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PRÓLOGO
ELVIO ROMERO. POETA PARAGUAYO
ОглавлениеJosé Vicente Peiró Barco
Elvio Romero. Poeta paraguayo. Así se titula el poema que le dedicó Rafael Alberti en 1948. Quizá el maestro gaditano pretendía decir “Elvio Romero = Poeta paraguayo” porque Elvio es el poeta del Paraguay profundo, el de una sociedad desigual que trata de conservar sus raíces y sentirse orgullosa de ser pueblo. “Poeta paraguayo” porque es el gran cantor del país guaraní y el observador profundo de su situación con la perspectiva que le permite la distancia de su residencia en Buenos Aires.
Nunca, como ocurre actualmente, la poesía paraguaya ha presentado una variedad tan nutrida de vertientes temáticas y tendencias estéticas. La poesía del cambio de siglo muestra un vigor inusual en un país tan pequeño y al que se le atribuye escasa tradición literaria escrita. Pero a esta situación se ha llegado por medio de un proceso evolutivo que se inició aproximadamente en 1940.
La Generación de 1940 vino a ser considerada como la gran renovadora y la verdaderamente vanguardista, o al menos impregnada de sus recursos1. Era la hija paraguaya del 27 español. En ella destacaron Josefina Pla, Augusto Roa Bastos, Hérib Campos Cervera (hijo), Hugo Rodríguez Alcalá y Elvio Romero; la mayor parte autores que emigraron al extranjero por distintas circunstancias -políticas, económicas, profesionales y personales-, sobre todo a Argentina. Sin embargo, la vanguardia afectó a la Generación del 40 cuando ya se imponían nuevas visiones estéticas y era necesario el compromiso social humanizador. De hecho, el considerado como máximo renovador del grupo, Campos Cervera, adquiere mayor interés por sus trabajos de temática social que por la práctica de la innovación, quizá porque fue el mejor ejemplo paraguayo del tránsito acelerado hacia la humanización. Fuere como fuere, la lírica del país guaraní inicia su renovación con el anhelo de universalidad de estos poetas.
El mejor exponente del “trino soterrado”2 de esta generación es Elvio Romero. Nacido en Yegros en 1926, tuvo que exiliarse después de la revuelta de 1947 y el triunfo en la misma del general Morínigo, que inició la larga noche de las dictaduras paraguayas que acabaron en 1989 -¿o no?- con el derrocamiento de Stroessner. Su exilio obedeció a factores políticos. Ya en Buenos Aires, fue apadrinado por Rafael Alberti, cabeza visible de los exiliados españoles, y se hizo amigo de Pablo Neruda, que lo integró en los círculos de la poesía latinoamericana. Allí transcurrió su vida y allí se hizo con un nombre dentro de las letras hispánicas, pero nunca dejó de cantar a su tierra y a sus gentes del Paraguay. Desde febrero de 1995, ocupa el cargo de Agregado Cultural de su país en Argentina.
Elvio Romero es a juicio de Hugo Rodríguez Alcalá “el poeta paraguayo más fecundo y más leído fuera de su país” que “hace de la poesía su quehacer absorbente con tenacidad y éxito ejemplares”3. Pero no es un miembro más de una generación literaria: es uno de los escasos poetas paraguayos con voz y personalidad propia, y una obra extensa. Es evidente su parentesco con el Alberti de “clavel arrebatado y espada de agonía” y el Miguel Hernández de “Vientos del pueblo”, a quien ha tributado siempre devoción, como demuestra en su ensayo Miguel Hernández. Destino y poesía, publicado en 1958. Su obra parte del 27 español de la guerra civil, para encuadrarse dentro de la poesía social de denuncia hispanoamericana junto a la de Nicolás Guillén, Ernesto Cardenal, Pablo Neruda, Nicanor Parra y Manuel del Cabral4.
Elvio sólo puede escribir como el que es: el hijo del dueño de un tiovivo y tallador de imágenes de santos, que se ganaba el pan yendo de pueblo en pueblo. En esas circunstancias era difícil que a nuestro poeta le entusiasmara la escuela y fácil que decidiera ser carretero, dada la libertad que se respira en este oficio. Sin embargo, la lectura casi clandestina de un cuaderno de su madre con poemas recortados y pegados de Rubén Darío, Gutiérrez Nájera y Amado Nervo, le hizo descubrir la poesía y ya no la abandonará jamás. Desde ese instante fue consciente de su necesidad de cultivar la palabra con la sensibilidad y el conocimiento.
La lírica de Elvio Romero ofrece matices alejados de los simplismos y lugares comunes del canto igualitarista, aunque éstos sean perceptibles en sus primeras obras. Ya en su primer poemario Días roturados (1948), subtitulado “Poemas de la guerra civil”, aparecen intensos poemas revolucionarios que, como “Presento a Tacaxí” o “Todos aquí llegamos”, despliegan la exaltación y vindicación de un abanico de esperanzadores valores humanos: el coraje, la honestidad, la lucha por un ideal igualitario, la humildad y el sacrificio por la colectividad y por el semejante. En su siguiente obra, Resoles áridos (1950), la influencia del Miguel Hernández niño yuntero, enlaza con el Alberti de verso más ancho de Capital de la gloria, y habría que examinar con lupa de detective las diferencias entre “A galopar” y “Galope en la selva”.
A Elvio Romero no lo ha cantado Paco Ibáñez5. Bien podría haberlo hecho y ampliar el sonido antiimperialista de “Soldadito de Bolivia” con los versos contra los “feroces puñetazos extranjeros” de “Castigo”, perteneciente a Despiertan las fogatas (1953). En este poemario introduce sus primeras añoranzas de los ancestros y sustituye el canto a la lucha armada por el reconocimiento de la condición de exiliado, que le acompañará desde este momento. Recuerda al gran creador del teatro popular paraguayo en “Carta a Julio Correa”; dirige una mirada oblicua a su país “lejano” en “Alegres éramos”; o canta al secular Sur en “Costa Ferroviaria”, donde se combina el verso largo con el breve, en un alarde matrimonial entre la observación y el impulso. Elvio modifica en ocasiones -pero sólo en ocasiones, no habitualmente como sucederá en el futuro- su forma de expresar el enojo y la rabia ante la opresión, sustituyendo la elegía y el himno por el canto, la sublimidad por la ironía sutil.
El sol bajo las raíces (1956) es una mirada hacia sus compatriotas, ya con escasas esperanzas de que la madera paraguaya deje de convertirse en sangre y que se transforme en puño vesperal difícil de quebrar, como expresa el poema “El cuerpo de madera”. Los cantos igualitaristas no se fundamentan en imágenes tan abstractas como las de anteriores poemarios. Cada composición está dedicada a un personaje concreto de extracción popular: el tallista Lacú, el montaraz Valeriano Méndez, el músico José Asunción Flores... Elvio comienza a sentir la necesidad de rendir homenaje a todos aquellos amigos extraviados, en un exilio cuyo final ni se aprecia ni se intuye siquiera a medio plazo.
De cara al corazón (1961) reúne los trabajos escritos entre 1955 y la fecha de su publicación. Aquí nace el Elvio Romero más intimista y cantor del amor sincero y humano. El poema “Fuego primario” es un prodigio de lírica amorosa. “Por qué” es el reclamo de la vida familiar que no pudo ser. En buena parte de las composiciones, se reflejan los sentimientos de los amantes y se percibe un cambio de tonalidad, bien representada por la sustitución, aunque sea momentánea, de la tercera y de la primera persona por la segunda, dado que en esta ocasión sí que existe un interlocutor concreto: la amada. La sentimentalidad se vuelve en ocasiones erotismo liberalizador y el amor es un recodo en el camino de la vida donde se goza con plenitud. Pero este poemario comparte año de aparición con Esta guitarra dura (1961), en el que nuestro autor intensifica su fervor hacia revolucionarios con nombre y apellidos, como Dionisio Arturo Guerrero y Pilar Paredes.
Elvio Romero alcanza un tono poético consumado en Un relámpago herido (1967). Es allí donde se encuentran esos versos tan destacados en su producción: “Fue un relámpago herido, fue un serrano / relámpago en la piel esa corriente / de rumor imantado y sonriente / fertilizada al roce de la mano” (del poema que da título a la obra), o “Somos hijos de la intemperie, / de la indolencia y de la tierra” (de “A la intemperie”). Publicado también en la Editorial Losada, como casi toda su obra, son versos luminosos, de secretos revelados y de noches largas de más de cien años de lluvias. El ansia de totalidad y de perfección del conocimiento es aún mayor en esta obra. La poesía amorosa que recoge está llena de imágenes irracionales, donde se combina la prosopopeya y la metáfora corporal. El autor opta por transformar el verso en prosa lírica en alguna composición como “Varadero”, o por una mayor condensación del contenido en poemas más breves, como “Huésped”.
Sin embargo, esta alegría ante el conocimiento y el amor se desploma cuando Elvio asume su condición de exiliado y su extrañamiento. El poemario dedicado al exilio -su exilio- por antonomasia es Destierro y atardecer (1975), que reúne composiciones sobre el tema escritas desde 1962 hasta la fecha de publicación. El contraste entre el allá y la nostalgia del acá está muy presente en este poemario. Sombras que corren, contrasentidos, vacíos, recuerdos umbríos... Es tarde para el poeta cuando alguien le habla de su país. Se perciben sentimientos de tristeza recorriendo los versos, la desazón, la ausencia de esperanza y, por tanto, la caída en el escepticismo, hasta entonces imperceptible en el autor. Todo para consumarse en “Epitafios del desterrado” que, como bien señala el título, son juegos poéticos repletos de fuerza y síntesis de sentimiento: “Difícil es que pueda dormir bajo la tierra / quien no ha podido nunca dormir sobre la tierra”.
El poemario más denso de Elvio Romero es Los innombrables (1970). Los innombrables son todos aquellos que hoy en día asustan a nuestra comodidad aburguesada: los justos, los pobres, los perseguidos, los rebeldes, los trabajadores conscientes de su realidad, los hombres del sur que gimen ante la opulencia del norte... los desechados de las glebas, que “apenas tenían nombre” por vivir en pobres tierras. Son los pobres y perseguidos que aparecen en “De caminante”, o en ese “Tren con banderas”, en cuyos vagones cabría el Paraguay entero y en el que se condensaría toda la fuerza de las gentes con el afán soterrado de la libertad. “El hombre inmóvil” nos incita a pensar, y es lícito poder seguir soñando “con un país que fuera una corriente de ríos al andar”, como expresa Elvio en “Con ese mismo corazón que cantaba”.
En El viejo fuego (1977), Elvio Romero declara que "si toda la vida me llené con tu nombre", el viejo fuego, metáfora casi ceremonial del amor, no ha de desaparecer. El amor es aquí viaje hacia la lumbre y galope ("Cabalgata") y por ello está asociado al sendero, a la intemperie y a los vientos cordilleranos ("El amor"). Es también ansia de plenitud que lo abarca todo: la amada y la tierra ("Bajo una luna grande"), la casa de la infancia y los padres lejanos ("Son ellos") y el abrazo solidario con los otros ("La historia de mi corazón").
Pero Elvio sigue cantando a su gente, al mundo que dejó sólo físicamente. Incluso, opta por buscar la raíz ancestral de su pueblo en Libro de las migraciones (1966), formado por una única estrofa de carácter mítico a la que precede un intenso prólogo en prosa poética donde se rememora la tierra sin mal y los movimientos de aquellos indígenas antecesores del pueblo paraguayo, quien no ha hecho sino seguir los pasos de aquellos. Las siguientes obras publicadas, Los valles imaginarios (1984) y Flechas en un arco tendido (1994), siguen la línea marcada por sus anteriores obsesiones temáticas, pero con una tendencia más pronunciada hacia la mirada evocativa de su país.
Antes de concluir, hay dos detalles curiosos en la biografía de Elvio Romero. Su obra fue declarada de “utilidad pública” por la dictadura de Stroessner. Sería un acto absurdo, pero de cara al exterior no empeoraba su imagen, ya que no quedaba mal que un autor comunista pudiera ser leído dentro de las fronteras, incluso en la enseñanza media y superior. Podrá parecer contradictorio que un régimen que tildó al comunismo como el monstruo más dañino para el género humano, declarara relevante a un escritor que militaba en ese partido. Pero eso sí: Elvio Romero leído, no recitado, porque la censura no era aplicable en lo artístico, pero sí en lo político, y hay una diferencia notable entre el autor leído y el escuchado. Stroessner había prohibido solamente algunas obras concretas, en realidad más por motivos políticos personalistas y extraliterarios (como la participación del autor en la política activa de oposición dentro del país) que por la ideología desplegada en el texto. Total, ¿para qué prohibir si el número de lectores en Paraguay se puede contar con los dedos de las manos?
El segundo detalle es que nuestro poeta fue el primer Premio Nacional de Literatura de la historia paraguaya. Lo obtuvo en 1991, fecha tan reciente que rinde cuentas del valor que adquirió la literatura en el primer momento de la transición democrática en el país, y también de su nula importancia social hasta entonces. Fue un premio, además de muy merecido, muy significativo del deseo de romper con la división entre los dos Paraguay: el de los exiliados y el de los insiliados.
Terminemos indicando que Elvio Romero es un poeta de la vida, simbolizada por el fuego en sus composiciones, de la vida posible y plausible, donde reine la justicia, la camaradería y el amor. Elvio reivindica la fantasía, pero no la que se destina a adormilar conciencias, sino aquella tan necesaria, especialmente en su maltratado Paraguay, que las despierta y las vuelve reivindicativas. Por algo es el poeta paraguayo más conocido en el exterior, a pesar del silencio que prevalece sobre la literatura de su país.