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2 Comienzos, gozos y pruebas

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Norman Ferris y sus dos hermanos se criaron en la Isla Lord How, a setecientos kilómetros al noreste de Sidney, Australia. A los niños les encantaba escuchar a sus padres misioneros relatar historias bíblicas como la de Daniel en el foso de los leones y la de David y Goliat. Se emocionaban con cada nueva historia de su campo misionero favorito, las Islas Salomón. Los tres muchachos posteriormente admitieron que estas historias del culto diario influyeron en las decisiones de su vida.

Desde muy pequeño, Norman entregó su vida a Jesús, al recordar las palabras de su padre: “Dios tuvo un solo hijo, y este fue misionero”.

A los 19 años, Norman se inscribió en el curso misionero del Colegio de Avondale, en Cooranbong, Australia, con un único propósito en mente: servir a Dios como misionero en las Islas Salomón. En 1921, a este disperso archipiélago de islas montañosas y largos arrecifes de coral al noreste de Australia solo se podía llegar mediante un vapor desde Sidney y, dependiendo de las condiciones climáticas, el viaje duraba entre dos semanas y un mes. Las Islas Salomón, que se extienden alrededor de 1.500 kilómetros en dirección sureste con seis islas principales y unas 992 islas más pequeñas, atolones y arrecifes, se componen de cadenas montañosas densamente forestadas, atravesadas por valles profundos y angostos.

Los lazos familiares y de los clanes en las pequeñas aldeas diseminadas a lo largo de la costa marina siguen siendo muy fuertes. Un 93 % son melanesios y un 4 % son polinesios que hablan más de ochenta idiomas locales diferentes, además de 120 dialectos. Se comunican mediante el “pijin de las Islas Salomón”, una mezcla de inglés y dialectos nacionales.

En el siglo XIX, varias misiones cristianas se reunieron para asignar determinadas islas a diferentes iglesias. Debido a la influencia de los misioneros, un gran porcentaje de la gente de las Islas Salomón dice ser “cristiana de algún tipo”, pero rara vez su estilo de vida ha cambiado con respecto a sus prácticas paganas. Sin embargo, esta modalidad parecía compatible con la identidad de su clan.

De modo que la mayoría de las aldeas de una isla dice ser anglicana mientras que en otra isla las aldeas están compuestas de católicos romanos. La mayoría de las islas principales se hicieron evangélicas de los Mares del Sur, de las Iglesias Unidas, o metodistas, bautistas, testigos de Jehová o de la Asamblea de Dios. Las diferentes misiones competían por el territorio. No obstante, la comisión no asignó ninguna isla a los adventistas del séptimo día. Así que los primeros misioneros llegaron a la conclusión de que Dios quería que entraran en todas las islas. Este plan propendía a crear fricción.

A pesar de conocer estos desafíos con los que probablemente se enfrentaría, la pasión de Norman por las misiones crecía día a día. Captaba cada vez más el milagro de la salvación por la gracia de Dios. Comprendía que Dios dará este poder transformador incluso hasta al isleño más salvaje. Visualizaba que la promesa de Efesios 2:6: “asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús”, incluía a todos sus hijos preciosos. Anhelaba ayudarlos a entender el plan de Dios. Para Norman, el plan eterno de Dios le ofrecía a todos una relación con Dios aún más estrecha que la que tienen los ángeles con él.

En el curso misionero del Colegio de Avondale, la mirada perspicaz de Norman se clavó en una chica vivaz, Ruby, que compartía su amor por Dios y las misiones. Siempre que podían, comentaban sus sueños de ver que muchos isleños de las Islas Salomón aceptaran la buena nueva de la salvación. Cuando terminaron el curso misionero en 1923, su amor mutuo los unió. La Asociación le pidió a Norman que cubriera una vacante como director de carpas para reuniones de evangelización, mientras que Ruby trabajaba en el Sanatorio de Sidney. Luego, al ver la dedicación de Norman, la Asociación le pidió que fuese parte del personal permanente, después de casarse con Ruby en la iglesia de Concord, en Sidney, el 5 de octubre de 1925.

En su primera tarea como pastor de una iglesia pequeña, Dios bendijo el empeño de ambos y levantaron una iglesia de tamaño considerable. Los dirigentes de la Asociación observaron su dedicación a Dios y, a fines de 1926, los invitaron a ir como misioneros a las Islas Salomón.

Mientras esperaban sus certificados de salud durante varios meses, ambos tomaron clases sobre cómo tratar enfermedades tropicales. En ese entonces se sentían inquietos por comenzar su obra misionera en las Islas Salomón y se frustraron por la cantidad de tiempo que tuvieron que esperar. Pero después de comenzar con su misión, se dieron cuenta de que Dios había dispuesto que dedicaran tiempo extra a aprender estas valiosas habilidades médicas. Esto facilitó una clave para mostrar su amor y el amor de Dios. Con esta habilidad, mitigaron muchas clases de enfermedades que mortificaban a los isleños. Dios abrió una puerta para que pudieran utilizar los métodos de Jesús de ofrecer salud física al igual que espiritual.

El 16 de marzo de 1927, Norman y Ruby comenzaron sus aventuras misioneras en las Islas Salomón, entre las tantas aldeas de la Laguna Marovo. La belleza espectacular de la Laguna Marovo consiste en una expansión colorida de aguas tranquilas que se extiende por casi cien kilómetros a lo largo de la costa de la enorme isla de Nueva Georgia en la provincia occidental. Plagada de miríadas de isletas y atolones de un verde vivo, muchas en la actualidad están habitadas de aldeas prósperas que piden que los misioneros vayan a enseñarles.

Mientras estudiaban el idioma, por las mañanas Norman enseñaba mediante un intérprete en la Escuela de Capacitación de Batuna, supervisaba a los alumnos en las huertas de la misión y trabajaba en el aserradero por las tardes. Este aserradero producía la madera que Norman utilizó para construir su primer hogar. La construcción le llevó varios meses.

Los Ferris disfrutaban especialmente los fines de semana cuando partían del puesto misionero en canoa y frecuentaban las tantas aldeas junto a la laguna. Con su equipo médico a mano, visitaban cada hogar.

Después de conversar un rato, trataban las úlceras tropicales, la malaria, las afecciones de la piel y otras enfermedades. Antes de dejar el hogar, siempre oraban con la familia. Así hacían amigos para Jesús.

Después de vivir varios meses en la isla Nueva Georgia, Ruby se enfermó terriblemente. La malaria la debilitó y la quinina convirtió sus mejillas rosadas en amarillas. Luego descubrió que estaba embarazada. Como su intensa enfermedad no cedía, los futuros padres oraron fervorosamente en busca de sabiduría y dirección de parte de Dios. ¿Qué quería Dios que hicieran: arriesgar la vida del bebé y de Ruby o regresar a Australia?

Abrazando a su amada, Norman oró:

–Dios, ¿qué haremos? No queremos estar separados. Ambos amamos a las personas de este lugar. Por favor, muéstranos qué es mejor para la obra misionera que nos diste, y por el querido bebé que ya amamos.

La respuesta llegó cuando los dirigentes de la Misión decidieron que, debido a la salud de ella y del futuro bebé, Ruby debía regresar a Australia, y quedarse con sus padres hasta que naciera el bebé. Con lágrimas, la triste pareja se despidió. Ruby dio a luz una hermosa niña el 15 de enero de 1928, en el Sanatorio de Sidney. La llamó Norma en honor a su papá.

Cuando la bebé Norma tenía apenas pocos meses, Ruby reservó un vapor para Brisbane, y luego continuaría hasta las Islas Salomón. Aunque se sentía debilitada por sus frecuentes accesos de malaria, sintió la obligación de regresar con el papá de la bebé. La falta de sueño debido a que la bebé tenía cólicos, se sumaba a su cansancio. Dos días después, cuando llegaron a Brisbane, la bebé Norma contrajo una forma de gastritis. Como estuvieron en el puerto todo el día, la preocupada madre se puso en contacto con un médico. Después de examinarla, el médico le habló amablemente pero con firmeza:

–Mi querida primeriza, usted no debe ir a los trópicos con esta bebé enferma y delgada. Ella morirá. ¡Por favor, no siga!

Ruby se puso en contacto con la única mujer que conocía en Brisbane, que la ayudó a encontrar una amiga que la acogería hasta que ella pudiera notificar a su familia en Sidney. Al regresar al barco, les contó su problema a los encargados. Sin compasión, descargaron todas sus posesiones en el muelle, incluyendo un catre, pañales y mucho más, a las diez de la noche. Afligida, vio zarpar el barco que la habría llevado hasta el hombre que amaba, sin ella.

La hermana de Ruby, Mary, enfermera profesional, sacó pasaje en un barco que transportaba pasajeros a lo largo de la costa de Australia. Pronto llegó a Brisbane para atender a la madre enferma y a la bebé. Regresaron juntas, y se dirigieron directamente al Sanatorio de Sidney. Incluso en el sanatorio, la bebé Norma lloraba casi continuamente y dormía poco hasta que Ruby se agotó tanto que apenas podía moverse. Después de varias semanas una pediatra, la Dra. Freeman, regresó al sanatorio de un curso de posgrado sobre atención infantil al que había asistido en Irlanda. Ella inmediatamente le suspendió la dieta prescrita y le dio Granose, un cereal integral cocido. En pocos días Norma cambió: no más diarrea, dormía mejor y era una bebé feliz. Durante las semanas siguientes la pequeña Norma se alimentó con Granose y leche. Obviamente se había vuelto alérgica a la otra dieta.

Ahora, con la esperanza de partir pronto, Ruby llevó a su bebé para una última consulta. La doctora le advirtió:

–Usted tiene una bebé hermosa y sana ahora. Sin embargo, no puedo permitir que la lleve a los trópicos por un par de años.

Llena de desesperación y frustración, le escribió a Norman contándole el problema con todo detalle. Él respondió a su carta: “Mi querida Ruby, estoy muy triste por ti, pero estoy feliz de que la pequeña Norma ande tan bien. Tendrás que decidir entre dos alternativas difíciles. Primero, dejar a la bebé con tu hermana Mary, y regresar conmigo hasta nuestro próximo furlough1. Segundo, si no puedes dejar a nuestra preciosa bebé, deberé posponer nuestra obra misionera aquí y regresar hasta donde está mi querida familia. Entiendo plenamente tu problema, pero no creo que sea correcto que yo sea el que te diga qué hacer. Tú tendrás que tomar la decisión. Te amo y estaré orando para que hagas la voluntad de Dios. Te amo, Norman”.

Ruby alzó a su hermosa hijita de cabellos rizados y lloró angustiada.

–¡Ayúdame, Dios! Por favor, muéstrame tu voluntad. ¿Debo dejar a mi querida bebé, o debo regresar al trópico y servirte allí con mi esposo? ¿Cómo puedo dejar a mi preciosa bebé?

De repente un texto bíblico percutió en su mente con toda su fuerza. “El que ama a padre o madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a hijo o hija más que a mí, no es digno de mí; y el que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí” (Mat. 10:37, 38).

Con una intensa lucha, Ruby escogió llevar su cruz y dejar a su preciosa Norma. Sabía que no podría encontrar a nadie mejor que a su hermana Mary para que la atendiera.

El corazón de Ruby casi se quebró cuando el vapor zarpó del muelle. Pero sintió paz al saber que el amor de una madre puede ser egoísta si se interpone en el camino de servir a Dios y el bienestar de su hija. Su sacrificio le parecía poco al considerar que Dios dio a su único Hijo a la raza humana para siempre. Ella sentía urgencia de unirse a su esposo para llevar salvación a las personas que vivían en la oscuridad del paganismo y que si aceptaban el amor de Dios algún día podrían estar más cerca que los ángeles sentados con Dios en su trono.

Lleno de alegría de tenerla de vuelta después de meses de separación, Norman con mucho gusto le devolvió los deberes hogareños a ella. Entre las tareas de ayudar a Norman con la obra misionera, Ruby hacía hermosos vestidos para enviárselos a Norma, y a menudo pensaba en Ana de la Biblia que hacía túnicas para su hijo Samuel. Con gozo le agradecía a Dios por la casita que Norman había construido íntegramente con la madera del aserradero mientras ella estaba en Australia.

Apenas se había secado la pintura de su nueva casa cuando la junta de la Misión les pidió que se trasladaran a la isla Vella Lavella, una isla más pequeña del grupo de Nueva Georgia al noreste de Batuna. Vivirían en una aldea llamada Dovelle. ¿Por qué se los necesitaba allí? La respuesta decía: “Deben ocupar el lugar de la familia Lee, que acaba de perder a su hijito, Noel, debido a una enfermedad. El señor y la señora Lee regresaron a Australia”.

Al llegar a Dovelle, Ruby y Norman inmediatamente comprendieron por qué había muerto el pequeño Noel. Ellos amaban a los afectuosos nacionales, pero odiaban la suciedad extrema de la aldea. Su casa, hecha de material nativo con un techo de hierro y piso de tablas, tenía una cocina aparte. El suministro de agua, acumulada en un tanque de hierro en el techo, constituía un lugar ideal para criar mosquitos anófeles. No solo abundaban los mosquitos, sino que las moscas pululaban por todos lados, alimentándose de excrementos humanos en los arbustos de las inmediaciones. Descubrieron serpientes y ciempiés en lugares inesperados. Su desafío era cómo poder enseñarle a esta querida gente a vivir pulcramente. Si tan solo escucharan y se atuvieran a una higiene sencilla y práctica, podrían evitar la mayoría de las enfermedades.

Ya que ninguna ruta penetraba la selva espesa y las montañas escarpadas, a Norman le encantaba llevar a Ruby en lancha por el distrito de la isla, visitando todos los hogares de las aldeas. En un viaje descubrieron a Nellie y Norman Watkins, a quienes habían conocido como compañeros de viaje en el vapor cuando llegaron a las Islas Salomón. Norman Watkins administraba una plantación de copra, producto de la pulpa seca del coco, que exportaba.

En esa visita, la afectuosa Nellie recibió a Ruby con una amplia sonrisa y le dijo:

–Ruby, veo que estás esperando tu segundo bebé. Tú sabes que el Hospital Metodista es una institución limpia con un buen médico. Y funciona en Munda, a solo ocho kilómetros de aquí. ¿Te gustaría quedarte con nosotros cuando estés en fecha?

–¡Eso sería una gran bendición! Muchísimas gracias. Aceptaremos tu ofrecimiento –sonrió Ruby con gratitud.

Algunos meses después, mientras visitaban el distrito, anclaron su lancha en el muelle de la plantación una semana antes de la fecha prevista para el parto. Como llegaron después de la puesta de sol, decidieron pasar la noche en la lancha y mudarse a la casa de los Watkins por la mañana. Cansados del viaje, Norman y Ruby se fueron a dormir temprano. A eso de las diez de la noche Ruby despertó a Norman.

–¡El bebé está en camino! ¡Vayamos ahora!

Norman despertó al maquinista.

–¡Apresúrate! Debemos ir al hospital inmediatamente.

Una y otra vez el maquinista probó, pero el motor no encendía. Con desesperación, Norman saltó de la cubierta y corrió hasta la casa de los Watkins.

Al oír las palabras: “Ruby está con trabajo de parto”, entraron en acción. Pronto los cuatro se apretujaron en una lancha neumática con motor fuera de borda para hacer los ocho kilómetros hasta Munda en tiempo récord. El dolor de las contracciones le decía a Ruby que el bebé estaba muy avanzado.

Enormemente aliviado de estar en el hospital, Norman siguió a la enfermera y a Ruby hasta su cuarto. Pronto llegó un saludable varoncito, llorando vigorosamente. Lleno de gozo, Norman vio a su primer hijo, al que llamaron Raymond Harrison.

Poco después del nacimiento de Ray, llegó la noticia de que un fuerte ciclón había volado el techo de la casa de la Misión Dovelle. Como sabían que no valía la pena reparar la estructura y que no podrían volver a esa zona con un nuevo bebé, Norman tomó una lancha y empacó las pocas pertenencias que pudo encontrar. Como la isla Nueva Georgia no estaba lejos, regresaron al Colegio de Batuna y frecuentemente visitaban a los creyentes de Lavella.

Como el distrito de Batuna no tenía casa en la que pudiera vivir la familia Ferris, el presidente de la Misión sugirió que Ruby y el bebé regresaran a Australia.

–Como faltan pocos meses para tu furlough –le dijo a Norman– pronto te reunirás con ellos.

Eso hicieron.

En el largo viaje de regreso a Sidney, Ruby oraba con mucha frecuencia y fervor para que Norma la aceptara como su madre. Con alegría se emocionó al ver su hijita robusta pero tímida. La pequeña Norma observaba con curiosidad a esta nueva persona. Mary la tomó de la manito y la llevó hasta donde estaba Ruby, diciendo:

–Mamá, tu mamá.

Pasó solo poco tiempo hasta que el amor se abrió paso. La pequeña Norma lentamente se acercó a ella y levantó las manos. Ruby alabó a Dios cuando Norma la abrazó fuerte. ¡Qué alegría tener a su pequeña en sus brazos!

Pero las continuas altas temperaturas y los días que pasó en cama sufriendo los escalofríos periódicos y la fiebre de la malaria dejaron a Ruby debilitada y anémica. Gradualmente se volvió incapaz de amamantar al bebé Ray. Con el paso de las semanas él no aumentaba de peso. Cuando creció lo suficiente, la papilla de Granose marcó una gran diferencia. Pronto sus enormes ojos azules brillaban y sus mejillas rosadas lo hacían que fuera un bebé adorable.

Finalmente llegó el día cuando recibieron una carta de Norman: “Estoy yendo a Australia por la vía de las Nuevas Hébridas, y pasaré por la casa de mis padres antes de llegar a Sidney”, escribió. “Como está a más de 640 kilómetros al noreste de Sidney, tú y los niños, ¿podrían tomar el vapor para que nos encontremos en la Isla Lord Howe?”

¡Qué gran reunión cuando llegó el barco! Norma, casi por cumplir sus tres añitos, miraba suspicazmente a su papá. Él comenzó a jugar con ella usando globos y una pelota de goma blanda. Las escondidas eran muy divertidas también. Muy pronto, el amor y el afecto que él le prodigó la conquistaron. Qué alegría inundaba el corazón de Norman al alzar a Norma y al pequeño Ray, que ahora tenía ocho meses.

¡Gloriosa unión familiar: jugar con los niños, disfrutar de picnics en la playa y compartir las bendiciones de Dios con los abuelos llenó su taza de alegría! Ahora Norman podía contarles historias misioneras a sus padres, sobre la conducción y el poder de Dios, así como ellos solían leerle historias de las Islas Salomón a él y a sus hermanos cuando eran niños.

El resto de los tres meses de licencia pasaron volando al visitar a los padres de Ruby en Sidney. Muy pronto, la familia misionera de cuatro integrantes se embarcó en el vapor que los llevaría de regreso a las Islas Salomón. Pero Satanás tenía un plan siniestro para destruir su felicidad.

1 Nota del editor: Furlough es una licencia especial de vacaciones para todos los misioneros u obreros que trabajan en otro país fuera del de origen.

La rama quebrada

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