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Los constructores de pirámides del Imperio Antiguo
ОглавлениеNARMER, EL FARAÓN QUE UNIÓ EL NORTE Y EL SUR
Los egipcios creían ser gobernados por los dioses. Los Shemsu Hor, o servidores de Horus, obtenían su organización civil y sus leyes a través de la sabiduría divina. Es probable que en tiempos prehistóricos Egipto constituyera una teocracia. La casta de los sacerdotes era soberana y recibía de los dioses las órdenes que transmitía al pueblo.
Por lo general, en los gobiernos primitivos, tras un periodo de autoridad absoluta y divina, solía desarrollarse una época guerrera y feudal. Es muy probable que esto ocurriera también en Egipto, donde los reyes del sur y el norte se disputaban los terrenos fértiles de las orillas del Nilo. Seguramente, este periodo de conflicto concluyó con la revolución llevada a cabo por Narmer, el primer faraón, en el año 3000 a. C.
Hacía largo tiempo que la casta guerrera luchaba por incrementar su influencia y equipararla a la de los sacerdotes. Los jefes militares de los distintos distritos fueron adquiriendo mayor autoridad. Tras conquistar el delta del Nilo, Narmer, originario del Alto Egipto, reunió a los jefes militares, concentró sus fuerzas y fue reconocido como rey único. Acababa de nacer la primera dinastía.
En aquel entonces, Egipto ya contaba con una civilización bastante avanzada. El Nilo se había canalizado, se habían construido canales y se había perfeccionado la agricultura. También habían nacido las artes, grandiosas y masivas. Narmer fundó la ciudad de Menfis, o Hat ka Ptah, que los griegos conocían como Aegyptos. Esta ciudad, dedicada al dios Ptah, se alzaba en el punto de unión entre el Alto y el Bajo Egipto. Para separar la ciudad del Nilo y protegerla de las inundaciones, Narmer ordenó construir un dique gigantesco, el Muro Blanco. Narmer fue un faraón muy popular que aportó unidad al valle del Nilo, una tierra en la que los trabajos de irrigación, para resultar eficaces, debían realizarse por acuerdo general.
EL IMPERIO ANTIGUO Y EL ESPLENDOR DE MENFIS
La sociedad de Egipto era feudal. Los jefes de los nomos (distritos) respetaban al faraón como soberano, le ofrecían servicio militar y ordenaban ejecutar las obras públicas en su nombre.
Los descendientes de Narmer eran los faraones, hijos del dios sol. Para que su descendencia divina no se apagara nunca, los antiguos egipcios aceptaban la transmisión femenina. Cuando un faraón moría sin dejar un heredero varón (que podía ser hijo o sobrino), el jefe de la nueva dinastía contraía matrimonio con una princesa de la familia real precedente. De este modo, la sangre real de Narmer pasaba de una generación a otra sin diluirse.
Las dos primeras dinastías apenas dejaron huella en la historia. En esta época tan temprana ya se conocía la escritura, así que sabemos que las primeras dinastías establecieron el culto a los animales. Para poder imponerse a la aristocracia feudal, es posible que la realeza tuviera que luchar, como hizo la dinastía de los Capetos en Francia. Las inscripciones indican que varias dinastías colaterales estuvieron a punto de imponerse.
La dinastía III logró reforzar su autoridad y, después de unificar Egipto, preparó el terreno para la explosión civilizadora de la dinastía IV, que marcó el apogeo del Imperio Antiguo.
Durante este periodo se construyeron las pirámides y Menfis brilló con todo su esplendor.
La designación de Imperio Antiguo cubre el periodo posterior a la época tinita (de Tis/Tinis, capital real de las dos primeras dinastías) o Periodo Dinástico Temprano y comprende las dinastías III, IV, V y VI (2800 a. C.-2400 a. C.). Durante este periodo, la realeza faraónica afirmó su calidad casi divina. Las pirámides fueron edificadas por los reyes constructores del Imperio Antiguo, como Zoser, Seneferu, Keops, Kefrén y Micerino.
El faraón, situado en la cúspide de una estructura poderosa y organizada, reinaba sobre un Egipto unificado y ejercía su control sobre los hombres y los bienes. A cambio, garantizaba la seguridad de los ciudadanos egipcios y velaba por mantener un control eficaz de las fronteras.
En aquel entonces, los egipcios consideraban que Egipto era el centro del mundo. Poseían un vasto conocimiento de los desiertos que rodeaban su país y sabían explotar sus materias primas, desde el desierto de Libia hasta la península del Sinaí. Visitaban con frecuencia la Baja Nubia, situada al sur, y el mítico país de Punt les proporcionaba preciosas resinas odoríferas.
Asia, Biblos y el Líbano abrieron su comercio a los navíos procedentes del Nilo. Este contacto con los países vecinos permitió organizar expediciones de carácter más comercial que militar, que tenían como objetivo abastecer el país de productos raros o exóticos.
La familia real lo controlaba todo: la mano de obra, las materias primas y los productos elaborados. La producción se llevaba a la capital antes de ser redistribuida de forma más o menos equitativa. Esta centralización permitía disponer de reservas y equilibrar el aprovisionamiento de un año para otro, con el fin de evitar los periodos de hambruna.
Al no existir la moneda, los administradores recibían donaciones en forma de productos o de mano de obra. Una élite de altos funcionarios controlaba una administración numerosa y estructurada, cuyo armazón eran los escribas; el resto de la población era analfabeta.
Esta organización económica centralizada era un reflejo de la organización ideológica de la sociedad: una pirámide cuya cúspide ocupaba el faraón. Este era el único propietario de las tierras de Egipto y el único intermediario con los dioses, pues emanaba directamente de ellos y era su representante en la tierra. Las tumbas gigantescas que se ordenaba erigir en su honor en los límites del desierto son la prueba más deslumbrante de ello. El pueblo egipcio servía a su amo y debía alimentar a quienes ocupaban los escalafones superiores y, ante todo, al faraón, que era el motor del país.
Esta situación evolucionó durante el transcurso del Imperio Antiguo, cuando el faraón dejó de cumplir una función divina y se contentó con ser el hijo de Ra, un hijo electo más que biológico y un representante designado más que una verdadera encarnación del dios.
Esta evolución no se limitó únicamente a la función dinástica. Los altos cargos, antes reservados de forma exclusiva al entorno de la familia real, pasaron a ser ocupados por plebeyos, que empezaron a establecerse en dinastías hereditarias que controlaban buena parte de la pirámide social. Y estas muestras de independencia local acabaron provocando la disolución del poder centralizado.
Las exenciones con las que se recompensaba a los funcionarios que más lo merecían se multiplicaron de tal forma que el tesoro real se redujo en gran medida, como parece demostrar la disminución gradual del tamaño y la riqueza de las construcciones funerarias.
Es posible que el reinado de un faraón demasiado viejo y, quizás, un cambio climático que redujo en gran medida las lluvias y las inundaciones bastaran para que este imperio se hundiera a finales de la dinastía VI.
La caída no fue repentina, pues las dinastías VII y VIII siguieron gobernando desde Menfis, gracias a un aparato político que se mantenía por sí solo y era lo bastante sólido para perdurar. Sin embargo, estas dinastías carecieron del esplendor de las anteriores.
Como la estabilidad política se había desvanecido, los soberanos se sucedían a un ritmo demasiado rápido para que pudieran hacerse con el control del país. Fue necesario esperar a la llegada de un puño férreo del sur para que el país se unificara de nuevo.
Los monumentos del Imperio Antiguo no se construyeron con ladrillo, sino con piedra, símbolo de eternidad. Por eso, este periodo se convirtió en un modelo que seguir para todas las clases reinantes futuras.
LAS MASTABAS DEL IMPERIO ANTIGUO
La tumba egipcia tenía dos funciones distintas que influían en su forma: debía recibir al difunto y ser su lugar de descanso eterno, pero también tenía que ser un lugar de culto en el que pudieran depositarse ofrendas funerarias.
Cuando el francés Auguste Mariette descubrió la necrópolis de Saqqara, utilizó el término árabe que usaban sus obreros para designarla: mastaba («banco»). Una mastaba es un enorme edificio rectangular de paredes verticales y ligeramente curvadas que le confieren un aspecto trapezoidal característico, similar a un gran banco de piedra.
Las primeras tumbas reales fueron mastabas de ladrillo cuyas paredes exteriores estaban adornadas con relieves para evocar los muros del palacio real. Algunas tumbas se hallaban rodeadas de bancos sobre los que se exponían bucráneos. En uno de los lados se preparaba un espacio ritual y a ambos extremos de la mesa de ofrendas se alzaban dos estelas que evocaban la identidad del soberano. Esta estructura cubría el panteón subterráneo, excavado en la roca.
La mastaba en sí estaba rodeada por una muralla. Los miembros más cercanos de la familia real eran enterrados en pequeñas tumbas satélite cubiertas por bóvedas de adobe. Con la llegada de las pirámides, esta arquitectura quedó reservada a los nobles del entorno del rey, aunque Shepseskaf, un faraón que gobernó a finales de la dinastía IV – cuando se construyeron las grandes pirámides de Guiza–, eligió una simple mastaba como lugar de descanso eterno.
Las tumbas privadas se agrupaban alrededor de las pirámides, formando una verdadera ciudad.
El cadáver, dispuesto en un sarcófago de madera, descansaba junto a sus muebles y objetos personales en su cámara, situada al fondo de un pozo excavado en la meseta de piedra caliza que se sellaba tras los funerales.
En la cara oriental de la mastaba, al nivel de la superficie, había una cámara que hacía las veces de capilla. Como se orientaba sobre un eje norte-sur, siempre ocupaba una de las fachadas largas del edificio y solía situarse justo encima de la cámara funeraria y el sarcófago. Durante la dinastía II se construyó en forma de T, pero la siguiente dinastía la amplió para incorporar un gran pasadizo adornado con nichos. En el centro de la capilla se alzaba una mesa de piedra donde se podían depositar ofrendas para el faraón, y la pared del fondo estaba adornada con una falsa puerta. Por lo general, la decoración de los nichos estaba pintada sobre masilla o tallada sobre placas de madera.
Las primeras capillas se hicieron con adobe en el exterior del macizo de piedra, pero los avances arquitectónicos permitieron construcciones cada vez más complejas. Por ejemplo, la puerta falsa pasó a ser un nicho profundo que albergaba una estatua del difunto y, a veces, las estatuas se alojaban en un habitáculo llamado serdab que sólo se comunicaba con el mundo de los vivos a través de una minúscula grieta en el muro.
Más adelante, la tumba pasó a ser familiar: al igual que una casa, disponía de varias estancias dedicadas a sus distintos miembros. Pero entonces la tumba dejó de ser el hogar del difunto para convertirse en una representación del mundo. El paso de las estaciones se reflejaba en relieves que describían las ocupaciones agrícolas. Toda una población de artesanos, pescadores, campesinos y escribas se ponía al servicio del fallecido para aportarle todo aquello que pudiera necesitar en la otra vida, desde alimentos hasta diversión.
LOS FARAONES CONSTRUCTORES DE LA DINASTÍA IV
• Zoser, el Faraón de la Piedra, fue el segundo rey de la dinastía III. Reinó durante una veintena de años y, gracias a su ambiciosa política exterior, la península del Sinaí quedó bajo la autoridad de Egipto, con sus minas de cobre y turquesa. Impulsó el uso de la piedra tallada y ordenó erigir la pirámide escalonada de Saqqara, un enorme complejo funerario construido por su arquitecto Imhotep. Tras su muerte, Zoser permaneció durante largo tiempo en la memoria de los egipcios como uno de los grandes soberanos del Doble País. La estela del hambre, grabada en Asuán 2000 años después de su reinado, le rinde homenaje.
• Seneferu, el Conquistador del Sinaí, fue el primer faraón de la dinastía IV. Aunque continuó con el proceso de colonización de los faraones anteriores, su fama se desvaneció ante la obra de algunos de sus sucesores, como Keops, Kefrén y Micerino, que ordenaron construir las tres grandes pirámides de la meseta de Guiza.
• Keops, el Cruel, fue el segundo soberano de la dinastía IV. Hijo de Seneferu y de la reina Hetepheres, reinó durante 23 años. Su reinado estuvo marcado por una organización sistemática del aparato económico y por la explotación de las canteras de Uadi Magara (Sinaí), Hatnub (Medio Egipto) y Nubia.
Esta producción intensiva, que concedió prosperidad al país, se puso al servicio de una gran obra: la construcción de la Gran Pirámide de Guiza, de 147 m de altura y 231 de lado. Resulta asombroso que los antiguos egipcios pudieran crear una obra semejante, tanto por sus dimensiones como por el tiempo de ejecución (20 años), la precisión de su planificación, sus proporciones geométricas y su orientación. El complejo funerario, cuyo centro era la pirámide, incluía también las pirámides satélites de las reinas Meritites y Henutsen, así como varias tumbas principescas.
En el año 1954 se hallaron, a los pies de la pirámide, dos fosas oblongas que contenían dos navíos egipcios desmontados, en perfecto estado de conservación. Uno de ellos se pudo reconstruir pieza a pieza. Resulta imposible saber si estos barcos escoltaron a Keops hasta su última morada o si fueron embarcaciones simbólicas destinadas a permitir que el rey ascendiera hasta el cielo y navegara por el océano superior.
Cuando saquearon la tumba de Hetepheres, Keops ofreció una nueva sepultura a su madre. Los arqueólogos la hallaron intacta, con un soberbio mobiliario de madera recubierto de oro.
Por ironías de la historia, sólo conocemos al constructor del mayor monumento del Antiguo Egipto a través de una estatua minúscula de marfil que fue hallada en la arena de un templo de Abidos.
Keops dejó a la prosperidad una imagen detestable por haber construido su espléndida tumba con el sudor y la sangre de miles de obreros. La literatura del Imperio Medio lo presentó como un soberano cruel y arrogante que se aburría en su palacio y ordenaba ejecutar a seres humanos para distraerse. Heródoto, por su parte, afirmó que Keops cerró los templos, ordenó a los egipcios realizar trabajos forzados y prostituyó a su propia hija para conseguir los bloques de piedra necesarios para erigir su tumba. Su impopularidad contrasta con la imagen bonachona de su padre, Seneferu, ¡a pesar de que este ordenó construir no una, sino tres pirámides!
• Kefrén, la Cabeza de la Esfinge, fue el cuarto faraón de la dinastía IV. Hijo de Keops, reinó durante un cuarto de siglo y ordenó construir la segunda pirámide de Guiza. Esta era algo más pequeña que la de Keops (143 m de altura y 215 de lado), pero al estar construida en un nivel más elevado de la meseta parecía superarla. La cúspide estaba provista de un fino revestimiento de piedra caliza que se ha conservado en parte. El complejo funerario incluía, en el lado oriental, un templo que se unía al del valle a través de una calzada funeraria ascendente. El templo del valle, que está muy bien conservado, presentaba enormes monolitos de granito con formas simples y desnudas.
El espacio interior contenía diversas estatuas de diorita que reflejaban la grandeza del rey. Una de ellas, que presentaba a Kefrén bajo la protección del dios halcón Horus, era toda una obra maestra en composición y equilibrio. El soberbio monolito de diorita gris verdosa procedía de las canteras de Nubia, situadas a más de 250 km al sudoeste de Asuán.
Kefrén también ordenó transportar una gran roca y esculpirla a su imagen. Hoy en día, esta figura con cuerpo de león y cabeza humana se conoce como la Esfinge o, para los visitantes árabes, el Padre del Terror. La Esfinge, guardiana de la necrópolis real durante el Imperio Antiguo, pasó a asociarse con el dios solar Ra Harmajis, Horus en el Horizonte.
Según Heródoto, Kefrén fue el digno sucesor de su padre, un rey detestable y tiránico. Sin embargo, en las fuentes egipcias no se ha hallado nada que confirme esta idea.
• Micerino, el Piadoso, fue el último soberano de la dinastía IV. Hijo y sucesor de Kefrén, su legitimidad fue puesta en duda por los distintos pretendientes al trono que reinaron de forma paralela antes de que Micerino lograra imponerse de una vez por todas.
Heródoto lo llamó el Justo y Piadoso porque liberó a la población de los trabajos forzados y de la obligación de ofrecer sacrificios. De todos los faraones, Micerino fue el que pronunció las sentencias más justas. Cuando el oráculo de Buto le dijo que no viviría más de seis años, ¡este faraón decidió celebrar banquetes por la noche para burlar la profecía y vivir el doble de tiempo!
Su reinado estuvo marcado por la construcción de la tercera pirámide de la meseta de Guiza. De 67 m de altura y 108 de lado, fue la más pequeña de las tres. Este monumento nunca se completó, pero su construcción estuvo muy cuidada.
De hecho, se dice que el conjunto de la pirámide y algunos de sus pasadizos subterráneos estaban recubiertos de granito.
El sarcófago de granito de Micerino yace en el fondo del mar Mediterráneo, pues el barco que debía llevarlo a Inglaterra en el año 1838 naufragó. Parte de un sarcófago de madera que llevaba su nombre sí que logró llegar a la capital inglesa, pero se trataba del ataúd en el que fue instalado durante la restauración de la pirámide que llevó a cabo la dinastía XXVI, ¡y los huesos que contenía databan de la época copta!
El templo funerario de Micerino estaba decorado con estatuas de diorita que representaban al rey acompañado por divinidades o por la gran esposa real.
LOS MISTERIOS DE LAS PIRÁMIDES
Estas montañas de piedra erigidas por el hombre son representativas del Antiguo Egipto, a pesar de que también las construyeron otras civilizaciones, principalmente ciertos pueblos de Asia y América del Sur. La Gran Pirámide de Guiza es una de las siete maravillas del mundo de la época clásica. El término pirámide deriva de la palabra griega pyramis, que designa un pastel de sésamo o de trigo con esta misma forma.
Es posible que la forma de la pirámide derivara del montón de arena que cubría la fosa funeraria original y que los egipcios decidieran conservarla por razones mágicas y religiosas.
La primera pirámide fue fruto del ingenio de Imhotep, el arquitecto que trabajó al servicio del faraón Zoser. Hasta entonces, la tumba real había sido la mastaba, un enorme edificio rectangular construido alrededor de un pozo y una capilla de culto. Para edificar el complejo funerario del faraón, Imhotep generalizó el uso de la piedra de talla.
Antes de que se pudiera colocar la primera piedra de la pirámide de Zoser, fue necesaria una larga planificación intelectual.
La sencilla mastaba inicial aumentó de tamaño para cubrir las tumbas secundarias. Después, el arquitecto decidió ensamblar cuatro mastabas de tamaño decreciente para crear la primera pirámide escalonada. Al final de la obra, una quinta mastaba coronó el conjunto de la construcción de piedra. Y finalmente Imhotep erigió una pirámide de seis niveles, de 61 m de altura y entre 109 y 125 de lado.
Por debajo de la pirámide se extendía una red de pasadizos excavados en la roca. La cara sur acogía el templo funerario, donde descansaba la estatua real en su serdab, una cámara cerrada destinada a las estatuas funerarias.
Este desarrollo continuó durante el reinado de Seneferu, que ordenó construir dos pirámides después de completar la de su predecesor; esta seguía el modelo escalonado de Imhotep, pero incorporaba un fino revestimiento de piedra caliza que alisaba los flancos. El primer intento de construir una verdadera pirámide se realizó en Dahshur, pero fue demasiado ambicioso. Las grietas obligaron a los arquitectos a reducir su inclinación durante el transcurso de la obra, lo que concedió a la pirámide un perfil inusual y ligeramente encorvado.
Los arquitectos de Seneferu construyeron la primera pirámide regular al norte de la anterior. Teniendo en cuenta los errores de la primera construcción, decidieron mantener una inclinación de 43 grados que concedió a la pirámide un aspecto ligeramente encogido.
El éxito de esta segunda construcción permitió que se erigiera la gigantesca pirámide de Keops en Guiza, cuyos cuatro lados están orientados exactamente en función de los cuatro puntos cardinales y mantienen una inclinación perfecta de 52 grados, mientras que sus medidas contienen el valor aproximado del número áureo (1618).
Su única entrada se abrió en la cara norte, a 16 m de profundidad.
Siguiendo el modelo de Keops, todas las pirámides se erigieron alrededor de un complejo que incluía un templo bajo. Este se situaba cerca de un embarcadero y de los canales que comunicaban con el Nilo. Una calzada ascendente conducía al templo alto, situado en la cara oriental de la enorme pirámide. A partir de la dinastía IV, las superficies de este templo se decoraron con escenas en bajorrelieve.
En el interior de la pirámide se construyeron cámaras y pasajes, lo que suponía una verdadera prueba de fuerza para los arquitectos y los obreros, que debían instalar monolitos de aproximadamente 400 toneladas de peso. Durante la dinastía V, los muros de las cámaras inferiores presentaban largos repertorios de fórmulas grabadas, que se conocen con el nombre de Textos de las Pirámides.
Las reinas eran enterradas en pirámides satélites de menor tamaño. Se han hallado fosas con embarcaciones desmontadas que, o bien estaban destinadas a facilitar el viaje celeste del faraón, o bien lo condujeron a su última morada.
Los reyes del Imperio Medio también ordenaron erigir imponentes pirámides en la región de El Fayum. Estos monumentos se construyeron con adobe revestido de piedra, pero, al carecer de recubrimiento, desaparecieron bajo los efectos de la erosión. Sin embargo, bajo estas masas actualmente informes se ocultaban dispositivos cada vez más ingeniosos que protegían la cámara funeraria de los saqueadores.
Durante el Nuevo Imperio, las lomas piramidales de la montaña tebana protegieron las tumbas reales, aunque también se construyeron pequeñas pirámides de ladrillo con una gran inclinación que coronaban los hipogeos de los artesanos y las grandes personalidades de Tebas. Más adelante, los soberanos nubios de los reinos de Kush y Napata devolvieron a las pirámides su condición de tumbas reales.
Para los egipcios, la pirámide simbolizaba la tumba real. El rey difunto descansaba en ella y recibía las ofrendas del culto funerario. ¿Acaso sus minúsculos pasadizos ascendentes estaban destinados a permitir el paso del alma del rey difunto? El túmulo funerario primitivo en el que se origina la pirámide posiblemente evoca la colina primigenia que surgió de las aguas primordiales.
La pirámide es una escalera que intenta facilitar el ascenso del faraón hacia el cielo, donde debe reunirse con sus ancestros transformados en estrellas. «Tú trepas, tú escalas los rayos; tú eres el rayo en la escalera del cielo», reza uno de los textos. También se puede ver de forma simbólica la petrificación de los rayos solares que caen sobre la tierra por una abertura del cielo para calentar el cuerpo que descansa en su centro. «Levantaos, vos que estáis en la tumba; deshaceos de vuestros vendajes, apartad la arena de vuestra cabeza».
La Biblia – y después Hollywood– ha querido que el pueblo hebreo, sometido a la esclavitud, construyera la Gran Pirámide de Guiza. Son muchos quienes consideran que esta pirámide es en realidad una gran Biblia de piedra que oculta en sus proporciones, matemáticamente perfectas, una revelación de orden adivinatorio, místico o científico.
LAS ÚLTIMAS CONQUISTAS DE LOS REYES DE MENFIS
Los faraones de las dinastías V y VI continuaron la grandiosa obra de sus predecesores, pero tuvieron que transigir con las clases cultivadas que criticaban el régimen que los había enriquecido. Para poder mantener su autoridad se vieron obligados a aceptar la lenta transformación y el declive. Sin embargo, la dinastía VI logró conquistar Nubia y el país de Canaán.
• Unas, el último soberano de la dinastía V, ordenó erigir su complejo funerario en Saqqara, al sudoeste del de su gran ancestro Zoser. La pirámide, construida por Maspero, resulta poco impresionante en comparación con los monumentos de la meseta de Guiza, pues apenas alcanza los 40 m de altura. Sin embargo, el complejo se encuentra en buen estado de conservación.
Los muros de la calzada ascendente cubierta que unía ambos templos se adornaron con relieves de una sutileza exquisita que ilustraban temas diversos y variados, como la artesanía, el comercio y el transporte fluvial de los bloques de granito procedentes de Asuán. Sin embargo, también mostraban imágenes sobrecogedoras de la hambruna que azotó a los beduinos contra los que luchó Unas (¿o acaso eran augurios del desastre económico que tendría lugar al final del Imperio Antiguo?). Las escenas que muestran la llegada en barco de los mercaderes asiáticos podrían sugerir relaciones con Biblos y la costa del Levante mediterráneo.
Las paredes de los pasadizos de acceso y la cámara del sarcófago, provista de un techo azulado en el que brillaban estrellas de oro, presentaban unos textos inscritos conocidos como los Textos de las Pirámides, los cuales revelaron a los historiadores los secretos del culto egipcio al más allá. La tumba fue restaurada por el príncipe arqueólogo Jaemuaset durante el mandato de Ramsés II. En el periodo tardío, los Textos de las Pirámides pasaron a formar parte de la decoración de tumbas privadas.
• Pepy I, el Conquistador de Nubia, fue el segundo faraón de la dinastía VI. Durante sus 53 años de reinado sometió a Etiopía y Nubia, luchó victoriosamente contra los nómadas de Siria y colonizó el Nilo hasta la tercera catarata. También envió expediciones desde Asuán, la «cabeza del sur», para anexionar los territorios nubios, cuyos habitantes, una vez pacificados, cultivaron las tierras reales o sirvieron en el ejército del faraón. Pepy I, a través del Alto Nilo, intentó acceder al mítico país de Punt, célebre por las especias, las piedras preciosas y las grandes cacerías.
Aunque los soberanos de la dinastía IV embellecieron Menfis, el declive de la ciudad se inició aproximadamente en esta época y Abidos se convirtió en la capital del imperio. Las incursiones por Asia y Nubia pasaron factura, pues cuanto más crecía el territorio, más poder conseguían los faraones, que se vieron obligados a delegar a favor de los señores feudales.
• Pepy II, el Centenario, fue coronado a los seis años de edad y su reinado fue digno de los patriarcas bíblicos, ¡pues ocupó el trono durante 94 años! Hirjuf, su portador del sello, príncipe y único amigo, sembró el terror en los países extranjeros y regresó del Alto Nilo con 300 asnos cargados de incienso, ébano, perfume, grano, pieles de pantera, colmillos de elefante, madera tallada y demás tributos.
Uni, otro de sus generales, emprendió una campaña contra el país de Canaán (Palestina). Creó un ejército formado por docenas de miles de hombres y se puso a su cabeza. Nadie ocupó el lugar de su vecino, nadie asaltó a quienes se encontraban por el camino, nadie saqueó ningún pueblo por los que pararon. Este ejército regresó en paz después de arrasar el país de los He riu sha (los que están en la arena), desmantelar sus murallas, degollar a docenas de miles de hombres y contar con numerosos heridos entre sus rangos.
Uni, que fue nombrado gobernador director del Alto Egipto, también veló por la paz pública, haciendo que la corte llevara la cuenta de todas las horas de trabajo realizadas.
• La regencia de Nitocris, la Vengadora, dio paso a un periodo de esplendor y prosperidad que duró prácticamente 600 años. Según Heródoto, la princesa Nitocris fue una mujer hermosa de mejillas rosadas que, para vengar el asesinato de su hermano y marido, mandó construir una inmensa cámara subterránea. Con el pretexto de inaugurarla, celebró un banquete al que invitó a numerosos egipcios, entre los que estaban los instigadores del crimen. Durante el banquete, hizo que las aguas del Nilo entraran en la sala a través de un canal que había mantenido oculto y escapó a una cámara llena de cenizas para evitar la muerte.
Durante su reinado ordenó construir la pirámide de Micerino y revestirla con un costoso recubrimiento de sienita. El cadáver de Nitocris fue depositado en un sarcófago de basalto azul, bajo la cámara del rey. Durante mucho tiempo se dijo que su sombra flotaba alrededor de la pirámide de Micerino y que hacía enloquecer a los viajeros que osaban contemplar su espectro alrededor de la inmensa tumba. ¿Quién fue esta legendaria Nitocris? ¿Acaso una esposa de Pepy II? Su leyenda es tan hermosa que resulta dudosa desde el punto de vista histórico. ¡Sin embargo, es perfecta para una película!
LA DECADENCIA DEL PRIMER PERIODO INTERMEDIO
El Primer Periodo Intermedio se inició hacia el año 2400 a. C. con la caída del Imperio Antiguo, al final del reinado de Pepy II y la dinastía VI. Concluyó con la reunificación del Doble País llevada a cabo por un soberano tebano al comienzo del Imperio Medio.
Este periodo cubre las dinastías VII, VIII, IX y X, llamadas manetonianas, así como el inicio de la dinastía XI tebana.
A finales del Imperio Antiguo, el poder real sufrió una lenta desintegración. Los nomarcas (los señores feudales que dirigían los nomos) se independizaron y lucharon entre sí, estableciendo reinos a lo largo del Nilo, desde el delta hasta la primera catarata. Las tribus asiáticas aprovecharon el conflicto para instalarse en el delta y los sacerdotes también se emanciparon y se enriquecieron, al reemplazar al faraón como intermediarios directos de los dioses.
El debilitamiento del poder central benefició a los nomarcas locales, debido a la herencia adquirida por los altos cargos del Estado y a las múltiples exenciones de impuestos de las que gozaban. Este periodo también estuvo marcado por un cambio climático que acentuó la desorganización del sistema económico del Estado egipcio.
Las dinastías VII y VIII mantuvieron su sede en Menfis. Las listas reales citan los nombres de los 25 faraones que ejercieron durante un periodo de 30 años, sin incluir los 70 faraones que reinaron en 70 días que se citan en la lista de reyes de Manetón. Según los egiptólogos, esos nombres deben pertenecer a dinastías paralelas o impostoras.
Sin embargo, la información procede de las listas reales oficiales que se elaboraban para celebrar el culto de los ancestros y que, por lo tanto, sólo incluían los nombres de aquellos soberanos que, siglos más tarde, se seguían considerando legítimos.
Los nomarcas, que se rodearon de una corte que reproducía el sistema faraónico a nivel local, dispensaron al faraón una prelación relativa y acumularon cargos civiles y religiosos. Este periodo estuvo salpicado de guerras y los distintos nomarcas formaron coaliciones temporales que fluctuaron en función de la suerte de sus armas.
El aparato político y económico del conjunto del país se desbarató, y los caminos dejaron de ser seguros.
Cuando un nomarca no lograba imponerse con rapidez, el hambre y la miseria azotaban a sus conciudadanos.
El fin de este periodo fue testigo del enfrentamiento entre las dos coaliciones principales. Una de ellas, dirigida por los nomarcas de Asiut, controlaba el conjunto del delta y buena parte de Egipto Medio; la otra, dirigida por Tebas y Coptos, tenía el control del conjunto del sur.
Finalmente, fue esta última la que se abrió paso por el norte y logró unificar el país bajo el mandato de los soberanos de la dinastía XI. No es cierto que la solución del conflicto fuera militar. En realidad, las buenas relaciones existentes entre Tebas y el delta durante el Imperio Medio fueron debidas a los acuerdos diplomáticos.
El Primer Periodo Intermedio no sólo significó la dislocación del poder faraónico, sino que también fue testigo de un desafío a la civilización egipcia, pues las tumbas que todos habían creído indestructibles fueron profanadas.
La élite del Imperio Antiguo vio cómo se derrumbaba su mundo y, aunque en cierto modo logró mantener el control de la situación, no consiguió levantarse. La función real también cambió. ¿Qué había sido de aquel faraón todopoderoso y sobrehumano que podía mezclarse con las estrellas? Había tenido que ceder su puesto a nuevos hombres que no dudaron en apropiarse de buena parte de sus privilegios y democratizarlos. A partir de ahora, los Textos de las Pirámides también adornarían las paredes de los sarcófagos de los plebeyos más destacados que, desde el fondo de sus tumbas, podrían reunirse con el soberano solar y caminar con él hacia los dioses.
LOS MALES DE LA GUERRA CIVIL
Un papiro escrito durante el Nuevo Imperio en forma de parábola describe la decadencia del Imperio Antiguo:
«Los nobles llevan luto y los pobres están exultantes de alegría. Toda la ciudad dice: “Vamos, eliminemos a los poderosos“. Los ladrones se convierten en propietarios y las antiguas riquezas se roban. Los ciudadanos muelen el grano y quienes visten hábitos de lino son golpeados. Personas que nunca habían visto la luz salen al exterior. El país está lleno de rebeldes; el hombre que va a trabajar al campo debe ir armado.
«Aunque las aguas del Nilo hayan crecido, ya nadie trabaja, pues todos piensan: “No sabemos qué ocurre en el país“. El hombre mata a su hermano, nacido de su propia madre. Los caminos están vigilados.
«Personas ocultas entre los matorrales esperan al paisano que regresa a casa al anochecer para robarle su carga; lo muelen a palos y lo matan vergonzosamente. Las tropas que han perdido a sus capitanes se mueven erráticamente, pues ya no hay nadie que las agrupe.
«Las cosechas se pierden. Hay carestía de prendas de vestir, especias y aceite. Los graneros están destrozados y sus guardianes yacen en el suelo. La gente come hierba y bebe agua; muchos roban el alimento destinado a los puercos».
LA ESCRITURA EGIPCIA: DEL IMPERIO ANTIGUO A LAS ÚLTIMAS DINASTÍAS
Los intercambios culturales que mantuvo Egipto con Mesopotamia, la unificación del país bajo la batuta de un único soberano y la llegada de un reinado centralizador contribuyeron a que se inventara la escritura al final de la época predinástica. Aunque se utilizó principalmente para fines administrativos, también conoció otros usos. Por ejemplo, la escritura monumental apareció enseguida, aunque sólo en las leyendas de obras pintadas o esculpidas. La escritura capital (jeroglífica) y la cursiva (hierática) surgieron más adelante y se desarrollaron de forma simultánea.
La evolución de la escritura se divide en cinco grandes etapas:
• Escritura predinástica: ausencia de textos coherentes y frases completas.
• Durante el reinado de Zoser se realizó una reforma del sistema que permitió escribir frases complejas y textos extensos. La escritura se utilizaba para fijar códigos y, durante la dinastía V, también se desarrolló en forma de autobiografías. Se sospecha que existieron antologías científicas, matemáticas y médicas, pero no verdaderos textos literarios. Por lo general, a través de la escritura sólo se trataban temas prácticos o esenciales.
• El Primer Periodo Intermedio fue testigo de la democratización de la escritura, así como del desarrollo de la literatura autobiográfica y la creación de obras de entretenimiento. Estos relatos estaban dirigidos a los adultos y a una élite intelectual. La literatura, que ofrecía una nueva manera de formular y resaltar el discurso escrito, influyó en gran medida en los textos religiosos, que tuvieron una mayor difusión. Los reyes insertaron sus autobiografías en los textos históricos.
• Durante el Nuevo Imperio se desarrollaron las creaciones literarias. Los géneros se multiplicaron y se diversificaron. El uso de la escritura se complicó debido al desajuste cada vez mayor que existía entre la lengua hablada – el neoegipcio escrito en cursiva hierática– y el egipcio medio, que solía utilizarse en las inscripciones jeroglíficas monumentales y religiosas.
• La transmisión cultural se perpetuó a través de los escritos del periodo tardío. La aparición de la escritura demótica – simplificación de la escritura hierática– cubrió un nuevo estadio de la lengua y una evolución de las mentalidades.
Esta evolución estuvo marcada por la diversificación de los contextos en los que se utilizaba la escritura.
También se constató una habilidad creciente en los escribas, que utilizaban signos cada vez más reducidos y estilizados y, por lo tanto, más prácticos.
Se estableció una lenta, pero clara, división entre los distintos tipos de escritura, a pesar de que unos derivaban de otros. Por esta razón, los escribas demóticos empezaron a necesitar tablas de concordancia para transcribir sus textos en escritura hierática o jeroglífica.
Sin embargo, la escritura siguió siendo principalmente un instrumento de la administración y el saber de una élite.
Era una marca de pertenencia a la clase aristocrática y una característica masculina, puesto que pocas mujeres tenían acceso a ella.
Durante el Imperio Medio, Menfis contaba con 1,5 millones de habitantes, pero sólo entre 5000 y 15 000 sabían leer y escribir.
A partir del Primer Periodo Intermedio, los egipcios aprendieron a leer y a escribir en las escuelas. Este aprendizaje, relativamente breve, se iniciaba con la escritura jeroglífica y pasaba después a la escritura hierática, más difícil pero también más utilizada. Pocos escribas estaban realmente versados en el uso de la escritura jeroglífica, pues este conocimiento estaba reservado a un cuerpo de élite, a los dibujantes y a los sacerdotes.
Debido a la simplicidad de sus intercambios, la economía egipcia no requería una gran administración y, por lo tanto, la clase literaria privilegiada no necesitaba ampliar sus rangos.
La escritura fue, tanto en Egipto como en otros países, una fuerza estabilizadora que permitió fijar la tradición. También fue una herramienta de progreso que favoreció la transmisión de nuevas ideas.
El complejo sistema de escritura jeroglífica
La escritura jeroglífica apareció en Egipto hacia el año 3200 a. C., seguramente después de que surgiera la escritura cuneiforme. Aunque fue el resultado de una larga evolución, cuya existencia asegura el hallazgo de paleojeroglíficos o jeroglíficos arcaicos, el sistema surgió con rapidez sin que fuera posible identificar sus orígenes.
Las consonantes sólo se percibían con la ayuda de unos signos, llamados fonogramas, que servían de apoyo a un sonido. El ideograma, por su parte, era un término completo que solía hacer referencia al ser u objeto representado por el signo. Todo fonograma podía ser utilizado como ideograma. Para ello, bastaba con acompañarlo de un trazo vertical que indicara que se trataba del ser u objeto representado. Sin embargo, también podía tener otros significados, como el conjunto del objeto representado o la herramienta necesaria para la acción.
Cuando un signo se utilizaba como fonograma, podía unirse a otros signos para expresar un valor fónico complejo o crear nuevas palabras. La escritura jeroglífica permitía expresar nociones que no hacían referencia a objetos reales y desarrollar pensamientos abstractos.
El alfabeto egipcio seguía un orden propio que era necesario conocer para poder trabajar con él. Resulta prácticamente imposible traducir un texto directamente, salvo por las fórmulas redundantes, puesto que la escritura jeroglífica carecía de puntuación y no separaba las palabras.
Los signos jeroglíficos se podían escribir de derecha a izquierda o de izquierda a derecha, y también de arriba abajo (poco habitual) o de abajo arriba. En cambio, las escrituras cursiva, hierática y demótica siempre se escribían de derecha a izquierda, como el árabe, o en columnas que iban de arriba abajo.
La escritura jeroglífica buscaba una disposición armoniosa de los signos. Estos debían agruparse en cuadros imaginarios, divididos en mitades y cuartos. Los escribas, impulsados por el miedo al vacío que también sentían los pintores y escultores, intentaban ocupar el espacio de escritura de la mejor forma posible. La búsqueda de armonía se convirtió en una obligación que les incitaba a colocar ciertos signos antes de aquellos que deberían precederlos de forma lógica o detrás de aquellos que deberían ir detrás, con el único fin de obtener una disposición armoniosa. Esta manipulación se realizaba en detrimento del buen sentido y no facilitaba en absoluto la lectura.
La escritura jeroglífica también presentaba un fenómeno de prelación que hacía que un grupo de signos pasara por delante de otro simplemente porque expresara una noción importante, como dios o faraón. Además, si aparecían dos consonantes similares seguidas, sólo se escribía una, aunque cada una de ellas formara parte de una palabra distinta.
La lengua egipcia sólo conocía dos géneros, el masculino y el femenino; el neutro no existía.
Los verbos no se conjugaban, pero los pronombres sí que se declinaban. En egipcio medio, la noción de tiempo solía indicarse a través del contexto o el uso de una desinencia.
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