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Capítulo 1

¿Recuerdas cuando eras niño y todo era más fácil?, si lo piensas bien, no lo era (Niños)

Una constante de la raza humana es que tenemos un futuro predestinado en este mundo, igual que lo tienen las plantas, los animales y prácticamente todos los seres vivos: nacemos, crecemos, nos reproducimos y después, inevitablemente emprendemos un viaje místico hacia lo desconocido. Algunos dicen que vamos al cielo, otros dicen que vamos al infierno, unos más van al Valhalla (con Thor y el resto de los Avengers) y a otros les gusta pensar que no vamos a ningún lado, porque somos materia elemental y polvo de estrellas que simplemente seguirá existiendo aquí, en diferente forma, pero aquí.

Pero independiente de nuestras creencias del más allá, algo que nos diferencia de las demás especies, es que los seres humanos somos capaces de razonar lo que pasa a nuestro alrededor y somos capaces de adaptarnos mucho más rápido a los cambios para nuestro bien. La mayor parte del tiempo, claro está. Pero he aquí la primera situación que se presenta en nuestro frágil mundo; “A pesar de que todos adoramos ser niños, no siempre es fácil para un niño, ser un niño”.

Nadie nos dice como ser niños, y aunque suene absurdo, no me dejaras mentir acerca de que sufriste en tu infancia de alguna manera. Quizá fue porque hubo muchas cosas y situaciones que no comprendías y quizá hasta la fecha, aún no las entiendas. No hubiera sido todo más fácil si hubiésemos tenido unos padrinos que fueran magos, no, no, estoy bromeando, pero, ¿No hubiera sido más fácil que hubiésemos tenido un pequeño manual, un pequeño libro con dibujos coloridos sobre lo que se debe hacer y lo que no se debe hacer a los 6 años?, claro, tomando en consideración que a esa edad ya tuvieras la capacidad de realizar una lectura de comprensión.

Muchos niños desarrollan sus habilidades cognitivas a edades cada vez más tempranas, lo que ha implicado en que ahora el proceso de adquisición de la información sea más rápido; aunado a esto, el acceso a las tecnologías de la información ha evolucionado de manera exponencial. Si bien el Consejo Europeo para la investigación Nuclear (CERN por sus siglas en francés) fue la piedra angular para que el día de hoy puedas tener internet y nutras tu cerebro con videos de Tiktok, Facebook y series de Netflix. En sus primeros años dieron la pauta para que nutrieras tu frágil mente (si es que tenías acceso a internet) con información de todo tipo para cualquier edad y prácticamente sin ninguna restricción (de ahí que la industria de la pornografía fue de los primeros beneficiados), lo que nos llevó a que cada quien creara su propia versión de la vida, aun así, tuvieras seis años, y no había alguien que supiera que hacer, que supiera como actuar y como dirigirte, todo era nuevo y no había un manual.

Sin duda en este momento me dirás que la culpa la tuvieron tus padres por no ponerte la atención que necesitabas, que no fuiste tú y fue tu amigo el rico que si tenía para su conexión a internet de 16 kbps (kilobits por segundo) con línea telefónica independiente para que la tía “Meche” pudiera llamar sin dificultades a la casa o quizá simplemente me digas que fuiste una víctima de las circunstancias. Y quizá yo te diga que sí, en efecto, eres una víctima de las circunstancias como todos los demás. Sir Isaac Newton lo revelo así en su tercera ley en la que dictamino que “por cada acción existe una reacción igual y opuesta”, lo que comúnmente conocemos como la ley de acción y reacción, “para cada acción hay una reacción”.

¿Pero qué tiene que ver todo esto con lo difícil que es para un niño ser un niño?

Excelente pregunta, y de manera inútil te diré que tiene que ver con todo. Verás al paso de los de los años me he dado cuenta de que unos de los grandes problemas que existen en los núcleos familiares es la falta de cultura, la ausencia de autoaprendizaje, la abundancia del conformismo y la mediocridad. Venimos arrastrando el modelo operativo, que coloquialmente conocemos como: “si funciona bien, no le muevas” o “si no está roto, no lo arregles”, que, si bien pudiera funcionar para procesos mecánicos y automatizados, no se adapta al modelo de una comunidad que piensa, razona y se adapta de acuerdo a la necesidad de esta, ergo cometemos el mismo error de manera cíclica generación tras generación, omitiendo problemas y fallas corregibles, pensando que todo está bien y se arreglará solo.

Un niño no puede ser feliz bajo estas circunstancias.

Como diría la abuelita que me gusta tanto recordar (no la que tuve), un niño requiere de amor, comprensión, atención, libertad, autonomía, dirección y chocolate frío con galletitas de animalitos amorfos que quizá ahora no sepan tan bien como lo sabían cuando tenías 6 años y no entendías nada. Michio Kaku, físico teórico especialista en la teoría de cuerdas, menciono alguna vez en una entrevista que “todos nacemos siendo científicos, pero pasa algo, los años peligrosos, la primaria y la secundaria y es ahí donde se aplasta todo” y parafraseando a Albert Einstein, otro físico, quizá el más famoso y reconocido hasta este momento, citado en la misma entrevista por Michio, dijo que “cada florecita de curiosidad es aplastada por la sociedad misma”. Quizá ahora todo empiece a tener sentido en tu mente o quizá empiece a tomar forma la idea que trato de trasmitir, porque ser niño debería ser para todos lo mismo, una etapa de aprendizaje y aventura, de experimentación y descubrimiento; Y nosotros como padres, hermanos, tíos o abuelos o cualquier personaje que juegue un rol de enseñanza dentro del desarrollo de un niño, deberíamos de ser un guía para estas pequeñas mentes científicas en proceso evolutivo.

Seguramente, los recuerdos empiecen a invadir tu mente y poco a poco me des la razón.

No siempre fue fácil, no siempre fue difícil, pero definitivamente, habría estado genial haber tenido un pequeño libro, un tríptico de suscripción mensual que llegara junto con la revista de papá (si claro, porque tenías un papá cool que estaba suscrito a una revista de carácter científico) en donde podrías leer o darte una idea de lo que deberías de esperar de la vida en esos momentos. ¿Ahora recuerdas lo lindo que era ser niño? Cada risa, cada suspiro, imaginar mundos nuevos donde tú eras el personaje principal, resolver misterios o incluso crear tramas tan complicadas que solo tú entenderías y correr hasta el cansancio para poder llegar a la cocina con mamá (no, no soy misógino, pero es un hecho el que antes, un punto de reunión con mamá era la cocina) y pedirle un vaso de agua y beber con sorbos exagerados porque la circunferencia del vaso es casi idéntico al tamaño de nuestra cara que generábamos una resonancia con nuestra respiración en cada trago haciendo ruidos tan raros y a la vez tan satisfactorios, para terminar con el clásico “¡ahhhhhhhhhhh!”, y el inevitable bigote líquido que nunca hizo distinción entre géneros.

Pero quizá también la incertidumbre de no saber el porqué de las cosas que pasan a tu alrededor, por qué de la pelea de mamá con papá, por qué te tienes que mudar de casa sin que nadie te consulte, por qué ves más a tus abuelos o a tus tíos que a tus propios padres, por qué te cuesta tanto asimilar todos esos cambios en ti, en un niño que sería capaz de entender las situaciones que ocurren a su alrededor si tan solo le dieran la oportunidad de entenderlas, si tan solo lo guiaran.

Muchos estudios indican que el cerebro se sigue desarrollando con la edad y algunos expertos en la materia (no, no San Google) opinan que la madurez cerebral puede llegar incluso a ocurrir pasados los 30 años, pero la capacidad cognitiva de un ser humano puede empezar a desarrollarse sin dificultad desde los tres años de edad, inclusive desde antes. Entonces, ¿Por qué limitar a los niños de información que quizá los ayudaría a desarrollarse a una edad más temprana? Claro, esto último, sin interferir con su sano desarrollo y siempre con la guía y atención necesaria.

Y la respuesta es: porque tenemos miedo. ¿Recuerdan que mencione que los mexicanos tenemos una cultura de “si funciona bien, no le muevas” o “si no está roto, no lo arregles”? Pues es esta línea de pensamiento, la que nos hace limitar el espíritu de Indiana Jones de los niños. Solemos, como cualquier familia de cualquier parte mundo poner reglas y límites para mantener orden y respeto, y yo como tu anarquista de fin de semana de confianza, estoy completamente de acuerdo en que exista orden y respeto, bases y lineamientos, reglas y límites desde el día uno en el que nos volvemos parte de un círculo familiar. Pero existe una gran diferencia entre mantener orden y respeto a limitar e imponer, yo no les digo como cuidar a su familia, pero seamos honestos. Cuántos padres han dicho: “¡NO!”, “¡No puedes!”, “¡No molestes!”, “¡No lo toques!”. Sin siquiera darle un momento al pequeño explorador, para ver y comprobar, si puede, si molesta o si lo puede tocar.

Sin darnos cuenta, fomentamos una actitud negativa, que mientras vamos creciendo pasamos de tener miedo a ver las cosas con humor, para no afectarnos tanto, porque no comprendemos por qué las cosas son así y nuestro cerebro es tan inteligente que crea de manera inconsciente escaparates para nuestra realidad, incluso a tan temprana edad.

No sé quién tuvo la genial idea o la mala idea de inventarse el dicho tan famoso de “mejor pedir perdón que pedir permiso”, un dicho que crea la antesala de un círculo vicioso que solo generara que continuemos con la misma mentalidad una y otra vez.

Si de niño llegaste a escucharlo, mientras descifrabas su significado, podías deducir muy rápido, que no siempre tienes que pedir permiso y que hay medios, como el perdón, para salirte con la tuya. Y está mal.

¿No sería más fácil si inculcamos conocimiento al mismo tiempo que inculcamos valores?

Imaginemos un escenario: tienes 4 años y al salir del jardín de niños, lo primero que ves, es a tu mamá o a tu papá que fue a recogerte para llevarte a casa, pero tan pronto pones un pie fuera de la escuela, te ves invadido por colores y aromas que inundan tus frágiles ojos y delicado olfato, que abogan a que te acerques a dar un vistazo, como si de cada papita salada o de cada vaso con fruta recién cortada, saliera un brazo difuso con guante de caricatura antigua(para que no te imagines algo raro) que te hace señas para que te acerques un poco más, y como si cada tendero tuviera poderes de encantamiento, te es inevitable acertarte y saborear ese mundo mágico. Sabes que lo único que te impide probar las maravillas de la vida es que la persona que te lleva de la mano, lo pueda proveer para ti. Porque sí, a esa edad ya sabes que alguien provee la demanda que tú generas. En la mayoría de los casos, papá o mamá comprarían sin dudarlo, porque no hay mayor alegría que ver a un pequeño sonriendo; Pero, ¿Qué pasa si por algún motivo, no provees esa golosina que se está esperando? Y peor aún, ¿Qué pasa si de manera tajante, no das motivos del porqué tu decisión?, ante la urgida pregunta de “¿Pero por qué no?”.

Pues dependerá mucho de que hemos inculcado en nuestro pequeño. Por motivos de practicidad, supongamos que haremos el berrinche tradicional y nos tiraremos a llorar hasta el cansancio porque no nos compraron lo que queríamos o haremos el berrinche del hielo en donde nos habremos de mutilar simbólicamente la lengua y las cuerdas vocales a fin ser incapaces de emitir sonido alguno ante cualquier estimulo en señal de protesta para que, de manera fehaciente, se dé a entender nuestro descontento. Sé que desde que escribí la palabra berrinche, la mera idea de pensar qué es algo que pudiéramos vivir o vivimos alguna vez, no es nada agradable, para ninguna de las partes involucradas. Pero qué tal si cambiamos la fórmula, que tal si intentamos algo diferente, que tal si nos proponemos a ser diferentes desde un inicio.

Ahora pensemos en la misma situación hasta el punto en el que solicitamos que sea satisfecha nuestra demanda infantil y en lugar de recibir un rotundo “NO”, recibimos un, “Hoy no hijo”. Pareciera que no hubo mucha diferencia, ¿Verdad? Y si le añadimos un “Escucha pequeño, no siempre podemos comprar lo que queremos, porque todas las cosas tienen un valor y se necesita de algo llamado dinero para poder comprarlas. Ese dinero lo gana papá y mamá trabajando, pero solo cada cierto tiempo llega ese dinero. Entonces, mejor me puedes preguntar si hay dinero para comprar un dulce y yo te responderé si lo hay o no, para que así, cuando haya dinero con mucho gusto, compremos un dulce, ¿Te parece bien?”.

Ya sé, ya sé, me vas a decir, que solo un monstruo se atrevería a tal salvajada en contra de la felicidad de un niño, aparte, un niño no entendería eso, quizá, cuando tenga 15 años y ya empiece a manejar sus ahorros; pero debo decir que ese pensamiento está arraigado a la cultura que manejamos, generación tras generación solo que no nos damos cuenta.

Michelle, mi hija, es prueba fidedigna de que los niños a temprana edad entienden esto. Esta historia que planteé, la viví con mi hija. En el momento que decidí ser claro con ella, me dolió en lo más profundo de mi corazón, porque no estamos acostumbrados a negar las cosas a nuestros hijos, pero cuando vi que, dentro de su mundo, ella parecía entender a su manera que “hoy no”, pero quizá mañana papá tendría para comprar, me llenó de orgullo, porque sabía lo que te confirmo hoy. Si les permites a los niños desarrollarse, asimilar y comprender a su manera siempre que mantengas una guía en lugar de un yugo, cosas mágicas pasan y la vida que es difícil, se vuelve más fácil o al menos, un poco, menos difícil.

Todos tuvimos una infancia difícil, solo no la recordábamos, bueno quizá los menos afortunados la recuerden bien, pero ojalá hubiese existido ese manual para guiarme, para guiar a mi hermano, para guiar a mi madre y para guiar a mi padre, porque todos carecemos del conocimiento para ser hijos, hermanos y padres, y nuestras bases impiden que desarrollemos un autoaprendizaje idóneo o una educación empírica que no se limite a la replicación de generaciones pasadas. Que realmente logremos expandir nuestra mente y de esa manera permitamos que nuestros niños rompan el ciclo y ellos mismos hagan lo propio con sus generaciones, de esa manera, este libro no tendría necesidad de existir y el mundo en el que vivimos sería al menos, más feliz.

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