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Para comprender Egipto

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EL PUNTO DE UNIÓN ENTRE EUROPA, ASIA Y ÁFRICA

«Egipto es una región situada al noreste de África que limita al norte con el mar Mediterráneo, al este con Arabia y el mar Rojo, al sur con la región de Nubia y al oeste con Libia y los desiertos que comunican con el Sáhara». Esta descripción de Egipto del siglo XIX se corresponde, a grandes rasgos, con la del Egipto de la antigüedad.

Egipto tiene 880 km de longitud (de norte a sur) y 500 km de ancho (de este a oeste). Ocupa una superficie de unos 500 000 km2, pero las áreas productivas y pobladas apenas corresponden a la décima parte de esta extensión. Podría decirse que Egipto se sitúa íntegramente en el valle del Nilo, pues sólo allí hay ciudades y es donde se han desarrollado todos los grandes acontecimientos de su historia. Al este y al oeste del valle sólo hay desiertos y montañas estériles y deshabitadas.

Egipto se sitúa en el centro del antiguo continente, en el punto en el que se unen Europa, Asia y África. Ha sido el escenario principal de muchos de los grandes acontecimientos de la historia, y prácticamente todos los demás han tenido repercusiones en esta región. Egipto fue la primera nación civilizada de la historia. Mientras las tribus prehistóricas poblaban Europa, Egipto ya contaba con un gobierno, erigía monumentos y mantenía una legislación.

Abraham, José y Moisés pasaron una temporada en esta región, en la que se formó el pueblo de Dios. La Biblia pasó por Egipto para convertirse en un libro universal. Jesucristo vivió aquí durante su infancia y los cristianos construyeron sus primeros monasterios en estas tierras.

EL NILO, EJE DE LOS MUNDOS ANTIGUO Y MODERNO

En Egipto nacieron las ciencias, las artes, la astronomía, la mecánica, la arquitectura, la escritura y la pintura. Egipto conquistó Asia durante el gobierno de Sesostris y Grecia recibió de esta región a sus fundadores, legisladores y primeros grandes hombres, desde Platón hasta Pitágoras. Alejandro Magno convirtió Egipto en el centro de su imperio y Julio César fundó el suyo en esta región, hasta que la muerte de Pompeyo puso fin a la república romana.

Egipto dio vida a Orígenes, el primer padre de la Iglesia, y a Arrio, cuya herejía dividió el cristianismo hasta la Edad Media. Durante la conquista de Jerusalén, el Egipto musulmán dio paso a las Cruzadas. Bastaba con que una persona creyera en el viejo dios Nilo para que San Luis, poderoso rey de Occidente y abanderado de la fe cristiana, rindiera armas en Damieta.

Bonaparte, su lejano sucesor, quiso dominar esta tierra por la fuerza y convertirla en la base del Imperio de Oriente, anexionando también a la India, pero se vio obligado a regresar a Occidente para fundar otro imperio mejor adaptado a sus medios.

Durante el siglo XIX, Egipto fue testigo de las disputas de franceses, ingleses y turcos por sus tierras. Los primeros cruzaron el canal de Suez y los segundos establecieron allí un protectorado, hasta que Egipto obtuvo su independencia.

El Nilo, cuyas inundaciones convirtieron a Egipto en el granero del Imperio romano, nunca ha dejado de fluir, pero ahora existen presas que controlan sus desbordamientos.

CRONOLOGÍA Y DATACIÓN

Para remontarse en la historia, los egiptólogos contemporáneos utilizan tres métodos complementarios:


• La datación relativa de los objetos descubiertos. En un país como Egipto, donde la reutilización siempre ha sido la regla, este método, si se empleara en solitario, proporcionaría resultados curiosos. Este tipo de datación puede usarse junto a otras cronologías relativas cuando los objetos egipcios están relacionados con objetos extranjeros que se hayan podido datar correctamente.


• La datación absoluta. Este método tiene en cuenta los elementos de datación (eventos del calendario o astronómicos) que pueden fijarse de forma precisa en el conjunto del planeta.


• La datación científica. La egiptología también utiliza los métodos de datación radiométricos (termoluminiscencia, datación con carbono 14, paleomagnetismo), métodos científicos que permiten confirmar la cronología adquirida, pero que, como tienen un margen de error de varias docenas de años, no permiten realizar una comparación perfecta con textos concretos.


Los textos egipcios no se databan según una fecha fija que pudiera usarse como referencia, sino en el marco de un reinado concreto. Pero los egipcios no establecieron una sucesión precisa y continua de sus reinados. Manetón, en su obra Aegiptíaca, intentó establecer la cronología de la historia de Egipto. Este sacerdote egipcio, que vivió en el siglo III a. C., escribió en lengua griega este estudio dedicado a Ptolomeo II (285-246 a. C.) sin duda con la intención de que los nuevos amos del país comprendieran mejor la larga historia de Egipto.

Por desgracia, este estudio ha llegado fragmentario a nuestras manos y ha sido necesario completarlo con partes, a menudo contradictorias, de obras de autores más recientes, como Flavio Josefo, Julio Africano o Eusebio de Cesárea. Aunque los nombres de los faraones y sus años de reinado no coincidieran exactamente con los datos egipcios, la presentación sistemática de los soberanos en 30 o 31 dinastías marcó profundamente el enfoque de los egiptólogos. De hecho, Champollion utilizó este estudio para catalogar los nombres reales egipcios.

Conocemos dichos nombres gracias a las listas reales, que, además de una secuencia de nombres, en ocasiones incluían información sobre la duración de cada reinado y los acontecimientos que lo marcaron. Es evidente que Manetón tuvo acceso a este tipo de documentos. Sin duda, estas listas se situaron en el contexto del culto de los ancestros y se elaboraron con el objetivo de que el rey vivo conociera el lugar que ocupaba en un largo linaje. Algunas listas procedían de un contexto privado. Por ejemplo, la tablilla de Saqqara, hallada en la tumba de un escriba llamado Tenroy, presentaba un listado de 57 faraones, desde la dinastía I hasta el reinado de Ramsés II. También se halló otra lista más incompleta en una tumba tebana privada, en la que el difunto adoraba a 13 faraones muertos.

Sin embargo, la mayoría de estas listas fueron documentos oficiales elaborados durante un periodo real concreto. En Abidos se hallaron dos listas desarrolladas durante los mandatos de Seti I y Ramsés II. La primera incluía 73 faraones, desde Narmer hasta Seti I, mientras que la lista de la cámara de los antepasados del templo de Karnak, que se conserva en el Louvre y data del reinado de Tutmosis III, incluía 62 monarcas, desde Narmer hasta Tutmosis III. A pesar de su aparente precisión, estas listas fueron en realidad contextuales y selectivas. Por ejemplo, la de Karnak ponía de relieve a los soberanos tebanos, mientras que las listas ramésidas omitían a ciertos predecesores, como la reina Hatshepsut, por considerarlos usurpadores deshonrosos.

El Canon Real de Turín, que también data del reinado de Ramsés II, ofreció a la egiptología un marco cronológico indiscutible. Este largo papiro escrito en hierático presenta un listado que incluye a casi 300 faraones egipcios. Este documento estaba prácticamente intacto a principios del siglo XIX, cuando lo adquirió Drovetti, pero se deterioró con gran rapidez.

Cuando Champollion y Seyffarth intentaron reordenar los distintos fragmentos, constataron la presencia de varias lagunas irreparables, debidas a la mala conservación del papiro.

Sin embargo, por vez primera pudieron acceder a un documento que, además de indicar el nombre de cada uno de los faraones, informaba sobre la duración de cada reinado.

Los autores también incluían los reinados divinos anteriores a la llegada de los faraones humanos. Además, aunque los soberanos hicsos nunca se habían incluido en otras listas, en esta se señalaban con un signo que indicaba su ascendencia extranjera. Ojalá se hubiera podido salvar a tiempo este documento tan extraordinario.

La cronología utilizada por la ciencia moderna deriva de un mosaico complejo que combina los distintos métodos de datación, aunque sólo proporciona unos resultados relativamente fiables. Esta fiabilidad depende de la cantidad y la calidad de las fuentes históricas presentes: aumenta cuando la presencia de datos de calendario precisos permite garantizar el tejido histórico, y se reduce durante los periodos intermedios, cuando los documentos oficiales se enrarecen y varios soberanos reinan conjuntamente en las diferentes partes del país.

TREINTA Y UNA DINASTÍAS, TRES CAPITALES E IMPERIOS

Hasta finales del siglo XVIII, la historia de Egipto únicamente se conocía a través de los textos de los autores griegos. Las obras de Diodoro de Sicilia y Heródoto, prácticamente las únicas fuentes conocidas de la época, estaban incompletas y eran poco certeras, pues contenían contradicciones evidentes y narraban unos relatos fabulosos.

También existía un documento cronológico escrito en griego por Manetón en tiempos de Ptolomeo II Filadelfo. Sin embargo, como la lista que elaboró este sacerdote egipcio se remontaba a los primeros soberanos que reinaron en Egipto 5000 años antes de nuestra era, se consideraba que el documento carecía de valor (véase el recuadro anterior). En una época en la que el Génesis suponía el relato fiel de los primeros tiempos de la humanidad y del pueblo hebreo – uno de los más antiguos y divinamente civilizados–, semejante documento no podía considerarse fidedigno. Que la Tierra se hubiera creado directamente del caos era por aquel entonces un evento cronológico tan veraz como la subida al trono de Luis XIV o el tratado de los Pirineos.

La expedición de Bonaparte y los descubrimientos realizados por Champollion permitieron descifrar los documentos escritos de Egipto y conocer la larga historia de los imperios que se sucedieron en el valle del Nilo.

Aunque las investigaciones han demostrado la ingenuidad de los relatos de Heródoto y Diodoro, la obra de ambos historiadores – especialmente la del primero– aportó una información muy valiosa sobre las costumbres egipcias. Heródoto, observador atento, presentó la vida privada de los egipcios, sus obras, sus costumbres, su religión y sus leyes. También describió los monumentos que se conservaban en su época y que nosotros sólo hemos podido ver en ruinas.

La cronología sigue siendo uno de los puntos más vagos de la historia del valle del Nilo, pues los egipcios carecían de eras y databan los acontecimientos de un reinado al inicio de este. Se calcula que hubo 26 dinastías reales desde el año 3000 a. C., momento en el que Narmer fundó la primera monarquía egipcia, hasta el año 527 a. C., cuando los persas ocuparon el valle del Nilo.

Estas 26 dinastías se dividen en tres periodos principales:


– Imperio Antiguo, que engloba diez dinastías, del año 3004 al 2050 a. C.;

– Imperio Medio, que incluye siete dinastías, del 2000 al 1590 a. C.;

– Nuevo Imperio, que cuenta con nueve dinastías, del 1590 al 525 a. C.


Tras la conquista de los persas acontecida en el año 525 a. C., se sucedieron cinco dinastías más, incluyendo las de los vencedores, lo que aumenta a 31 el número total de dinastías que reinaron en Egipto. La última fue la ptolemaica, destronada por Roma.

La sede del Imperio Antiguo fue Menfis; la del Imperio Medio, Tebas, y la del Nuevo Imperio, Sais y las ciudades del delta. La preponderancia sucesiva de las tres capitales no se corresponde de forma rigurosa con la sucesión de los tres imperios.

El mundo y la vida desconocida de los faraones

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