Читать книгу No podrán apagar el amor - Eloísa Ángela Ortiz de Elguea - Страница 9
ОглавлениеPara interpretar lo plenamente humano del encuentro sexual de dos personas que se aman, resignificaremos la dimensión comunicativa y trascendente que éste comporta. Partiremos de la idea que la dinámica de cercanía, encuentro y abrazo, lejos de quedar reducida a lo puramente biológico, adquiere verdadero valor simbólico en tanto mensaje interpersonal profundo y misterioso a la vez.
Aquellas argumentaciones de línea biologicista o conductual que no han tenido en cuenta los aspectos psíquicos, son las que han favorecido la disociación del factor humano separando el soma de la psiquis. Afortunadamente, ha sido la psicología la que ha traspasado esa frontera cuando Freud habló de la “libido” como expresión psíquica energética del instinto sexual, para luego sintetizar con el término “psicosexualidad” e incluir en él una realidad amplia y compleja bajo el término Liebe (amor). Con posterioridad, el padre del psicoanálisis incorporó el concepto “Pulsiones de vida” entendido como conjunto de fuerzas orientadas a la aspiración de mantener un vínculo con el objeto de amor. El conjunto de estas pulsiones vitales pasó a ser conocido como eros. (1)
Lo cierto es que lo propio del ser humano es la unidad de materia y espíritu que se hace presente de modo insondable. Así lo confirma el apóstol Pablo: “Que todo vuestro ser, el espíritu, el alma y el cuerpo se conserve sin mancha hasta la venida de nuestro Señor Jesucristo” (1Tes 5, 23b). Es así que varones y mujeres ya sea como espíritus encarnados o como cuerpos espirituales, se manifiestan por medio de sus expresiones somáticas. Por ello entendemos que el cuerpo humano no es un simple elemento de la persona, es el ser humano mismo que se revela y comunica por medio de esta estructura suya. Este es el argumento que confiere al cuerpo valor simbólico, pues sus acciones suelen expresar una dimensión más profunda, tal como la acción de besar atestigua el sentimiento de afecto. Desde este ángulo afirmamos que el cuerpo es epifanía de nuestro ser interior personal, por ser posibilitador de encuentro y comunión con los otros/as, denotando un sentido transcendente, de apertura y revelación. (2)
La corporalidad aparece en la manifestación de varón o mujer, con características diferentes que no necesariamente radican en una determinada anatomía. La experiencia muestra que los contornos de lo masculino y lo femenino no siempre aparecen claramente definidos. “A las diferencias biológicas y corporales corresponden otras anímicas, aunque el medio ambiente y la presión social acentúen, eliminen o impongan ciertos patrones de conducta”. (3) Esta apreciación, si bien nos instala en la heterosexualidad normativa, nos ubica también en los umbrales del debate de la cuestión homosexual.
Volviendo al sentido de trascendencia de la actividad sexual, ella adquiere su verdadero simbolismo cuando más allá de la esfera biológica es integrado el componente afectivo. En la donación-recepción de amor, el placer revela su verdadero alcance en tanto signo y expresión de un comportamiento que, aunque momentáneo, resulta sostenido por un dinamismo que lo trasciende. Desde esta afirmación, el encuentro sexual es comprendido como auténtico símbolo de amor y diálogo.
Desde lo plenamente humano abordaré la cuestión del enamoramiento y del deseo sexual partiendo de la premisa que este fenómeno reclama el encuentro de los enamorados/as. De hecho, la realidad física y psíquica del enamorado/a se orienta al objeto bueno ideal de su amor. “Cuando el eros se despierta, incluso dentro de una tendencia homófila, provoca una irradiación psíquica agradable, que orienta hacia el punto de atracción”. (4)
En el encuentro de los enamorados el mundo externo se desdibuja debido a la intensidad de la experiencia de comunión. El amado/a irrumpe con lo totalmente nuevo y sorprendente, desencadenando la liberación de una serie de modelos inconscientes que se han ido construyendo a los largo de procesos de la infancia y de la adolescencia, incluso aquellos derivados de identificaciones y contra-identificaciones a partir de las imágenes parentales. (5) El deseo pulsional descubre la imagen ideal concretizada en la persona amada. La persona enamorada ubica al amado/a en primer lugar, incluso hasta olvidarse de sí misma para rendirse a los deseos del otro/a. A la vez, de modo inconsciente, se eliminan aquellos aspectos que pudiesen alterar esta idealización. “Cada cual tiene sus motivos únicos, inconscientes generalmente, para enamorarse de un modo determinado y de una persona determinada también”. (6) Freud identificó dos modalidades fundamentales de establecer el vínculo amoroso: una motivada por la búsqueda de la madre o del padre en la otra persona; otra dinamizada por la búsqueda de una contra-imagen materna o paterna, lejana a esos primeros modelos. Podemos ver entonces que la situación de enamoramiento se hace posible por la transferencia de las imágenes parentales. (7) Cada pareja en particular mantendrá un sistema dinámico de retroalimentación a nivel consciente y a nivel inconsciente. De este modo se irá construyendo una relación interpersonal que es única, y también un único modo original de relación con el medio externo, inaugurando una etapa en que la vivencia amorosa se mantendrá al margen de toda realidad. Sin embargo, este juego de relaciones conlleva una complejidad que puede resultar problemática. Como resultado de las limitaciones y de diversas circunstancias, los enamorados irán recuperando esa realidad desdibujada, imponiendo un trabajo de duelo donde la realidad personal del otro se muestra en su distancia y en su diferencia. Tras la apertura de la realidad del otro afloran aquellos aspectos y valores no descubiertos aún. Éste es el camino por el cual la pareja encontrará gratificaciones, frustraciones, placeres y sufrimientos. Nuevos modos de creatividad se harán necesarios para mantener vivo el enamoramiento, razón por la cual dicha relación deberá estar enraizada en el respeto a la libertad del otro como otro, y en el respeto a la intimidad de su deseo. (8)
Todo indica que el vínculo amoroso debe ser cuidado procurando un sano equilibrio entre la capacidad de dar y recibir, manteniendo una relación de cooperación y mutualidad. En esa delicada simetría, las relaciones sexuales juegan un papel relevante. Debido al afecto, la ternura y a la gratificación que ellas proporcionan, se conforma un suelo nutricio para asumir las dificultades venideras e inevitables. “Sólo así las relaciones sexuales podrán evolucionar creativamente y podrán ser un cauce de expresión para las nuevas vivencias que se van produciendo a medida que la relación se ahonda y se intensifica en otros aspectos”. (9)
De la presencia de sentimientos de amor, amistad y confianza se infiere lo plenamente humano del encuentro sexual, incluyendo la capacidad de comunicación-relación como un algo más profundo que es aquella dimensión trascendente y oculta. En la donación-recepción de amor, el placer revela su verdadero sentido en tanto signo y expresión de un comportamiento, que aunque momentáneo, resulta sostenido por un dinamismo que lo trasciende. Asumiendo el valor simbólico de la sexualidad humana como manifestación de un amor recíproco, recurriremos a la primera pareja humana, desde la lectura de los tres primeros capítulos del libro del Génesis.
1- Cf. C. DOMÍNGUEZ MORANO, Los registros del deseo. Del afecto, el amor y otras pasiones, Bilbao, Desclée de Brouwer, 20012, 18-20.
2- Cf. E. LÓPEZ AZPITARTE, Amor, Sexualidad y Matrimonio. Para una fundamentación de la ética cristiana, Buenos Aires, San Benito, 2001, 36-38. En adelante la obra será citada ASM.
3- E. LÓPEZ AZPITARTE, ASM, 41. El autor afirma que la alteridad y peculiaridad del hombre y de la mujer son irreductibles y que ser varón o mujer no son accidentes del ser humano sino que ello pertenece a su esencia.
4- E. LÓPEZ AZPITARTE, ASM, 42.
5- Cf. C. DOMÍNGUEZ MORANO, Los registros del deseo. Del afecto, el amor y otras pasiones, Bilbao, Desclée de Brouwer, 20012, 115-117.
6- C. DOMÍNGUEZ MORANO, Los registros del deseo, 119.
7- Cf. C. DOMÍNGUEZ MORANO, Los registros del deseo, 120.
8- Cf. C. DOMÍNGUEZ MORANO, Los registros del deseo, 130.
9- DOMÍNGUEZ MORANO, Los registros del deseo, 133.