Читать книгу Los grandes errores que cometemos los padres al educar a nuestros hijos - Enrique Villarreal Aguilar - Страница 6

Error de tiempo

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En un sinnúmero de ocasiones, hemos escuchado en las conversaciones de los padres una justificación que todos comentan para deslindar su responsabilidad como tales, señalando: “Cometí este y aquel error, ¿por qué nadie me enseñó a ser padre o madre?, ¿no existe una escuela para padres?”

Mientras, ya le fastidiaron la vida a sus hijos. En Derecho existe una máxima que señala: la ignorancia no exime de responsabilidad.

De alguna manera, nosotros somos los responsables de la educación de nuestros hijos; somos los garantes de su futuro y el aval de su porvenir. Cuando nos casamos pensamos en lo que vamos a hacer como pareja; pero casi nunca pensamos en los que vamos a hacer como familia. Una vez que nazcan nuestros hijos, ¿cómo los vamos a educar?, ¿cuáles son las reglas que vamos a tener en el hogar?

Mis padres, como muchos de nuestros padres, fueron intolerantes ante nuestros caprichos y la educación que nos proporcionaron fue demasiado estricta. Sin embargo, a pesar de sus restricciones, salimos adelante y fuimos felices. Sin querer, nos volvimos audaces y esa audacia de algún modo se ha perdido con la juventud de ahora y ha cambiado en forma de agresión.

Los menos quieren educar a sus hijos como los educaron sus padres, volviéndose autoritarios e intransigentes; otros quieren cambiar drásticamente la forma en que los educaron y darles a sus hijos todo los que ellos no tuvieron, volviéndose permisivos y tolerantes. Lo peor es que mientras el autoritarismo asfixia, el permisivismo liquida. Eso en el mejor de los casos, cuando los padres piensan en sus hijos, porque otros ni siquiera piensan en ellos, simplemente se vuelven proveedores materiales y creen que con eso ya cumplieron.

En una conferencia que impartí hace algunos años sobre superación y escuela para padres, un destacado autor de libros de historia vociferó ante unos quinientos espectadores:

––A mí no me sirven de nada las conferencias de escuela para padres, son obvias.

Y le pregunté, interrumpiendo mi conferencia: ––¿Le parece obvio el tema?

Me contesto:

––¡Sí, por supuesto!

Le volví a preguntar:

––¿Eres casado?

Me contestó que no.

––¿Cuántas veces te has casado? Tres, fue su respuesta.

––¿Tienes hijos?

Contestó que una niña.

––¿Es feliz? ––volví a preguntar.

Y su respuesta fue:

––¡Qué te interesa!

Volví a preguntar,:

––¿Es feliz?

––No sé ––respondió.

Y le contesté:

––Precisamente para eso sirven estas conferencias, para que no existan padres como usted, ya que nuestro principal interés es que nuestros hijos sean felices.

Se puso de pie y se fue entre el aplauso de la multitud.

Muchos creemos que con ofrecerles cosas materiales a nuestros hijos ya cumplimos como padres, ya que les estamos dando todo lo que nosotros no tuvimos, cuando lo que ellos piden a gritos es nuestro amor, que los escuchemos y que los entendamos. El dinero pasa a un segundo término.

Cuando el dinero ya cumplió su cometido, el amor grita, desesperado: “te necesito”. Todo hombre sabio ama a su familia.

Escúchenlo una vez más, papás que sólo proporcionan dinero en el hogar:

“Cuando el dinero ya cumplió su cometido, el amor grita desesperado, te necesito. Todo hombre sabio, ama a su familia”.

Estimados padres: nos pasamos toda la vida tratando de que nuestros hijos sean felices; trabajamos día y noche para que no falte nada en nuestra casa, pero nos olvidamos de lo más importante: nuestros hijos.

Sócrates decía al respecto: “Si yo pudiera escalar al lugar más alto de Atenas, proclamaría con mi voz: ‘Ciudadanos, ¿por qué trabajan tanto para buscar riqueza y toman tan poco tiempo con los niños, quienes un día lo heredarán todo?’”.

Ésta es una de las grandes contradicciones en la vida: trabajamos para nuestros hijos pero no les damos lo más importante: nuestra presencia y atención, que es lo primero que reclaman.

Damos tiempo de cantidad, pero no tiempo de calidad. Rara vez comemos con nuestros hijos y casi nunca los escuchamos. A veces platicamos con ellos en la comida o algún fin de semana con toda la familia, pero casi nunca salimos con ellos y les dedicamos tiempo.

Dale Carnegie señala: “Cada semana debemos dedicarle tiempo a cada uno de los miembros de la familia, donde se haga lo que ellos quieran, no lo que quieran los demás. Así que un día del fin de semana es el de alguno de la familia y él decide lo que vamos a hacer todos en ese día, pero también hay que brindarle su espacio a cada uno de nuestros hijos y pareja, donde nos cuenten sus sueños, sus pretensiones, sus anhelos para poderlos guiar y enseñarles el camino”.

Eso es lo primero que debemos de entender los padres; somos guías de nuestros hijos, no son de nuestra propiedad, nos los han prestado para después dejarlos ir.

Un hermoso proverbio hindú señala: “A los hijos les dejamos dos cosas: raíces y alas”.

Las raíces son los principios bajo los cuales van a regir su vida, las alas las tendrán para volar e irse de la casa para formar su propia vida.

Cuántos errores hemos cometido porque no nos enseñaron a ser padres.

Éste es el momento de establecer un parte aguas en nuestra vida y pensar cómo vamos a educar a nuestros hijos. ¿Cuánto tiempo de calidad les vamos a dedicar?

––Papi, ¿cuánto ganas por hora? ––con voz tímida y ojos de admiración un pequeño recibía así a su padre al término de su trabajo.

El padre dirigió un gesto severo al niño y repuso: ––Mira hijo, esa información ni tu madre la conoce. No me molestes, estoy cansado.

––Pero, papá ––insistía el pequeño––, dime por favor cuánto ganas por hora.

La reacción fue menos severa; el padre sólo contestó:

––Ochocientos pesos por hora.

––Papi, ¿me podrías prestar cuatrocientos pesos? ––preguntó el pequeño.

El padre, muy enojado y tratando con brusquedad al hijo, le dijo:

––Así que esa es la razón de tus preguntas. Vete a dormir y no me molestes, muchacho aprovechado.

Cayó la noche. El padre meditó sobre lo sucedido y se sentía culpable. ¡Tal vez su hijo necesitaba algo! Como quería descargar su conciencia, se asomó al cuarto del niño. Con voz baja, preguntó:

––¿Duermes, hijo?

––Dime, papá ––respondió el niño.

––Aquí tienes el dinero que me pediste ––respondió el padre.

––Gracias, papá ––contestó el pequeño mientras metía su manita bajo la almohada, extrajo unos billetes y dijo: ––Ahora ya completé, papi, ¡tengo ochocientos pesos!

¿Me podrías vender una hora de tu tiempo?

Estimados padres, ¿cuánto tiempo le vamos a dedicar a nuestros hijos? A escucharlos, a entenderlos, a quererlos. No se requieren muchas horas (tiempo de cantidad) en la que estén encerrados en una habitación poniéndose jetas, sino unas cuantas horas para platicar de todo lo que les acontece: cuáles son sus sueños, quiénes son sus amigos, cómo los tratan los demás, cómo les va en el colegio... Recuerden, no existe ninguna relación, comunión ni compañía más amorosa, amistosa y encantadora que una buena familia. Como señala Montaigne: “Gobernar una familia es casi tan difícil como gobernar todo un reino”.

No dejemos que nuestros hijos se vuelvan invisibles ante nosotros, que dejemos de observar lo que hacen, lo que desean, lo que sueñan, porque así estaremos perdiendo parte de nuestra razón de ser, de nuestra razón de trascender y ellos podrían desviarse por un camino que nos puede amargar la existencia a todos.

Ahora es un buen momento para dejar de decir “es que no nos enseñaron a ser padres” y empezar a tener una excelente relación con nuestros hijos: a amarlos, comprenderlos y demostrarles el inmenso cariño que inspiran en nuestra alma.

Hijo, sólo por hoy voy a sonreír cuando vea tu rostro; intentaré no regañarte a la menor provocación.

Sólo por hoy no pelearé contigo por la ropa que quieres ponerte ni por cuanto tardas y la prisa que tengo.

Sólo por hoy te llevaré al parque a jugar, me olvidaré de los negocios y mis problemas y pensaré sólo en ti.

Sólo por hoy voy a dejar los platos en la cocina y a pedirte que me enseñes cómo armar ese rompecabezas o a jugar con tus videos.

Sólo por hoy voy a desconectar el teléfono y a apagar la computadora para sentarme junto a ti en el jardín y hacer pompas de jabón.

Sólo por hoy no voy a reclamarte, ni siquiera a murmurar, cuando tú grites y llores cuando pase el carro de los helados, y voy a salir contigo a comprarte uno.

Sólo por hoy no voy a preocuparme sobre qué va a ser de ti cuando crezcas.

Sólo por hoy te estrecharé en mis brazos y te contare la historia acerca de cuando tú naciste, de la gran bendición que eres en mi vida y, sobre todo, de lo mucho que te quiero.

Sólo por hoy te dejaré salpicar en la tina: no me voy a enojar.

Sólo por hoy te dejaré despierto hasta tarde, mientras nos sentamos en el jardín a contar las estrellas y a pedir deseos.

Sólo por hoy, cuando pase mis dedos entre tu cabello mientras rezas, daré gracias a Dios por el mayor regalo que he recibido.

Sólo por hoy voy a pensar en las madres y en los padres que están en estos momentos buscando a sus hijos extraviados, que los visitan en sus tumbas, en lugar de cobijarlos en sus camas; en aquellos padres que están llorando en los hospitales, sufriendo con sus hijos, clamando en su interior por su recuperación por no poder hacer nada más.

Y cuando te dé un beso de buenas noches, te voy a estrechar un poco más fuerte y un poco más largo, diciéndote al oído: ¡¡¡hijo, te amo!!!

Así agradeceré a Dios por ti y no le pediré nada, excepto un día más en el que pueda repetir: sólo por hoy...

Los grandes errores que cometemos los padres al educar a nuestros hijos

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