban ser los portadores de la verdad de Cristo, en cuyo nombre a menudo se combatió a la ciencia, al progreso, a la libertad y a la igualdad (de género, fundamentalmente). Aunque también en su nombre se enfrentaron tiranías, se curó, se educó, se sanaron llagas...
En los años 30 del siglo XX, la España, que a lo largo de su historia había parido a Santiago Apóstol y a reyes brillantes, que había ensanchado geográficamente el mundo conocido y se había estrechado por la intolerancia, que había logrado una unidad monolítica siglos antes con los Reyes Católicos, puso en controversia dos pilares que desde el siglo XV parecían inquebrantables: la Monarquía y la Iglesia Católica.
La Segunda República llegó para proponer nuevos valores sociales, políticos, económicos y religiosos a una atávica España que, sin dudas, carecía aún de la capacidad para digerir esa novedad. Se desató entonces la consabida reacción, la Guerra Civil y una larga noche de cuarenta años que el mundo conoció como “franquismo”.
En dichas circunstancias, un oscuro sacerdote de Aragón, deseoso de pertenecer a la aristocracia y de erigirse en un profeta del siglo XX, logró desarrollar una organización religiosa a la que designó ampulosamente como la Obra de Dios, Opus Dei, en latín, porque, según él, habría sido el propio Dios quien le reclamara lanzarse a tamaña misión.
Este líder se diferenciaba de muchos otros que crearon reglas de clausura u órdenes misionales. José María Escrivá poco tenía de anacoreta y mucho de mundano; nada de místico retirado y mucho de hombre de acción deseoso de emprender lides concretas en medio de la sociedad.
Escrivá valoraba por sobre todo el poder como herramienta “evangelizadora”. El poder político y, por supuesto, el poder económico. Así reclutó laicos deseosos de ganar la santidad en la tierra, impuso un severo integrismo católico junto con reglas profundamente restrictivas, y (más duro que Ignacio de Loyola) dotó a la Obra que Dios le había pedido de un rígido hermetismo respecto de su organización y de sus actividades, tanto como de una disciplina digna de un ejército prusiano.
Con el tiempo, el Opus Dei, que se desarrollaría funcionando como una mezcla de secta exclusivista y una multinacional de negocios, siempre mejor protegida al cobijo de regímenes reaccionarios que en sociedades abiertas, terminaría ocupando un lugar de privilegio en las decisiones vaticanas y en la propia organización interna de la Iglesia Católica.
Con el beneficio de la “prelatura personal”, o sea, sin tener que depender de obispo alguno, la Obra tiene a su propio Prelado, forma y unge sacerdotes por su cuenta, dispone de una cantidad de empresas, bancos, universidades y cuenta con recursos económicos que, al día de hoy, resultan incalculables. Sólo su sede en Nueva York, por ejemplo, está valuada en 42 millones de dólares.
Sin embargo, no es su abrumador poderío económico lo que suele sobresaltar a los sectores más prevenidos de la Iglesia. El Opus ha apoyado y financiado dictaduras y gobiernos de derecha y ultraderecha cada vez que tuvo la oportunidad de hacerlo. Su organización interna exige entrega y sumisión total a sus miembros superiores, al punto que cuenta con “sirvientas” dedicadas, exclusivamente, a cuidar y atender las necesidades de los miembros más poderosos.
Desentrañar su historia, su participación en el mundo de los negocios y la política, supone no solamente conocer al Opus Dei como organización autónoma, sino echar luz sobre el muchas veces oscuro entramado de la política, las relaciones internacionales y la globalización económica.
También, sobre los pliegues de una de las instituciones más antiguas que existen sobre la tierra: la Iglesia Católica.