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3. Un reguero de atracos y asesinatos en Miami

En mi primer día de trabajo en Miami, el 15 de abril de 1985, Liz me llevó a la zona de la Brigada c-1 de Atracos a Bancos de Miami, donde me presenté ante el supervisor Gordon McNeill. Este me llevó donde se reunían los miembros de la brigada y me presentó a los agentes que entonces estaban ahí. Había quince tipos en la brigada, y yo sería el número dieciséis. La brigada contaba con algunos de los agentes más talentosos y experimentados de la oficina. Era el grupo de agentes más trabajador e implacable que uno podía reunir en una sola habitación. Trabajaban duro y se divertían aún más, realizando misiones peligrosas que podían tornarse mortales en un abrir y cerrar de ojos. Llegaría a respetarles, temerles y quererles como si fuesen hermanos míos.

Nuestra área de influencia en Miami iba de Fort Pierce al norte, a Key West en el sur, y a Naples al oeste. Durante el año que transcurrió de abril de 1985 a abril de 1986, hubo un atraco a un banco o a una furgoneta blindada cada día en el área de Miami. A veces llegaba a haber hasta cinco atracos en un mismo día. En esa época, la Brigada c-1 estaba investigando a las tres principales bandas «organizadas» dedicadas a este tipo de atracos. Las llamábamos «la banda negra», la «banda cubana» y la «banda desconocida».

La «banda desconocida» estaba compuesta por dos varones, por lo que eran un dúo, no una banda. Más adelante les identificaríamos como Michael Lee Platt y William Russell Matix, ambos veteranos de guerra que se conocieron cuando eran agentes de policía militares en Fort Campbell, Kentucky. Aunque sospechábamos que la pareja estaba involucrada en el atraco de una furgoneta blindada de Wells Fargo en junio de 1985, hicieron su aparición definitiva como una amenaza permanente en Miami en octubre de 1985. Acabarían por asesinar a dos guardias de seguridad en sendas furgonetas blindadas y a un hombre joven para robarle el vehículo. Durante los siguientes siete meses, estimamos que este dúo fue responsable de quince atracos a bancos y furgonetas blindadas. Dispararon sus armas a furgonetas blindadas y dentro de los bancos en varias ocasiones. Eran despiadados y mortíferos.

4 de octubre de 1985

En torno a las 10:00 a. m. del viernes 4 de octubre de 1985, Emilio Briel, de veinticinco años, abandonó su casa junto al río Miami, cerca de la zona del Orange Bowl, y se dirigió a practicar el tiro al blanco en una cantera ubicada en la intersección de Tamiami Trail y la avenida Krome, al sureste de Miami. Briel tenía una carabina del calibre .22 y conducía un Chevy Monte Carlo dorado del año 1977, con matrícula de Florida xqu-175. El Monte Carlo estaba registrado al nombre de su padre, Aureliano Briel, vecino también de Miami.

Emilio nunca volvió a casa. Su padre fue a la zona a la que creía que Emilio se había dirigido, pero no encontró ni rastro de él. La familia llamó entonces a la policía de Miami y denunció la desaparición. Mientras todo esto estaba ocurriendo, el fbi no tenía idea de quién era Emilio Brier o cuál habría de ser su destino. Este no sería, sin embargo, el final de la historia de Emilio.

9 de octubre de 1985

El intento de atraco a una furgoneta blindada Loomis tuvo lugar frente a un restaurante Steak and Ale situado en la zona de Kendall, al sur de Miami. Varias pruebas vincularían luego a Platt y Matix con el referido atraco.

Al Ortiz, Jerry Dove y yo estábamos en la oficina cuando llegó una llamada del interfono de un «ciento noventa y uno» en 9090 Southwest, en la avenida 97. «Es una caja roja. Disparos realizados». Las furgonetas blindadas de Wells Fargo eran rojas, por lo que las llamábamos «cajas rojas» para no hablar en la radio de una furgoneta blindada de Fargo, o de cualquier otra referencia a un vehículo atracado.

Éramos los únicos de la brigada porque todos los demás estaban almorzando. Solo teníamos un vehículo, así que entramos todos y nos dirigimos al lugar del crimen. Cuando llegamos ahí, la escena era caótica. Agentes de la policía local habían bloqueado el acceso al párking y la calle, por lo que había un mini atasco de vehículos y una multitud se concentraba en la zona. Clientes del restaurante estaban intentando abandonar el lugar pero no podían porque el cordón policial lo impedía. La escena del crimen se extendía desde el acceso al párking del restaurante hasta unos noventa metros calle abajo donde encontramos una granada sin munición. Mi tarea consistía en entrevistar al guardia que vigilaba la furgoneta, cuya historia era interesante incluso para los estándares de Miami.

La furgoneta Loomis había llegado al Steak and Ale a las 12:30 a. m. Hacía un día soleado y luminoso, y el párking estaba lleno de vehículos de los clientes del restaurante. El conductor aparcó la furgoneta blindada en la entrada. El vigilante salió del vehículo y se adentró en el restaurante, mientras el conductor recolocaba la furgoneta para poder abandonar el lugar con rapidez una vez volviese su compañero. Después de todo, tenía un horario que cumplir. Unos cinco minutos después, el guardia de seguridad salió del restaurante y fue agredido repentinamente por dos hombres que surgieron de unos arbustos. Llevaban ropa de camuflaje, pasamontañas, cascos militares de color verde, botas verdes y negras al estilo de los soldados en Vietnam, y guantes negros. Los guardias afirmaron que llevaban también chalecos antibalas.

Uno de los atracadores gritó: «¡No os mováis o disparo!».

El guardia se volvió y vio a uno de los atracadores apuntándole con un fusil de asalto m-16 ó ar-15 del calibre .223. El otro le apuntaba con lo que su víctima suponía era una pistola del calibre .45. Soltó la bolsa con el dinero y puso las manos en alto. Uno de los atracadores recogió la bolsa y llevó al guardia a la parte trasera de la furgoneta mientras le impelía a «abrir la furgoneta». En ese momento le quitaron su pistola. El guardia les dijo que no podía abrir la furgoneta pues debía ser abierta por el conductor.

Entonces los ladrones agarraron al guardia del cuello y lo llevaron hasta la ventanilla del conductor, y lo mostraron para que su compañero pudiese verlo. Pusieron el cañón de la pistola en la oreja del guardia para animarle a colaborar y ordenaron al conductor que abriese la puerta. Lo que ocurrió entonces hace que me entren sudores fríos y una risa nerviosa, porque puedo imaginarme en el lugar del guardia de seguridad. El conductor siguió el protocolo estipulado por la empresa para la que trabajaba: arrancó la furgoneta y pidió ayuda por la radio del vehículo.

El guardia se quedó ahí con el culo al aire, teniendo que lidiar él solo con los dos atracadores, por lo que hizo lo que cualquiera habría hecho en su lugar: empezó a suplicar por su vida, y les dijo que su compañero era un loco estúpido y que debería haber abierto la puerta. Por lo visto, Matix y Platt estaban de acuerdo porque uno de ellos disparó a la parte trasera de la furgoneta en fuga unas catorce o quince veces. Puesto que era un vehículo blindado, las balas no hicieron sino rebotar. El guardia siguió implorándoles y debió de hacer un buen trabajo, pues lo único que hicieron Platt y Matix fue darle un golpe en la cabeza, haciéndole caer al suelo.

Los atracadores se montaron en un vehículo gris o azul de cuatro puertas con las lunas tintadas que estaba en el párking. Mientras el vehículo salía a toda velocidad hacia el sur por la avenida 97, uno de los ocupantes del vehículo lanzó dos granadas de humo para confundir a potenciales perseguidores. Uno no veía todos los días a gente lanzar granadas de humo por las ventanas de los vehículos en Miami. Pistolas, sí; granadas de humo, no. Un testigo tomó la matrícula del vehículo: matrícula de Florida dmx-388. La identificación pertenecía al vehículo de un técnico sanitario y había sido sustraído en el Mercy Hospital del sur de Miami, el 24 de agosto de 1985.

La bolsa tomada por los atracadores contenía 2.825 dólares en efectivo, pero luego descubrimos que la furgoneta contaba con 400.000 dólares en efectivo. Este caso permanecería abierto hasta mayo de 1986.

16 de octubre de 1985

En torno al mediodía, me encontraba en Fort Lauderdale siguiendo una pista cuando oí una llamada por radio que notificaba el atraco a una furgoneta blindada en el sur de Miami en la que varios disparos habían sido realizados. Di la vuelta de inmediato y conduje por la autopista interestatal a toda velocidad para llegar a la escena del crimen lo antes posible. Me llevó media hora, conduciendo a gran velocidad hasta llegar a la localización. Cuando llegué, toda la brigada estaba ahí, Gordon incluido. La mayoría de los testigos solo hablaba español, por lo que mis servicios de traducción fueron necesarios. También se me encargó entrevistar a una de las víctimas del atraco.

Al mediodía una furgoneta blindada de Wells Fargo llegó a la tienda de comestibles Winn Dixie en la calle 104 con la autopista South Dixie. Dicha tienda estaba a veinte manzanas del restaurante Steak and Ale que había sido atracado la semana anterior. Las empresas de furgonetas blindadas estaban siendo muy criticadas por todos los atracos que habían sufrido en el sur de Florida. La empresa Wells Fargo estaba tan preocupada que empezó a realizar sus servicios con tres guardias en lugar de dos. También dotaron de chalecos antibalas a los guardias, que portaban encima de sus uniformes para que fuesen bien visibles. Como resultado, los guardias comenzaron a recibir disparos en zonas no protegidas de sus cuerpos, principalmente en la cabeza y las piernas.

Era otro día soleado y luminoso, y el párking del Winn Dixie estaba lleno. Dos guardias salieron del furgón. Uno se colocó de espaldas a la pared del establecimiento y otro, tras recibir una señal de su compañero, entró en la tienda. El guardia colocado contra la pared siguió entonces a su compañero. Invertirían sus posiciones al salir del local.

Al salir, un guardia se colocó de espaldas a la pared mientras el compañero que llevaba el dinero se acercaba al furgón. Entonces alguien gritó: «¡Quieto!». Un solo pistolero con un pasamontañas estaba de pie junto a un vehículo cercano al furgón blindado. Entonces el individuo disparó con una escopeta a uno de los guardias en la pierna izquierda. La víctima cayó al suelo, herida en el muslo por una posta del calibre 12. Entonces estalló el caos en el párking del Winn Dixie.

La cosa se vuelve un poco nebulosa a partir de ese momento porque los testigos se tiraron también al suelo. El guardia apostado contra la pared y el conductor sacaron sus revólveres de seis disparos y dispararon al agresor. Un segundo pistolero apareció de la nada y disparó a los guardias con una pistola del calibre .45. En ese momento una furgoneta grande y vieja de color gris con una mujer al volante se colocó entre los guardias y los atracadores. Varias balas atravesaron el vehículo pero milagrosamente no impactaron en la conductora. El tiroteo cesó tras unos diez o quince segundos durante los que hubo treinta detonaciones de arma de fuego. Los atracadores abandonaron el lugar sin botín alguno.

Tanto guardias como testigos recordaban los hechos de modo algo borroso. Las descripciones que ofrecían de los agresores iban desde un solo atracador de raza negra en un vehículo, a dos sujetos a pie con un solo vehículo de huida, pasando por un tirador solitario que abandonó el lugar en un vehículo ocupado por otros dos sujetos. Hablaron de un vehículo azul claro, un vehículo azul de dos tonos, un vehículo verde oscuro, un vehículo gris, un vehículo amarillo claro y un vehículo blanco. El vehículo tenía dos puertas, o cuatro, y era una ranchera o una furgoneta. Visto lo visto, la cosa podría haber sido peor, pero no fue así. Había agujeros de bala por todas partes y eso que algunas ni siquiera fueron halladas. Afortunadamente, la única persona herida fue el guardia.

Como brigada, llegamos a la conclusión de que los responsables de los atracos del Steak and Ale y del Winn Dixie eran los mismos. Eran salvajes de gatillo fácil. Habían llevado a cabo dos atracos y habían tiroteado dos veces el vecindario. El tiroteo en el restaurante había dejado catorce casquillos de bala y el atraco del Winn Dixie había terminado con dieciocho disparos realizados por los guardias, y al menos doce por los atracadores. Basándonos en las descripciones, parecía que se trataba de dos tipos adiestrados militarmente, probablemente provenientes de la base militar de Homestead, o recientemente licenciados o transferidos.

17 de octubre de 1985

Un furgón blindado Loomis estaba haciendo una recogida y envío de dinero en un restaurante Dalt situado en el número 1165 en North Kendall Drive, en el sur de Miami. El párking estaba lleno, por lo que el furgón aparcó en una callejuela cercana al restaurante para que saliera uno de sus guardias. Tras unos minutos, el guardia comenzó a caminar hasta el furgón, mirando a su alrededor para asegurarse de que no sería objeto de una emboscada. Mientras se acercaba al furgón, vio a dos sujetos que llevaban ropa oscura y máscaras que le esperaban detrás de un contenedor de basura y estaban armados con un fusil de asalto m-16 o un ar-15. Curiosamente, se trataba del mismo guardia que había sido apuntado con un arma durante el atraco del restaurante Steak and Ale semanas antes. El guardia entendió acertadamente que le esperaban para robarle. También dijo que ambos sujetos encajaban con la descripción de los atracadores del restaurante Steak and Ale, así que decidió realizar un ataque preventivo. Sacó su pistola y disparó cuatro veces a los atracadores antes de que estos reaccionasen. Esto asustó a los atracadores e hizo que el conductor solicitase refuerzos. Cuando la policía llegó a la escena no había indicios de crimen alguno, excepto por el testimonio del propio guardia. Nadie más había visto nada, ni siquiera un vehículo a la fuga.

Me disponía a asistir a una audiencia judicial para uno de mis casos y no respondí a esa llamada.

8 de noviembre de 1985

Era un día cualquiera en el Banco Nacional de Florida en el número 14801 de la autopista South Dixie. Durante la mañana, uno de los cajeros para vehículos de la sucursal se quedó sin efectivo. Volvió al edificio principal, a unos cuarenta y cinco metros de distancia, tomó una bolsa de trapo blanca con más de diez mil dólares en efectivo y fue escoltado hasta su puesto por un guardia de seguridad. Justo cuando llegaban a la puerta oyeron a alguien exclamar: «¡Quietos!». El cajero y el vigilante se volvieron, encontrándose con dos individuos vestidos con ropas oscuras que les apuntaban con un m-16 o un ar-15, y un revólver de grandes dimensiones.

El cabecilla le dijo al guardia que no tocase su pistola y que pusiese las manos sobre la cabeza. El vigilante obedeció. El segundo pistolero tomó la bolsa y el arma del guardia. Ordenaron al cajero que abriese la puerta de su puesto de trabajo, pero el cajero tenía tanto miedo que rompió la llave al introducirla en la cerradura. Eso no hizo mucha gracia a los atracadores. El cajero les suplicó que no le disparasen, por lo que le dieron una bofetada y abandonaron el lugar en un sedán negro.

Se dio la casualidad de que había un policía metropolitano fuera de servicio esperando en la cola para sacar dinero del cajero para automóviles que acababa de ser atracado. Oyó los gritos y vio todo lo que ocurría. El policía trató de pasar desapercibido, sacando su revólver y apuntándolo a los atracadores desde el interior de su vehículo. Uno de los sujetos le vio, le apuntó con su rifle y le dijo: «no dispares». El policía dio marcha atrás y se alejó de ellos. Trató de seguir a los atracadores desde una distancia discreta y segura, algo que funcionó solo durante un rato, hasta que los ladrones doblaron una calle y el policía se acercó al vehículo en fuga. Habían parado en mitad de la calle. El pasajero había descendido del vehículo y estaba de pie cerca del maletero, apuntando un fusil de asalto al parabrisas de su perseguidor. El policía entendió la insinuación y abandonó la calle, perdiendo así de vista al vehículo de los atracadores. Desaparecieron, pero el policía pudo aportar información. Sujeto 1: posiblemente un varón blanco, en torno a un metro ochenta de estatura, de unos noventa kilos. Sujeto 2: posiblemente un varón blanco, en torno a un metro ochenta de estatura, de unos cien kilos.

Yo había estado en el condado de Broward siguiendo una pista y no pude atender esa llamada.

Unos noventa minutos después, al mediodía, hubo un atraco en el Professional Savings Bank, en el número 13001 de la autopista South Dixie —a solo dieciocho manzanas del primer atraco. Conducía de vuelta a la oficina cuando recibí la llamada, así que me dirigí a toda velocidad al sur de Miami (de nuevo). Cuando llegué, tuve conocimiento de que dos individuos vestidos con ropa oscura y pasamontañas habían entrado en un banco mientras el cabecilla gritaba: «¡Las manos en alto! ¡Todos al suelo!». Portaban un fusil de asalto de tipo militar y una pistola y amenazaron a todos los presentes. El cabecilla se puso detrás del mostrador mientras su compañero apuntaba a todo el mundo con su fusil.

Entonces el cabecilla agarró a una cajera y le preguntó dónde guardaban las bolsas de Wells Fargo. Por lo visto, habían estado vigilando el banco y vieron cómo los de Wells Fargo acababan de dejar unas bolsas con efectivo. El atracador apuntó a la cajera y le preguntó: «¿Quieres morir, zorra? ¡Te volaré los sesos!».

Entonces arrastró consigo a la aterrada cajera hasta la parte trasera del banco y le dijo que abriese la puerta que daba a un almacén, donde el atracador vio las bolsas de Wells Fargo guardadas bajo llave. Apuntó su pistola al vigilante de seguridad del banco y luego a una joven cajera: «¡Abre la cerradura o él muere!».

La cajera, con la pistola apuntando a su cabeza, gritó al encargado que se hiciese con la llave y abriese la puerta del almacén. El encargado obedeció. Entonces el atracador cogió tres bolsas de lona llenas de dinero y le dio una a su compañero del fusil de asalto. Abandonaron el banco con 41.469 dólares en efectivo, fugándose a toda velocidad en un Monte Carlo amarillo o dorado. Este sería luego identificado como el vehículo de Emilio Briel.

Dejaron atrás a veintiséis aterrorizados clientes y empleados bancarios. Algunas de las cajeras, en particular aquellas que fueron amenazadas con que les iban a volar los sesos, estaban muy afectadas y no podían pronunciar palabra sin romper a llorar. Todos los testigos estaban de acuerdo en que los atracadores medían un metro ochenta, que pesaban de noventa a cien kilos, hablaban inglés perfectamente y eran, muy probablemente, dos varones de raza blanca. La descripción del vehículo era también bastante buena: un Monte Carlo amarillo o dorado. Esta descripción da muestras de lo que un testigo puede ver cuando no hay balas volando de un lado a otro. Casi todos estaban de acuerdo en el tipo de arma que portaban: un arma militar de asalto, aunque ninguno supo decir cuál era el tipo concreto.

10 de enero de 1986

Me encontraba en la oficina con varios de mis compañeros cuando recibimos la llamada: «Atraco en el Banco Continental… Ha habido disparos.» Salimos a toda prisa de la oficina para dirigirnos de nuevo al sur de Miami.

A las 10:30 a. m. un furgón blindado Brink había aparcado en el Banco Continental en el número 13593 de la autopista South Dixie. Brink no estaba empleando tres vigilantes de seguridad como sí lo hacía Wells Fargo, sino que su sistema contaba tan solo con dos. El furgón aparcó frente al banco y el guardia abrió la puerta trasera y se bajó del vehículo. Mientras sacaba la bolsa con el dinero recibió un disparo por la espalda con una escopeta del calibre 12. Su agresor era alguien que llevaba ropa oscura y un pasamontañas. Un segundo atracador se acercó y disparó dos veces por la espalda al pobre hombre, ya en el suelo, con un fusil de asalto. El vigilante no tuvo ninguna oportunidad. El conductor del furgón ni siquiera vio a los atracadores o el vehículo de huida, y no tenía ni idea de lo que había ocurrido excepto por el ruido de los disparos.

El cabecilla tomó una gran bolsa de lona llena de dinero de la parte trasera del vehículo y la arrojó al interior del Monte Carlo dorado. Ambos escaparon del lugar. Un testigo los siguió hasta el párking de una tienda Burdines y les vio abandonar el Monte Carlo para subirse a una ranchera Ford de color blanco. El testigo trató de seguir también a ese vehículo, pero lo perdió entre el tráfico. Tampoco pudo anotar la matrícula, aunque sí pudo cerciorarse de que los atracadores eran de hecho blancos, lo que excluía hombres negros e hispanos.

Cuando llegamos al lugar e iniciamos nuestra investigación, nos encontramos con varios testigos que vieron o escucharon el tiroteo pero que no podían añadir nada significativo a lo que ya sabíamos. De hecho, sus testimonios solo incrementaron la confusión reinante ya que la mayoría reaccionó con miedo a los disparos, y no sabía cómo se había iniciado el incidente, excepto por el hecho de que un guardia había recibido varios tiros. Un testigo juró haber visto al menos a un sospechoso negro disparando a la víctima; otros dijeron que habían visto al menos a un hombre negro huyendo en un vehículo, por lo que uno de los atracadores era negro. La mayoría de los testigos identificaron armas de estilo militar, y dijeron que los ladrones medían en torno a un metro ochenta de altura y pesaban alrededor de noventa kilos. Sobre si eran negros o blancos, sin embargo, los testigos no se ponían de acuerdo. Recuperamos los casquillos y descubrimos cuáles eran las armas empleadas: una escopeta del calibre 12 y un fusil de asalto .223. Los atracadores escaparon con 54.000 dólares en efectivo.

Nos hicimos con una pista de primer orden cuando encontramos el vehículo de la huida, que estaba en un Burger King en el número 13201 de la autopista South Dixie, a menos de tres manzanas de la escena del tiroteo/atraco. Uno casi podía ver el Banco Barnett desde el Burger King; sin duda, el lado norte de su párking era visible. Ambos atracadores debían de ser estúpidos, vagos o locos por haber dejado el vehículo de la huida tan cerca del banco que acababan de atracar. El tiempo diría si eran estúpidos o es que estaban locos.

Cuando vi el vehículo, ya había sido investigado por la policía de Miami y los primeros agentes del fbi que habían llegado a la escena. La zona estaba acordonada para que el vehículo fuese transportado a un almacén en donde sería analizado por la policía científica. Podía ver a través de las ventanas que su interior parecía una pocilga repleta de basura. Había envoltorios y latas de bebida en la parte trasera y en el suelo. Supuse que se trataba de un vehículo robado; nadie cuida de vehículos robados, los destrozan. El vehículo contaba con la matrícula de Florida xqu-175, y tanto el vehículo como la matrícula estaban registrados a nombre de Aureliano Briel. Se había denunciado el robo del vehículo a la policía de Miami al mismo tiempo que la desaparición del hijo de Briel, Emilio. No obstante, el papeleo relativo al vehículo robado no había sido completado, y parecía que alguien había tratado de falsificar la fecha del informe. El informe era extraño, por lo que daba la impresión de que la familia Briel pudiese estar involucrada. Se me encomendó entrevistar al padre de Emilio.

El hogar de los Briel se encontraba en un viejo barrio de Miami, cerca del río Miami. Las casas eran entre pequeñas y medianas, con jardines guardados por vallas metálicas, junto con barrotes que custodiaban las puertas y ventanas; algo que reflejaba la cultura de la zona, una elevada tasa de criminalidad, o ambas cosas. Sin embargo, era un barrio muy popular, en el que todos se conocían y sabían a qué se dedicaban. Una mujer cubana de mediana edad abrió la puerta y me preguntó si estaba ahí para hablar sobre su hijo Emilio. Pregunté dónde estaba su hijo, y me dijo que llevaba desaparecido desde el 4 de octubre del año pasado. Le expliqué lo que nos había conducido a su casa —la recuperación de su vehículo— pero que no teníamos noticias que ofrecerle. Comenzó a llorar, y hasta el señor Briel se puso a llorar. Los Briel parecían buena gente, gente verdaderamente decente, y en mi interior sabía que estas buenas personas no recibirían sino malas noticias cuando su hijo fuese hallado.

La entrevista con Aureliano Briel y su mujer aclaró la discrepancia relativa al informe policial. La familia Briel no hablaba inglés, y había un periodo de espera antes de poder activar el informe de personas desaparecidas dado que su hijo tenía más de veintiún años. Les informé de que su vehículo había sido decomisado y que la policía metropolitana se lo devolvería lo más pronto posible. Quedamos en encontrarnos de nuevo para que el señor Briel me mostrase el lugar al que había ido su hijo a realizar prácticas de tiro.

14 de enero de 1986

Llevé al señor Briel hasta la intersección de la avenida sw Krome con Tamiami Trail. Me guió hasta una carretera de tierra que conducía a una zona al sur de Tamiami Trail, donde dijo que su hijo solía ir a disparar de vez en cuando. Estaba claro que la gente usaba el lugar a modo de basurero, pues había desperdicios, electrodomésticos desechados y montones de basura por todas partes. Había tantos casquillos de bala de todos los calibres que, si uno se hubiera hecho con un permiso para realizar extracciones mineras en la zona, habría conseguido toneladas de metal. Sería muy fácil desaparecer en los terrenos pantanosos que rodeaban la zona. Fuimos también hasta otras áreas, pero Briel parecía estar buscando más que enseñándome los lugares a los que solía ir su hijo. Siendo yo padre también, podía sentir el dolor del señor Briel. Y pensé, Bueno, ¿qué tengo que hacer hoy que sea más importante? y seguí conduciendo en su compañía un rato más a la búsqueda.

1 de marzo de 1986

Aproximadamente a las 15:30 p. m., casi cinco meses después de que Emilio Briel desapareciese, unos montañeros hallaron los restos de un cuerpo humano cerca de una cantera en el suroeste de Miami. Las inclemencias del tiempo y los animales e insectos habían provocado la descomposición del cadáver hasta el punto de que solo quedaban los huesos. Los montañeros supieron que los restos eran humanos al encontrar ropa harapienta y unas zapatillas junto con el esqueleto.

Los huesos fueron luego identificados como pertenecientes a Emilio Briel. Su calavera tenía un orificio de entrada en la frente, donde había recibido un disparo que resultó ser la causa de su muerte. El cadáver fue hallado en la misma zona al sur de Tamiami Trail, a donde su padre me había conducido, junto con toda la basura que la gente tiraba ahí. Los asesinos de Briel se habían tomado su tiempo para esconder el cadáver en una zona de arbustos. Uno pensaría que un cuerpo expuesto durante dos días habría de atraer la atención de los que por allí pasasen. Esto ocurriría a menos que se tratase de una zona pantanosa, donde todo huele a muerto o podrido, por lo que sería difícil distinguir la diferencia.

El pobre chico había estado en el lugar equivocado en el momento equivocado y había muerto, solo, a manos de Platt y Matix, dos bastardos fríos y despiadados. Podrían haberle robado el vehículo sin necesidad de haberlo matado.

Tiroteo en Miami

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