Читать книгу Cuento de Diego Pun para sonreír - Ernesto Rodríguez Abad - Страница 7

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I

No sé si conocen a Diego Pun. Es un ser maravilloso, lleno de palabras para regalar. Vive sobre un gran árbol que está en las afueras de un pueblo, alejado, solitario frente al mar.

Vivió siempre en ese árbol. Cuando era pequeño se metía entre los huecos de las ramas y asomaba la cabeza cuando los otros chicos lo llamábamos.

–¡Diego Pun, cuéntanos una historia!

Desde pequeño le gustaba inventar cuentos para los demás.

Dicen algunos que el árbol es más viejo que el mundo. Otros me han susurrado al oído que bajo ese gran laurel tienen sus casas hadas, duendes y seres que el ojo humano no ve.

Diego Pun parece un duende, a veces; otras, se le pone cara de juglar o de trovador; algunos días su cuerpo y su rostro semejan los de un ogro, un gigante o un dragón.

Un día cuando contaba un cuento de dragones voladores, estornudó y yo me tapé la cara porque creía que iba a salir una llamarada y me quemaría.

–¡Ah!, ¡anda!, ¡bien! –eran las únicas palabras que yo acertaba a decir.

Diego Pun me miró a la cara, dos chispas saltaron de sus ojos como carbones. Rio muy alto. Echó a correr sobre las ramas del laurel. Lo busqué desde abajo, me acosté sobre la yerba y miré con atención por entre las hojas.

–No te escondas –grité–. ¡Quiero que me cuentes un cuento!

Lo oí reír. Lo vi moverse por entre las hojas verdes. Saltaba de una rama a otra como los monos. Y reía, siempre reía.

–Si quieres un cuento, primero tienes que acertar estas adivinanzas. Son cuatro, una por cada cuento que he de decirte hoy. Si no las aciertas, no los oirás.

–¡Anda, no seas malo!

Cuento de Diego Pun para sonreír

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