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CAPÍTULO DOS

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Bueno, ya no iba acostarse, quería terminar de limpiar todo, así que se preparó un buen desayuno y empezó por la habitación de Taylor, ordenando todo por colores y en plan militar. El vestidor y el baño. Quitó hasta el nórdico, las cortinas, toallas y sábanas. Hizo la colada y como nuevo todo. La perfumó y cerró las ventanas.

Y cuando tuvo su habitación lista, se metió en la de invitados, e hizo lo mismo. Las puertas, ventanas y suelos.

Solo quedaba el suyo y el despacho, pero iba a salir a por los trajes y luego haría los aseos y el despacho, la comida y poco más.

Al día siguiente haría la suya.

Al volver, se preparó un sándwich de pavo y una coca cola, necesitaba energía.

Hizo lo previsto, ducharse y lavarse el pelo y se tumbaría de nuevo.

Ya al día siguiente su suite y el siguiente ya empezaría después de un repaso a escribir.

Esa noche pasó como la anterior, hizo una ensaladilla rusa y filetes de pollo empanados.

Y a él le encantó y se tomó cerveza. Se metió en el despacho como siempre y ella se marchó a la cama.

Y por fin terminó la limpieza.

Ya era cuestión de darle a todo un poco cada día, en unas dos horas, hacer la compra un día a la semana, ir al tinte y preparar la cena.

El resto del tiempo era para ella. Así que se hizo un plan, ya que su amiga ni aparecía.

Iba a correr por las mañanas, se traería la ropa del tinte y la compra el día que tocara, dos horas de limpieza, y sobre las once se pondría a escribir sus novelas.

Dedicaría hora y media a buscar editoriales, aunque no era tan importante como buscar institutos privados para dar clase de castellano y enviaría su currículum allí. Porque en Amazon ganaba un sueldecito.

Escribiría, prepararía la cena y así transcurrían sus vidas durante esas dos semanas que pasaba con Taylor.

Este estaba contento con ella, de cómo tenía arreglada la casa tan grande y de la comida.

El primer sábado y el domingo no salió de casa, tan solo fue a correr y por la tarde a dar un paseo.

Taylor dijo que salía de la ciudad el sábado temprano, y que volvería el domingo por la noche, así que tenía la casa para ella sola. Llamó a sus padres y se dedicó a escribir y adelantar la novela que había empezado en Málaga. Ya le quedaba corregirla y enviarla a la plataforma.

Taylor no le dijo dónde iba, tampoco tenía que darle explicaciones. Seguro que se había ido de fin de semana con alguna mujer. Seguro que sí. Era un hombre elegante, educado al menos con ella, simpático y demasiado trabajador, no se quejaba, y a veces bromeaba con ella.

Nerea estaba contenta con él, no le preguntaba lo que gastaba, le encantaba la comida que le hacía y siempre alababa cómo estaba la casa y cómo olía. Pero a pesar de haber ido a la universidad, nunca se fijaría en una chica como ella, tenía veintinueve años, cuatro más que ella, seguro que le gustaban las mujeres altas y guapas a rabiar.

¡Ag! ¡Qué rabia no estar a la altura de un hombre como ese! A veces Taylor quería hablar durante la cena en castellano y ella lo corregía, sobre todo en los verbos.

Vino el domingo por la noche, ya cenado y tarde. Ella lo oyó entrar solo, sobre las doce. Ya estaba acostada.

Por la mañana…

—Recuerda que este viernes tenemos la pequeña reunión.

—Sí, lo sé, me tienes que dejar la lista.

—Te la hago esta noche. Te dejaré tres mil dólares en efectivo, ten cuidado.

—¿Tres mil?

—Sí, el champán es caro.

—Bueno, intentaré ahorrar en otras cosas.

Ya sabía que el viernes no trabajaría en la novela, se dedicaría enteramente a la limpieza de la casa, iría a la compra y se metería en la cocina.

Pero el martes, a eso de las doce, estaba escribiendo una novela nueva cuando Taylor la llamó desde el despacho. Nunca la llamaba.

—¡Hola, Nerea!

—¡Hola, Taylor!, ¿qué pasa?

—Necesito que me traigas a la oficina unos documentos, me los he dejado encima de la mesa del despacho.

—Voy para el despacho.

—Son tres carpetas negras.

—Sí, aquí están.

—Mira bien los nombres que te doy.

—Sí son estas.

—Coje la tarjeta que te di para la compra, vienes en un taxi y me las traes, paga con la tarjeta y a la vuelta coges otro para regresar.

—Está bien, voy a vestirme e iré lo antes posible.

—Gracias, Nerea.

—De nada.

¿Qué iba a ponerse? Hasta ahora solo había utilizado mallas y chándal, pero no iba a ir así a su despacho. Se puso un vestido estrecho con mangas a la sisa, color verde como sus ojos. Por encima de la rodilla, estrecho. Se peinó, se dejó el pelo suelto caer por casi la cintura, ya que siempre tenía una cola alta más cómoda para el trabajo y para escribir, y se maquilló a la carrera un poco y se perfumó; se puso unos tacones altos verdes igual que el vestido y el bolso, las carpetas, la llave. Lo llevaba todo.

El portero le pidió un taxi y en media hora estaba en la empresa.

—¡Dios qué enorme!

Miró el nombre de la empresa en la entrada más amplia que una estación de tren y fue directa a los ascensores. Eran cinco pisos, pero pararía en el primero, el 20, ya le dirían dónde estaba el jefe.

En el 25. Debía ser su número de la suerte. Recorrió varios pasillos con cubículos y gente trabajando que la miraba. La recepcionista le había dicho dónde estaba.

Director. Esa era la puerta.

Llamó y le contestaron:

—Pase.

Y ella entró.

—Taylor —dijo ella.

—Pasa, Nerea. —Pasó, dejando un rastro de perfume fresco. Él la vio distinta, pero no hizo comentario alguno, aunque la vio preciosa y no le pasó desapercibido.

—¡Hola!, no he podido llegar antes.

—No te preocupes, llegas a tiempo. —La miró de arriba abajo y fue la primera vez que la vio como una mujer, preciosa. «¡Joder, Nerea!», pensó. Tenía unas piernas preciosas y estaba guapísima.

—¿No estaba fuera mi secretaria?

—No sé, Taylor, no la he visto, ni he preguntado. He visto el cartel de director en la puerta y he llamado. Ahí tienes las carpetas.

—Te presento a Jacob, mi abogado.

—Encantada, señor Jacob.

—Solo Jacob. —Y ella se sonrió. Era guapo también y Taylor se sintió incómodo.

—Bueno, me voy.

—Vale, nos vemos en casa. Toma un taxi para regresar.

—Vale. Encantada, Jacob.

—Lo mismo digo, Nerea.

Y salió del despacho. Cogió un taxi y se enfrascó de nuevo con sus novelas, aunque tomó algo antes. Luego, haría la cena.

Cuando Nerea salió del despacho…

—¿Quién es?

—Nerea, la chica que me cuida la casa.

—Esa chica no te cuida la casa, es demasiado fina, ¡qué suerte tienes, cabrón!

—Me cuida la casa, solo que hubo un error, es profesora de literatura, chef, y escribe novelas.

—¿En serio? ¿Qué tipo de novelas?

—Románticas.

—Cuando vaya el viernes, le digo cómo se llama para comprarlas, por si tiene algún pseudónimo.

—Por Amazon.

—Me da igual, es un bomboncito, me gusta.

—Olvídate, es mi chica.

—¿Tu chica de qué?

—De casa.

—Se irá, ¿lo sabes? Ha ido a la Universidad, es profesora, no se va a quedar a limpiarte la casa, amigo. Tiene más clase que eso.

—Sí, lo sé, tiene un buen currículum.

—Estará buscando algún empleo como profesora. Yo lo haría, ser profesora y escribiría en mi tiempo libre.

—Lo sé, vamos a lo nuestro.

—Tío. Es que está buena, es guapa, educada, me gusta. Ese pelo…

—Deja eso.

—¿Por qué? ¿No tiene días libres?

—Sí, el sábado por la tarde y el domingo entero.

—Ah, pues la invitaré el viernes cuando vaya.

—No creo que sea buena idea, Jacob.

—Es una mujer, tú tienes a Sonia, ¿o te gusta? ¡Te gusta!… ¡ Qué cabrón!

—Sonia es un pasatiempo y Nerea es la chica de la limpieza y no me gusta.

—Pues lo siento por ti si te gustan los pasatiempos, a mí Nerea, si no te gusta de verdad, la voy a invitar. Si me dices que te gusta, no la invito.

—No me gusta.

—Pues Nerea no es un pasatiempo para mí. No he pensado eso por un instante, me ha gustado de verdad, ha sido como… un flechazo.

—Anda, venga, aquí tengo las carpetas. Empecemos.

¡Qué guapo era el abogado!, iba pensando Nerea mientras iba a casa en el taxi. Había visto dos hombres guapos y ninguno estaba a su alcance. ¡Vaya mala suerte!

El viernes, cuando se levantó temprano, salió a desayunar fuera y con la lista de bebidas más la que ella hizo para los canapés, se trajo todo lo que iba a necesitar, hasta servilletas decoradas, unas flores para los rincones, y en un bazar encontró cazuelas y paellitas, que ya era raro.

Preparó toda la casa y tomó algo sobre la una.

Fue sacando las bandejas y colándolas en las mesas con las copas y servilletas en bandejas más pequeñitas, dejando espacio para las bandejas de la comida.

Una paella, unos cuantos solomillos al whisky con patatas y eso lo metería en las cazuelas y paellitas.

Ahora los canapés, pinchos, con jamón y queso, y aceite de oliva en pan, pinchos de melva con mayonesa y pimientos rojos cocidos, pincho de salmón con queso fresco, aceitunas en cuencos, verdes y negras.

Y los canapés se los inventó de queso de untar y de fuagrás, con gambas peladas, salmón, coco rallado por encima y virutas de chocolate, mezcla de dulce y salado. Y una guinda encima.

Eran preciosos metidos en las tartaletas.

Iba a sobrar comida, pero hizo cinco bandejas de pinchos, otras cinco de canapés y otras tantas de cazuelas con un tenedorcito y de paella igual.

Después, había comprado unos dulces pequeños de bocado y bombones de chocolate negro en la mesa de la cocina para ponerlos de postre, las bebidas preparadas y cuando lo tuvo todo, quedaba una hora; Taylor estaría al venir.

Se dio una ducha, recogió todo y repartió las bandejas, excepto la de los postres, la caliente y las bebidas, y se dio una ducha. Se hizo una cola alta, se maquilló, sus zapatillas, mallas y camiseta negras, y se había comprado un delantal precioso, negro con lunares rojos como las servilletas, los platitos y bandejas y tartaletas.

Las flores rojas y blancas repartidas en jarrones.

Pensó que todo estaba maravilloso. Y olía perfectamente.

Solo cabía esperar en su suite a que fuesen llegando los empleados.

Se dio un susto de muerte cuando salió Taylor de su habitación.

—¡Dios mío, qué susto!

—Te llamé, pero sentí la ducha.

—Sí, estaba arreglándome.

—Y yo. He visto esto por encima, pero me fui a arreglarme directamente.

—¡Qué bien huele!

—Gracias, Nerea, tú también. Seguro que podrás con todo.

—¿Está todo listo?

—Solo sacar las paellas y colocarlas en las bandejas, tengo que calentarlas dos minutos, lo mismo con el solomillo y las patatas, mientas van comiendo los canapés. Luego los voy poniendo en las bandejas y las reparto por las mesas.

—La verdad, esto está de lujo. Has comprado flores y este mandil…

—A juego con las servilletas y las cazuelas.

—¿Puedo probar?

—Solo de este plato. —Y sacó un gran plato de la nevera.

—¡Ah, bruja, has guardado!

—Sí, siempre dejo algo por si acaso, como ahora.

—Venga, come uno.

Y comieron uno cada uno.

—¡Dios qué bueno! No puedo perderte.

—Bueno, si encuentro un instituto, puedo traerle la cena y las comidas de empresa, siempre que sean viernes tarde y fines de semana, pero para la limpieza, será otra.

—No quiero que te vayas, Nerea, si acabas de venir. Y escribes tus novelas, ¿no estás bien?

—Estupendamente.

—¿Entonces? —Y él la miró—. Tienes razón, eres una chica de universidad. Sería egoísta por mi parte.

Llamaron a la puerta.

Ella abrió saludando a las personas y Taylor también.

Jacob llegó el último.

—Ya estoy aquí. ¡Hola, Nerea!, estás muy guapa con esos lunares como con el vestido.

—Sí. —Rio ella.

—Déjala, Jacob.

—No pienso dejarte en toda la noche —le decía bajito Jacob.

—Tengo que poner las cosas.

—Bueno, mientras comen.

Y cerró la puerta. Taylor fue abriendo las botellas de champán y echando en las copas junto con ella.

Se las llevó a la encimera para ir rellenando más, y que no faltara en las bandejas. De paso, retiraba las vacías.

—¿Qué has hecho aquí, mujer? ¿Esto lo has hecho tú?

—Sí, señorito —le dijo con acento de película sureña.

Y Jacob se rio.

—¡Qué guasa tienes, Nerea! ¿De dónde eres? —le dijo con una copa en la mano, mientras ella rellenaba las cazoletas de arroz y de solomillo y le dejaba una de cada a su lado. Jacob la miró encantado.

Cuando las llenó, las puso en las bandejas y fue a ponerlas repartidas en las mesas.

—Te espero.

—Ve probando, ¡están buenísimas!

Cuando hubo repartido todo, estuvo al tanto de las bebidas, porque comida había de más.

—Eres una cocinera estupenda.

—¿Te gusta?

—Sí. Es perfecto.

—¿Eres española? —le preguntó Jacob.

—Sí.

—Y profesora de literatura. De castellano.

—También.

—Y novelista. Dame tu pseudónimo para leerte.

—Tiene un toque erótico.

—Mejor —le dijo él al oído, y Taylor lo vio desde lejos, pero él estaba con Sonia. Sería su novia porque era pegajosa como ella sola, y guapa también, con un cuerpo envidiable.

—¿Es la novia de mi jefe?

—Dice que es un pasatiempo.

—Pues es una modelo, no he visto mujer más guapa.

—Ni yo —dijo Jacob mirándola.

—Eres un guasón, como dicen en mi tierra. ¿No te vas a departir con el resto?

—Son todos unos vanidosos.

—¡Vaya!

—Prefiero la cocina. ¿Sabes que mi madre fue sirvienta?

—Como yo.

—No, tú eres pasajera.

—Del vuelo 880.

—Ahora eres tú la graciosa —decía Jacob riéndose a carcajadas—. Quiero decir que te irás, esto no es lo tuyo.

—No, no lo es, pero encontrar un instituto para dar clases…

—¿Has enviado currículum?

—Sí, en institutos privados.

—Echa en todos, mujer.

—¿Puedo dar clases en los institutos sin oposiciones?

—¿Qué oposiciones?, en todos los de Manhattan tienes trabajo ya, puedes solicitar plaza.

—Me pondré el lunes.

—Haz una lista. Busca en Internet.

—Gracias, Jacob.

—Dame tu teléfono. —Y ella se lo dio.

Taylor estaba que rabiaba.

Sin embargo, ella estaba contenta y hacía su trabajo, no faltaba nada en las copas y reponía los canapés y limpiaba las bandejas.

Después, puso los postres.

Todo el mundo fue a darle las gracias por los canapés y ella les daba las gracias por los cumplidos.

Querían que Taylor se la dejara para sus fiestas.

—La tengo contratada y le pago un buen sueldo, es mía.

Y Sonia lo miró con una cara…

Se fue hacia ella, mientras Taylor iba despidiendo a los invitados.

—¡Hola, Nerea!

—¡Hola, señorita!

—Sonia, soy la novia de Taylor.

—Encantada —le dijo ella—. Es usted preciosa.

—Gracias, la comida es mejorable.

—¿No le ha gustado?

—Está fenomenal, Sonia —le dijo Jacob.

—Bueno, algunas cosas se salvan.

—Pues cómete las que se salven, anda, vete con tu novio que estoy ligando con Nerea.

—¿Para eso has quedado? —le dijo Sonia.

—Para eso, encanto.

Y ella se fue.

—No me puede ver. Es tonta retonta, no le hagas caso, no es su novia, y está celosa, la comida está genial, te lo dice todo el mundo.

—Gracias, Jacob.

—No sé qué ve mi amigo en ella.

—¿Tú también eres publicista?

—No, soy el abogado, pero nos conocemos desde la universidad, estuvimos ambos en Harvard, carrera y máster; luego, cuando recibió la empresa de su abuelo, me llamó. Llevamos ya unos años juntos.

—Me alegro.

—Sí, es como mi hermano. No le gusta que hable contigo.

—Deberías ir a dar una vuelta, no quiero que se enfade con los dos.

—Bueno voy a dar una vuelta y luego vengo. Ya queda poca gente. ¿Salimos mañana por la tarde?

—¿Quieres salir conmigo?

—Sí, claro.

—¿No tienes novia?

—No. Vengo a por ti a las siete, damos un paseo y cenamos y tomamos una copa.

—Bueno, tengo libertad.

—Hecho. Te espero a las siete abajo.

—¿No quieres que se entere Taylor?

—De momento no. Me daría el coñazo.

Y ella rio.

—Vale, a las siete abajo.

—Dile que llegarás tarde.

—Puedo venir cuando quiera, tengo desde el sábado a mediodía hasta el lunes a las siete.

—Ah, perfecto. Bueno, guapa, voy a dar una vuelta antes de que el jefe nos mate.

—Sí, anda, que no me dejas.

Y así ella fue rellenando los postres de la gente que quedaba y retirando bandejas hasta que casi todo el mundo fue retirándose de la terraza, del salón y el último tal como vino, Jacob, se fue.

Se quedó Sonia a dormir.

—Vamos a la cama, cielo.

—Sí, estoy agotado.

—Nerea, deja eso y lo recoges mañana.

—No importa, voy a dejarlo listo.

—Déjala, es mejor que lo recoja.

—Buenas noches, Nerea, y gracias, ha sido genial, les ha gustado a todos, un éxito. Dentro de poco tendremos otra, pero una cena.

—Bien.

—¡Buenas noches, Sonia!, ¡buenas noches, Taylor!

—¿Le dejas que te llame Taylor?

—Sí, le dejo, ella no quería. —Y Nerea oyó lo que le dijo:

—Cabrona de mierda…

Recogió y puso las copas en el lavavajillas, y el resto lo fregó a mano. Lo puso a escurrir mientras quitaba las bandejas, las fregó e hizo lo mismo, limpió las mesas y dejó fregada la terraza y el salón, limpió la cocina y guardó todo, quedó algo de la bandeja, se sentó en un taburete y mientras terminaba el lavavajillas comió y se bebió un par de copas de champán.

En estas, salió con un pijama sin nada por encima Taylor, y casi se atraganta.

—¿Aún no te has acostado?

—No, espero que salga el lavavajillas mientras me tomo una copita y como algo.

Se llevó un vaso de agua.

—¡Hasta mañana!

—¡Adiós!

Cuando acabó de comer, colocó las copas, terminó de limpiar la cocina y el suelo, y no quedó ni rastro de la fiesta.

Se dio una ducha, se quitó el maquillaje y no oyó nada en el silencio de la noche. «Esos debían hacer el amor silencioso», pensó ella.

¡Menuda arpía debía estar hecha! Si lo llega a pillar desnudo y a ella en la cocina seguro que le hubiera dicho que la echara a la calle.

No era por nada, pero la comida había estado buena.

—A mí me gustaría ver qué haces en la cocina, tonta del culo —dijo Nerea hablando sola mientras terminaba de fregar el salón.

«No sé cómo a los hombres les gustaba ese tipo de mujeres. Como decía Jacob, era tonta retonta. Allá él…», pensó.

Colgada en Nueva York

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