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1 Truenos y relámpagos

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Estaba totalmente camuflado, echando una mirada furtiva a través de la densa vegetación tropical de la selva.

Detrás de él, escondidos sobre una roca alta, se agazapaban entre cuarenta y cincuenta guerreros suyos. Cada uno tenía un garrote y lanzas de cinco metros de largo hechas de palmera negra con unas filosísimas puntas envenenadas. De pie con la frente en alto, recio, el líder observaba, con una ira encarnizada que ardía en su interior. ¡Cómo se atrevían esos intrusos a violar su playa sagrada! Ningún extraño se atrevía a pisar este lugar especial, declarado santo por los dioses que gobernaban esta isla de Bellona en las Islas Salomón. Y si se atrevían, nadie vivía para contarlo. Con lealtad intensa él defendería el dominio de sus dioses héroes: espíritus controlados por el diablo.

Su mirada penetrante percibía a cada hombre que descendía de la escalera del barco hasta el bote. Seguía cada brazada mientras remaban en silencio hasta la costa, remolcaban el bote hacia la playa, y ponían el pie en la arena. Lentamente caminaron hacia las cuevas y las casas de los dioses de la isla que estaban escondidas dentro de las cuevas.

Este explorador de la isla del Mar del Sur y sus marineros hicieron una pausa y echaron un vistazo alrededor para divisar alguna señal de vida. No vieron al hombre ni a sus guerreros sumamente camuflados que los observaban en silencio desde el acantilado que dominaba la playa.

Entonces, sin poder contener su ira por más tiempo, el líder dejó escapar un potente grito. Este resonó contra los acantilados volcánicos como un estruendo. Los intrusos se quedaron paralizados en su caminata, mirando para todos lados febrilmente para ver de dónde provenía el sonido. Aterrorizados, vieron al guerrero saltar de la saliente de la roca seguido por su ejército en rápida sucesión. Los guerreros aterrizaron en la arena y, gritando al unísono, corrieron a toda prisa con garrotes y lanzas para atrapar y matar a los intrusos.

A este explorador del Mar del Sur le pareció que se abalanzaban sobre él de una forma tan rápida y mortal como el destello de un rayo. Los asustados hombres dieron media vuelta y huyeron de la arremetida mortal. Llegaron hasta el bote un poco antes que la horda, lo empujaron hasta el oleaje y remaron con furia hasta su barco. Muy de cerca, los guerreros aún furiosos se zambulleron en las olas, agitando los garrotes y arrojando lanzas a los hombres que huían.

Tres días después el explorador entró en la Bahía Kopiu del lado del mar abierto de la gran isla de Guadalcanal. A medida que su barco se acercaba, vio que había isleños que parecían estar trabajando con un hombre y una mujer blancos. Dos niñitos blancos jugaban con varios niños negros. Ancló el barco y tomó un bote hasta la costa.

El joven de cabello oscuro y rizado se adelantó y le extendió la mano al explorador.

–Bienvenido a la aldea Kopiu. Soy Norman Ferris, misionero aquí en Guadalcanal. Esta es mi esposa, Ruby, y nuestros hijos.

El viajero sonrió.

–¡Qué bienvenida tan diferente a la que recibí hace pocos días cuando desembarqué en una islita a casi 150 kilómetros al sudoeste de aquí! ¡Casi me matan!

–Usted debe haberse detenido en la islita llamada Bellona –le dijo Norman–. Me han hablado mucho de esos polinesios altos, fuertes y corpulentos. Ellos no permiten que nadie llegue a la costa. De hecho, mantienen una comunicación directa con el diablo y, entre muchas otras cosas, él los hace levitar.

El explorador asintió. Todo parecía ser posible con estos hombres que infundían temor.

–Al usar este poder sobrenatural –continuó Norman– se elevan y flotan en el aire por cortas distancias. Muchas de las bahías que rodean Bellona están dedicadas a sus dioses, y pescar en las bahías prohibidas o, incluso, acercarse a las cuevas y las casas donde se supone que viven sus dioses demonios, supone una muerte segura.

–¡Ya lo creo! ¡El jefe de los guerreros casi nos liquida! Puede estar seguro de que nunca más iré allí.

Para terminar su historia horripilante, el visitante agregó:

–Esa isla siempre estará fuera de los límites para mí. Yo no soy rival de ese tipo enorme que llamo “Truenos y relámpagos”.

Después de que el hombre se fue, los pensamientos de Norman constantemente se dirigían hacia los guerreros endemoniados de Bellona y la isla cercana de Rennell. Sentía una profunda simpatía y compasión por el hombre al que el explorador llamaba Truenos y Relámpagos, por sus fieles guerreros y la gente que vivía allí bajo el control del diablo. Norman se enteró de que el verdadero nombre del jefe era Tiekika. También supo que los belloneses decían que una voz que hablaba a través de criaturas extrañas demandaba que ellos atacaran y mataran a todo el que se acercara a los lugares de residencia de sus dioses especiales. Norman odiaba la manera en que Satanás manipulaba la mente de esta pobre gente.

Los belloneses y los rennelleses son más altos y fuertes que los isleños indígenas de Salomón. Los habitantes de Guadalcanal parecían muy laissez faire comparado con la gente de Bellona y de Rennell que eran mucho más belicosos. Los jefes tribales belloneses siempre eran hombres, mientras que la sociedad de Guadalcanal era más matriarcal y permitía que las mujeres poseyeran tierras y tuvieran la última palabra en muchas cosas.

Norman Ferris también sabía que el gobierno había aprobado una ley para preservar a estas dos islas como sitio de estudio antropológico sin contacto con ninguna influencia externa. Estas restricciones afectaban a todos los misioneros de todas las denominaciones, quienes tenían prohibido pasar la noche en cualquiera de las dos islas. Al considerar estos dos factores, ¿cómo podría llevarles el evangelio de amor y paz?

Su preocupación se profundizó al recordar el mandato de despedida de Jesús: “Id y haced discípulos a todas las naciones” (Mat. 28:19). ¿Dios, lo estaba llamando a él para enfrentar a estos asesinos? ¿Debería tratar de conseguir permiso del gobierno para visitar estas islas? Su agitación mental se intensificaba cuando se preguntaba: ¿Quiere Dios que ponga mi vida en peligro y que posiblemente le cause un gran sufrimiento a mi esposa y a mis hijos? Día tras día luchaba con Dios en oración, rogando: Por favor, Dios, muéstrame tu voluntad. Poco tiempo después, Norman recibió una respuesta. Sintió que Dios le habló personalmente a través de 2 Timoteo 1:7: “Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio”.

Esa promesa le dio paz. Con esto, supo que no necesitaba temer sino confiar en el poder del amor de Dios. Ahora podía contarle a Ruby su gran carga.

Esa noche, después de que los niños se fueron a dormir, la tomó de la mano y le dijo:

–Ruby, conversemos un rato. Necesito compartir contigo mi lucha por la gente de Bellona y Rennell.

Su esposa escuchó pensativamente y en silencio. Después de expresar sus convicciones, Norman se detuvo unos momentos para dejar que ella piense, entonces le preguntó:

–Ruby, ¿Dios podría estar pidiéndome que sea el que abra el camino del evangelio de la gracia a estos polinesios maravillosos? Ellos también deben conocer que están incluidos en el gran plan de salvación de Dios por medio de la gracia. Recuerda la promesa de Efesios 2:6 que dice que Dios nos resucitó con Cristo y nos sentó con él en los lugares celestiales. Ese “nos”, ¿no incluye a estos salvajes controlados por el demonio? –preguntó.

Ruby se quedó perpleja.

–¿Me estás diciendo que un hombre como Tiekika y sus guerreros asesinos, al aceptar la gracia de Dios, algún día puedan sentarse con Jesús en los tronos celestiales?

Norman señaló su Biblia.

–¿Por qué no? Si Dios puede salvarnos a nosotros, ¿su gracia no es suficientemente grande para incluirlos a ellos? Admito que no comprendo plenamente el versículo siete y el impresionante significado de “las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús”. Pero puedo creer que todo lo que Dios dice, lo hace. Dios se especializa en hacer lo que a los seres humanos nos parece imposible.

Ruby sonrió.

–Entiendo lo que quieres decir –su sonrisa se convirtió en una risa entre dientes–. ¡¿Puedes imaginarte a esos guerreros altos y feroces de Bellona sentados humildemente en los tronos con Jesús, alabándolo por las riquezas de su gracia?!

Conversaron, oraron y leyeron más promesas. Entonces Ruby lo miró y le dijo:

–Norman, no irás solo a Bellona. Dios irá delante de ti. Él estará contigo y nunca te dejará. No debes tener miedo.

Norman la abrazó.

–Entreguémosle todo nuestro ser a él una vez más. Renovemos nuestra dedicación. Confiemos en que Dios utilizará nuestra entrega para abrir el camino para llevar su amor a Bellona.

Durante los meses siguientes, Norman hizo contactos favorables con el jefe Tapongi de la Isla Rennell. Dado que ningún extraño podía quedarse en esa isla durante la noche, el jefe permitió que Norman se llevara con él a seis muchachos de la isla para aprender a leer y escribir. Entre ellos estaba su hijo, Moa, que rápidamente aprendió el idioma inglés, aprendió a cantar y tradujo himnos al rennellés.

Norman sintió la impresión del Espíritu Santo de que había llegado la hora de ir a Bellona. Primero pasó por la isla cercana de Rennell para buscar a su joven amigo, Moa, que había traducido el canto “Cristo me ama” al bellonés y al rennellés, que son casi idénticos.

Evidentemente, los aldeanos de Bellona vieron el barco a mucha distancia en el mar. Asombrados, observaron que el barco ancló en una de las bahías sagradas. Inmediatamente, una multitud de aldeanos se reunió en los acantilados altos sobre la playa para ver cómo morían los extraños a manos de su dios héroe, porque pisar esta tierra santa hubiese significado la muerte incluso para un bellonés. Sus ojos seguían maravillados a medida que el hombre blanco, con la tripulación del barco, remaban hasta la orilla y desembarcaban en la playa sagrada. ¿Por qué los reunía en un semicírculo? ¿Por qué se quedaban parados y hacían ese ruido? Podían entender las palabras, pero ¿qué significaba “Cristo me ama”? El temor se convirtió en ira. ¿Esos extraños le estaban pidiendo a su dios que les hiciera daño a ellos?

Para ese entonces, Tiekika y sus hombres habían corrido hasta la roca que dominaba la playa sagrada. Detrás de Tiekika, sus fieles guerreros se agazapaban con lanzas y garrotes.

–Nadie escapará esta vez –gruñó–. ¡Sus cabezas muy pronto estarán colgadas en la casa de nuestro dios!

Entonces escuchó ese extraño ruido. Al no haber escuchado nunca cantar, musitó en un ronco susurro:

–¡Deben estar echándonos una maldición!

La ira y el odio aumentaron en su mente. Sus ojos salvajes vigilaban cada movimiento de los intrusos. Vio que el hombre y la tripulación se arrodillaban en la arena e inclinaban la cabeza. Oyó palabras que no podía entender. ¿Podrían estar orando a sus dioses malignos?

Cuando Norman se levantó de sus rodillas, observó a un anciano y a algunos niños que estaban más adelante en la playa, probablemente buscando almejas.

–Iré solo para ver si puedo hacer contacto con la gente de la isla. Quizá podamos comunicarnos.

Tomó su maleta médica y un libro negro. Se volvió a poner el sombrero y comenzó a caminar hacia donde estaba el anciano, que parecía amigable. Esto lo llevó más arriba de la playa, cerca de la roca alta.

De repente, un grito exorbitante retumbó por toda la bahía. Norman levantó la vista justo a tiempo para ver que un hombre alto y musculoso saltaba de la roca seguido de cuarenta o cincuenta guerreros. Caían parados y corrían velozmente hacia él, con las lanzas preparadas. Norman no tuvo oportunidad de correr, ni tampoco se le ocurrió la idea. Al levantar la vista al cielo y elevar una oración a su Amigo celestial en busca de sabiduría y protección, el misionero solitario supo que podía enfrentar cualquier situación.

Entonces se quitó el sombrero y lo puso sobre la arena. Él sabía que esto sería tomado como un desafío por los guerreros paganos que lo rodeaban. Era costumbre de los isleños que trazar una línea en tierra o colocar un objeto en tierra constituía un desafío. Con el sombrero en la arena, Norman retrocedió como un metro para esperarlos. Intentar huir significaría una muerte segura.

Norman había ido a Bellona para representar a Dios, en quien depositaba su confianza. Él sabía que el diablo huye ante el enorme poder de Dios, así que ahora esperó. Sin aliento, la tripulación y Moa observaban con temor en sus rostros. Si Norman y Dios fracasaban, ellos también morirían.

Entonces la furia demoníaca se apoderó de Tiekika. Traspasó el sombrero, agarró la camisa de Norman y le rasgó la espalda. Luego, su mano fuerte sujetó con fuerza el brazo blanco. ¿Era un espíritu demoníaco o un hombre? Tiekika estrujó los músculos hasta que el dolor, como una antorcha abrasadora, ardió en el cuerpo de Norman. Mientras constantemente elevaba una oración suplicando mucho coraje y fe, Norman esperaba, no el golpe mortal, sino que Dios actuara.

Entonces uno de los hombres de más edad que observaba gritó:

–¡Déjalo vivir!

Tiekika le respondió con otro grito:

–¡No! ¡Él muere!

En ese momento, Tiekika pareció sentir que un brazo más fuerte se apoderó de su brazo y, con una torsión de muñeca, Tiekika sintió poder, como un tiro de karate. Para sorpresa de ambos, el guerrero imponente y musculoso perdió el equilibrio, fue arrojado a la arena y quedó postrado.

¿Un poder angelical sobrehumano había asumido el control? Se oyó un grito seguido de risas de la gente reunida en la ladera. Tiekika se puso de pie de un salto, dio media vuelta y corrió lo más rápido que pudo a lo largo de la playa. Sus guerreros lo siguieron. Desaparecieron en la selva.

Norman sabía que cuando Dios envía un ángel mensajero, el poder divino vence a Satanás. Allí, solo, al saber que había estado en presencia de un ser celestial, Norman sintió que le corrían escalofríos por la espalda y comenzó a transpirar en todo el cuerpo. Lo sobrecogió un inmenso alivio al darse cuenta de que Dios continuaría utilizando su poder para vencer al enemigo en el terrible conflicto entre Cristo y Satanás. Dios había ganado el primer round en la batalla. ¡La victoria llegaría a Bellona!

Norman les hizo señas a los aldeanos que esperaban en el acantilado para que vinieran a reunirse alrededor de él y de la tripulación. Bajo la dirección de Moa, comenzaron a cantar: “Cristo me ama, esto sé...”. Lentamente, los aldeanos comenzaron a llegar. Con profunda simpatía Norman observó las llagas que supuraban y las horribles úlceras en carne viva tanto en adultos como en niños, así que abrió su maletín médico y les brindó atención a los más necesitados. Luego les hizo señas de que se unieran a él para orar de rodillas. Moa tradujo su oración:

–Oh Dios, que hiciste los cielos y la tierra, oro por Tiekika, por sus guerreros y por estos queridos aldeanos, para que ellos sepan que los amas. Oro para que crean en el poderoso Dios cuyo poder y fortaleza es más fuerte que cualquier guerrero o dios demoníaco. Ven a esta isla y trae paz y gozo a cada uno. Oro en el nombre de Jesús. Amén.

Con eso, Norman regresó al barco con la promesa:

–Volveremos.

La rama quebrada

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