Читать книгу Rápido, violento y muy cercano - Eduardo Villanueva - Страница 8
ОглавлениеA modo de introducción
Desde que la internet se volvió un componente cotidiano de nuestras vidas, vivimos un tiempo en el que muchos procesos sociales y culturales se han acelerado enormemente. No solo la internet permite acelerar la transmisión, sino que además diversifica el acceso: en un mundo de medios masivos como la televisión, podríamos ver canales de todo el mundo y sin embargo no tener la posibilidad de encontrar pequeños videos hechos por interesados en un tema, películas perdidas rescatadas por algún fan o transmisiones de eventos completamente especializados.
Esta diversificación de la comunicación ha traído consigo muchas consecuencias, no solo para la política, sin duda. El consumo de contenido permite a muchas más personas enterarse de lo que pasa, pero no solo desde la mirada «neutral» de los medios de comunicación masiva, sino desde las diversas perspectivas, personales y colectivas, que encuentran expresión en los medios digitales, como se suele llamar a las formas de comunicación que usan como mecanismo técnico a la internet.
La pandemia de 2020/2021 ha producido una exacerbación de este fenómeno. Incluso en países desiguales como el Perú, la penetración de los servicios de acceso a los medios digitales —como la telefonía móvil con servicio de datos— es significativa: el Osiptel reporta más de 90% de hogares limeños con conexiones móviles a la internet; cada vez más jóvenes viven su vida «en la pantalla», es decir interactúan con el mundo y entre sí a través de sus dispositivos digitales; y en tiempos de encierro en casa, lo digital se vuelve un cabo que nos rescata de la soledad y nos conecta con el mundo. Incluso cuando las cosas pasan delante de nosotros, por así decirlo, las vemos y las vivimos digitalmente. La televisión es una experiencia secundaria para jóvenes que pueden pasar horas saltando entre videos, memes y posts; likeando contenido; compartiendo con amigos lo que encuentran; incluso creando sus propios videos cortos en TikTok, la primera plataforma china de presencia mundial.
La protesta política y social, sin duda encuentra su lugar en los espacios digitales. En el Perú, durante la década pasada muchos casos apuntaron al potencial de movilización y capacidad de resultados de esas protestas: la «ley pulpín» (2015) o «Ni una menos» (2016), pero también «Con mis hijos no te metas» (2017). El potencial significa precisamente eso: cualquiera lo puede usar. Igualmente, en el mundo vemos como se comenzó con los pingüinos y se llegó al estallido social en Chile, pero también cómo QAnon creció de un espacio fringe a la fuerza unificadora que permitió el asalto al Capitolio de los Estados Unidos el 6 de enero de 2021.
La crisis de noviembre, el contragolpe popular frente al golpe palaciego, la reacción de la generación del bicentenario: muchas posibles denominaciones para lo que sin duda fue un momento crítico pero breve en la historia peruana; al mismo tiempo una suerte de respuesta sin continuidad, una movilización extraordinaria que no ha tenido cómo significar algo más. Es la versión local de muchos acontecimientos internacionales, con su lógica y razones locales, pero sus ritmos y prácticas globales; sobre todo con factores políticos propios, como la debilidad de la clase política en general, fácil de destituir pero también incapaz de crear algo que se parezca a una legitimidad social, acompañada además de la pobreza de los liderazgos encarnados en el fugaz encargado de la presidencia.
Esto no impide que se afirme que en cierta dimensión, más mediática y social, el contragolpe de noviembre de 2020 no es muy distinto de acontecimientos que no son directamente comparables a nivel político, como los ya mencionados, pero también como la primavera árabe, el movimiento de los paraguas de Hong Kong de 2014, las protestas de Black Lives Matter de 2020… sus orígenes son distintos y los actores también; lo que este ensayo explora es aquello que siendo similar, en varios planos, tomó una forma específica durante esa semana de noviembre.
Insistimos, hay elementos. Discutir si estamos efectivamente ante una generación —más allá de la dimensión demográfica— no es algo que resulte pertinente tan cerca de los acontecimientos, especialmente si sumamos las elecciones generales al panorama a ser evaluado. Plantear una conexión con las oleadas de protestas globales, o incluso con una suerte de movimiento social global, resulta no solo muy discutible sobre la base de los indicios, sino directamente imposible si consideramos la evidencia. Las acciones, la performance, tiene mucho que ver con el componente global y en esa medida hay que rescatarlo; pero un juicio más contundente sobre el espacio que ocuparían los actores del contragolpe en una mirada histórica nacional o política global demanda paciencia.
En este contexto, el componente digital fue de suma importancia para el desarrollo del contragolpe. En esa tensa e intensa semana que duró desde la noche del 9 de noviembre hasta el mediodía del 15 de noviembre, en el Perú vivimos un evento local, pero reconocible como parte de una tendencia global; fue un éxito inmediato pero con relativamente pocas consecuencias reales; fue además un terremoto social que tuvo efectos políticos gracias a que delante no hubo nadie realmente capaz de enfrentarlo. Particularmente, fue una colección de interacciones digitales que conectaron, amplificaron y multiplicaron las acciones en el «mundo real», hasta volver lo que podría haber sido una colección de protestas aisladas en una revuelta social que trajo abajo a una gavilla de usurpadores, que se fueron tan rápido como llegaron. Explorar estas afirmaciones es lo que busca este ensayo.