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Errores de liderazgo

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Líder es aquel que tiene seguidores. El liderazgo es el conjunto de capacidades de un individuo para influir en un grupo de personas.

Créanme, si a alguien siguen nuestros hijos y si alguien puede influir en ellos, somos los padres. El problema es que vamos perdiendo liderazgo a través del tiempo debido a nuestra inseguridad al momento de guiarlos.

Cuando tomamos clases de liderazgo o dirección se nos enseña que existen tres tipos de liderazgo.

El autócrata: cuando un director se hace cargo de toda la responsabilidad y en él se centran todas las decisiones; nadie puede opinar más que él.

Dejar hacer (laissez faire): ejerce poco control y deja que cada quien haga lo que quiere y como quiere. No meterse en la vida de los demás.

Demócrata: decide todo consultando a su equipo, entre todos toman una decisión y emiten un veredicto sobre lo que más conviene a todos.

Tal parece que esos modelos de liderazgo se repiten en nuestras casas y, posteriormente, en las casas de nuestros hijos así como en sus oficinas. Esto se remonta al tiempo bíblico: “Por tus frutos te reconocerán” (Mateo 7:20), porque aunque no lo creamos, los líderes tienen sus bases en el hogar y los jefes que ves en las oficinas son en muchos casos producto de lo que sus padres hicieron de ellos. Ojo: no siempre se comportarán igual con su familia. Con ella van a ser diferentes. Su conducta, en muchos casos, es producto de cómo los educaron sus padres. Sófocles señala: “¿Qué adorno más grande puede haber para un hijo que la gloria de su padre, o para un padre que la conducta honrosa de su hijo?” En la familia el liderazgo cambia de nombre.

El autócrata es autoritario: el padre trata de tener controlados a sus hijos, es estricto y se apega a las reglas que impone. Brinda poco amor y afecto. La mayoría de los hijos son infelices y tienen poca comunicación con sus padres y los demás. La conducta del padre afecta a los hijos en su forma de ser.

El dejar hacer ahora es permisivo: Tratan a sus hijos de igual a igual, como si fueran sus amigos. Buscan la aceptación de sus hijos y éstos los desobedecen constantemente. Pierden autoridad ante ellos. Establecen pocas reglas y no cumplen sus amenazas cuando sus hijos los desobedecen, por lo tanto, éstos hacen lo que quieren con sus padres.

El demócrata se convierte en democrático. Mantiene una figura de autoridad frente a sus hijos estableciendo un ambiente cordial. Establece reglas y permite que sus hijos se expresen y digan lo que sienten. No ejercen control, sólo establecen reglas y si alguien no las cumple impone sanciones, no golpes. Enseña a sus hijos a ser responsables y a tener confianza en sí mismos, haciéndolos independientes, adaptados y maduros.

Como lo mencionamos anteriormente, muchos tuvimos padres autoritarios que nos ponían límites severos y crecimos con la mentalidad de que no íbamos a permitir eso con nuestros hijos, que con ellos seríamos totalmente diferentes: que los dejaríamos ser y nos comportaríamos como amigos. Por supuesto que también les compraríamos todo lo que nosotros no tuvimos para que ellos pudieran disfrutar la vida y que no se amargaran como nosotros.

Sin embargo, caímos en el error de ser padres permisivos y dejamos ser a nuestros a hijos a costa de nuestro propio mal, porque esos hijos ahora nos reclaman y nos dicen “no te metas en mi vida, déjame ser yo y vivir mi juventud”.

Esto lo reflexionó un sacerdote...

Escuché a un joven gritarle a su padre:

––¡No te metas en mi vida!

Y pensé cómo le respondería si tuviera un hijo.

––¡Hijo, un momento, no soy yo el que se mete en tu vida, tú te has metido en la mía! Hace muchos años, gracias a Dios, y por el amor que mamá y yo nos tenemos, llegaste a nuestras vidas, ocupaste todo nuestro tiempo, aun antes de nacer: mamá se sentía mal, no podía comer, vomitaba todo lo que ingería y tenía que guardar reposo. Yo tuve que repartir mi tiempo entre las tareas de mi trabajo y las de la casa para ayudarla. Los últimos meses, antes de que llegaras a casa, mamá no dormía y no me dejaba dormir.

Los gastos aumentaron increíblemente, tanto que gran parte de lo nuestro se gastaba en ti, en un buen médico que atendiera a mamá y la ayudara a llevar un embarazo saludable; en medicamentos, en la maternidad, en comprarte todo un guardarropa. Mamá no veía algo de bebé que no quisiera para ti: un vestido, un moisés... Todo lo que se pudiera, con tal de que tú estuvieras bien y tuvieras lo mejor.

––¡¡¡No te metas en mi vida!!! ––Llegó el día en que naciste:

Hubo que comprar recuerdos para los que te vinieran a conocer (dijo mamá); hay que adaptar un cuarto para el bebé. Desde la primera noche no dormimos; cada tres horas, como si fueras una alarma, nos despertabas para que te diéramos de comer; algunos días te sentías mal y llorabas y llorabas, sin que nosotros supiéramos qué hacer, pues no sabíamos qué te sucedía y hasta llorábamos contigo.

––¡¡¡No te metas en mi vida!!!

––Empezaste a caminar. Yo no sé cuándo he tenido que estar más detrás de “ti”, si cuando empezaste a caminar o cuando creíste que ya sabías. Ya no podía sentarme tranquilo a leer el periódico o a ver una película, o el partido de mi equipo favorito, porque te perdías de mi vista y tenía que salir detrás de ti para evitar que te lastimaras.

––¡¡¡No te metas en mi vida!!!

––Todavía recuerdo el primer día de clases, cuando tuve que llamar al trabajo y decir que no podría ir ya que tú, en la puerta del colegio, no querías soltarme y entrar. Llorabas y me pedías que no me fuera. Tuve que entrar contigo a la escuela y pedirle a la maestra que me dejara estar a tu lado un rato, para que fueras tomando confianza. A las pocas semanas no sólo ya no me pedías que no me fuera, hasta te olvidabas de despedirte cuando bajabas del auto corriendo para encontrarte con tus amigos.

––¡¡¡No te metas en mi vida!!!

––Seguiste creciendo. Ya no querías que te lleváramos a tus reuniones, nos pedías que una calle antes te dejáramos y pasáramos por ti una calle después, porque ya no era cool ni top. No querías llegar temprano a casa, te molestabas si marcábamos reglas; no podíamos hacer comentarios acerca de tus amigos sin que te volvieras contra nosotros como si fuéramos unos perfectos desconocidos para ti.

––¡¡¡No te metas en mi vida!!!

––Cada vez sé menos de ti por ti mismo, sé más por lo que oigo de los demás. Ya casi no quieres hablar conmigo, dices que te estoy regañando, y todo lo que yo hago está mal o es razón para que te burles de mí. Pregunto: ¿con esos defectos te he podido dar lo que hasta ahora tienes? Mamá se la pasa en vela y al mismo tiempo no me deja dormir a mí diciéndome que no has llegado y que es de madrugada, que tu teléfono está desconectado, que ya son las tres y no llegas. Hasta que por fin podemos dormir cuando acabas de llegar.

––¡¡¡No te metas en mi vida!!!

––Ya casi no hablamos; no me cuentas tus cosas; te aburre hablar con los viejos que no entienden el mundo de hoy. Ahora sólo me buscas cuando hay que pagar algo, o cuando necesitas dinero para la universidad o para salir; o, peor aún, te busco yo cuando tengo que llamarte la atención.

––¡¡¡No te metas en mi vida!!!

––Pero estoy seguro que ante estas palabras: “No te metas en mi vida”, podemos responder juntos:

¡¡¡Hijo, yo no me meto en tu vida... tú te has metido en la mía, y te aseguro que desde el primer día y hasta el día de hoy, no me arrepiento que lo hayas metido en ella y la hayas cambiado para siempre!!!

¡¡¡Mientras esté vivo, me meteré en tu vida así como tú te metiste en la mía, para ayudarte, para formarte, para amarte y para hacer de ti una persona de bien!!!

¡¡¡Sólo los padres que saben meterse en la vida de sus hijos logran hacer de éstos hombres y mujeres que triunfan en la vida y son capaces de amar!!!

Recuerda: instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él, señala la sagrada Biblia en los Proverbios 22:6. También en Proverbios (13:24) encontramos: “El que detiene el castigo, a su hijo aborrece; más el que lo ama, desde temprano lo corrige”.

Hay quien recomienda no casarse con una mujer a la que sus padres le dicen princesa o un hijo al que le dicen mi rey porque vas a ver en ellos personas intolerantes y acostumbrados a hacer lo que quieren. Claro, como en todo, existen excepciones. Sin embargo, estas princesas y reyes suelen ser hijos de padres permisivos que los dejaron a hacer todo lo que quisieron, protegiéndolos y dejando que cumplieran todos sus caprichos. Ésa no es la mejor forma de educar. Señala Salomón: “Más te ama quien te corrige por los defectos que tienes que quien te alaba por las cualidades que no tienes”. Es importante ver los defectos de nuestros hijos y no darles todo porque no lo tuvimos nosotros.

Un líder es un guía; las personas no nos pertenecen. Recuerda, los hijos son huéspedes, no te pertenecen. ¡Después de a Dios, se pertenecen a sí mismos!

Hay quien señala que el liderazgo es situacional, es decir, que lo debes ejercer según la etapa que estés viviendo. Por supuesto, lo ideal es un liderazgo democrático que debes ejercer en todo momento, pero cuando estás educando a un niño pequeño o tienes que imponer una regla firme tendrás que ejercer un liderazgo autoritario. En ese momento no puedes pedir ninguna opinión porque la inmadurez de nuestros hijos los puede llevar a tomar decisiones que afecten su vida.

Cuando los hijos son mayores, debemos entender que tienen que tomar sus propias decisiones y que en muchas ocasiones se van a tropezar, pero ésta va a ser la única manera de hacerlos madurar. Entonces ejercerás un liderazgo permisivo, donde sólo los vas a aconsejar.

A los directivos se les aconseja dirigir, instruir, apoyar y delegar a y en sus empleados. Con los hijos es muy parecido. Debemos dirigirlos por medio de valores, instruirlos en todo momento para que reaccionen correctamente, apoyarlos en sus decisiones siendo guías no tomando las decisiones por ellos y, cuando son mayores, delegar en ellos todas las responsabilidades que les corresponden.

Como líder del hogar, debes establecer reglas y hacer que se respeten. Como puedes observar, en todos los lugares existen reglas y si las quebrantamos habrá ciertas consecuencias. Lo mismo sucede en el hogar: si deseas dirigir correctamente a tus hijos deberás establecer los parámetros que los llevarán a alcanzar tus objetivos y éstos se fijaran mediante normas que todos, los padres en primer lugar, deberán respetar. Recuerda: lo que haces suena tan fuerte que no alcanzo a escuchar lo que dices.

En un estudio que realizó Banamex examinó qué tiene influencia sobre nuestros hijos y llegó a la siguiente conclusión.

En los años setenta, quien más influía era la familia, después la Iglesia, enseguida la escuela, a continuación el medio ambiente y por último los medios masivos de comunicación.

Todos preferíamos compartir con la familia, teníamos que escuchar misa, respetábamos a nuestros maestros, que incluso nos llegaban a pegar en las manos con una regla y nadie decía nada. No había psicólogos ni niños traumados, simplemente sabías que si le faltabas el respeto a tus maestros te iba a ir mal. Nos encantaba salir a jugar con los amigos el yoyo, al balero, al avión, al burro castigado, etcétera. Y la televisión no nos llamaba tanto la atención como jugar con nuestros amigos.

En los ochenta, quien más influía era la familia, la escuela, la Iglesia, los medios masivos de comunicación y el medio ambiente.

La familia seguía ejerciendo un hegemonía sobre nosotros. La preparación empezó a crecer con la economía abierta. Empezaron a llegar productos de otros países que no nos imaginábamos, la Iglesia perdió fuerza y la televisión y los medios brincaron un escaño dejando atrás al medio ambiente.

En los noventa, quienes más influían eran la familia, la escuela, los medios, el medio ambiente y la Iglesia.

La familia, como siempre, al frente; la escuela seguía en pie por una mejor educación, los medios cada vez ganaban más adeptos, a lo que se sumaron los medios digitales y el medio ambiente desplazó a la Iglesia hasta el final.

En la década del 2000 y en la actualidad sigue influyendo la familia, los medios masivos, la escuela, el medio ambiente y la Iglesia.

La familia sigue influyendo, sólo que cuando la familia es disfuncional también influye. En los setenta, si la familia no funcionaba, nos apoyábamos en la Iglesia, en los ochenta y noventa en la escuela, y en la actualidad nuestros hijos se apoyan en los medios masivos (Internet, Twiter, el Facebook desplazó a la televisión televisión, televisión).

Si nuestros hijos tienen una buena influencia en el mismo, qué bien, pero si no, estamos en problemas y así, no sabemos quién ejerce un liderazgo en la familia cuando tenemos problemas en casa.

Los padres, juntos o separados, siempre tienen que tener una excelente comunicación con sus hijos y ejercer el liderazgo al que se comprometieron cuando trajeron a la vida a los seres que tanto aman, sin importar su edad, sexo o preferencias.

No dejemos que otros influyan sobre nuestros hijos de manera negativa; la comunicación es el mejor antídoto para este mal.

Nunca habíamos tenido tanta comunicación ni experimentado, a la vez, una gran soledad en el alma.

Los grandes errores que cometemos los padres al educar a nuestros hijos

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