Читать книгу Fulgor y muerte de las Cajas de Ahorros - Emili Tortosa Cosme - Страница 8
ОглавлениеINTRODUCCIÓN
Os escribo a vosotros, jóvenes, porque sois fuertes
(Primera epístola de San Juan).
Os preguntareis por qué escribo este libro que pretende ser testigo de la historia más próxima y más reciente. Testigo del fulgor y muerte de las cajas de ahorro españolas, un proceso que ha funcionado como una crónica de desesperación, experimentado con gran intensidad y dureza en la cuenca del Mediterráneo. Aquí han desaparecido cajas líderes como Bancaja y Caja de Ahorros del Mediterráneo (CAM), así como otras entidades de capital valenciano tan importantes como el Banco de Valencia.
He pasado 43 años trabajando en Bancaja (ingresé como botones el 23 de abril de 1956, cuando todavía era la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Valencia, y salí siendo director general) y he pasado, después, quince años como observador de lo que ha acabado en una debacle financiera, revistiéndome de autoridad moral para gritar en nuestra maltratada lengua: «Això farà un esclafit». Sistemáticamente las cajas se han convertido en bancos mediante un proceso de restructuración financiera, con un soporte legal aprobado en el Parlamento estatal por encima de los gobiernos autonómicos. Una economía del dolor ha cerrado en Bankia 1.000 oficinas y puesto en la calle a 6.000 empleados.
Escribo esto en el momento en que dos cajas que eran amigas (Bancaixa y Caja Madrid) han dejado de serlo, cuando la más débil (aparentemente) ha encontrado su proceso vital destruido frente a la madrileña, que ha venido funcionando como un elefante en una cacharrería. Ambas entidades tenían un denominador común: las controlaba el PP. Caja Madrid era la más antigua de España y fue gestionada a través de los años por personas con mucha cordura (como dirían en mi tierra «gent amb molt de seny») como los presidentes Felipe Ruiz de Velasco y Jaime Terceiro, directores como Mateo Ruiz Oriol (presidente mundial de establecimientos pignoraticios o Montes de Piedad) y secretarios generales como Ángel Montero Pérez. Personas como ellos contribuyeron a desarrollar el movimiento de cajas en España.
La antigua Caja de Valencia, Castellón y Alicante, antes Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Valencia, que se transformó en Bancaixa («una banca que nos une»), salió de la obsolescencia y buscó y encontró el camino de la reforma siendo presidida por José María Simó, quien supo rodearse del mejor equipo posible. La reciente inoperancia de Madrid no ha permitido retomar aquella amistad, reflejo de una banca que unía a las personas y no las separaba, menos aún las enfrentaba. En otro tiempo, unos y otros supieron desarrollar un plan de expansión por la casi totalidad de la península ibérica. Algunos pusieron su vida en el empeño y otros formaron parte de las voces críticas.
A veces me siento como un vendedor de ética que pretende cambiar el curso de las cosas. Mi vida ha sido compartida por muchos hombres y mujeres que han creído que existe otra forma de hacer banca, una forma que está todavía por descubrir. Y son los que labraron la década prodigiosa que permitió la consolidación de las nuevas clases medias de este país.
Han pasado más de siete años desde el inicio de la crisis financiera que, sin previo aviso, se ha llevado por delante casi todo el sector de las cajas de ahorros españolas. Recuerdo cuando me presentaron, algún tiempo antes de la crisis, al periodista Ínigo de Barrón, que trabajaba en el periódico Expansión y quería conocerme y hablar sobre las cajas en aquellos años que vivimos peligrosamente entre el viejo y el hoy ya no tan nuevo milenio. Tenía especial interés en conocer mi opinión sobre la posible fusión Bancaja-CAM (como gran eje mediterráneo de la Comunidad Valenciana), convencido de que era inminente. Tomamos una copa en Madrid, por el Paseo de Recoletos: descubrí a un gran periodista que también votaba por dicha fusión y que años más tarde trabajaría en el área de economía del diario El País como especialista en información financiera.
Las referencias a dicho cronista de la realidad y a la persona que me lo presentó, Ángel Montero, uno de los mejores profesionales de las cajas españolas, que se enfrentó a Isabel Carrasco en defensa de los intereses de su entidad, y no de otros (Carrasco, tristemente asesinada en mayo de 2014 siendo presidenta de la Diputación de León, era consejera de Economía y Hacienda de la Junta de Castilla y León por aquel entonces), me sirven para dar testimonio de las personas que humanizaron el mundo de las cajas y para aproximar con este libro lo ocurrido a la vida cotidiana, que a veces parece escurrirse entre los dedos. La vida de las cajas también es la vida de las personas. Ángel Montero, hombre de cajas, creyó en su proyecto hasta las últimas consecuencias y acabó siendo engullido por el propio sistema al confrontar el poder político con el financiero.
En 2001, Montero acababa de ser destituido como director general de Caja España, a pesar de haber contado con el apoyo del propio Banco de España. Provenía de la Inspección de dicho banco central, supervisor del sistema bancario español, donde dependía de él, entre otras cosas, la Obra Social con la desinteresada colaboración de personal jubilado de Caja Madrid. Mi amigo Ángel moriría pocos meses después de su cese en Caja España a consecuencia de un infarto cerebral. Le escribí una «elegía» que publicó Expansión gracias a las gestiones de Ínigo de Barrón. Parafraseando al escritor Stefan Zweig, narrador austríaco fascinante y gran defensor del espíritu europeísta de principios del siglo XX: «…si con nuestro testimonio logramos transmitir a la próxima generación aunque sea una pavesa de sus cenizas, nuestro esfuerzo no habrá sido del todo vano». Durante los últimos seis años, De Barrón, junto a otros periodistas, ha sido testigo y cronista de una muerte anunciada, la de «la destrucción y desaparición de gran parte del tradicional y consolidado sistema de cajas de ahorros, con una trayectoria de 150 años de vida media» (El hundimiento de la banca, I. De Barrón, 2012). Las cajas se han caracterizado por su proximidad, despertando simpatía y familiaridad entre los clientes y el pueblo en su conjunto, que se ha visto decepcionado (en el mejor de los casos) ante los sucesos que han llevado a la práctica extinción de dichas entidades.
En la memoria quedarán 180 años de esplendorosa vida de las cajas de ahorro, que evolucionaron de ser Montes de Piedad a transformarse en unas entidades financieras que llegaron a copar más del 50% del sistema financiero español y hoy se han convertido en bancos. Mientras fueron eficientes, las cajas no se tocaron. Pero la eficiencia se acabó y un terremoto inmobiliario las sacudió, y han seguido un nuevo camino para revestirse como los bancos, provocando un proceso de fusiones y facilitando, bajo la mirada del Banco de España, su entrega a los operadores financieros privados, con el objetivo de controlar el mercado financiero.
En el proceso de reconversión, planeado como respuesta a las primeras quiebras de las cajas, simultaneado con la aparición de nueva legislación y continuas pruebas de estrés y precedido por una enorme burbuja inmobiliaria, se reflotaban con dinero público un gran número de entidades, mientras salían a la luz errores de gestión y operaciones de ocultación de créditos más que dudosos; también se desvelaban cifras sobre sueldos de escándalo de sus directivos, presentándose así el conflicto financiero casi desde una perspectiva bélica. La segunda recesión, provocada por el cierre del grifo de la financiación a las pequeñas y medianas empresas, ha llegado a tildarse de hito insólito en el sistema financiero español desde la guerra civil de 1936.
Lo que me lleva a confirmar que no nos encontramos ante una crisis económica, sino ante una crisis de valores, pues se está intentando revertir el fondo social de la cuestión y revestir de una falsa apariencia financiera el origen de esta gran recesión desde las instituciones de gobierno, supuestamente representativas de toda la ciudadanía, cuando la causa de la crisis no es financiera sino política. A nivel local, duele conocer el dato demoledor de los miles de despidos provocados por la absorción y desaparición de las dos principales entidades financieras de la Comunidad Valenciana, las extintas Bancaixa y CAM, que ocupaban el tercer y cuarto puesto, respectivamente, en el ranking de cajas de ahorros españolas, y que han sido engullidas por el sistema (con el pírrico consuelo de mantener su sede social en tierras mediterráneas). O el hecho de que se contabilicen por miles las familias desahuciadas en nuestro territorio o que más del 60% de las familias valencianas cuenten con menos de 1.500 euros al mes de ingresos. Dicho dolor lo manifesté públicamente ante el presidente de Bankia, José Ignacio Goirigolzarri, en la interesante conferencia sobre planificación estratégica que bajo el título de «Bankia, trabajando desde los principios» ofreció en la clausura de un seminario de Etnor (Fundación para la Ética de los Negocios y las Organizaciones) desarrollado en la Fundación Bancaixa.
La inexistencia de voluntad política alimenta la visión de un determinismo económico en el que no hay más alternativas que seguir los designios estipulados por el mercado financiero. Si aceptamos la división de la sociedad entre los que tienen y los que no, entre países que se desarrollan y otros que no, ante el hecho de que sea en los primeros donde se observan las consecuencias y efectos de la crisis, habremos de aceptar la idea de que, dado que los estados podrían y deberían plantar cara para ser los rivales del mercado, se está forzando su reducción de tamaño a base de politizar la deuda contraída con el capital financiero, grupo de poder que se hace todavía más real al decidirse desde las instituciones políticas el rescate de la banca sin condicionarlo a la recuperación del crédito y sin abrir un debate real sobre la creación de una banca pública que garantice dicho capital.