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MEMORIAS DE LA CASA DE LOS MUERTOS (1861)

LA MUERTE DE MIJAÍLOV

Yo no conocía mucho a Mijaílov. Tenía, como mucho, veinticuatro años. Era alto, delgado y de rostro muy bello. (...) Era extrañamente taciturno, pero dulce y triste. Era como si en el penal se hubiera disecado; así lo comentaban los presos, que tenían un gran recuerdo de Mijaílov. El sol enviaba sus oblicuos y vivos rayos a través de los cristales de la sala, empañados y con un tinte verdoso. Un gran halo de luz iluminaba ahora a aquel desgraciado, que apenas sentía ya nada y moría después de una prolongada agonía.

Desde por la mañana se empañaron sus hermosos ojos y ya no reconocía a quienes se acercaban a él. Respiraba lentamente, de forma sufrida, interrumpida. De vez en cuando levantaba el pecho con violencia, como si buscase más aire.

Tiró al suelo las ropas de cama. Intentó arrancarse la camisa, que le suponía un peso insoportable. Sus compañeros se la quitaron. Daba pena ver aquel cuerpo tan largo, con las manos y las piernas descarnadas, el vientre hundido y el pecho erguido, con las costillas salientes, como un esqueleto. Sobre ese esqueleto quedaba únicamente una cruz y las cadenas de las que podría haberse librado, tan delgadas eran las piernas.

Quince minutos antes de la muerte de Mijaílov cesó cualquier ruido en la sala del hospital. Los demás reclusos enfermos hablaban en voz baja, andaban de puntillas, con cautela, para no romper el silencio lúgubre, sepulcral. (...)

Finalmente, Mijaílov tocó con mano llena de temblor, insegura, la cruz que tenía en el pecho, con el ademán de quitársela, de tanto como le pesaba. Se la quitaron, y diez minutos después había muerto ese infeliz penado. De inmediato, sus compañeros dieron unos toques en la puerta para avisar al centinela. Poco después entró un vigilante que miró distraídamente al muerto y después fue a llamar al practicante. (...)

Uno de los presos dijo en voz muy baja que habría que cerrar los ojos del muerto. Otro, de seguido, se aproximó a Mijaílov, le cerró los ojos y, viendo que en la almohada había quedado la cruz, la tomó con veneración, la besó y la puso de nuevo sobre el pecho del joven muerto.

Llegó el suboficial de guardia, junto a dos soldados. Fue lentamente hacia el lecho mortuorio, mirando de reojo a los presos, que también lo miraban tristemente. A dos pasos del muerto, el suboficial se paró de pronto, muy impresionado. Aquel cuerpo desnudo y como seco, cargado de cadenas, le afectó hondamente y se descubrió haciendo la señal de la cruz. Era de rostro serio, la cabeza entrecana, un soldado con muchos años de servicio. Junto a él estaba el preso Chekúnov, de cabello gris también, y le miraba con fijeza siguiendo todo lo que hacía. Se cruzaron sus miradas. Vi cómo Chekúnov temblaba y se mordía el labio superior. Rechinó los dientes y señalando a Mihaílov dijo:

—También él tenía madre. Unas palabras que me llegaron al alma.

(II parte, cap. 1)

DIGNIDAD DE CADA SER HUMANO

El hombre, por bajo que haya caído, exige de inmediato el respeto debido a su dignidad. El recluso sabe muy bien que lo es, que es un maldito, sabe la distancia que lo separa de sus superiores, pero ni esa lacra, ni las cadenas, ni la prisión le harán olvidar que es un hombre. Es necesario, por tanto, tratarlo humanamente. Un trato de dignidad puede salvar al hombre más envilecido.

(I parte, cap. 8)

INDIGNIDAD DE LA TORTURA

El derecho que se concede a un hombre para infligir castigos corporales a otro es una de las peores lacras de nuestra sociedad. Es el medio más expedito para extinguir el amor al prójimo. Ese derecho lleva ya en sí mismo una descomposición social inevitable e inminente.

(II parte, cap. 3)

TRABAJO Y PROPIEDAD

El hombre no puede vivir sin trabajo y sin propiedad legal y ordinaria; si no es así, se pervierte y se hace una fiera.

(I parte, cap. 1)

BORRACHOS[1]

El pueblo ruso siente algo así como simpatía hacia los borrachos; y entre los presidiarios la embriaguez era un mérito, un toque de clase.

(I parte, cap. 3)

APRENDER DEL PUEBLO

El rasgo más propio de nuestro pueblo es la conciencia y la sed de justicia. No hay en él esa espúrea dignidad y ese orgullo necio de querer llenar los primeros puestos. Si quitáis de la gente del pueblo la basta corteza que la cubre, descubriréis, si miráis sin prejuicios y con atención, cualidades insólitas. No es mucho lo que quienes se la dan de sabios tienen que enseñar a nuestro pueblo; es más, tendrían ellos que aprender del pueblo.

(I parte, cap. 11)

REALIDAD FRAGMENTADA

La realidad es tan infinitamente variada que escapa a las deducciones más ingeniosas del entendimiento abstracto. La realidad no soporta clasificaciones nítidas y precisas. La realidad tiende siempre a la fragmentación, a una variedad sin límites.

(II parte, cap. 6)

[1] El notable consumo de vodka viene de muy antiguo y sigue en la actualidad. Rusia, junto con Bielorrusia y Moldavia (durante mucho tiempo parte del Imperio ruso o de la URSS) está entre los cuatro países, en el mundo, que más alcohol consumen.

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