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INTRODUCCIÓN

Lo bueno de lo malo

Ya no me importa lo políticamente correcto. Si al fin y al cabo, quien más aprende es quien tuvo más experiencias, en su mayoría malas. Sí, hay excepciones y tampoco es una apología al libre albedrío ni al “sale como sale”. Si no que la vida te lleva a entender que de las cosas malas es de donde más envión tomamos, lo que más nos nutre, donde más aprendemos. Porque sin el sentimiento de lucha no conoceríamos el regocijo de gloria.

Hay que animarse a sentir más lo que nuestro ser nos dicta con lo sencillo que suena decirlo, pero lo complejo que es llevarlo a la práctica. Y sí, nos equivocamos, erramos, fallamos, sufrimos, lloramos. Pero siempre, siempre, nos levantamos tarde o temprano y seguimos más plantados que nunca. No por haber encontrado el camino, sino por saber por dónde ya no debemos pisar.

Cuesta. Muchas veces tropezamos con la misma piedra una y otra vez. Hasta que nos permitimos transitar el error/dolor, abrazarlo y finalmente soltarlo. Solo en ese momento lo superamos. A veces nunca lo logramos. Pero hay que animarse, hay que sentir más, conocerse, ser conscientes.

Porque, ¿qué tan factible es apostar sobre seguro? ¿Qué tan lejos llegamos? ¿Qué tan conformistas nos tornamos?

Vivir y sobre todo sentir con desapego. Transitar las emociones, sentimientos y experiencias. Que son nuestras enseñanzas. A veces buenas, a veces malas. Pero para eso están.

Permitirnos sentir dolor duele. Pero cuando lo hacés con conciencia, uno hasta llega a agradecerlo. Porque nos hizo afrontar, nos hizo crecer y trascender. Así con todo. Nada nos pertenece realmente, ni siquiera nuestras propias experiencias porque son un conjunto de muchas otras colectivas. Porque todos tenemos que ver con todos, todos somos todos. Todos somos uno.

Emociones fragmentadas

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