Читать книгу Filosofía de la cultura y transmodernidad: ensayos - Enrique Dussel - Страница 7
Palabras preliminares
ОглавлениеEl tema de la cultura me atrajo desde siempre. Quizá por haber nacido y vivido mis primeros años en un pueblito, un oasis en casi un desierto, donde había todavía vestigios de pueblos indígenas huarpes y araucanos, en La Paz, Mendoza. Cuando llegué a París en 1961, procedente de Israel, Paul Ricoeur acababa de publicar La simbólica del mal —donde comparaba la narrativa prometeica y la adánica—, y aparecía en Esprit su famoso artículo «Civilización universal y cultura nacional». Permanecí en la tradición ricoeuriana durante largos años, hasta fines de la década del 60 del siglo XX (cuando hubo de asumirse en un grupo de filósofos la interpretación levinasiana desde América Latina, en lo que llamaríamos la filosofía de la liberación, trabajos incluidos en la segunda parte de este libro).
Por ello estos ensayos y artículos, aparecidos durante los últimos cuarenta años, van mostrando el proceso inter-pretativo del problema de la cultura a medida que Amé-rica Latina transitaba, de decenio en decenio, por nuevas etapas de su reciente historia, a la que he ido siguiendo paso a paso, como protagonista en ciertos niveles, como observador siempre, y como expositor ante grupos y movimientos que igualmente se comprometieron con nuestro pueblo latinoamericano. Es decir, el problema de la «cultura latinoamericana» como «cultura popular» fue creciendo y anudándose lentamente.
La introducción de estos ensayos, «Transmodernidad e interculturalidad (Interpretación desde la filosofía de la liberación)», es una colaboración reciente, escrita en 2004, que recoge mis últimas intuiciones sobre el problema. Es fruto de debates sobre la modernidad, la globalización, el diálogo intercultural y sobre el concepto de «transmodernidad» que venimos fraguando para superar los malentendidos de la posmodernidad. Es un horizonte que permite comprender los ensayos restantes y, al mismo tiempo, es un proyecto hacia el futuro.
En la primera parte, los ensayos responden a posiciones que aunque críticas seguirán teniendo rasgos eurocéntricos, en especial por las tesis acerca de los pueblos originarios, los amerindios. El mestizaje no es la solución indígena.
El segundo ensayo, «Iberoamérica en la historia universal», apareció en la revista fundada por José Ortega y Gasset, Revista de Occidente (número 25, Madrid, 1965), estando yo mismo en Maguncia (Alemania) en ese momento, e inter-nándome en el conocimiento de la historia latinoamericana. En él se presagia mucho de lo que vendrá después.
El tercer ensayo, «Cultura, cultura latinoamericana y cultura nacional», es fruto del aterrizaje en América Latina después de diez años de estudios en Europa e Israel. En ocasión de un seminario en la Universidad del Nordeste (Resistencia, Argentina), en 1968, expuse este trabajo con toda la pasión del que llega a su propio terruño e intenta comenzar a pensar lo propio. La influencia ricoeuriana es evidente, junto a la incorporación de nuestra historia, fruto de los años anteriores de mi trabajo en historia latinoamericana para mi tesis en La Sorbonne (París), que me permitía la apertura a lo concreto. Es verdad que iba a contracorriente. La mayoría de mis colegas en la academia no soportaban esos «aires latinoamericanos» que intentaba impulsar. El eurocentrismo campeaba, y sigue campeando por desgracia cuarenta años después en nuestras universidades.
El cuarto ensayo, «Para una filosofía de la cultura, civilización, núcleo de valores, ethos y estilo de vida», es una síntesis de la posición de Paul Ricoeur, con componentes de inspiración alemana, transformados cuando se los aplicaba a nuestro continente. Pretendía proponer categorías analíticas para comprender de una manera más ordenada los diversos niveles constitutivos de la cultura. Por mi experiencia en Israel y Europa, contra el helenocentrismo vigente, siempre oponía la experiencia semita de la existencia —de allí mi primer libro en filosofía: El humanismo semita, publicado en 1969— a la grecorromana1. En ese momento había dictado y escrito ya, en la indicada Universidad del Nordeste, un curso que tuvo por título «Hipótesis para el estudio de Latinoamérica en la historia universal», de manera que me encontraba manejando muchos datos históricos que había recabado para dichas clases universitarias2.
El quinto ensayo, «Estética y ser», responde a una ponencia presentada en un simposio sobre arte en la Academia de Bellas Artes (Mendoza, Argentina), y que de alguna manera significa también los primeros pasos hacia una estética que tendré que abordar en el futuro. Evidentemente era todavía una estética ontológica —en el ensayo séptimo se dará el salto hacia una estética de la liberación —. Todavía era una primera época de la filosofía de la cultura.
En la segunda parte, el tema de la cultura popular se desdobla desde la dialéctica del opresor/oprimido, siendo que la oposición de centro/periferia ya se había bosquejado en los ensayos anteriores, pero todavía sin demasiada claridad.
El sexto ensayo entra de lleno en el tema descubierto por la filosofía de la liberación. En el encuentro de 1973 de los que organizábamos las Semanas Académicas de la Universidad de El Salvador (Buenos Aires), ante un entusiasta público de más de ochocientos participantes, dicté la conferencia «Cultura imperial, cultura ilustrada y liberación de la cultura popular». Allí estuvieron Augusto Salazar Bondy y Leopoldo Zea, entre muchos otros. Fue el fin de una experiencia —ya que meses después atentaron con bomba mi casa, grupos de extrema derecha, y en 1975 comenzó el exilio de Argentina a México—. Ciertamente este tipo de conferencias irritaban a los militares y otros grupos antidemocráticos.
El séptimo ensayo, «Arte cristiano del oprimido en América Latina (Hipótesis para caracterizar una estética de la liberación)», es un segundo trabajo en la línea de la indicada estética de la liberación, aquí desarrollada desde el arte religioso, dado que la revista Concilium (que se edita en siete lenguas) me había pedido colaborar sobre este tema en un número especial sobre estética cristiana.
El octavo ensayo, «Cultura latinoamericana y filosofía de la liberación (Cultura popular revolucionaria, más allá del populismo y del dogmatismo)», se encontraba en una doble encrucijada. En primer lugar se trataba de meditar sobre la experiencia nicaragüense de los sandinistas, que gracias a Ernesto Cardenal, un viejo amigo, abría nuevos cauces a una creación artístico-popular. Pero por otra parte, mi alumno de Mendoza, Horacio Cerutti, había escrito un libro (La filosofía de la liberación latinoamericana) en el que me atacaba directamente, y en mi opinión de manera injusta. La cues-tión de fondo era la acusación de que la filosofía de la liberación que yo practicaba, por recurrir a la categoría «pueblo», caía inevitablemente en una posición populista. Este ensayo me daba la oportunidad de clarificar la categoría «pueblo», «cultura popular», etcétera, de dos maneras: de defensa de la acusación y de desarrollo de una filosofía de la cultura popular. Hoy, en 2006, creo que el tema del «pueblo» se ha ido aclarando; creo que tuve razón en no abandonar dicha categoría; el uso dogmático de «clase» (y más en el sentido althusseriano de mi oponente) hace tiempo que ha sido superado. El tema de aquella disputa no ha dejado de tener actualidad, en especial hoy gracias al Foro Social Mundial de Porto Alegre que ha lanzado a los nuevos movimientos populares y sociales a un protagonismo particular.
En los últimos años he trabajado sobre la modernidad y el diálogo intercultural, específicamente la cuestión de la cultura: un fenómeno que empezó en el siglo XVI y demuestro que, contra el juicio de la filosofía centroeuropea y norteamericana actual3, España fue la protagonista fundacional de la modernidad. Estos ensayos se incluyen en un diálogo que vengo desarrollando con I. Wallerstein, Aníbal Quijano, W. Mignolo, Boaventura de Sousa Santos, Ramón Grosfoguel, Nelson Maldonado, Eduardo Mendieta y muchos otros amigos con los que formamos un equipo de mutua discusión.
En la década del 70, cuando comenzamos un diálogo fecundo con pensadores de África y de Asia (la primera reunión fue en Tanzania en 1976), se nos acusaba a los latinoamericanos de exagerar desde Marx las estructuras socioeconómicas internacionales y nacionales. Era difícil mostrar a mis interlocutores los trabajos que habían sido mis primeras intuiciones no tanto en el nivel económico —que posteriormente gracias a mis comentarios a las cuatro redacciones de El capital pude emprender—, sino en el nivel cultural. Pienso, además, que el nivel cultural es justamente el que viene a enriquecer la antigua abstracción del análisis puramente de «clase», y la necesidad de anticipar la revolución con una declaración de ateísmo —esta última no advirtiendo que el imaginario popular latinoamericano se mueve dentro de una narrativa religiosa que hay que saber entender y movilizar políticamente, antes que negar abstracta y eurocéntricamente con un secularismo reaccionario—. La revolución sandinista avanzó mucho más allá que la cubana en ese aspecto; y el zapatismo dio nuevos pasos superando muchas tesis político-culturales de los mismos nicaragüenses.
El tema de la filosofía de la cultura, como capítulo interno de la filosofía de la liberación, se enriquece en nuestros días desde un diálogo intercultural que no debe olvidar todo lo ganado en estos últimos cuarenta años. El diálogo debe presuponer la clara conciencia de la asimetría entre los que intentan la comunicación, ya que la cultura imperial occidental, que tiene en las corporaciones trasnacionales sus grandes medios de expansión, acosa, intenta aniquilarlas a las grandes culturas universales (y particulares) de la periferia mundial, que deben definir su estrategia de resistencia, de retorno crítico a su identidad que no es sustantiva sino procesual, y que deben formular proyectos futuros transmodernos que hay que saber crear desde la memoria de los pueblos. Una nueva civilización, una nueva cultura más allá del capitalismo y la modernidad se está forjando lenta y ocultamente en los nuevos movimientos populares y sociales que van estableciendo redes mundiales y que emergen lentamente para quien tiene ojos para verlos.
N.B. La primera edición de este libro apareció, por decisión del entonces responsable de publicaciones, con el título Filosofía de la cultura y la liberación (2006); en esta nueva edición recupero el título original, más apegado al contenido temático del libro.
ENRIQUE DUSSEL