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CAPÍTULO III.
"La cabaña del tío Tomás"

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Índice

Queda dicho antes que, elegido Sumner para un segundo término de seis años como senador de Massachusetts, debió contentarse con jurar precipitadamente el cargo y por algún tiempo retirarse completamente de la vida pública. El sillón permaneció vacío, á guisa de constante acusación, manteniendo vivo el recuerdo de la tragedia del 22 de Mayo de 1856. Pero no había peligro de que tan pronto se olvidase; el discurso había repercutido como toque sonoro de clarín, excitando y alarmando gran parte del país, y el atentado que provocó, la profanación de lugar exclusivamente reservado á graves y pacíficas discusiones, aumentó su resonancia y empeoró la situación general de la república en ese año fatídico, en el cual puede decirse que se oyeron los primeros gritos, se asestaron los primeros golpes de la guerra civil.

Era año de elegir nuevo Presidente, y durante el cuadrienio, próximo entonces á fenecer, que había ocupado el puesto Franklin Pierce, había durado intacta la estrecha alianza cimentada entre el poder ejecutivo y la mayoría del Senado, mayoría formada por la coalición de los representantes del Sur y un grupo de senadores del Norte, capitaneados por Douglas; contra ella había dirigido Sumner sus vigorosas acometidas.

La elección de Pierce en 1852 había sido triunfal, arrolladura; el partido llamado demócrata confirmó y aumentó con ella su indisputable supremacía, y el vencido quedó tan malparado que, pronto dejó de existir, esto es, perdió su nombre, la cohesión en que fundaba su eficacia desapareció, y sus miembros se dispersaron para formar otras agrupaciones bajo otro título y programa que favoreciesen con más probabilidad de éxito la misma acción política. El compromiso de 1850, la aceptación general como definitiva y completa solución de todas las dificultades nacidas de la esclavitud, fué causa única del triunfo del uno y la derrota del otro partido.

Al mismo tiempo la rigurosa aplicación de la bárbara ley sobre la persecución y entrega en los estados libres de los esclavos fugitivos actuaba por su parte á modo de disolvente enérgico, y amenazaba turbar muy pronto la resignada quietud que aparentemente había sucedido al anterior período revuelto. En multitud de casos las dificultades opuestas por el pueblo á la ejecución de la ley, en otros la mala voluntad y hasta la cólera con que todo el mundo la veía cumplir, crearon en el Norte algo que allí no se había observado antes: antipatía vivísima al régimen mismo de la esclavitud en el Sur y piedad profunda por las víctimas, sentimientos que yacían inertes y dormidos en sus corazones mientras pasaban las escenas terribles lejos de sus ojos, y que ahora por fin se despertaban.

La primera prueba decisiva de la resurrección de esos sentimientos fué el éxito asombroso, tan grande como rápido, obtenido por el libro, que la desastrada suerte de los pobres esclavos inspiró á una escritora entonces desconocida, Harriet Beecher Stowe, del que se vendieron en poco tiempo cientos de miles de ejemplares y que hizo derramar lágrimas de conmiseración á millones de lectores.

Uncle Tom's Cabin—así se titulaba la obra—respondió á una necesidad moral, expresó en forma patética lo que ansioso de brotar bullía en el alma de la nación: de ahí su instantánea, inmensa popularidad. Nadie tomó como simples creaciones de la fantasía sus dramáticos y dolorosos episodios; todos en el Norte de la República reconocieron la reproducción exacta y sincera de una situación social abominable, porque la pintura se ajustaba con terrible precisión á la idea que les sugería la feroz ejecución de la ley contra los siervos escapados á sus dueños.

Tenía Mrs. Stowe en los días de la publicación de su novela (1851-1852) cuarenta años de edad, había cultivado poco las letras y con resultados insignificantes, vivía en ardua lucha con la pobreza, rodeada de numerosa familia, sin más recurso que el mezquino sueldo que como profesor de colegio ganaba su marido. La ley de los esclavos le inspiró el proyecto de escribir la novela; fué en realidad una improvisación escrita semanalmente, á pedazos, á medida que los iba requiriendo el periódico donde primero se insertó. Estaba tan lejos de sospechar la oportunidad y exquisito tino con que iba á hacer vibrar al unísono de su inspiración las místicas cuerdas que aunaban con sus latidos los de tantos otros corazones, que rehusó la proposición de costear á medias con un editor de Boston la impresión del libro, porque era su esposo demasiado pobre para correr riesgo, si acaso el negocio se liquidaba en pérdida: resultado muy de temer en vista del escaso interés que la novela despertó durante los diez meses que estuvo apareciendo en el periódico abolicionista de Washington. Ese era el libro de que en solo un año se iban á imprimir ejemplares hasta la cifra de un millón en la Gran Bretaña únicamente, cifra, dijo La Revista de Edimburgo, probablemente diez veces mayor que la de ningún otro, salvo la Biblia ó el Prayer Book.[13] Esa era la autora de la que, el año mismo de la aparición de la novela, con su énfasis habitual habló Sumner en el Senado en estos términos: «Inspirada por el genio del Cristianismo ha entrado en la liza una mujer cual otra Juana de Arco, agitando con fuerza maravillosa las cuerdas del corazón del pueblo».[14] Y hoy el más reciente, tal vez el más juicioso é imparcial entre los que relatan los sucesos de ese período,[15] considera La Cabaña del tío Tomás tan importante en la historia de los Estados Unidos como La nueva Eloisa en la historia del siglo XVIII en Francia. Los hombres que en sus primeros años leían los escritos de Rousseau fueron los revolucionarios de 1789, como los jóvenes americanos cuyas ideas se formaron leyendo en la novela ó contemplando en el teatro los horrores de la esclavitud, tales como Mrs. Stowe los trazaba, fueron los que más adelante constituyeron la fuerza del partido que consumó por fin la extirpación del cáncer formidable.

Ese efecto colosal, obtenido sin charlatanismo, sin auxilio artificial de especie alguna, fué debido en mucha parte á la poderosa corriente de simpatía que arrastraba por primera vez la masa del pueblo á prestar conmovida atención y escuchar con palpitante interés el eco de las escenas de martirio que pasaban en la región de los esclavos. La autora contribuyó de su lado á la generosa tarea con las intenciones más puras, el más elevado entusiasmo, el más comunicativo ardor, y el libro, concebido y acogido en tan excepcionales condiciones, mereció sin duda todos los honores, llenó gloriosamente su objeto, á pesar de la trama poco fina de su estilo, de la desigualdad de la inspiración poética, del tono excesivamente místico y vago de algunos de sus descosidos episodios.

Los críticos en el Sur de los Estados Unidos, que sintieron bien el vigor y precisión del ataque, quisieron desautorizarlo, acusando la novela de falta de colorido local y declarándola construída sobre hechos inexactos. La primera objeción no carecía de algún fundamento, pues la autora no había personalmente recorrido la comarca especial donde el trabajo esclavo se explotaba en la forma más ruda, y para colocar en ella sus personajes había tenido que pedir acá y allá los detalles esenciales y acumularlos después en breve espacio, en pocas escenas, como era su derecho de artista; pero demostró completamente por medio de una gran masa de datos y documentos, reunidos más adelante bajo el nombre de Clave de la novela, su absoluta buena fe y la suficiente verosimilitud del cuadro general que con tanto relieve había pintado.

La ocasión fué propicia y el talento se impuso á la admiración universal, pero no volvió á encontrar otra igual, ninguna de sus obras posteriores obtuvo ni con mucho éxito parecido, á pesar de que produjo otras de valor literario más subido, que pasaron casi inadvertidas, aunque el nombre de la autora era ya famoso en Europa y en América; pero no pudieron conseguir lo que respecto de la primera dependió principalmente de un estado particular de la opinión. Es probable que muy pocos lean hoy La Cabaña del tío Tomás y sólo á veces se recuerde como ejemplo de moral ó libro de educación de la juventud, bueno todavía para servir de premio en los exámenes. Tiene también su puesto en las antologías, para las que naturalmente se prefieren las escenas que se apartan más de la realidad, como la muerte del pobre negro Tom, especie de visión extática, que asaltó á la autora de improviso, un domingo durante la comunión, antes de que tuviese resuelta la marcha de su argumento, la armazón entera de su edificio.

Hombres y glorias de América

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