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PRÓLOGO

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Llamadme Eber*.

Sí, me llamo así, Eber. Es mi nombre real. Como curiosidad te diré que es de origen bíblico ya que mis padres tuvieron la graciosa idea de buscar en la Biblia un nombre «diferente» y encontraron, entre otras opciones todavía más extravagantes, a un posible descendiente de Noé que parece que debió participar en la construcción de la Torre de Babel, así que tampoco parece que hiciera nada especial. Las otras opciones de nombres eran terribles así que al final no voy a quejarme mucho. Quede claro de una vez por todas que Eber no es una cosa que «mola mucho» ni un «mote chulo», porque si te parece divertido o bonito, si te parece cool y original, prueba a reservar en un restaurante a ese nombre o simplemente preséntate por teléfono y veamos qué te responden o anotan, Eduardo, Elber, Elmer, Feber, Ever, Guever, Carber, Lever, Sever, Ander, Eder, Ener, y podría seguir hasta acabar el libro. Pero quiero que sepas que el nombre es accidente y no esencia, así que dejémoslo correr reconociendo que apenas lo he sufrido en mis años jóvenes (y no tan jóvenes), con sus interpretaciones y traducciones varias.

Soy un ex empleado de Banco Santander, profesor en varias escuelas de negocios, ex alumno del Instituto de Empresa y del IESE, esponja de conocimiento, profesional curioso, divulgador y contador de historias divertidas. Tengo una Vespa, soy ambidiestro, me encanta mi vida con mi mujer y mis sobrinos, me gustan el baloncesto, el café y la huerta y soy más de playa que de montaña. Ya me conoces casi mejor que mucha gente.

A los veinte años tuve una experiencia demasiado cercana a la muerte para esa edad. Recuerdo que era a principios de octubre, aunque por algún motivo no soy capaz de recordar el día concreto. Solo sé que escuché el silbido de la guadaña muy cerca. Fue cara o cruz. Nos presentaron de pasada pero se fue sin decir adiós. No fue una experiencia en el sentido de estar medio muerto, perder la consciencia, caminar hacia la luz o hablar con tus abuelos muertos mientras estás en coma ni nada parecido. Tuve la enorme suerte de que un amigo mío se muriera de un infarto fulminante a metro y medio de distancia mientras caminábamos juntos hacia su coche por la calle San Martín de San Sebastián, justo a la altura del pub Molly Malone. Me imagino que habrás vuelto a leer lo anterior. Sí, he puesto suerte. Después de mucho reflexionar sobre lo ocurrido lo tengo claro: sin quererlo él me hizo el regalo más preciado que alguien le puede hacer a otra persona: me regaló su tiempo en la Tierra haciendo que el mío fuera mucho más consciente y valioso desde entonces. Me abrió los ojos a la vida de golpe. Vida y muerte unidas desde el principio. Me enseñó que todos vamos a morir.

*Homenaje a Moby Dick, uno de los libros que todo el mundo dice haberse leído. Si no te suena el homenaje formas parte del club «Sí claro, me lo he leído».


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