Читать книгу ¿Volveremos? - Elisabet Campuzano Ayllón - Страница 8

Capítulo uno Así empezó todo

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Sin saberlo, la vida de mi marido y la mía siempre han sido bastante paralelas. Los dos hemos vivido en la misma calle toda nuestra vida, hasta casados vivimos allí unos años, pero de solteros él en una punta y yo en la otra. En una calle Ripollés, del barrio de Can Oriach en Sabadell. Hemos tenido amigos comunes, pero nosotros no coincidíamos casi nunca, la sensación era que la calle se dividía en dos partes, justo la mitad de la calle era la barrera y de ahí no se podía pasar ni para un lado ni para el otro. Él se mantenía en su esquina, donde tenían el negocio familiar llamado “Restaurante-Hostal Comellas” y yo en la mía con mis amigas.

Antes de que hicieran el hostal, había sido uno de los restaurantes más importantes de la zona, con dos enormes salas para celebraciones de todo tipo y con muchísima demanda, precisamente allí se casaron mis padres, un 5 de mayo de 1974, para entonces mi marido ya tenía casi dos añitos. ¡Vaya sorpresa! Y justo yo, nacía en febrero del siguiente año.

Cuando yo tenía unos seis años, mi madre montó una jardinería justo debajo de nuestro piso y mi suegra le encargaba los ramos para decorar las mesas de los salones, aunque no duró mucho tiempo, la ubicación de la jardinería no era muy apropiada y mi madre no consiguió el resultado que esperaba, así que la tuvo que cerrar.

Para nosotros era una edad muy muy temprana para saber de nuestra existencia, pero el destino siempre está por ahí haciendo de las suyas.

A mi padre le gustaba mucho el fútbol y teníamos cerca el campo del Club de Fútbol Can Oriach y los domingos por la mañana, antes de ir a casa de mis abuelos a comer, que vivían en otra barriada, pasábamos por allí a ver a los equipos del barrio jugar. En uno de ellos jugaba mi marido, por supuesto yo iba creciendo y con trece para catorce años empecé a fijarme en él (sí, la verdad un poquito precoz). Mi padre sin imaginar nada siempre lo elogiaba por lo bien que jugaba, así que poco a poco fue despertando un interés en mí hacia él un tanto especial. Hasta que mi padre se dio cuenta de que algo raro estaba pasando y ya empezó a no caerle tan bien (las cosas de los padres). “Papitu, ya era tarde, las mariposas crecían en el estómago a toda velocidad”.

Nunca habría imaginado que él se hubiera fijado en mí también (eso me hacía sentir muy triste, pero claro es que yo era muy niña) pero, poco a poco la barrera de la mitad de la calle fue desapareciendo, cuando iba a entrenar pasaba por delante de mi casa, cuando nunca lo había hecho, ya que desde su esquina podía ir perfectamente. Yo ya me había estudiado los horarios sobre todo cuando volvía de entrenar y como mi casa hacía esquina, lo veía venir de frente desde tres calles más atrás. Para que no me vieran mis padres, me metía en el lavabo y en otras ocasiones me subía a la azotea para verlo venir desde más lejos aún. Jamás levantó la cabeza, pero cuando lo hemos hablado en ocasiones, me ha dicho que sí, que me veía, que sabía que estaba ahí. ¡Vaya dos! ¡Que chico tan duro!

Así que poco a poco junto a mis amigas, también empezamos a pasar por delante del restaurante, como también era bar, en alguna ocasión habíamos tomado unos refrescos atendidas por su hermana un poco mayor que él, muertas de risa y de vergüenza a la vez, haciendo tiempo para ver si aparecía. Pronto su hermana se dio cuenta de lo que pasaba y pasó a ser una cómplice más, fue una época muy entretenida.

En esos años, habían discotecas que los sábados y domingos abrían a las cinco de la tarde y hasta las once de la noche dejaban entrar a los que ya teníamos catorce años. Yo salía con mi amiga Rosi, un año mayor que yo, y allí nos pasábamos las tardes bailando y a las nueve en casa. A mis padres no les gustaba mucho que fuera, pero lo bueno era que allí me encontraba con mi primo David y toda la colla que vivía en el barrio de mis abuelos, entonces lo llevaban un poco mejor.

Fue aquí donde empecé a tener más contacto con mi marido, ya que los amigos le dieron un ultimátum:

 – Andy, ya no queremos pasar las tardes de los fines de semana saltando la valla del colegio para jugar al fútbol. Queremos ir a la discoteca, o te vienes o te quedas como tú lo prefieras, ¡pero nosotros nos vamos! –¡Era el tonto del balón! Y eso fue lo que pasó, que se tuvo que ir con ellos.

Así que como teníamos amigos comunes, nos saludábamos todos y poco a poco empezamos a coincidir más. En verano en piscinas públicas, nosotras quedábamos con sus amigos y ya él también venía, todo esto fue durante el año 1989 y al cabo de los meses un 26 de diciembre, día de San Esteban, se decidió y me hizo la pregunta que yo tantas veces había imaginado, en ese tiempo la frase era así:

 – ¿Quieres salir conmigo?

Por supuesto que dije que sí, y él me dijo:

 – Pues vamos a tomar algo para celebrarlo.

Y eso hicimos, nos fuimos a la barra a pedir unas consumiciones, pero no acaba aquí, cuando nos estábamos tomando el refresco, va y me dice:

 – No se lo tienes que contar a nadie, será nuestro secreto y si quieres me puedes dar un beso.

Y sí, ¡le planté un beso en toda la mejilla! ¿Qué esperaba que me lanzara de cabeza? De eso nada. Y si pensaba que después de tanto sufrimiento esperando a saber si sentía algo por mí o no, no lo iba a contar, ¡lo tenía claro! ¡Nada más ni nada menos que a mi madre en cuanto llegué a casa! ¿A quién mejor? Mi madre se quedó paralizada, pero no dijo nada, hasta el siguiente día que ya reaccionó, imaginaros, que puedo contaros que no os hayan dicho…

A la semana siguiente nuestro primer baile lento y con la que a partir de ahí se convertiría en nuestra canción Another Day In Paradise de Phil Collins, creo que no habían más estrellas a nuestro alrededor, ¡qué emoción tan grande!, aún me estremezco cuando la escucho, no sé qué luz desprenderíamos a nuestro alrededor, que cuando terminamos de bailar teníamos a varios de los amigos de mi marido embobados mirándonos a nosotros, cuando nos dimos cuenta nos iban a explotar las mejillas, parecían nuestros guardaespaldas cruzados de brazos.

Dos meses me faltaban para cumplir quince años, y el amor ya me había llegado y con él muchos quebraderos de cabeza. Perdí total interés por los estudios. Era otra época y no era difícil encontrar trabajo, sobre todo de dependienta y a mí me encantaba. Terminé el curso que estaba realizando y me puse a trabajar en una panadería, aún no tenía los dieciséis años, la edad mínima para que puedan hacerte un contrato laboral, pero me quedaba muy poco así que me cogieron sin poner mucha pega, ya que el horario era tan malo y el sueldo era tan bajo que nadie quería trabajar ahí. A ellos les venía bien y a mí también. Como tenían varias sucursales me enviaban de una a otra como si nada y así fueron pasando los meses, hasta que en agosto de 1991, encontré trabajo en el Mercat de la Creu Alta, en una Pesca Salada y allí estuve hasta octubre del 1993. Necesitaba hacer un cambio, no era un trabajo en el que me sintiera muy realizada, así, que decidí dejarlo y cobrar el desempleo hasta encontrar algo que me gustara más.

Aproveché y me saqué el carnet de conducir, justo diecisiete días antes de la boda.

¡ME CASO!

Si os he de decir la verdad, no sé ni cómo lo terminamos de decidir, solo sé que en tres meses la habíamos organizado, quedaban tres semanas y mi suegra aún ni se lo creía, la verdad es que casi todo lo hicimos nosotros, ya que lo que yo ganaba, lo guardábamos y lo que ganaba mi marido era lo que gastábamos, así que como la boda fue muy sencillita, la costeamos nosotros y al no implicar a nadie, no terminaban de creérselo, claro que una parte muy importante fue que no tuvimos que comprar una vivienda, solo arreglarla un poco.

A partir de aquí, ¡empezamos con las mudanzas!

Vamos con los detalles…

¿Volveremos?

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