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Agradecimientos

Yerran, pues, maliciosamente los hombres corrompidos, cuando asidos de alguna cosa que les parece útil, al punto la separan de lo honesto. De aquí provienen los asesinatos, venenos y testamentos falsos; de aquí los hurtos y robos, la usurpación y opresión de los aliados y ciudadanos; de aquí la dominación insufrible del demasiado poder, y, últimamente, la ambición de apoderarse del reino en las ciudades libres…

Marco Tulio Cicerón

A la memoria de todos aquellos grandes y honrados pensadores, políticos, críticos y oradores, cuya lista es bastante larga en Colombia, que han sido asesinados como Marco Tulio Cicerón, a quien su maestro Publio Mucio Escévola, también asesinado —según Taylor Caldwell—, le había vaticinado no alcanzar una edad avanzada por sus ‘absurdas’ teorías sobre los derechos del hombre y la democracia, por no haber cedido en su empeño de hablar con claridad respecto a la búsqueda de la paz, la cual implica una relación íntima entre la represión de la agresividad y la puesta en escena de los deberes y los derechos humanos; por las deficiencias simbólicas de la época y la intolerancia de las mentes corruptas, que nunca han sido capaces de aceptar una palabra clara, coherente y veraz con la que se diferencien lo real, lo simbólico y lo imaginario en la comunicación humana y en el ejercicio de los oficios, en los que lo simbólico es un punto intermedio que representa el Nombre del Padre. En la perspectiva de Lacan, se podría decir que para el establecimiento de la metáfora paterna (otro de los nombres del orden simbólico en la cultura) se requiere una sustitución del Deseo Materno (DM) por el Nombre del Padre (NP). En esta onda de pensamiento, es claro que, si los seres humanos no asumimos nuestros deberes morales, no tiene sentido que reflexionemos sobre derechos humanos, pues estos solo tienen validez en la medida en que seamos capaces —en nuestra subjetividad— de sentirnos responsables de lo que sucede con nosotros, con los otros y con las cosas esenciales para la preservación de la vida humana en sociedad.

Esta es la razón por la que en otros apartes de nuestra obra le damos tanta importancia a la noción de sentimiento de culpa, sin la cual, como diríamos con Freud, no serían posibles los vínculos sociales. Por todo esto y a la memoria de aquellas personas, sus familias y las gentes de buenas costumbres está dedicada esta modesta reflexión; lo mismo que a los funcionarios de la organización que nos desconocieron los derechos fundamentales en el curso de nuestra formación; hombres apreciados que, sin embargo, como César, Craso y Pompeyo en la relación con Cicerón, traicionaron nuestra fe, nuestros deseos de vivir y de saber. Personas que sin duda también han sufrido colateralmente por la acción violenta de una mentalidad delincuencial que se ha ido propagando y que en ocasiones se tiende a justificar y a confundir con la habilidad lingüística para los negocios, el ejercicio inmoderado del poder y la falta de prudencia en muchos ámbitos de la vida social y política —en la cual “los procesos de desidentificación y reinvestimiento afectivo son un aspecto importante de la vida” (Stavrakakis, 2010, p. 255)— en los cuales se dice con cierta sorna y aire de cinismo que “la ley se acata pero no se cumple”. Ello evidencia nuestra natural inclinación a vivir “quebrantando la ley”.

En fin, mentalidad que por los influjos del mercado carece, cada vez más, de culpabilidad, de mecanismos de regulación, de tentativas de reparación y de condiciones higiénicas suficientes para el cultivo de la salud mental, que permite simbolizar la esencia de lo humano en relación con los deberes. Unos deberes que en Cicerón consideramos no tan utópicos e imaginarios como los nuestros y, por ello, son más cercanos a la realidad interna y externa de la condición humana. Por esta razón, en el presente trabajo los asociamos con la ética del psicoanálisis y con la responsabilidad que se desprende de la experiencia de lo real, de la falta estructural (asociada según Stavrakakis con expresiones tales como “límites del discurso”, “incompletud de la identidad”, “significante vacío”, “imposibilidad de la sociedad” y “falta en el Otro”) y el goce. La conciencia de la falta (o la negatividad), más que un límite, es condición de posibilidad y es consustancial a la realidad social y política.1

1 Es por todo ello que el autor griego Yannis Stavrakakis afirma: “Por la historia de la democracia griega antigua sabemos que no es posible aceptar e institucionalizar la división y el antagonismo, y a la vez mantener abierta la perspectiva de una renovación permanente. Sin duda, en la polis había conciencia de que la división y el antagonismo ocupan un lugar central y deben salvaguardarse y sostenerse. ¿De qué otra manera es posible interpretar la célebre ley de Solón que Aristóteles analiza en La constitución de Atenas?” (2010, p. 302). Y unas cuantas líneas más adelante, apoyado en Marchart, agrega: “Entonces, la democracia no es sino el intento —imposible pero necesario— de institucionalizar la falta” (p. 313).

De Cicerón a nuestros días

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