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Biografía de Donald Meltzer

(1922-2004)

Donald Meltzer valoraba profundamente la privacidad; discriminaba claramente el ámbito de lo público y lo contractual de lo íntimo. Buena parte de sus propuestas teóricas postulan que el desarrollo mental sólo tiene lugar cuando se privilegia la esfera de lo íntimo y de los vínculos significativos. Esta es quizá la razón por la que siempre fue discreto respecto de los hechos de su propia vida, sobre todo de la parte de su existencia que transcurrió durante los 32 años en que vivió en los Estados Unidos. La semblanza que aquí se presenta intenta ser fiel al espíritu de intimidad y, sin embargo, se rescatan aspectos sobre su vida y su personalidad porque algunos rasgos del pensamiento creativo de una persona pueden ser mejor comprendidos a partir de estos acercamientos.

Meltzer nació el 15 de agosto de 1922 en Nueva York. Fue el menor de tres hermanos; sus padres eran judíos emigrados de Lituania. Su padre fue un constructor y empresario exitoso; su madre, una mujer dulce y amable. Ambos fueron descritos por él mismo como el milagro en mi vida y sin duda vivió siempre agradecido, además, por la educación liberal y permisiva y por la gran riqueza intelectual que le ofrecieron.

En la niñez sus padres lo llevaron a un viaje de seis meses por Europa, ahí surgió su amor por el arte y la arquitectura: quedó cautivado por los museos y la cultura. Fue un niño activo y vigoroso, era un buen tenista y un jinete experto y apasionado por los caballos. Mostró siempre una fascinación por la naturaleza que se sostuvo hasta sus últimos días: se maravillaba con los árboles y los plantaba en cada casa en la que vivía. La observación de los árboles y su crecimiento muy probablemente es una de las fuentes de inspiración de las ideas de El proceso psicoanalítico. Pensaba que así como la historia del desarrollo de un árbol quedaba marcada en la conformación de las capas del tronco y en sus características, las huellas del desarrollo humano se despliegan en el vínculo transferencial.

Tenía un gusto especial por trabajar la tierra y cultivaba vegetales y frutas. Se dedicaba a la jardinería, la apicultura y la crianza de caballos; valoraba el trabajo artesanal y le satisfacía hacer las cosas él mismo.

A los dieciseis años leyó por primera vez a Freud. En la Universidad de Yale (New Haven, Connecticut) realizó estudios de literatura, historia y psicología durante cuatro años antes de pasar a Nueva York a estudiar Medicina en la Universidad del estado y en el Albert Einstein College. Se especializó en psiquiatría infantil en el hospital Bellevue; fue profesor de paidopsiquiatría en la universidad de Washington y formó parte del equipo de Lauretta Bender, pionera en la intervención con niños psicóticos. Gracias a ella, a los veintidos años tuvo contacto con la obra de Melanie Klein, y se interesó fuertemente en ella. Su determinación por continuar su formación en esta línea lo llevó más tarde a encontrar la manera de vivir en Londres.

El servicio militar se volvió nuevamente obligatorio en los Estados Unidos a raíz de la Guerra de Corea (no había participado en la II Guerra por su calidad de estudiante). Ingresó en el ejército en 1951. Dispensado de participar en combate, pudo continuar su servicio militar en Inglaterra y hacer la formación psicoanalítica en Londres. Se instaló con su familia en esa ciudad en 1954 y en ese mismo año comenzó su análisis con Melanie Klein e ingresó en la Asociación Británica de Psicoanálisis. Permaneció en Inglaterra, que fue su país de adopción, y vivió en Londres hasta mediados de 1980 cuando se instaló en Oxford. Ahí residió hasta 2004, el año de su muerte.

Su experiencia analítica con Melanie Klein fue para él un maravilloso viaje, emocionante y peligroso a la vez (breathless and dangerous ride but wonderful). También lo describió como ‘wild ride’, una cabalgata salvaje (Harris, 2004). Klein tenía a Meltzer en alta estima e hizo referencia a él como una persona extremadamente dotada y una gran esperanza para el futuro del psicoanálisis. Este es un comentario que Eric, hijo de Klein, transmitió a James Gammill, un amigo íntimo que tendría una gran importancia en la introducción del kleinismo en Francia.

Como dato anecdótico, cabe agregar que en una ocasión Roger Money-Kyrle pidió a Klein un espacio para supervisar un caso complicado. Ésta le sugirió hacerlo con Meltzer. Es llamativo ya que para Meltzer, Money-Kyrle fue una figura de inspiración a quien consideró como uno de sus maestros fundamentales (Harris, 2011). De la misma manera, Hanna Segal diría más tarde, con cierto humor:

Meltzer para mí representa el problema del hijo preferido, porque fue mi hijo preferido como supervisando. Yo supervisé su primer caso y también su primer caso del tratamiento de un niño. Era mi supervisado más dotado y todo el grupo lo idealizaba un poco (Segal, 2008: 58).

Es conmovedor observar en un fragmento de la obra de Klein la referencia a un paciente con quien analizaba el problema de la belleza, la bondad y las ansiedades claustrofóbicas: parecería ser el germen de las ideas de La aprehensión de la belleza y del Claustrum, y en efecto muy probablemente lo fue. El paciente era el propio Meltzer en un ejercicio de profunda sinceridad con su analista (Harris, 2004). Se puede observar a Klein (1963: 314-316) trabajando con Meltzer el sentido de belleza y la bondad que la naturaleza representaba para él; la identificación introyectiva del objeto bueno, la repetición transferencial de haber sido un bebé ricamente nutrido.

También, las ansiedades claustrofóbicas y persecutorias experimentadas como un resultado de identificaciones proyectivas (denominadas ‘intrusivas’ en la teoría del claustrum) con el objeto.

Su análisis con Klein duró de 1954 a 1960 cuando ésta murió. Ella misma le había sugerido que continuara su análisis con Bion, pero Meltzer decidió no hacerlo.

En los años que siguieron, se casó en segundas nupcias con Martha Harris. Para quienes los trataron, la pareja causaba una profunda impresión. Martha Harris se había formado con Esther Bick en psicoterapia psicoanalítica del niño en la Tavistock Clinic de Londres y había hecho la formación en la Sociedad Británica de Psicoanálisis.

Ella


...aportaba a Meltzer un sostén tierno y atento que parecía dispensarlo de las preocupaciones cotidianas y liberar su espíritu para la creatividad. [Martha] tenía la capacidad de moderar sus excesos, cuando aparecían, y atemperar lo que parecía demasiado irónico en sus comentarios. Juntos ofrecían la imagen de una pareja equilibrada, armoniosa y de una profunda generosidad (Houzel y Lechavalier, 2013: 11).


Juntos se dedicaron a la enseñanza, la supervisión y a la creación de grupos de estudio en distintas partes del mundo: Italia, Francia, Escandinavia, España, Sudamérica. Creían que el psicoanálisis podía contribuir a un mundo mejor. Fundaron una editorial en honor de Roland Harris, el primer esposo de Martha; The Clunie Press publicó varios de sus libros. Meltzer ingresó así en una familia en la que el interés literario era central.

Una tragedia, sin embargo, interrumpió esta felicidad en 1984. Durante un viaje en automóvil por los Alpes, un accidente dejó a Martha en estado de coma durante varias semanas al cabo de las cuales sufrió un síndrome neurológico. Meltzer la cuidó con una devoción ejemplar durante los dos años que sobrevivió, hasta su muerte en 1986.

Meltzer se alejó paulatinamente del grupo kleiniano; una primera decisión de independencia había sido no proseguir su análisis con Wilfred Bion a la muerte de Melanie Klein. Resolvió no analizarse con nadie más. A su llegada a Londres había sido afectuosa y solidariamente acogido por el grupo kleiniano: James Gammill lo hospedó en su casa; Hanna Segal le ayudó a adquirir la ciudadanía inglesa. Después de la publicación de El proceso psicoanalítico, sin embargo, los lazos se debilitaron.

Gammill piensa que las responsabilidades políticas que los kleinianos enfrentaron después de la muerte de su guía, les dificultaron hacer un verdadero trabajo de duelo. Si bien Klein estaba enferma, se pensaba que el pronóstico era bueno. Su muerte fue inesperada: el grupo quedó absorbido por las tareas institucionales. Meltzer era un hombre muy creativo y esto posiblemente generaba dificultades en un grupo preocupado por preservar el statu quo después de la pérdida. Gammill comenta que en una conversación franca entre amigos, Meltzer le criticó su lealtad a Klein y a su trabajo como un rasgo que inhibiría su creatividad. Esta idea está relacionada con las preocupaciones de Meltzer sobre la diferencia entre la identificación introyectiva versus las identificaciones narcisistas; la inspiración versus la adhesión que obstruye el desarrollo.

Le preocupaba que la transmisión del psicoanálisis se realizara de forma íntima y cercana; una modalidad en la que los procesos de identificación tuvieran un lugar al margen del dogmatismo. Pensaba que el aprendizaje tiene un fondo transferencial, misterioso; que es un proceso en que la inspiración está presente. Creó talleres grupales en los que la enseñanza se sostenía en el contacto cercano entre individuos más que en instituciones o escuelas de psicoanálisis en las que existe el peligro de la rigidez jerárquica. Pensaba que la salvación para la humanidad descansa en las relaciones personales y en los deseos apasionados que sostienen la intimidad. En esto consistía la salud mental; la enfermedad, por el contrario, es la sumisión a las jerarquías, principalmente institucionales, donde la obediencia conforma una armadura adaptativa que impide el desarrollo.

Aspectos políticos, crisis grupales, preocupaciones con respecto a lo que consideraba esencial para la transmisión de la disciplina..., todos estos elementos contribuyeron para que en 1985 Meltzer saliera finalmente de la Asociación Británica de Psicoanálisis. Su labor como docente, supervisor, escritor, y su práctica clínica, continuaron con intensidad y vitalidad. Meltzer siempre apreció y reconoció a aquellos que enriquecieron su formación y a quienes fueron sus supervisores: Hanna Segal, Herbert Rosenfeld y más tarde Betty Joseph, con quien supervisó sus casos de niños. También reconocía como influencias fundamentales en su desarrollo a Esther Bick, Roger Money-Kyrle y Wilfred Bion, cuyo pensamiento se dedicó a investigar y tomó como plataforma para sus propias ideas.

Uno de los grandes talentos de Meltzer fue su capacidad de supervisar con agudeza, intuición y cercanía. Los libros y grabaciones dedicados a las supervisiones que impartió en diferentes lugares del mundo son uno de sus mejores legados. Solía pedir a los estudiantes que no barnizaran el material clínico; no quería diagnósticos inteligentes sino acceso a la esencia emocional de la situación transferencia–contratransferencia, a la música de la relación, como solía denominarla. El interés en las supervisiones estaba centrado en el material, no en la interpretación que el terapeuta hacía de éste, y alertaba frente al riesgo de presentar interpretaciones correctas y adecuadas que obstruyen la experiencia, a la manera de una transferencia preformada en el análisis (Harris, 2010: 12,140).

Su propio placer por el trabajo analítico fue modificándose con el tiempo. En un inicio le entusiasmaba seguir la guía que los maestros le mostraban, hacer lo que decían y confirmar que tenían razón en sus observaciones. El placer era básicamente egocéntrico; el entusiasmo, unilateral. Comentaba, con razón, que los pacientes pueden resentir que el interés del analista esté más centrado en el trabajo analítico que en el propio paciente. No se ama a los pacientes, se ama el trabajo. El cambio operó significativamente; pasó de “...ser un analista y tener pacientes a valorar la experiencia del vínculo paciente–analista, la ‘extrema intimidad’ de esta relación” (Meltzer, 2000a: 7).

La crianza siempre representó un tema fundamental: estaba muy interesado por el desarrollo misterioso de las capacidades parentales, tanto con los niños como en la práctica del análisis. Fue padre de tres pequeños; después, un abuelo que disfrutaba y observaba con atención a sus nietos (Hahn, 2005). Fue sumamente paternal, pero pensaba que el rol masculino con respecto al desarrollo infantil es sostener a la madre, a la que atribuía el papel esencial en la crianza.

Aquellos que tuvieron el privilegio de trabajar cercanamente a él lo recuerdan por su


...generosidad en la transmisión de sus ideas, el permanente aliento a los jóvenes analistas, su incansable monitoreo sobre un tratamiento para detectar si se estaba trabajando en contacto con el paciente [...]; su compromiso completo con sus pacientes, con una incomparable capacidad para comprender e interpretar los estratos más profundos del inconsciente. Lo hacía en una forma intrépida y con una captación inmediata, singular, aguda y precisa (Etchegoyen, 2004: 279).


Como Kant, comprendió en su raíz el problema ético de la buena fe y lo hizo parte de su pensamiento teórico. La belleza, la inteligencia o la fuerza pueden estar al servicio del bien o del mal. Su inteligencia y su cultura, producto de una verdadera integración y no de la mera acumulación de información, abarcaron los más distintos terrenos de la estética, la filosofía y el arte. Su conocimiento de la literatura clásica y de la poesía romántica inglesa era muy vasto. Su sensibilidad artística le permitió comprender y participar en las tareas críticas que Adrian Stokes y otros llevaban a cabo en la comprensión e interpretación del arte contemporáneo. Su sensibilidad y su cultura estuvieron al servicio de la bondad, de la buena fe.


El psicoanálisis kleiniano carecía de una teoría del pensamiento y la tarea pionera de Klein, y más tarde de Segal, en cuanto al significado de la simbolización para el psicoanálisis, debía ser proseguida. La filosofía, por su parte, había entendido que ese terreno era el campo de exploración fundamental de la modernidad.


Whithead, Russell, Wittgenstein, Cassirer, Langer nos propondrían, llegado el momento, una filosofía del pensamiento, del lenguaje y de la formación de símbolos, que podía ser utilizada en nuestros consultorios. Las formulaciones de Bion nos mostraron de hecho cómo estábamos equivocados; su “Teoría del pensamiento” enmendó la plana a la filosofía académica al poner la emoción en el centro de los procesos de pensamiento (Meltzer, 1986c: 154).

En la huella de Bion dedicó mucho esfuerzo a la comprensión de las corrientes filosóficas contemporáneas de las cuales Inglaterra era un centro privilegiado. Como afirma Etchegoyen, Meltzer era un incansable lector, especialmente de los clásicos y de teatro. Disfrutó de un enorme conocimiento de los grandes maestros de la pintura y fue un gran admirador de las artes plásticas. Tal vez por eso, su concepción del psicoanálisis estaba “más cerca del arte que de la ciencia”. En sus cimientos esta perspectiva se encontraba con una concepción platónica, según la cual la verdad estará siempre velada y lo esencial será inaprehensible a nuestros sentidos (Etchegoyen, 2004: 279).

Estas cualidades impregnan su escritura. Escribir para él fue algo que parecía surgir naturalmente y su estilo literario está teñido de la dicción poética que advertía en los sueños, por eso su lectura es una verdadera experiencia estética. Paradójicamente, afirmó siempre estar un poco sorprendido de que la gente lo leyera y se acercara a sus textos. El trabajo con grupos, que fue una fuente de disfrute para él, en un cierto momento creció con el hecho de que los grupos mismos se encargaran del oficio de la escritura. Con el humor que lo caracterizaba, cuando comenzó a escribir y a presentar viñetas clínicas, pensaba que eso representaba una suerte de explotación del paciente, así como un plagio cuando de tomar los sueños se trataba. Sin embargo, reflexionaba que cuando se aborda un material clínico se hace una construcción imaginativa del paciente a la manera de esbozar sombras en la pared como en la caverna platónica, porque lo que se escribe es sólo una sombra particular de la personalidad total (Meltzer, 2000: 5-6).

La obra de Meltzer transita por regiones difíciles de describir con palabras: el área emocional de la comunicación no verbal, del ensueño y el pensamiento inconsciente. La pasión por el método psicoanalítico fue uno de los motores en su vida y gracias a él el propio análisis se convierte en un objeto estético (Meltzer y Harris, [1988] 1990: 29).

Poco antes de su muerte, se le preguntó cuál era su libro más valioso; contestó que El proceso psicoanalítico, pero agregó que pensaba que su texto más original había sido La aprehensión de la belleza (Li Causi y Waddell, 2005).

Incluso en sus textos más creativos, Meltzer se preocupó por mostrar cómo se entreteje su pensamiento con el de sus maestros y predecesores; cómo, desde esa plataforma, se abre el lugar para nuevos hallazgos. Le importaba evidenciar este entramado, “como una guirnalda de flores”, no sólo por razones epistemológicas y teóricas, sino también emocionales: la necesidad de reconocer, alejado de una postura narcisista autosuficiente, a los objetos internos que son la fuente de inspiración. Es la vivencia teológica del mundo interno y del pensamiento. Esta idea alude a una noción de Meltzer que atribuye a la obra de Klein: teológica por la fuerza de inspiración y aspiración que los objetos internos tienen dentro de la mente humana.

Una observación suya a propósito del superyó ideal —una idea extraordinaria— puede contribuir a aclarar el sentido de lo que Meltzer entiende por dimensión teológica de la mente.


El problema al cual han tratado de aferrarse todos los sistemas teológicos y filosóficos ha encontrado finalmente su justa jurisdicción: la realidad psíquica. La prueba de la existencia de Dios ha culminado inesperadamente a través de un método esencialmente iconoclasta, que fusionó simultáneamente este concepto de Dios con el de la mente individual poniendo fin para siempre a la posibilidad de la existencia de la religión como institución social, por encima del individuo. Dios está muerto en el mundo externo y vuelto a la vida

dentro de uno, pero sólo, como sabemos, a través del duelo (Meltzer, [1973] 1974: 134).


Como resulta claro de la lectura de esta cita, el sentido teológico que atribuye al pensamiento de Klein no debe entenderse en ningún sentido religioso. De igual modo, habla con frecuencia de “los dioses”. Se trata de la fuerza de la inspiración y aspiración de los objetos internos, sobre todo de los que integran el superyó ideal, particularmente las figuras parentales asumidas con admiración. Los mejores aspectos de la mente, sostiene Meltzer, están más allá del self y éste ha de mostrarse receptivo a las funciones que los objetos despliegan.

Este es el núcleo de la identificación introyectiva y del desarrollo emocional.

También, nos muestra cómo los dioses no actúan gratuitamente, cómo debe hacerse un esfuerzo importante y sistemático para lograr ser inspirado por estos dioses; años de trabajo que culminan en la posibilidad de comprender aspectos complejos de la mente. Meltzer nos comparte y nos explica desde dónde se genera su comprensión clínica de la misma manera en que uno supone que se lo mostraba a sus pacientes; desde dónde se estaban construyendo las interpretaciones. Se aleja así de una postura omnisciente y se acerca a una clínica donde la sencillez y la humildad predominan.

Meltzer se caracterizó por su


...calidez, generosidad, su agudeza clínica única, y su sensibilidad para los procesos inconscientes, su integridad y su auténtica capacidad para cuidar a sus pacientes y estudiantes (Hahn, 2005: 178).


Donald Meltzer murió el 13 de agosto del 2004, dos días antes de cumplir ochenta y dos años de edad. Su esperanza para la sobrevivencia del psicoanálisis descansaba en la capacidad de la siguiente generación para aprender de la experiencia con ayuda de los objetos internos (Harris, 2015: xviii), en la confianza en el proceso psicoanalítico, ese enigmático espacio que se crea entre paciente y analista que es el espacio mitológico de la realidad psíquica. Comprendía esta confianza en el método como la confianza en los propios objetos internos psicoanalíticos (Meltzer, [2002] 2003: 143).

En una entrevista concedida en 1988, Catherine Mack Smith le preguntó acerca de la cualidad de cuasi-genio que muchos le atribuían.


Mi propio análisis me desilusionó con respecto a mi simpatía —respondió—. Me volví una persona mucho menos amable y mucho más deprimida. No soy particularmente inteligente; ciertamente, tampoco soy particularmente culto o educado. Mi fuerza como analista es mi amor por este trabajo y me arrojo a él con todo el corazón; estoy seguro, además, de que la mayoría de las veces lo hago muy, muy bien. [...] La gente utiliza el término [genio] con ligereza. Es una función de la transferencia idealizada y la sobreestimación (Mack Smith, 2007: 151).


La entrevistadora termina sugiriendo que de acuerdo con la canción popular Meltzer habría hecho las cosas “a su manera”. A ello, él contestó enérgicamente, “¡No, no; lo he hecho a su manera!” Se refería con ello a los objetos internos, a los padres, a la generosidad del pecho que forma el núcleo del objeto combinado del superyó ideal, uno de los conceptos suyos más creativos y hermosos.


Donald Meltzer, vida onírica

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