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Capítulo 2

El tiempo sigue su curso (Abuelos)

Espero que para este momento compartas conmigo la idea de que en la vida requerimos de una guía y esta, no se limita solo a nuestra infancia y a nuestros primeros procesos de desarrollo cognoscitivo y del intelecto. La necesidad de entender el mundo, lo que nos pasa y todo lo que resulta de nuestras acciones y las acciones de los demás, es algo necesario en cada etapa de nuestra vida y me sorprende que a estas alturas sean contados los casos en donde aún exista ese alguien que quiere proveer esa guía a base de experiencias pasadas, tanto propias como ajenas.

Sin embargo, existe alguien que muchas veces hemos pasado por alto y de tanto que lo hemos hecho en nuestra sociedad actual, ellos mismos ya no se consideran partícipes, útiles o incluso miembros de la misma. Sí, me refiero a nuestros ancianos, nuestros viejitos, nuestros abuelos. Esas personas con décadas de conocimiento y sabiduría. Personas que, si no hubiésemos perdido los valores y tradiciones para cultivar las relaciones interpersonales con ellos, seguramente la vida sería un poquito más fácil. Pero esta falta de interés por nuestros personajes de cabellera plateada o morada (con forma de algodón de azúcar si te tocó una abuelita rebelde), no fue siempre así.

Antes, ellos jugaban un rol más importante en el desarrollo intrapersonal e interpersonal del vínculo familiar y eran considerados una autoridad inequívoca sobre los asuntos de la vida y lo único que pedían a cambio, era tu respeto y consideración.

Los ancianos han sufrido, como todo en esta vida terrenal, un proceso evolutivo de adaptación al medio que los rodea, lamentablemente por las condiciones físicas que presentan más retos que ventajas, han hecho que la sociedad no se los ponga nada fácil. Pero no siempre fue así.

Todo iba muy bien en los pueblos donde la sociedad y las creencias no se sometían a doctrinas como las de la Grecia antigua donde se veneraba el cuerpo y la belleza. Porque al envejecer se pierde, según ellos, el ímpetu que puede mantener a un imperio, ya sabes, “a un lado lo viejo y bienvenido lo nuevo”. Aunque en el periodo del Rey Solón (638 a.C. a 558 a.C.) se creara una institución aristocrática de ancianos con poder de decisión, pero tan pronto llegaron los demócratas, se perdió esa facultad política y judicial.

Muchos pueblos antiguos como los indios Sioux, tenían sabios que proveían guía, tanto moral como espiritual. Evidentemente estos personajes no podían ser cualquier persona y solo los altos rangos como el Jefe de la tribu o el chamán, (en su caso particular el Chamán era autoridad en religión, medicina y ceremonias) tenían el cargo moral de proveer solución a los problemas ontológicos de su tribu en orden de facilitar la comprensión y mantener el orden y la paz espiritual del individuo. Esto propició que el núcleo familiar inspirara desde una edad temprana el respeto hacia los adultos y los ancianos. Porque se daba por entendido que el simple hecho de tener una edad más avanzada, ameritaba de alguna una manera, ser más sabios en la materia de la vida.

Y entonces, ¿Qué fue lo que pasó?

Pues lo que pasó, es que cientos de años después, el avance tecnológico nos tomó por sorpresa, nuevas enfermedades y nuevas condiciones de vida, propias del aumento del desarrollo industrias trajeron como resultado una disminución en la edad productiva y las enfermedades por su parten subyugando con desdén y de una manera casi imperceptible la manera en como las personas de edad avanzada se veían así mismas en el espejo de la sociedad. Algo que imagino que pudo ser piedra angular en estos cambios fue el proceso de muerte y duelo, pues conforme fuimos evolucionando como sociedad y nuestra vida se volvió, por ponerlo de una manera, menos saludable, y así fuimos reduciendo la edad promedio del adulto y el anciano, la muerte empezó a ser algo lejano de un proceso de vida a un proceso de mayor sufrimiento y desconcierto para cada uno de nosotros, más adelante abordaremos el tema sobre la muerte, pero por ahora quiero que te pongas en los zapatos de un viejito.

Según el Consejo Nacional de Población (CONAPO), en un boletín de prensa publicado en noviembre del 2019, comunicó que la esperanza de vida del mexicano es de 75.1 años, y a pesar de que ahora vamos hacia arriba gracias a los avances tecnológicos y científicos y no gracias al escudo protector de cierto partido de izquierda (con todo respeto para todas las religiones), no siempre fue así. Tuvimos un periodo oscuro donde la esperanza de vida no era alentadora, y todo por la falta de información y recursos, por la falta de procesos y reconocimiento de que requeríamos evolucionar en muchas situaciones si queríamos sobrevivir.

Pero, mientras alcanzábamos la iluminación de que no todo es esperanza y amor, y de que debíamos usar más nuestro bulto de materia gris, todos los que se acercaban a la etapa de ser “el abuelito”, desarrollaron un miedo completamente entendible.

Porque es la última etapa, y esta, estaba llena de incertidumbre, debido a las nuevas enfermedades, a que ya no se reacciona igual ante cualquier cambio, a que el cuerpo empieza a fallar y uno deja de ser útil, bueno, eso es lo que pensaban. Porque la misma sociedad empezó a verlos así, como algo no útil y se volvió como en todos los casos de apatía al prójimo, un círculo vicioso que, sin darse cuenta, afectaba a todos.

Que difícil ser abuelo en el 2020, ¿No? Debes cuidar tus alimentos, debes cuidar el estrés, debes ser cauteloso con lo que dices en frente de la gente, no puedes opinar sobre los nietos, porque ahora hasta a la mascota le da “amsiedad” porque le hablaste fuerte y a no le gusta que le hablen fuerte (si, con m, búscalo en internet y no me odies por usar lo que tú mismo creaste), bueno, según su dueño, eso le provoca ansiedad, pero aún no sabemos a ciencia cierta si lastimaste la psique del pequeño chems, fifí, solovino o como quiera que se llame.

La situación es que muchas veces, tú como abuelito, ya no eres considerado como una fuente de sabiduría y por ende la sociedad te pasa por alto. Cada vez es menos probable que alguien te pida consejo de alguna porfía existencial y quizá solo te consideren en el día del abuelo (si es que se acuerdan) para regalarte un reproductor de CD porque suponen que quizá aún tengas algún CD de algún artista favorito, desconocido para ellos, porque no se darán el tiempo siquiera para preguntarlo y les dará extrema pereza explicarte cómo podrían hacerte la vida más fácil si te regalaran una bocina inteligente a la que solo tendrías que pedirle la canción que quieres escuchar, sin tanto rollo.

Pero, ¿Qué crees? Como lo dije antes, es un círculo vicioso y tú como abuelo, debes de romper con el precepto impuesto por la sociedad, quitando esa premisa de que solo por llegar a cierta edad, la vida no se vuelve más fácil, sino todo lo contrario, pues no es precisamente así en todos los casos. Aún eres útil, aún puedes aportar mucho a tu sociedad, pero debes permanecer activo, no ser conformista y evolucionar con el mundo mismo.

¿Por qué cuantas abuelitas saben reenviar un “buenos días” acompañado de su pajarito amarillo favorito y no saben sintonizar sus programas favoritos en el Smart TV? Porque nosotros mismos nos volvemos un poquito flojos y preferimos creerle a la sociedad que nuestra capacidad ya no da para poder comprarnos una tableta y aprender a utilizarla, simplemente porque ya.

Si la culpa la tiene la sociedad y la sociedad somos nosotros mismos, entonces nosotros, mi querido viejito (o probable futuro viejito), nosotros mismos tenemos la culpa y seguramente no lo habíamos pensado así. Pero ahora que te tomaste un tiempo para leer todo, déjame decirte a pesar de que hubiera sido excelente que en la biblioteca pública todos tuvieran acceso al libro “Guía de vida para las personas de la tercera edad: Que esperar y cómo abordarlo”, pues ese libro, seguramente no existe, o al menos en mi caso, no lo he visto y nuestros guías, los que teníamos, fueron desapareciendo, menguándose al denso velo de la sociedad y muchas veces de manera prácticamente potestativa, algo que, sin duda, debes analizar en este momento. Tomate unos minutos, hazte un té de manzanilla y piensa que es lo que quieres de ti para esa tan temida, tercera edad.

¿Ya lo pensaste?, ¿Te has preparado un té como te lo he dicho? O ¿Continuaste leyendo sin aplicar un poco de empatía a los pensamientos de alguien ajeno, pero al mismo tiempo tan cercano a ti? Si la respuesta a la última pregunta es positiva, te doy unos minutos más para que respires, te levante y te estires y decidas si esa taza de té, es buena idea.

Ojalá me hayas hecho caso y también entonces, hayas pensado un poco en que quieres ser cuando tu cabello se torne gris o morado, cuando tus oídos no sean los mejores para lo que se habla entre dientes, cuando tu visión no pueda distinguir lo que tienes enfrente y cause que tu mente no pueda comprender las bellezas de la vida y te veas limitado a un auxilio apresurado que te alejara más del círculo social al que te costó tanto trabajo acoplarte. ¿Serás entonces ese abuelo guerrero líder de batallas? O dejarás que la vida haga contigo lo que el otoño hace con el abeto, en un último esfuerzo de arder en llamas al final de los tiempos.

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