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LUCHA HUMANITARIA Y RESISTENCIA CONTRA EL COVID-19

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20 de abril de 2020

EN FRANCIA, LAS AUTORIDADES MÉDICAS ADMITEN que tras un mes de confinamiento nacional, hay todavía penuria de máscaras, blusas de protección y gafas de seguridad, entre otros elementos, para los médicos y paramédicos que luchan en los hospitales contra el virus de Wuhan(23). Cientos de enfermeras, por ejemplo, han tenido que confeccionarse blusas de protección con bolsas plásticas. Esas limitaciones existen y pesan, pero nadie en Francia está invitando a cesar el trabajo o a huir de los hospitales hasta que el gobierno llene esos vacíos.

El ambiente en tales centros es, por el contrario, de unidad y de trabajo sin descanso. El clima psicológico del personal de la salud es de optimismo y dedicación. El gobierno trata de importar y distribuir lo que falta para llenar esas lagunas pero tiene dificultades: muchos países están en lo mismo y los fabricantes, sobre todo los de China, no responden a tiempo o no dan abasto.

La emergencia sanitaria es universal. La ciudadanía lo sabe y su actitud es consecuente: se mantiene unida, ayuda, fraterniza y aísla a los que meten cizaña. El público agradece como puede la abnegación de los médicos, enfermeras, urgentistas, radiólogos y choferes: con aplausos, a las 8 de la noche, con canciones, pancartas y mensajes de admiración en los balcones y en redes sociales. Unos vecinos cosen blusas de seguridad para los profesionales de la salud. Otros, incluso restaurantes de renombre, sin clientes por el momento, cocinan platos especiales para que el personal sanitario se alimente bien, supere la fatiga y pueda sentirse amado y respetado.

Ese combate nacional contra el virus chino tiene un precio. Un dato oficial del 12 de abril dice que de las 100 000 personas involucradas en esa lucha (la mitad de ellos en contacto directo con los enfermos), 6 019 contrajeron la enfermedad. Quince de ellos fallecieron. Hasta el pasado 10 de abril había un total de siete médicos muertos por coronavirus, en especial en la región este de Francia. El primero fue un médico nacido en Madagascar. Murió en Compiegne el 21 de marzo. Tenía 67 años. Al día siguiente, otro médico, de 60 años, falleció en Saint-Avold (Moselle). El sexto murió el 13 de abril en Folgensbourg, cerca de Suiza. Tenía 73 años. Médico jubilado, él había decidido ir a prestar sus servicios ante la escasez de galenos en la localidad.

Al momento de redactar este artículo, el total de personas fallecidas en Francia por el virus era de 20 265. Otras 30 584 personas estaban hospitalizadas por la pandemia. «Una cierta cantidad de profesionales de la salud, sin duda enfermos, se han recluido en sus hogares», reveló hace unos días una agencia regional de salud.

No he sabido que en Francia ningún médico haya sido hostilizado por sus vecinos, como ocurrió, por desgracia, hace unos días en Colombia. La prensa bogotana contó que hay gente que se amotina para expulsar a los médicos que, infectados durante su trabajo contra el Covid-19, y aislados por prevención, se encuentran en residencias especiales. Leí que hay alcaldes que, en lugar de reprimir a los violentos, facilitan tales desalojos. Que tres médicos del hospital San Rafael de Andes, Antioquia, sufrieron ese trato inicuo(24).

Hay también grupos que, violando la cuarentena, tratan de explotar los errores en el reparto de alimentos en los barrios pobres para destruir buses y llamar a la revuelta contra el gobierno de Iván Duque. Algunos han atacado y hasta asesinado policías. Hay autoridades departamentales que, ante la aparición de casos de Covid-19, en lugar de atender a las víctimas, deciden cerrar los servicios, como ocurrió en el Hospital San Francisco de Asís, en Quibdó el 18 de abril(25). En Fundación, Magdalena, cinco médicos abandonaron el hospital San Rafael al saber que había llegado un paciente con coronavirus.

¿Por qué está ocurriendo eso en Colombia? ¿Qué tipo de demagogia está incitando a cometer tales delitos? ¿Quién espolea tales perversiones?

Empapadas de irracionalismo, esas acciones surgieron después de que la CUT y el sindicalismo extremista decidieran explotar la emergencia sanitaria para ganar terreno. Sus cabecillas lanzan consignas absurdas. «Uno no está obligado a atender órdenes» durante la pandemia, proclama un cacique sindical, antes de concluir: «Tenemos el derecho a entrar en desobediencia civil».

La prensa del Partido Comunista Colombiano inventa que los otros países están «óptimamente dotados con su indumentaria protectora», mientras que en Colombia no hay nada pues el gobierno «se está robando el dinero de los auxilios».

Mientras el gobierno saca partidas para la emergencia sanitaria y para la población más necesitada, y mientras la ciudadanía y las empresas generosamente aportan dinero para ayudar a los hogares más vulnerables en la cuarentena, como ocurrió ayer en Bogotá (51 696 millones de pesos donados) y Medellín (13 100 millones de pesos) donde participaron firmas del sector de la construcción, de supermercados, del textil y alimentos, entre otros, los marxistas pretenden socavar, con sus campañas de desinformación y de odio, el clima de solidaridad, cuyo mayor ejemplo han sido los «donatones». Están furiosos pues ven que el presidente Duque y algunos alcaldes suben en los sondeos ante sus buenos desempeños contra la epidemia.

La prensa comunista no cesa por eso de destilar su veneno divisionista. Dice que el personal de la salud vive «un calvario sin resurrección», que el gobierno «obliga manu militari» a los médicos a trabajar, y que las medidas oficiales para afrontar la pandemia buscan «privilegiar al empresariado y al sector financiero». Esa prensa nauseabunda predica que la pandemia fue causada por el «neoliberalismo», y no por los errores graves de un laboratorio de la China comunista.

Las deserciones de médicos, y la confusión de algunos sobre sus deberes profesionales, son el resultado del llamado hipócrita del PCC, del pasado 13 de abril, a los trabajadores de la salud a «decir NO al ejercicio inseguro de su profesión» (sic), y a abandonar a los enfermos a su suerte.

Esas manipulaciones se traducen en los hechos insólitos registrados, los cuales aumentarán si el gobierno y la justicia no le ponen freno a eso. Es indispensable adoptar una ley que condene todo intento de sabotear la lucha contra el Coronavirus. Los agitadores están invitando, de hecho, a lesionar y a dejar morir a los enfermos. Quien obedezca esas consignas entra en una lógica criminal que debe ser sancionada.

Colombia. El terror nunca fue romántico

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