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Tiempo

“Duración de las cosas sujetas a cambio o de los seres que tienen una existencia finita” es la definición de tiempo. Yo lo calificaría como “el bien o recurso más preciado”. Hay muchas películas que hacen referencia al tiempo como un bien, como un recurso por el que vale la pena incluso matar, por más tiempo; pero, en realidad, es más fácil simplemente que pase a través de ti, dejar que fluya, que intentar controlarlo.

Como muchas otras cosas en la vida, el tiempo es un concepto que escapa no solo a nuestro control, si no también a nuestro entendimiento. Y es que, somos criaturas tan pequeñas, tan efímeras en este universo aparentemente infinito... Infinito, sin límite conocido de espacio ni de tiempo. Es fácil fingir que somos los reyes del universo, dado que no conocemos ninguna otra criatura o ser superior a nosotros, pero, si te paras a pensarlo un momento, somos una ínfima parte de una empresa de la cual no nos alcanza la vista para ver el final.

Si en realidad somos tan poca cosa para el Gran Cosmos, ¿por qué nos dedicamos a malgastar nuestro tiempo en cosas que realmente no van a hacernos felices? Porque preferimos vivir con la ilusión de que podemos controlarlo todo, con la ilusión de que disponemos de todo el tiempo del mundo; cuando la realidad es mucho más cruel.

La realidad es que a cualquiera se le puede agotar el tiempo, y no siempre se puede culpar a alguien de que llegue ese momento. Todos nacemos con un reloj de arena pegado a la espalda, y nos cuesta horrores cargarlo, a veces; otras, es muy sencillo, parece que ni siquiera está ahí. Otras simplemente nos ayudan a llevarlo, y nosotros levamos los de los demás en ocasiones también. Es un reloj que por mucho que lo intentemos, por mucho que a veces se nos haga una pluma y otras un tonel, la realidad es que en algún momento, toda la arena de la parte superior habrá formado un pequeño montículo en la parte inferior. Nosotros formamos parte de ese montículo; en él están enterradas nuestras vivencias, nuestras alegrías y penas, los momentos de gozo y los de angustia, los de miedo y los de paz...

Nos guste o no, desde el momento en que nacemos estamos prometidos al Tiempo, que durante toda nuestra vida, espera paciente -como no podía ser de otra forma- al momento de la boda, en el que nos hagamos uno con él. Él no apresurará las cosas, pero tampoco las ralentizará, él tiene una apariencia distinta dependiendo de lo que sientas, del dónde, del quién... Hasta que al final del viaje, nos mostrará su verdadero rostro. Y de nosotros depende cómo recibirlo: o como ese esposo con el que poder unirnos por fin porque estamos tranquilos de que hemos vivido bien el capítulo de nuestra vida previo a la eternidad con él; o bien como la figura encapuchada a la que tanto tememos porque nos “arrebata” de este mundo demasiado pronto -o al menos, eso pensamos-, porque sentimos que nos quedan cosas por hacer, porque no hemos vivido nuestro tiempo al máximo, porque hemos estado distraídos por miles de cosas que nos han hecho perder la perspectiva más grande, la de que no tenemos tiempo para todo, la de que hay que saber con quién lo pasamos -y con quién no-, cómo lo pasamos, dónde lo pasamos...

La verdad es que nunca sabemos cuánto tiempo tenemos para estar con quienes más nos importan, así que, aprovechémoslo, para poder recibir al “Tiempo” como a un viejo amigo...

El rincón de la música azul

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