Читать книгу Geografías imaginarias y el oasis del desarrollo - Enrique Aliste - Страница 7
I
ОглавлениеEste es un libro que se plantea como desafío reflexionar en torno a las imágenes que conlleva el discurso del desarrollo. Es, desde esta perspectiva, un ensayo y no busca instalarse en las lógicas de un trabajo científico. Sin embargo, no por ello es menos serio, ya que a su vez pretende interpelar a la sociedad que hemos construido, desde nuestro punto de vista, en base a un programa que se sustenta en una desigualdad social muy notoria, aunque invisibilizada desde aquellas imágenes que son promesas de un futuro esplendor. En consecuencia, es un texto que se interesa en resaltar lo que dejamos de observar y comprender cuando asumimos que ciertas imágenes son definitivas. En el fondo, es un libro sobre las imágenes. Por lo mismo, tiene que ver con el Chile inventado desde los discursos del éxito, del desarrollo y el progreso. Aunque esta es una historia que se remonta al siglo XIX, o antes incluso, nos referiremos acá a ese Chile producido en las últimas décadas, donde las imágenes han adquirido modos de dominio público que de extraña manera se tornan incuestionables. Esas imágenes, en cierto modo, nos ciegan, banalizan de tal modo la vida cotidiana, que en la práctica terminamos creyendo que Chile es un país que casi alcanza el desarrollo o que está muy cerca de arribar a ese puerto. Pero, ¿qué es el desarrollo? ¿Solo una cifra? ¿No necesita la imagen del desarrollo la producción o invención de otras múltiples imágenes para justificar la proyección de un país exitoso y próspero? ¿No es el desarrollo una imagen en sí mismo?
El tema nos parece de fondo: las imágenes, a diferencia de lo que comúnmente se estima y cree, no son un asunto etéreo, fugaz, liviano. Por el contrario, nada hay más sólido que las imágenes. Ellas son una puesta en escena, una escenografía fina y articulada, que colabora de modo sustancial a organizar el lenguaje, las palabras, el tiempo y el espacio; es decir, lo visible. Las imágenes nos definen, nos dan sentidos, nos encauzan, nos permiten seguir un camino. En consecuencia, será necesario preguntarse ¿no son esas imágenes modos de conquista o dominio de horizontes que más que realidades son sueños de una época, alquimias de poderes que juzgan lo que debemos ser y cómo debemos comportarnos?
¿Qué tipo de sacrificios u órdenes sociales requiere, por tanto, el camino al desarrollo? Y por lo mismo, ¿cómo debemos recoger y leer los desafíos que plantean hoy los diversos llamados a la acción climática?
En el año 2012, el ministro de Economía del gobierno de Sebastián Piñera comentó: «… el desarrollo llegará el año 2020». En forma instantánea, el propio presidente corrigió: «Lamento decir que el ministro está equivocado: el desarrollo llegará el año 2018». ¿De qué forma llegó el desarrollo, el ansiado y anhelado progreso? La imagen del desarrollo es compleja, porque en un estudio realizado este año (Fundación Sol 2019) se nos indica que un poco más del 50% de la población nacional gana menos que 350 mil pesos y que un 75% no supera los 500 mil pesos. También se nos dice que el 1% concentra casi el 30% de la riqueza del país, mientras que el 50% de los hogares de menores ingresos tiene poco más de un 2% de la riqueza neta del país.
Pero la imagen del desarrollo es esperanza y, tal como está consignada en el lenguaje cotidiano, nunca habría que «perder la esperanza». Esta imagen de esperanza da también buen sustento a la imagen del desarrollo. En cierto modo, la articula y la proyecta al futuro. Es allí donde queda el desarrollo: en el futuro, en la meta.
Pero lo cierto es que las imágenes van produciendo un mito, una utopía y un sueño que muchas veces adormece más que despierta. Así, el mito del desarrollo, el mito del progreso, en fin, el mito del éxito, y ellas, las imágenes, se movilizan produciendo olvido, agitando una memoria que más que mirar al pasado debe mirar al futuro, de modo que la trayectoria de la imagen quede precisamente silenciada en su propia condición de imagen: incuestionable, intransable, irrebatible.
¿Y si llevamos este panorama a las imágenes del territorio? Porque cabe preguntarse si esa promesa del desarrollo requiere también de imágenes geográficas para sustentarlo. En efecto, porque pareciera necesario e indispensable para consolidar la imagen y el proyecto del desarrollo contar con «zonas de sacrificio», áreas que deben servir para sostener y recibir los eventuales efectos negativos del proyecto. Siempre hay algo que debe sacrificarse. O, en otro ámbito, ¿no es el agua un elemento clave para aceitar las máquinas del desarrollo? ¿No requiere el desarrollo de nuevas carreteras hídricas «para que no se pierda el agua en el mar»? Lejos de ser comprendido como un recurso público, el agua requiere interpretarse como un bien que solo privatizado permitirá tener en movimiento a la minería, industria esencial en la arquitectura del progreso y el desarrollo. ¿Cómo poner en duda esa imagen tan sólida que nos dice que el norte chileno posee «vocación minera», como si el territorio tuviese una inspiración natural, divina, en cierto modo, una suerte de oficio innato? O siguiendo con aquellas arquitecturas que legitiman el perfil del desarrollo, no es necesario preguntarse ¿qué hay detrás de la imagen de naturaleza prístina con que se proyecta la Reserva de Vida de Aysén? ¿Qué opinarán los antiguos habitantes-colonos que hoy están siendo expulsados, paradójicamente en nombre de la naturaleza, por nuevos eco-colonos que comienzan a concentrar la propiedad en lo que podríamos denominar la (nueva) hacienda (verde) del siglo XXI? Y, sin embargo, cuando hablamos de Aysén o Patagonia, la imagen sólida de Reserva de Vida parece eclipsar otras interpretaciones, otros lenguajes u otras posibilidades. Allí el desarrollo es «verde». Pero no solo eso, también «salva al mundo».
En este contexto, nos interesa resaltar lo siguiente: que el saber geográfico imaginado para Chile se ha configurado desde una proyección instalada en ciertos marcos ideológico-culturales, o, lo que es similar, desde ciertas utopías y promesas, recuadros que son a su vez órdenes sociales, y que poco dialogan con «otros Chiles» que también existen, son reales y dan cuenta de otras formas de habitar que se desenvuelven más allá de la imagen que lo proyecta. En otras palabras, el espejo social que ha imaginado geográficamente a Chile ha olvidado lo que hay allí en la experiencia e historicidad del habitar, lo que hay allí de irrepetible e intransferible. En contrapartida, se ha fabricado un Chile imaginario, una Geografía imaginaria que ha ido de la mano de una promesa del desarrollo; en el fondo, una invitación que se traduce en un discurso que requiere ser fijo, estático, repetible, transferible y posible para el resto de los ciudadanos de la nación, de manera que la idea de Chile sea aquella que la nación proyecta en y a través de su territorio para el conjunto de la sociedad. Es por esto que, desde nuestro punto de vista, el Chile del desarrollo, del progreso o del éxito ha necesitado construir imágenes inamovibles en torno al agua, a las zonas de sacrificio, a reservas «verdes» o a la productividad minera como requisitos indispensable para caminar hacia un futuro seguro, ordenado y estable.
Tal vez por lo dicho con antelación es que las palabras de Roberto Bolaño adquieren tanto sentido: «todo país, de alguna forma, deja de existir alguna vez». En ella, estimamos, es posible reflejar un espíritu controversial a la idea que ronda en el imaginario común y que nos remite a una geografía inmóvil, inerte, objetiva o definitiva, donde tanto el territorio como el mapa actúan como verdad revelada, como puesta en escena que colabora en consolidar discursos que muchas veces, tal vez la mayoría de las veces, poco y nada se relacionan con el territorio mismo. El desarrollo parece estar en otros continentes, en otras latitudes. Desde esta perspectiva, es posible afirmar que el significado del espacio menos tiene que ver con el espacio mismo que con significados e imágenes que surgen de procesos sociales, de proyecciones ideológicas o cuyos soportes están anclados en relaciones de fuerza en el ámbito del poder.
Aquella condición de inexistencia subrayada por Bolaño, creemos que puede ser leída como la que entrega un carácter especial a lo que somos como país en la actualidad. Es decir, aquella ficción se asoma a través de una geografía inventada y que se transforma en una eternidad propia radicada al interior de unas fronteras dibujadas por la divina acción de alguna fuerza misteriosa que nos ha definido de esta forma: una larga y angosta faja de tierra. Pero Bolaño nos lanza esa pista maravillosa y que se ajusta a la idea de este libro: todo país, de alguna forma, deja de existir alguna vez, precisamente porque es el resultado de la acción con que observamos, sentimos y cómo damos contenido a dicha existencia. Hay lanzado allí, por tanto, un desafío: el sospechar de la imagen sólida y fuerte y ofrecer una nueva perspectiva de esas imágenes que se instalan como definitivas, incuestionables. Tal vez ya sea hora de dar existencia a este país y comenzar a soñar otra vez desde y en el territorio mismo, así como desde ordenes sociales distintos.