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TU REGALO DE NAVIDAD: un once


TODO BEBÉ CUANDO SE ENFERMA PREOCUPA a sus padres que inmediatamente recurren a un pediatra. Esto es cierto.

Un día, el médico, mientras auscultaba al bebé, decía a los padres: “gracias al chupón, nosotros, los pediatras, tenemos pacientes”.

- ¿Por qué, doctor?

- ¡Por el chupón! Por el chupón ingresan los bichos, los parásitos, los virus que originan las enfermedades. Si Uds. logran quitarle el chupón, evitarán todas las enfermedades.

Qué fácil era la solución. Así de simple: eliminar el chupón. Pero toda vez que intentan hacerlo, el bebé lanza unos chillidos que ponen de vuelta y media la casa. Sólo se calma cuando le colocan de nuevo, el “bendito” chupón.

Es que para el bebé, el chupón es su caramelo, su arrullo, su gozo, su alegría, su tranquilidad y también la tranquilidad de su casa. Él no entiende que ese sucio chupón -aparentemente limpio- es la causa de sus enfermedades y de las angustias económicas de sus padres.

Qué curioso, cómo pasan los años. Ese bebé ya está en el colegio. Es un estudiante. Pero, ahora, persigue un nuevo chupón. Se llama: ONCE. El estudiante llora por su ONCE. Su caramelo, su arrullo, su gozo, su alegría, su tranquilidad es un ONCE.

Para conseguirlo, como si fuera su regalo de Navidad, él va sacando sus cuentas; sobre todo, en el mes de diciembre. ¡Cómo aplica las cuatro operaciones! En la búsqueda del ONCE: suma, resta, divide sus notas reales y las posibles; porque sabe que para los efectos de la aprobación de cualquier curso, el ONCE vale.

Hace algunos años, el Ministerio de Educación Pública eliminó el ONCE como nota aprobatoria; la cambió por el DOCE (12). Se anunció en los medios de comunicación masiva: radio, T.V., diarios, revistas, etc. Estos eran los titulares: “¡POR FIN CAYÓ EL ONCE!” “¡POR UNA MEJOR FORMACIÓN, SIN ONCES!” “PARA TI ALUMNO, PARA TI MAESTRO, PARA TI PADRE DE FAMILIA, EL 12 VALE”.

Pronto aparecieron las razones para combatir esa disposición. Razones como éstas: “¡Cómo es posible que a nuestro pobre alumno se le exija una nota aprobatoria de 12; si nuestro pobre alumno no desayuna, no almuerza, no come, no duerme y se desmaya en clases!”

Los alumnos acicateados por estas razones y por las que seguramente, alguna vez, alguien les leyó en clase esta divagación: “La razón de la sinrazón que a mi razón se hace, de tal manera mi razón enflaquece, que con razón me quejo...”; salieron a las calles, crearon disturbios, rompieron lunas, quemaron llantas, contaminaron el ambiente, etc. Inmediatamente, más rápido que ligero, el Ministerio de Educación dio marcha atrás. Anunció que la disposición quedaba sin efecto. O sea, el ¡ONCE! vale. Sigue vivito y coleando, hasta ahora...

Parece mentira, no te han podido quitar tu nuevo chupón: el ONCE. Lo que es peor, todavía no te das cuenta que el once te conduce a nuevas enfermedades: ociosidad, indiferencia, abulia, incapacidad, tedio, depresión, dejadez, falta de creatividad y de imaginación, como aquel aniñado chupón.

El once vale poco. Y como a ti te gusta el once, recibes poco. Conclusión: ¡vales poco! Si se tratara de venderte como una mercancía, pagarían poco: once nuevos soles y devaluados. ¡Cuidado!, nunca te vendas barato, porque no apellidas Once.

El once, definitivamente, tiene la categoría de deficiente. Pero, por fortuna, tú no eres deficiente. Sólo debes darte cuenta que el estudio es una competencia, una competencia deportiva en donde tienes que salir airoso: ser un ganador. Y, en los estudios, sólo se gana con un mínimo de quince.

Por ningún motivo ruegues a un profesor para que, “por favor”, te ponga un 11, porque das lástima. Y aquellos estudiantes que se tienen lástima a sí mismos son repelentes, jamás atractivos.

Sé como el atleta. Él, en el punto de partida, escucha atentamente: “A sus marcas... ¡listos!...” ¡Eso! Aprende eso. ¡Siempre listo! Listo para dar el examen, listo para entregar la tarea, listo para preguntar al profesor, listo para contribuir con tu colegio, listo para asistir a clases, listo para recibir tus notas... Porque si no estás listo, cuando se repartan las pruebas ya calificadas estarás como entornillado en tu asiento. Y al escuchar tu nombre, no podrás moverte para ir a recibir tu prueba, porque te temblarán las piernas y en la palidez de tu rostro se observará un par de huevos fritos (cero - cero), mientras que los otros se divertirán y saltarán como locos con sus notas brillantes.

Tú y tus estudios: no te persignes antes de dar una prueba que el arcángel, a servicio de Dios, está muy ocupado y no puede viajar desde el infinito hasta tu carpeta para darte el soplo divino de ayuda para que obtengas un once. Aunque no te acuerdes de Dios, Él no te desampara. Le gusta verte estudiar a conciencia y con honestidad. Tiene un mandamiento nuevo para ti: “Estudiando se honra a Dios”.

Tú y tus estudios, es algo bonito. Los estudios son hermosos, porque para entrar en ellos no te piden estatura, peso, color, edad; ni si eres simpático o eres feo. Estás en igualdad de condiciones con todos los de tu aula. Pero con un 11 en la mano, no podrás sentirte contento en el grupo. Tiene que ser, por lo menos, un quince. Un 15 infunde valor al más cobarde.

En tu aula, es bueno que mires y admires al que sabe bastante. Obsérvalo, estúdialo. Mira sus 18, 19, 20. No es suerte la que lo acompaña, porque suerte sólo piden los ociosos. Detrás de la palabra suerte hay trabajo, práctica constante. Tampoco mires cuánta inteligencia tiene, sino cómo emplea un poco de inteligencia. No creas que él pertenece a otra galaxia. Jamás pienses que tú no puedes ser cómo él. ¡No! Piensa que tú puedes y tienes que sobrepasarlo y que llegarás más allá de lo que él ha llegado. ¡Pero con un once, no!

Tampoco te quedes en el deseo de obtener un 20. El deseo se basa en la creencia. Si tú crees que puedes... ¡puedes y punto! Pero esa creencia se basa a su vez en trabajo, esfuerzo por mejorar. Y ese trabajo, en el interés y entusiasmo para enfrentarte a los estudios.

¡Comienza por eliminar de tu vocabulario la palabra once! Hazlo sin dudas ni murmuraciones. Siembra en tu mente la semilla del 20. Riégala con el entusiasmo. Cultívala con la imaginación. Abónala con la confianza. ¡El fruto lo cosecharás con la acción! Y cuando lo consigas, gritarás a todo pulmón: “¡Este soy yo! ¡Yo mismo soy! Ahora sí quiero que me pregunten... y que me pregunten todos: ¿cuánto sacaste?”

Deja a un lado la pereza. Sacúdete de la pereza. Demuéstrale a tu profesor que asistes, pero no para calentar el asiento, ni para un once. Él se dará cuenta que existes cuando te coloca un 20 en su Registro de Notas. Irás acumulando tus dieciochos, diecinueves y veintes en una cuenta de ahorros a plazo fijo. Ellos por sí solos se multiplicarán. Y cada vez que te falten puntos, para no caer y rodar en el once, acudirás a tu Banco de Notas donde estarán tus reservas.

Todas estas sugerencias son como oro en polvo -oro de 24 quilates- en tanto y en cuanto tú las pongas en práctica. Acepta el reto. No huyas y di: ¡Hoy sí! Ahora toca reivindicarme. Si bien es cierto que todo bebé nace con su pan bajo el brazo; yo no he nacido con un once bajo el brazo. Tampoco me bautizaron con el nombre de Once. Yo valgo mucho más y recibiré mucho más. ¡Nadie, nadie, jamás, me detendrá!

En cambio, “abra cadabra por la pata de la cabra” no son palabras mágicas, porque no te cambian nada. Las palabras mágicas son: ¡AHORA! ¡HOY DÍA! Si hoy decides y prometes no más onces, hoy día recién alcanzarás la categoría de estudiante responsable. Pero cuidado, si dices: Le prometo que desde mañana subiré mis notas... Quiere decir que escasea tu razón, porque mañana es sinónimo de quizás, tal vez, pueda ser de repente…


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