Читать книгу Lo que dicen las palabras - Eduardo López Molina - Страница 6
Introducción
ОглавлениеLo que dicen las palabras es un intento, insuficiente, por cierto, de dar cuenta de aquello que hacemos con las palabras, pero, también, de aquello que las palabras hacen con nosotros, y lo que resulta de ello en uno y otro caso.
Palabra proviene de parábola, que es un término polisémico tomado del griego parabolé, y que se vincula con “comparación” pero, también, con “alegoría”, y su uso adquiere significaciones singulares según nos remitamos a la Lingüística, la Geometría, la Balística o al discurso religioso, como en el caso de las enseñanzas de Cristo a sus discípulos.
Las palabras articulan cuerpo, cultura y sociedad, dan una cierta dirección a las acciones llevadas a cabo por los sujetos y son la base sobre la cual se asentó el descubrimiento del inconsciente y la propia experiencia del análisis.
Nacemos en un mundo poblado por palabras. Ellas nos preceden, nos nombran, nos constituyen en tanto sujetos, pero también nos posibilitan ir más allá de lo que nuestra biografía trae como marca o nos arrojan a la más cruel de las intemperies.
Hay palabras que cuidan a uno mismo y a los otros, palabras que alojan, enamoran, seducen o convencen, y hay otras que des-cuidan, des-alojan y que dejan al sujeto inmerso en el abandono y el sin-sentido. Palabras de-subjetivantes y que generan, en aquel que las recibe, una suerte de identidad deteriorada (soy depresivo, soy hiperkinético…).
Ya los pueblos semíticos (asirios y babilonios, sobre todo) les otorgaban una importancia extrema y actuaban convencidos de que servían para curar enfermedades y que, además, dotaban de una fuerza casi mágica a aquel que sabía el verdadero nombre de las cosas.
Sobre su uso terapéutico hallamos también fuertes testimonios en la cultura greco-latina, tanto en las tragedias como en los relatos épicos (la Ilíada, la Odisea, la Eneida), así como en la Filosofía (Cármides, o de la templanza, de Platón).
El texto de Pedro Laín Entralgo da cuenta justamente de su poder curativo, y por eso lo llama La curación por la palabra en la antigüedad clásica (1958). De esto trata este libro1. De palabras que hablan de las palabras, que curan al ser pronunciadas o que acompañan al pharmakon (término que presenta dos acepciones, como remedio o como veneno).
El primer capítulo, “Poner en palabras: de la tragedia al descubrimiento del Inconsciente”, se dedica a indagar la Función Mensajero en el teatro griego.
Las obras trágicas, las 33 que aún se conservan de Esquilo, Sófocles y Eurípides, presentan –tanto en el ciclo tebano como en el que remite a la guerra contra Troya– los crímenes más horrorosos: parricidio, matricidio, filicidio, uxoricidio, infanticidio, suicidio u homicidio, al tiempo que advierten sobre los riesgos que implica, para la vida de los hombres, el dejarse arrebatar por la hybris, pero nunca muestran la escena violenta a su público, sino que es un Mensajero, testigo privilegiado, el que cuenta lo sucedido. Pone en palabras el acto homicida, lo baña de lenguaje.
El recorrido argumentativo permite encontrar pistas que muestran la fuerte influencia que tuvo el teatro griego en el surgimiento del Psicoanálisis, dando cuenta de que éste le debe mucho a la tragedia, y así lo reconoció el propio Freud en muchos de sus artículos.
En el segundo capítulo, en cambio, “La sociedad terapéutica y los procesos de Medicalización de la vida en la era del Realismo Capitalista”, se analiza el uso que los manuales de Psiquiatría hacen de la palabra, tratando de imponer un lenguaje especializado para dar cuenta de acciones propiamente humanas: así, la inquietud infantil en épocas de aceleración del tiempo y achicamiento del espacio pasa a denominarse hiperkinesia, el duelo normal depresión, y las fallas en la memoria que aparecen después de los 50 años, trastorno cognitivo menor.
Los procesos de medicalización, patologización y estigmatización de la cotidianeidad, gerenciados desde la torre de Virginia en EE.UU., han transformado al sujeto de la tragedia clásica en un enfermo, una excrecencia de los manuales de Psiquiatría que construyen intrincados sistemas clasificatorios supuestamente objetivos, y que buscan en la privacidad del sujeto, la causa del mal que lo aqueja. Dejan de lado toda otra consideración que vaya más allá del plano molecular.
Su capítulo más cruel es aquel que trata sobre los supuestos trastornos que afectarían a millones de niños, pre-adolescentes y adolescentes.
Estos son manuales financiados por los grandes laboratorios que fabrican enfermedades y estados de ánimo, a tono con las nuevas condiciones de época, y que incluyen a todo el universo de sujetos exceptuando, por supuesto, a los propios autores.
Manuales que deben más a M. Friedman que a S. Freud, E. Bleuler o H. Ey.
El capítulo se cierra con algunas recomendaciones generales, algunas dirigidas al Estado, y otras a ser tomadas en cuenta por la escuela.
Vivimos en una sociedad que medicaliza aquello que ella misma produce, y es justamente en ese punto en el que hay que intervenir decididamente porque, como decía J. P. Sartre,
Habremos de ser lo que hagamos, con aquello que hicieron de nosotros. (Citado en Romero, 2005).