Читать книгу La endemoniada de la calle de la Maestranza - Eduardo Bastías Guzmán - Страница 9

Ese mismo día, en el hospicio, a las 16:15 horas

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Para Raimundo Zisternas, su tarea se iniciaba con disímiles emociones: entre la satisfacción de haber sido designado para tan delicada misión, junto al temor y la ansiedad por la responsabilidad adquirida. Su elección sobre los otros presbíteros y la celeridad de los hechos, parecían provenir de inescrutables designios.

En cuanto llegó a su destino, solicitó la presencia de la superiora. La monja acogió con amabilidad al pequeño sacerdote, de rostro serio y bondadoso, en quien la corona de canas otorgaba, además de respeto, una falsa imagen de ingenua irrelevancia.

–Buenas tardes, madre. Vengo esta vez porque el señor arzobispo me ha encomendado investigar lo de Carmen Marín.

Los ojos de la superiora no disimularon su sorpresa y satisfacción.

–Enhorabuena, monseñor. Cada vez llega más gente que desea conocerla y ya no hay paz en esta casa... que se ofrece a vuestra completa disposición.

–Solo necesito que me facilite una sala de trabajo y su colaboración.

Cuente desde ahora mismo con lo que requiera. Se ha perdido ya demasiado tiempo, a mi modesto parecer. En esta casa se dispondrá de todo lo necesario para contribuir a que se cumpla la voluntad de nuestro Señor.

–Así sea. Comenzaremos ahora mismo enviando una nota a tres o cuatro médicos, para que acudan a reconocer a la muchacha y nos certifiquen un juicio sobre la naturaleza de su mal.

–Son muchos los médicos que ya la han visto y tratado.

–Su señoría desea que se proceda con el mayor rigor. Llamaremos a los más calificados facultativos para que la reconozcan. Así no quedará la menor duda.

–¿Tiene a algunos en mente?

–En el camino he pensado en citar a los doctores Sazié y Armstrong, aunque pueden ser cuatro o más. Escribiré las notas de inmediato y os ruego que las hagáis llegar hoy mismo a sus destinos.

El profesor Lorenzo Sazié, nacido en Monpezat, Francia, había llegado a Chile como primer decano de la facultad de Medicina. Cumplía ya su sexto período de decanato. Sus méritos académicos y profesionales eran acreditados con su calidad de miembro de la Sociedad de Anatomía de París y con la condecoración de la Orden de Caballero de la Legión de Honor de Francia, otorgada por su contribución al control de la epidemia de cólera, que asoló a París en 1832. Su prestigio como médico práctico rebasaba los contornos de la naciente medicina chilena. Se le encontraría en el Hospital San Juan de Dios, en su cátedra de Obstetricia y Cirugía o en su pequeña casa detrás del mismo hospital.

El profesor Tomás Armstrong, de origen inglés, era uno de los docentes más destacados de la facultad. Por su alto prestigio había sido incorporado al Tribunal Protomédico, organismo contralor de títulos y ejercicios de los profesionales de la salud en el país.

Las cartas se escribieron con el mismo texto:

Señor mío:

Ruego a usted visitar en su lugar de internación a la muchacha Carmen Marín, recluida en el Hospicio de las Hermanas de la Caridad, en la Calle de la Maestranza.

Esta joven está afectada de un extraño mal, del que no ha podido aún ser curada.

Espero que, al pie de esta, o por separado, como a usted le parezca, tenga la bondad de emitir el juicio que se hubiere formado sobre la enfermedad o como quiera llamarle. Formulo a usted esta invitación en nombre de nuestro arzobispo, quien se compromete a cancelar el recibo de honorarios que exija por sus servicios.

Intertanto, me repito de usted su atento, seguro servidor y capellán

J. Raimundo Zisternas

La endemoniada de la calle de la Maestranza

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